Las tres plazas que una DANA reconvirtió en la actual Plaza Nueva
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El hundimiento de la pastelería Santa Ana taponó el embovedado y provocó una represa que inundó el centro de Granada
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El agua alcanzó la segunda planta de los edificios, ahogó 24 caballos en la calle Mesones y mató ¡sólo! a cuatro personas
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La riada se llevó las casas de la Placeta de Santa Ana y la fuente de las Ninfas, que jamás llegó a ser reconstruida
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La destrucción fue seguida del derribo de San Gil y sus casas anexas, se embovedó toda la plaza y desaparecieron los soportales de la margen izquierda del río
Hasta 1835, los planos y grabados nos dibujan la zona de Plaza Nueva como una sucesión de dos placetas, unidas por la calle resultante de cubrir el Darro más una tercera (Santa Ana) que en realidad era poco más que el atrio-cementerio de la iglesia del mismo nombre. El río estaba embovedado desde la esquina donde comienza la calle Elvira hasta la esquina de los actuales juzgados. Es decir, poco más de cien metros. Así fue desde que lo cubrieron en 1513. Plaza Nueva estaba rematada por una fuente monumental llamada de las Ninfas; esta fuente estaba anexa a varios edificios montados sobre los pretiles y la bóveda del río. Un pequeño tramo más de río descubierto nos llevaba hasta el puente de Santa Ana o del Cadí (coincidente con el inicio actual de la bóveda construida en 1880).
Según vemos por los dibujos dejados por el arquitecto municipal en 1836, la bóveda no era de altura considerable y de medio punto como la actual. Se trataba de una bóveda rebajada, muy similar a la del Puente Verde y de apenas 15 pies de alta en su clave. En un informe del arquitecto hecho a raíz del desastre se critica que los edificios que había construidos sobre el río y junto a la fuente de las Ninfas se encontraban en mal estado de conservación, casi en ruina. En el piso bajo del que pegaba a la fuente se situaba una famosa pastelería-chocolatería con el nombre de Santa Ana.
Plaza Nueva propiamente dicha era la plaza resultante justo entre las fachadas de la Real Chancillería y el Hospital de Santa Ana, hasta la esquina de Cuesta Gomérez. La otra parte baja de este espacio era un ensanche llamado placeta de San Gil, al que daban infinidad de pequeñas casuchas de fachadas quebradas, pegadas a la propia iglesia por el lado Norte y con múltiples recovecos y soportales entre Cuchilleros y Cuesta de Gomérez
Plaza Nueva propiamente dicha era la plaza resultante justo entre las fachadas de la Real Chancillería y el Hospital de Santa Ana, hasta la esquina de Cuesta Gomérez. La otra parte baja de este espacio era un ensanche llamado placeta de San Gil, al que daban infinidad de pequeñas casuchas de fachadas quebradas, pegadas a la propia iglesia por el lado Norte y con múltiples recovecos y soportales entre Cuchilleros y Cuesta de Gomérez.
La DANA del 27 de junio de 1835
Durante tres siglos que llevaba cubierto ese tramo del río Darro (el único hasta entonces) la anchura y altura de la bóveda habían absorbido todas las riadas enviadas por las tormentas de primavera y de principios de otoño. Que no fueron pocas. Pero poco a poco se fue rellenando el lecho hasta que en 1835 su profundidad se había reducido notablemente.
La tormenta que descargó aquella tarde sobre la cuenca del Darro debió ser abundante. Aunque uno de los periódicos madrileños (El Eco del Comercio) asegura que sólo duró seis minutos. La consecuencia de aquella primera avenida fue que socavó el murallón lateral derecho, justo por debajo del puente de Santa Ana, en el punto donde estaban construidos dos edificios, uno de tres y otro de cuatro plantas. En el bajo de uno de ellos se encontraba la pastelería Santa Ana.
Al ceder la defensa del río, el edificio se derrumbó cayendo justo sobre la boca de entrada a la bóveda. A la obstrucción con escombros se fueron sumando los arrastres del río, especialmente ramas y troncos. La bóveda quedó taponada y empezó a hacerse un embalse que llegó a inundar hasta casi la iglesia de San Pedro
Al ceder la defensa del río, el edificio se derrumbó cayendo justo sobre la boca de entrada a la bóveda. A la obstrucción con escombros se fueron sumando los arrastres del río, especialmente ramas y troncos. La bóveda quedó taponada y empezó a hacerse un embalse que llegó a inundar hasta casi la iglesia de San Pedro. Todas las viviendas de la Acera del Darro se inundaron hasta por encima de su planta primera.
La presión de las aguas consiguió arrastrar, finalmente, las casas que quedaban en pie junto a la fuente de las Ninfas. Se llevó los edificios y la fuente monumental. El agua encontró escape por la calle Zacatín (que entonces unía Plaza Nueva con Bibarrambla), por el lecho del río descubierto en busca del Genil. También por la margen izquierda, llamada calle de los Tintes.
