Yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados
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Ya hay tres parroquias en Granada que ofrecen criptas para depositar en suelo sagrado las urnas de los difuntos incinerados
Prácticamente todas las civilizaciones han creído en el más allá. En una segunda vida tras la muerte del cuerpo en la tierra. Y muchas de ellas han procurado, y procuran, preservar los cuerpos en el mejor estado posible como soporte de las almas cuando llegue la resurrección. Por eso han buscado dejar las momias o los esqueletos lo mejor preservados posible, a poder ser en lugares que se consideraron protegidos por los dioses o suelos sagrados. Y como tal se entendieron las pirámides, mastabas, profundos enterramientos en cuevas, vasijas de barro, acantilados chachapoyas, incluso bajo el suelo de sus viviendas (como los argáricos).
Las iglesias fueron los cementerios de los granadinos entre los siglos XVI y XIX
El mundo cristiano de nuestra cultura ha procurado enterrarse lo más cerca posible o dentro de recintos sagrados. De época tardorromana iliberritana datan enterramientos dentro de una especie de templo en la Villa de los Mondragones. Fue a partir de la cristianización de Granada (siglo XV) y el nacimiento de decenas de iglesias, cuando se importó la costumbre medieval castellana y cristiana de horadar los suelos de las iglesias, los patios de los conventos y abrir criptas hasta en la Catedral para empezar a dejar a buen recaudo los cadáveres. Las iglesias fueron los cementerios de los granadinos entre los siglos XVI y XIX.
Se implantó en Granada una vieja costumbre cristiana que empezó a convertir los suelos de las iglesias en una sucesión, una especie de puzle, de losas, lápidas y baldosas con inscripciones de personas y fechas
Se implantó en Granada una vieja costumbre cristiana que empezó a convertir los suelos de las iglesias en una sucesión, una especie de puzle, de losas, lápidas y baldosas con inscripciones de personas y fechas. No eran más que las tapas de las sepulturas en cuyo interior yacían hasta cinco tandas de cadáveres; unos dentro de cajas, otros envueltos en una sábana. Fueron tres siglos (del XVI hasta principios del XIX) en que prácticamente todas las iglesias de Granada se fueron colmatando lentamente de cadáveres, con sepulturas pegadas unas a otras prácticamente sin dejar más sitio que los pasillos centrales y laterales.
El enlosado era en realidad una sucesión de losas sepulcrales, de superficie irregular, sobre el que se sentaban los fieles a la hora de los oficios religiosos. Rara era la vez que se iba a una iglesia y no había un agujero abierto esperando un cadáver o una losa corrida esperando ser recolocada tras pasar el plazo de veinticuatro horas. La segunda realidad de las iglesias de esos tres primeros siglos del neocristianismo granadino era un desagradable olor a putrefacción. Téngase en cuenta que siempre había algún cadáver en descomposición, pues la media de enterramientos mensuales superaba las dos personas por iglesia. Y eso si no había alguna epidemia y la frecuencia era mayor. El remedio era entrar a las iglesias provisto del tradicional pañuelo tapándose la boca y la nariz, impregnado de algún perfume para evitar el olor a cadáver.
Hasta que a finales del siglo XVIII (Real Cédula de 1787, de Carlos III) empezaron a promulgarse las primeras leyes prohibiendo los enterramientos dentro de las iglesias para evitar contagios y malos olores
Hasta que a finales del siglo XVIII (Real Cédula de 1787, de Carlos III) empezaron a promulgarse las primeras leyes prohibiendo los enterramientos dentro de las iglesias para evitar contagios y malos olores. La Iglesia católica colaboró considerando lugares sagrados de enterramientos no sólo los interiores de las naves, las capillas y los canceles; también lo serían los atrios de camposantos anejos. A principios del siglo XIX empezaron a abrirse cementerios a las afueras de Granada para acabar con este problema, aunque la gente -sobre todos los pudientes con capillas y derechos adquiridos- continuaron sorteando la normativa y enterrándose en los interiores.
Los trances, distintivos de clases sociales
No es cierto que la muerte equipare a los humanos. Hasta en la muerte y el enterramiento de los cuerpos han existido clases sociales.Cada uno se ha llevado un pijama de madera acorde con su poderío económico o social. Los reyes y príncipes se han construido catedrales y lujosas capillas funerarias, con grandes bultos escultóricos sobre ellos. Y sus cadáveres envueltos en terciopelo, en cajas de plomo o sarcófagos de mármol. La nobleza también ha financiado y levantado sus propias capillas, e incluso grandes iglesias como última morada. Otros conseguían un arcosolio en cualquier lateral de la iglesia o pasillo de convento. Los religiosos acababan en la cripta de sus iglesias o en patios de sus conventos. La escala del poderío social guardaba estrecha relación con el lugar de enterramiento. Dime dónde te entierras y te diré quién has sido.
Y cada trance tenía una numeración: el primer trance era la fila que comenzaba justo por debajo de las escaleras del altar mayor; así seguían filas de manera consecutiva hasta llegar al último trance, que no era otro lugar que la última fila de enterramientos, coincidente con la puerta a los pies de la nave de la iglesia
Pero, por lo general, las naves de las iglesias fueron cementerios a cubierto perfectamente ordenados y regulados. Fosas colocadas en filas paralelas al altar que se denominaban trances. Y cada trance tenía una numeración: el primer trance era la fila que comenzaba justo por debajo de las escaleras del altar mayor; así seguían filas de manera consecutiva hasta llegar al último trance, que no era otro lugar que la última fila de enterramientos, coincidente con la puerta a los pies de la nave de la iglesia. Atravesar el último trance de una vida consistía en entrar por la puerta de la iglesia para asistir al decisivo acto de la presencia de un cuerpo en este mundo: su propia muerte. De aquel hecho derivan todas las interpretaciones figuradas que contempla el Diccionario de la RAE con el término trance. (Sin que la acepción original haya sido admitida hasta ahora).
La cotización de los trances del suelo de una iglesia era muy diferente si se trataba del primero (primera fila junto al altar) o en la fila diez o quince. Igual que un teatro en la actualidad. A más cercanía del altar se pagaba más la sepultura. Los más pobres o menesterosos iban a parar a los últimos trances o incluso a los que se ampliaron con el tiempo a los alrededores de las iglesias. Las sepulturas de los trances más cotizados, por tanto, de los más ricos, solían ser de las llamadas en propiedad, donde se enterraban los miembros de una familia hasta llenar el hueco; incluso se producían reducciones de los cadáveres más antiguos para que cupiesen los descendientes. Otras sepulturas en trances del final, de los más pobres, solían ser de caridad o por tiempo limitado.
Los enterramientos quedaban descubiertos al menos 24 horas antes de ser rellenados de tierra, por si se daba algún caso de catalepsia o esquizofrenia catatónica
Los enterramientos quedaban descubiertos al menos 24 horas antes de ser rellenados de tierra, por si se daba algún caso de catalepsia o esquizofrenia catatónica. Las sepulturas de estos trances de pobres solían vaciarse a los dos o tres años y volvían a ponerlos a disposición de nuevo, a medida que iba faltando espacio para nuevos zambullimientos como se denominó al acto de bajar y/o extraer el cadáver en la fosa.
Los libros parroquiales de enterramientos solían tener un planillo, o al menos una detallada descripción, marcando el número de trance y de fosa en el que se depositaba a cada finado. Conocemos infinidad de casos de compras de las fosas indicando el número de fila y la parcela. Por ejemplo, en 1595, el licenciado Pedro Rodríguez, que era parroquiano de Santa Ana, compró sitio en el primer trance, lado izquierdo, por un precio de veinte ducados; especifica en el contrato que era para enterrar a sus padres, a él y a sus hermanos. Justo al lado de la familia de Francisco Moya, un carpintero del barrio que también había adquirido la fosa vecina.
Cada nave de iglesia disponía de un número de trances o filas en función de sus dimensiones. Las iglesias más pequeñas solían tener menos
Cada nave de iglesia disponía de un número de trances o filas en función de sus dimensiones. Las iglesias más pequeñas solían tener menos. Ejemplos: la iglesia de la Encarnación de Albolote tenía 13 trances; la parroquia de San Matías llegó a tener 14 trances, incluso había una tabla en el cancel con el dibujo de la distribución de cada uno. En el libro de enterramientos de la iglesia de Íllora figura literalmente el número de trance (fila) y posición donde está zambullido cada vecino, con sus nombres y apellidos. La iglesia de Cájar conserva el dibujo con los trances que tenía: siete filas a cada lado del pasillo central, tres fosas a cada lado; se especifica si era para enterramientos con caja o sin ella, para adultos o niños.