Lo que ocurrió después lo contó bastante bien el corresponsal de la Revista Española. Por eso voy a reproducir con exactitud y con su léxico su crónica de urgencia:
Inundación espantosa
En Granada no se publicaban periódicos por junio de 1835, cuando ocurrió el desastre. Las referencias escritas que nos han llegado fueron escritas por corresponsales granadinos y publicadas días más tarde en la prensa de Madrid. La Revista Española era un periódico monárquico madrileño que tenía en Granada a su corresponsal informativo (B.O.) y a su administrador, Celedonio Beda. Fue el que más y mejor información ofreció a España de lo ocurrido.
La misma noche del 27 de junio de 1835, el corresponsal remitió una carta a Madrid contando lo ocurrido. A pesar de la premura, fue bastante certera y descriptiva; la crónica se publicó en la edición del 3 de julio de 1835 (el correo debía tardar cinco días entre Granada y Madrid). Reproduzco a continuación el texto íntegro por su elevado interés:
El intendente estuvo perenne en la intendencia sin haber salido a su casa, para dar disposiciones. El agua arrebató también todos los pretiles del río hasta muy cerca de San Pedro y San Pablo. En seguida, subiendo el agua por encima de la Plaza Nueva, la inundó, entró por el Zacatín y los Tintes, arruinando casas, almacenes y tiendas del comercio. Muchos infelices quedaron perdidos en dicho Zacatín. Siguió el agua a la plaza de Vivarrambla, entró en las casas y en la aduana se consiguió que ni una gota tocara a los muchos fardos y cajones que hay en ella, a beneficio de haber sido poca, y de las medidas tomadas para impedir los daños.
De Vivarrambla siguió a la calle de los Mesones, en los cuales se ahogaron muchas bestias; no se sabe aún si gente también. De allí se dirigió a la calle de Gracia, Jardines, et., a la Puerta Real, etc., cuyo punto estaba también inundado por las aguas que remontaban el Puente de la Paja, algo tapado también con árboles y maleza. Aquí fue tal la copia de aguas que se elevaron a unas cinco cuartas por debajo de los balones de la casa de los Heredias.
Un regimiento de caballería acuartelado en la Carrera tuvo que sacar los caballos a nado para salvarlos.
Toda aquella Acera del Darro padeció muchísimo. Se llevó los pretiles del Puente de Castañeda, se subió hasta el piso principal de la casa contigua a él, llevándose la botica. Se dice que hay mucha gente ahogada dentro y fuera de sus casas; y en fin no es para este momento el hacer celebración individual de lo que ha pasado, porque tampoco se sabe todo. La tormenta continúa aún con una noche muy tenebrosa encima de nosotros. Genil también ha salido de madre y ha hecho daños. Entre él y el Darro se cree que han causado a la vega millones de pérdidas”.
Las consecuencias de años siguientes
En días siguientes, la prensa de Madrid fue concretando algunos datos. Lo primero fue minorar el número de muertos de que se habló, ya que los rumores por la ciudad calculaban que fueron varias decenas los ahogados en sus casas y/o arrastrados por la corriente. El 4 de julio, se publicó que los muertos habían quedado en una docena. Y que al inundarse también la Alhóndiga de Granos se había causado gran daño a las reservas de harina.
Finalmente, para tranquilizar a la población, el gobernador civil publicó una carta en el Boletín Oficial de la Provincia (13 de julio) informando que se había dirigido a la reina regente solicitando compasión y ayuda para reconstruir la ciudad y ayudar a las familias que se habían quedado sin medios de vida. Recordaba que el Ayuntamiento y la Intendencia también estaban arruinados. Finalmente, el número de personas fallecidas quedó fijado en cuatro
El Eco del Comercio (día 6 de julio) añadió algunos datos complementarios: la duración del aguacero fue de sólo seis minutos; puertas y armazones de casas y tiendas fueron arrancados; sólo había habido dos ahogados, una madre y su hijo; apareció el pillaje y los robos, de manera que la milicia urbana tuvo que afanarse para controlar a los ladrones y hambrientos; insistía en que la culpa fue por el atasco de la bóveda de Santa Ana y que las tres casas que había encima estaban denunciadas por ruina desde hacía años; el número de caballos y burros ahogados en las posadas de Mesones los cifró en 24.
Finalmente, para tranquilizar a la población, el gobernador civil publicó una carta en el Boletín Oficial de la Provincia (13 de julio) informando que se había dirigido a la reina regente solicitando compasión y ayuda para reconstruir la ciudad y ayudar a las familias que se habían quedado sin medios de vida. Recordaba que el Ayuntamiento y la Intendencia también estaban arruinados. Finalmente, el número de personas fallecidas quedó fijado en cuatro (dos mujeres, un hombre y un niño).