La cultura de la muerte de los granadinos de los siglos XVI a XIX estaba muy arraigada. Todo el mundo tenía presente que su final podría llegar en cualquier momento debido a la gran cantidad de epidemias, enfermedades y baja esperanza de vida que se disfrutaba
La cultura de la muerte de los granadinos de los siglos XVI a XIX estaba muy arraigada. Todo el mundo tenía presente que su final podría llegar en cualquier momento debido a la gran cantidad de epidemias, enfermedades y baja esperanza de vida que se disfrutaba. De ahí que se dictara testamento desde muy joven con una principal preocupación: asegurar el enterramiento en las condiciones deseadas. Los testamentos de los primeros cristianos granadinos que se conservan en el Archivo de Protocolos Notariales, del primer tercio del XVI, no pivotan tanto en legado de sus bienes como en mandas para el destino de su cuerpo y su alma. Todos los que hacían testamento dejaban muy claras varias cosas: iglesia dónde deseaban ser enterrados (por lo general, su parroquia de residencia); el hábito o mortaja para su cuerpo; y el número de misas en su recuerdo. Le preocupaba mucho no pasar al olvido tras su muerte.
Quienes eran hidalgos o tenían hábito de Santiago, Calatrava o alguna cofradía indicaban que deseaban ser amortajados con sus uniformes. También con su espada si habían sido armados caballeros
Las mandas testamentaria o codicilos eran muy extensas y detalladas en el caso de los reyes y la nobleza. Pero también la gente del común acudía a los escribanos a que al menos en una página quedara constancia de su deseo de trascender con su cadáver. Uno de los testamentos de este tipo más antiguo que se conserva es el de Francisca Hernández (31 de agosto de 1527), viuda de Bartolomé Sánchez, carpintero, que quiso ser enterrada en la iglesia de San Justo y Pastor (la primitiva, anterior a la actual de los jesuitas), y que se le dijeran cinco misas. Quienes eran hidalgos o tenían hábito de Santiago, Calatrava o alguna cofradía indicaban que deseaban ser amortajados con sus uniformes. También con su espada si habían sido armados caballeros.
Granada, una ciudad-cementerio
A finales del siglo XVIII estaban colmatados los trances interiores de las iglesias. Incluso había osarios en alacenas y campanarios. Se había procedido desde tiempo atrás a utilizar los atrios, huertos, callejuelas y espacios anejos a ellas para convertirlos también en cementerios. De ahí que muchos de los entornos lleven todavía el nombre de “Cementerio de…”.
Entre las calles Marqués de Gerona y Arco de las Cucharas suelen aflorar huesos todavía. Algo similar ha ocurrido en la calle Elvira, hacia Joaquín Costa, zona que fue del cementerio de Hospitalicos
Eso es más que notorio cuando se acomete alguna obra en entornos que estuvieron cercanos a iglesias existentes o ya desaparecidas. Los suelos de los alrededores son un sembrado de cadáveres. En el entorno de lo que fue la primera iglesia de la Magdalena, en la calle Mesones, continúan apareciendo cadáveres cada vez que se pica el suelo; entre las calles Marqués de Gerona y Arco de las Cucharas suelen aflorar huesos todavía. Algo similar ha ocurrido en la calle Elvira, hacia Joaquín Costa, zona que fue del cementerio de Hospitalicos. Estos dos ejemplos son extrapolables a los alrededores de cualquier iglesia de Granada. Hasta mediados del siglo XX solían aparecer cadáveres muy superficiales en lo que fue cementerio/huerto de la derruida iglesia de San Luis, en el Albayzín; aquí casi nadie se enterraba en caja, debido a su pobreza, y las fosas eran muy superficiales debido a la presencia de roca en la superficie. También aparecieron varios cadáveres en los trances finales de la iglesia de San Juan de los Reyes en su última restauración; ahí quedaron bajo la nueva solería.