Los obreros municipales estuvieron trabajando durante casi dos años en la reconstrucción de pretiles, retirada de escombros, lodo y limpieza de la ciudad. El cabildo estudió la posibilidad de reconstruir la fuente de las Ninfas en el mismo lugar y con las mismas características que tenía. Aunque lo más urgente fue limpiar los fondos de la bóveda arenada y continuar haciendo lo mismo todo el Darro abajo hasta la desembocadura en el Genil. Fue una ocasión que se aprovechó para profundizar el cauce. Aunque por aquellas fechas ya se comenzaba a pensar en continuar la bóveda del Darro desde Plaza Nueva hacia abajo (Como finalmente se hizo entre 1854 y 1884).
Pero en 1835, las pocas piedras que quedaron de la fuente de las Ninfas repartidas por Plaza Nueva fueron apiladas a la entrada de la iglesia de Santa Ana (donde hoy está el pilar del Toro) en espera de volver a reconstruirla. La intención era ésa.
Este pilar de las Ninfas había sido construido por la ciudad en 1590-3. Su traza y ejecución se atribuyen a Juan de la Vega y Alonso Hernández, canteros de la Catedral. Se trataba de una fuente monumental del estilo del Pilar de Carlos V, aunque medio siglo más joven. Tenía diez metros de ancha por ocho de alta; nos podemos hacer una idea de cómo era a través de los grabados que adjunto. Tanía una enorme pila a la que vertían agua varios caños y las dos ninfas desde sus pechos. La remataban dos arcos por los extremos y la adornaba un león y el escudo real o de la ciudad. Una verdadera preciosidad que remataba las vistas de Plaza Nueva. Pero entre la fuente y las casas no dejaban ver la perspectiva de la iglesia.
Tras darle muchas vueltas, la fuente de las Ninfas monumental nunca fue reconstruida. El tramo del río descubierto entre el puente de Santa Ana y la fuente fue rodeado de una sencilla barandilla metálica, hasta que también fue embovedado en 1880 para darle la conformación actual.
Aquel desastre tormentoso de 1835 fue el pretexto para iniciar una seria de profundísimas reformas de las tres plazas contiguas que han dado a la zona la configuración actual, y que se prolongaron hasta 1944. La fuente de las Ninfas tuvo una hermana pequeña, modesta, que fue colocada primero donde estuvo la original y después se ha ido moviendo hasta el lugar que ocupa actualmente.
El origen de Plaza Nueva y sus reformas
En el origen, es decir, en tiempos nazaritas, el tramo de río entre el puente del Cadí (posterior Santa Ana) y el de los Barberos (también llamado del Baño de la Corona o Leñadores, que unía Elvira con Cuchilleros), era una simple rivera como el resto de márgenes del Darro. No obstante, en el ensanche que propiciaba el principio de calle Elvira se situaba un ensanche llamado del Hatabbin, por llamarse así la mezquita de la zona (posterior iglesia de San Gil).
En 1499 se ensanchó el puente de los Barberos con otro arco al lado de 1,9 metros. El fin era poder comunicar mejor las dos márgenes del Darro. Se puede decir que este fue el comienzo del embovedamiento del Darro.
La ciudad musulmana carecía por completo de plazas o espacios públicos en sus zonas interiores. Pero a los cristianos sí les gustaba tenerlas. Por eso, en 1505 se planteó la necesidad de ampliar la plaza del Hatabbín (zona próxima a calle Elvira) y comenzar a cubrir el río con una bóveda para ganar espacio. En 1506, Fernando el Católico concedió permiso y aportó medio millón de maravedíes para comprar casas, solares y empezar las obras.
1611. La plataforma de Vico nos separa claramente los tres espacios en que se dividía la actual Plaza Nueva. Con la V se ve aún marcada la iglesia de San Gil. La Z es el puente del Cadí o de Santa Ana.
1862. Esta foto la hizo Cliford con motivo de la visita de Isabel II. Se ve la casa que estrechaba la entrada a la Acera del Darrro y un trozo de barandilla donde estuvieron las casas y la fuente de las Ninfas.
1868. Iglesia de San Gil, principio de calle Elvira y las casas pegadas a la parroquia. Este espacio conformaba la placeta de San Gil.
1831. Plano de Bertuchi. Las líneas y espacios se mantenían todavía intactos.
Alineación de Plaza Nueva hacia mediados del siglo XIX, antes de que comenzaran los proyectos para dar uniformidad a la línea recta.
Proyecto de realineación de las tres plazas ya unidas, de 1872, donde imperaría la línea recta, La fuente actual de las Ninfas se colocó primero frente a la Chancillería, pero después se recolocó en el lugar actual.