Los suelos tan irregulares de las iglesias estuvieron permanentemente en obras debido a que eran cementerios “vivos”. Se asemejaban a una sucesión de parcelas privadas, en las que unos familiares cuidaban la limpieza y la inscripción de los enterrados; a otros ni siquiera les inscribían el nombre
Los suelos tan irregulares de las iglesias estuvieron permanentemente en obras debido a que eran cementerios “vivos”. Se asemejaban a una sucesión de parcelas privadas, en las que unos familiares cuidaban la limpieza y la inscripción de los enterrados; a otros ni siquiera les inscribían el nombre. Cuando a principios del siglo XIX quedaron sellados los cementerios interiores de iglesias, las autoridades eclesiásticas buscaron la manera de homogeneizar el suelo de las naves para evitar escalones e irregularidades. Se empezó por colocar encima una solería de barro. Con el paso de los años el barro empezó a deteriorarse y a moverse. Esas primeras solerías dieron paso a suelos más resistentes, la mayoría hechos a base de dameros de baldosas negras y blancas, imitando el ejemplo de la Catedral. Esta nueva fórmula se extendió rápido por la mayoría de iglesias del Arzobispado de Granada durante el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX.
En la mayoría de iglesias se procedió a eliminar las lápidas originales de siglos anteriores procedentes de los trances medieval/renacentistas. Pero en otros muchos casos aún continúan debajo de los suelos que pisamos a diario y bajo los que nos sentamos a oír misa
En la mayoría de iglesias se procedió a eliminar las lápidas originales de siglos anteriores procedentes de los trances medieval/renacentistas. Pero en otros muchos casos aún continúan debajo de los suelos que pisamos a diario y bajo los que nos sentamos a oír misa. Algunas otras lápidas fueron reubicadas y otra parte se reutilizaron como materiales de construcción. Igual que los cristianos hicieron a principios del siglo XVI con las makabriyyas musulmanas de los cementerios (Se pueden ver en muros de la Alhambra y en las paredes de la iglesia de San Cristóbal). También a finales del XIX, con la llegada del ferrocarril a Granada, empezaron a proliferar las fábricas de baldosas de cemento hidráulico; con ellas se han enlosado suelos de muchas iglesias y capillas. El ejemplo más llamativo que continúa todavía intacto desde principios de siglo XX es el de los Hospitalicos de la calle Elvira. También hay capillas laterales en varias iglesias más con suelos hidráulicos de vivos colores y cenefas.
Solamente han quedado contadas excepciones de lápidas visibles de granadinos enterrados en iglesias. Son las que están en las capillas laterales que pagaron para su construcción. Hay alguna muestra en prácticamente todas las iglesias de Granada.
El ejemplo del pasado: trance en San José
Hay una excepción muy singular que sirve como ejemplo de aquella práctica de enterramientos en Granada: la iglesia de San José. Este barrio estuvo muy ligado a los oficios de la Real Chancillería y sede de los gremios de constructores y carpinteros. En esta parroquia se enterraron jueces, oidores, alcaides del crimen, caballeros XXIV, gentes que ostentaron cierto poder y prestigio. Se conservan varias lápidas en las capillas laterales. Pero sin duda lo más interesantes es el muestrario de una docena de lápidas en piedra de Sierra Elvira que nos reciben en el cancel de entrada; de una manera muy similar estuvo enlosada toda la iglesia de San José hasta el siglo XIX. Las lápidas están muy desgastadas por el uso y el barrido de siglos, pero todavía son legibles en parte. Debían formar parte del último trance de esa parroquia (Aunque por su magnificencia dan a entender que el último en este caso no correspondió a esta puerta lateral, debió existir otra puerta bajo el coro. A no ser que estas losas hayan sido removidas de su ubicación original).
Hoy es prácticamente imposible conocer los miles y miles de granadinos de los siglos XVI a XVIII que dieron con sus huesos en los suelos de las iglesias que continúan en uso
Hoy es prácticamente imposible conocer los miles y miles de granadinos de los siglos XVI a XVIII que dieron con sus huesos en los suelos de las iglesias que continúan en uso. Porque las lápidas que se encargaron de labrar para recuerdo futuro han desaparecido. O están debajo de las nuevas solerías. No obstante, en algunos libros de defunciones de las parroquias figuran nombres de los granadinos que nos precedieron, al menos los que fueron poderosos y se pudieron pagar los enterramientos.
De los poderosos tenemos referencias: el Gran Capitán se enterró en su iglesia de San Jerónimo; en el Sagrario está Hernando del Pulgar y varios marqueses de Campotéjar; cerca estuvo Fray Hernando de Talavera, primer arzobispo; en los Escolapios se siguen enterrando los Duques de Gor; en Santa Ana están los ya mencionados y las sagas de los Navas, el conquistador Juan de la Torre, los Mesías, Mencía de Arévalo, Cerrato, Bobadilla, etc. La iglesia de San Andrés, por su céntrica ubicación, concentró buena parte de los ricos del XVI y XVII: los marqueses de Caicedo, Mateo de Sevilla, Viedma, Maldonado de Ayala, los Pérez de Hita, etc. Las desaparecidas iglesias de San Gil, Santa Escolástica, El Carmen (Ayuntamiento), San Diego, también cobijaron a gran número de familias de la antigua medina de Granada. Diego de Siloé, el más importante arquitecto del XVI, se enterró con su mujer en una capilla de la iglesia de Santiago. En San Miguel encontramos uno de los primeros cristianos enterrados dentro de iglesia; se trató de Juan de Juan Muños de Salazar, quien era el administrador de los Reyes Católicos y ya en 1501 se hizo aquí su capilla de enterramiento. En esta misma iglesia tuvieron enterramiento los Gadea y el morisco cristianizado Gonzalo Fernández Zegrí. Y ya en los siglos XVII y XVIII los artistas y vecinos del barrio alto Juan de Sevilla, Pedro Atanasio Bocanegra y Diego de Mora. En la parroquia de San Pedro y San Pablo estuvieron los Pérez de Herrasti y Pedro de Rojas.
Solamente podemos conocer a través de los libros y las pocas lápidas que quedan a unos cuantos centenares de antepasados
La lista de enterramientos en iglesias es interminable. Solamente podemos conocer a través de los libros y las pocas lápidas que quedan a unos cuantos centenares de antepasados. En las doce generaciones que sucedieron de enterramientos interiores desde principios del XVI hasta principios del XIX hubo bastantes más de trescientos mil granadinos zambullidos en fosas de sus trances.
Tres iglesias de Granada donde dejar las cenizas
Muy contadas personalidades han tenido desde entonces la posibilidad de dar con sus huesos en capillas del interior de las iglesias. Si no se es obispo, canónigo de la Catedral, monja en convento o se goza del privilegio de tener capilla familiar de enterramiento en alguna iglesia (caso de los Duques de Gor en la suya de los Escolapio) no tendremos el privilegio de dejar nuestros restos para la eternidad en una iglesia o convento de Granada…
… A no ser que nos decantemos por la incineración del cadáver y encomendemos su custodia a una de las tres únicas parroquias que ofrecen esta posibilidad en Granada: Santo Tomás de Villanueva, San Antón y Santa Ana-San Gil
… A no ser que nos decantemos por la incineración del cadáver y encomendemos su custodia a una de las tres únicas parroquias que ofrecen esta posibilidad en Granada: Santo Tomás de Villanueva, San Antón y Santa Ana-San Gil. Se trata de servicios relativamente recientes que no son demasiado conocidos, pero que empiezan a tener sus adeptos. Ya que no es posible dejarles el cadáver completo, al menos se puede entregar reducido a cenizas.
La iglesia de Santo Tomás de Villanueva está ubicada en el barrio de la Juventud, una zona relativamente moderna de la ciudad de Granada. Los Agustinos Recoletos, sus rectores, en el año 2000 decidieron habilitar un espacio destinado a que los fieles cristianos que lo deseen puedan depositar las urnas con las cenizas de sus familiares. El columbario recoleto tiene espacio para unas dos mil urnas con cenizas, de las cuales todavía están vacías algo más de doscientos. No tienen estipulada una lista de precios fijos como en otros columbarios; solamente piden una aportación económica en calidad de donativo, que suele rondar una media de 1.500 euros por depositante. Si es menos o más, también la aceptan. Este dinero lo destinan a ayudar a los necesitados de su demarcación parroquial y a obras habituales de la comunidad. El periodo de depósito es de 90 años; a partir de ese plazo, si los descendientes no lo renovaran se considera deposito a perpetuidad. Este columbario de los Agustinos Recoletos se puede visitar los primeros lunes de cada mes.