Aquel primer embovedado del río alcanzó hasta la Cuesta de Gomérez. Fue la primera plaza mayor que tuvo Granada, mientras también se empezaba a pensar en ordenar Bibarrambla como segunda plaza de la ciudad. Los granadinos dejaron de llamar a la zona plaza del Hatabbín y comenzaron a llamarla Plaza Nueva.
Pero no contentos con aquel primer embovedado o “puente ancho” de poco más de 70 metros, para 1513 pensaron alargar el embovedado un poco más arriba, hasta las inmediaciones de la mezquita de la Almanzora (actual iglesia de Santa Ana). Y así fue cómo embovedaron otros cincuenta y tantos metros, hasta lo que era la esquina del hospital. Enfrente comenzó pronto la construcción de la Real Chancillería (1525), con lo cual el ensanche fue aún mayor. Ahora sí que había motivo para llamar a la zona Plaza Nueva, especialmente la parte alta, pues la baja todavía se asociaba a placeta de San Gil. El lugar pasó de ser inmundo a sitio atractivo para la aristocracia y oidores de la futura sede judicial. La Carrera del Darro y calles adyacentes comenzaron a llenarse de palacetes.
Plaza Nueva debió ser durante la primera mitad del siglo XVI el único espacio de la ciudad al que se podía llamar verdaderamente con ese nombre. En el primer plano-dibujo de la ciudad (del libro Grandezas de España, de Pedro de Medina, 1549) es la única plaza que aparece como central de toda Granada, embovedada y con el Darro pasando bajo ella. Curiosamente, ya aparece una fuente colocada sobre el inicio de la bóveda del Darro, señal indicativa de que antes que la fuente de las Ninfas ya debió haber otra mucho más sencilla colocada en el lugar.
La ciudad de Granada no sufrió grandes cambios urbanísticos hasta que llegó la época de las desamortizaciones y alineaciones tan de moda a partir del segundo tercio del siglo XIX
La ciudad de Granada no sufrió grandes cambios urbanísticos hasta que llegó la época de las desamortizaciones y alineaciones tan de moda a partir del segundo tercio del siglo XIX. El arquitecto José Contreras fue el primero en proponer, en 1861, la conversión de este espacio en una plaza de fachadas lo más rectilíneas posible. Ya he dicho antes que esta concatenación de tres placetas (San Gil, Plaza Nueva y Santa Ana) tenía unos perfiles muy abigarrados. Había que convertirlo todo en línea recta.
Ya con la supresión de iglesias de 1842 se había barajado la idea de demoler la iglesia de San Gil para dar mayor amplitud a la zona. Pero alrededor de la iglesia había pegadas trece viviendas que también habría que demoler. La mejor ocasión llegó en la ola anticlerical de la Revolución de 1868, cuando se decidió echar abajo la iglesia. Y con ella todas las casas anejas. El edificio religioso cayó en un santiamén. Los arquitectos elaboraron varios proyectos de realineación de esta fachada Norte, el más ambicioso de todos consistente en prolongar la línea de fachada de la Real Chancillería.
En la fachada de enfrente también se eliminaron los salientes y entrantes, los soportales y adarves, hasta conseguir la línea recta entre Cuchilleros y Gomérez.
El tramo de río entre el puente del Cadí o Santa Ana y la desaparecida de fuente de las Ninfas fue embovedado en 1880, tal como indica la clave del arco. Se alzó bastante la rasante de la bóveda y la plaza para evitar que las avenidas taponaran los puentes tan bajos.
Pero habría que esperar todavía hasta 1941-4 para rematar Plaza Nueva y darle el aspecto rectilíneo actual. Fue Gallego Burín quien trasladó el Pilar del Toro hasta la placeta de Santa Ana y retranqueó la fachada del Hospital antiguo para convertir el edificio en sede de juzgados. Con la obra desaparecieron definitivamente los miradores que un día tuvo este hospital; también las dos esquinas que daban a la Cuesta de Gomérez.
En la reforma de finales del siglo XIX se acordaron que antes hubo una fuente monumental separando las plazas de Santa Ana y Plaza Nueva. En su lugar colocaron efímeramente una fuente de dos tazas. Esta fuente es la que preside actualmente la parte baja de Plaza Nueva, que lleva también el nombre de fuente de las Ninfas y ha recolocada tres veces.
Ya que no llegaron a reconstruir la fuente levantada en 1590 y destruida por la tormenta de 1835, al menos queda el nombre. Pero sin ninfas que arrojen agua por sus senos. Aunque no tiene tanto atractivo como la anterior.
Guía de Granada, de Manuel Gómez Moreno.
Guía de Granada, de Gallego Burín.
Plazas y paseos de Granada, de Fernando Acale Sánchez (Eds. Atrio y Universidad de Granada), muy recomendable.