La iglesia de San Gil y Santa Ana fue de las más pobladas de Granada hasta mediado el siglo XX. En la actualidad tiene muy pocos parroquianos. Pero continúa destacando por la gran cantidad de cofradías que tienen aquí su sede. En ella se enterraron personalidades granadinas de los siglos XVI a XVIII (A los ya mencionados, añadamos Juan Latino, Bermúdez de Pedraza, José Risueño y Anna Heylan). Posee una cripta bajo la capilla mayor que ha sufrido varias inundaciones por crecidas del Darro.
El espacio parece una pequeña iglesia subterránea, a la que le entra luz por el lateral lindero al río
En el año 2019 se acometieron obras de restauración de esta cripta bajo el altar central. Fue prácticamente imposible identificar e individualizar los cadáveres históricos. Una vez recuperado este espacio, se decidió continuar destinándolo al uso original que tuvo, es decir, a dar sepultura a los restos mortales de personas. Pero como no se pueden enterrar cadáveres completos se optó por habilitar un columbario para urnas de cenizas. El espacio parece una pequeña iglesia subterránea, a la que le entra luz por el lateral lindero al río. Dispone de 300 columbarios, repartidos en espacios de diferentes medidas para albergar 1, 2 ó 3 urnas. Todo ello presidido por una imagen de la Virgen de la Paz.
La concesión del depósito es para un periodo de treinta años, lo máximo que permite la nueva legislación
La concesión del depósito es para un periodo de treinta años, lo máximo que permite la nueva legislación. Pero el periodo empieza a computar en el momento en que se deposita la última urna en los nichos de 2 y 3 plazas. Cuando venza el contrato dentro de treinta años, la parroquia ofrece dos opciones: la primera es que los deudos renueven el pago y continúen por otro periodo similar. En el caso de que nadie se haga cargo, la urna pasará a un ceniciario (especie de fosa común) para el futuro, sin necesidad de pagar por su mantenimiento. Con esta fórmula se consigue el objetivo de que las cenizas permanezcan para siempre en este lugar sagrado.
Los precios en este caso son los siguientes: 2.420 euros (más IVA) en box para una urna; 3.388 para caja de dos urnas; y 3.878 para las que contienen tres vasijas. Ya no hay que pagar ninguna cantidad más en los treinta años siguientes en calidad de mantenimiento (como suele ocurrir en el cementerio).
En los tres años que lleva abierto el columbario de Santa Ana ya van ocupadas el 25%, aproximadamente, de las cajas
En los tres años que lleva abierto el columbario de Santa Ana ya van ocupadas el 25%, aproximadamente, de las cajas. Suele ser gente mayor, matrimonios e incluso hermanos solteros, tanto de Granada (de cualquier barrio) como también de otras ciudades. Gente de mediana edad que haya hecho reserva hay muy poca. Una vez depositada la urna en su caja, ya no vuelve a ser abierta por nadie; la llave la conserva la parroquia. Tampoco se puede revender ni ceder la titularidad.
La parroquia de Santa Ana no se ha planteado este servicio como un negocio, sino para poder amortizar las obras que ha hecho y las de fábrica que necesita acometer constantemente
La parroquia de Santa Ana no se ha planteado este servicio como un negocio, sino para poder amortizar las obras que ha hecho y las de fábrica que necesita acometer constantemente. De hecho, si no se cumplen las expectativas de ocupación pronto se producirán pérdidas. Ésta y las otras dos parroquias de Granada están seguras de que se incrementará la demanda en el futuro debido a que están creciendo mucho las incineraciones y los precios de Emucesa. Los columbarios están empezando a no ser competitivos desde el punto de vista económico.
La tercera iglesia de Granada que posee columbario de uso público es San Antón. Su cripta lleva activa desde el año 2015. Hacia mediado del siglo pasado fue descubierta por casualidad una cripta bajo la capilla mayor; había sido el lugar de enterramiento de sus monjes desde la fundación del convento de San Antonio Abad por los franciscanos terceros, en 1565, y su memoria quedó perdida tras la exclaustración del XIX, cuando los frailes fueron expulsados definitivamente.
El edificio se encontraba relativamente bien cuando les fue dado en compensación a las monjas capuchinas por el derribo del suyo en la actual Plaza de la Romanilla. En 1873, en época de la I República, hubo de ser demolida la torre de su iglesia por ruina. Ya en el siglo XX pasó a ser regentado por las hermanas clarisas capuchinas, que en un total de 31 se dedican a la clausura y a trabajos internos para mantenerse.
Como ocurre en Santa Ana, también en San Antón hay depositadas cenizas de gente de los alrededores y de varias provincias más que las traen
En el año 2009 fue redescubierta la cripta al corregir humedades que aparecían bajo el altar mayor. En sus paredes y el suelo quedaban algunos restos de antiguos enterramientos, en tanto el espacio había sido rellenado de escombros. Se trata de dos bóvedas de ladrillo de buena fábrica. Los arquitectos restauradores procedieron a habilitar la cripta para uso de columbario. Se baja a ella mediante una trampilla de dos puertas que hay justo a los pies del altar. Debajo están los nichos para colocar las vasijas. Los precios por vasija son de 2.750 euros (más IVA) en el caso de que se trate de una urna; si se desea comprar espacio para cuatro urnas el precio asciende a 8.000 euros. En este caso también el depósito se prolongará durante los próximos treinta años. La gestión de este columbario la lleva directamente la comunidad de religiosas, aunque la parte operativa corresponde a la funeraria Fermín Criado. Como ocurre en Santa Ana, también en San Antón hay depositadas cenizas de gente de los alrededores y de varias provincias más que las traen.
La Iglesia ya reguló las incineraciones
A partir de la segunda mitad del siglo XX hicieron su aparición los hornos crematorios de cadáveres. Permitieron la posibilidad de reducir los cuerpos a cenizas. La costumbre ha ido creciendo lentamente hasta llegar a una proporción muy próxima al 40% de cremaciones/60% enterramientos. Se ha llegado a esta situación por un cambio radical en las creencias sociales, también por concienciación ecológica y por falta de espacio en los cementerios. Sobre todo, en las grandes ciudades.
Es decir, para resucitar en Cristo era necesario morir en Cristo, o lo que es lo mismo, conservar el cuerpo para volver a morar con Dios
También se ha registrado el importante aumento de cremaciones tras su aceptación por la Iglesia Católica a partir del Concilio Vaticano II. Hasta entonces no se permitía que los católicos se cremasen. Es decir, para resucitar en Cristo era necesario morir en Cristo, o lo que es lo mismo, conservar el cuerpo para volver a morar con Dios.
Al menos, ahora las urnas para cenizas las fabrican en materiales reciclables, de maíz la mayoría, que se desintegran en pocos años si son enterradas en suelo húmedo. El polvo vuelve al polvo en este caso
A partir de ahí han surgido infinidad de interpretaciones, que en lo referente a la Iglesia no son aceptadas. Hemos vivido, y continuamos todavía viviendo, tiempos en los que la gente fabrica amuletos, joyas o adornos con las cenizas de sus muertos; otros las esparcen por jardines o lugar públicos (práctica prohibida); los hay que las vacían en ríos o el mar (también prohibido), cuando no arrojan las urnas al agua y luego aparecen en las playas. Los hay que acaban echándolas a los contenedores y después sirven para engrosar la colección de urnas de la planta de reciclaje. Y muchas familias las guardan en sus casas. Al menos, ahora las urnas para cenizas las fabrican en materiales reciclables, de maíz la mayoría, que se desintegran en pocos años si son enterradas en suelo húmedo. El polvo vuelve al polvo en este caso.
En lo referente a la esfera católica, la Iglesia recomienda que los cuerpos sean sepultados en lugares considerados sagrados: camposantos, conventos o iglesias. Pero como se permite la cremación por cuestiones sanitarias, económicas o sociales (siempre que así lo exprese antes de morir), la Iglesia entiende que lo que arde es la carne y no afecta al alma. Se aceptan las cenizas como restos concentrados de la persona y por eso hace ya unos años empezaron a habilitarse los columbarios eclesiales. La Iglesia no considera adecuado guardar las cenizas en los hogares. Al católico que disponga que sus cenizas deberán ser esparcidas por el campo por cuestiones contrarias a la religión, la Iglesia tiene potestad para negarle un funeral por el rito cristiano.
En definitiva, la ancestral costumbre de los trances en las iglesias está empezando a dejar paso al depósito de vasijas cinerarias en columbarios parroquiales.
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