De paraguas morado
No acostumbro a llevar paraguas. Casi siempre llueve a ratos y cuando cae la de dios me suele ir bien refugiarme en un sitio más estable. Ayer por la mañana estaba en una concentración en medio de una plaza, la de las batallas, y llovía. Un toldo hubiera venido bien pero descubrí que no llevar algunas cosas abre parcelas de intercambio. Costaba estar debajo del paraguas de Lola Fernández, no paraba de moverse, como en pequeños zigzags departía para un lado y para otro teniendo claro su propio movimiento. María Andrade lo sujetaba con determinación en una perfecta perpendicular, me atrevería a decir que tan firme como su postura, que no se movió durante el rato que estuve debajo de su paraguas. Cristina Prieto lo apoyaba en diferentes momentos sobre su hombro, algunas gotitas me caían por el pelo, pero cuando se movía me avisaba. Rosa María Calaf estaba a punto de cerrarlo cuando me metí debajo, no sé explicarlo muy bien, creo que es de las que se le olvidan a menudo los paraguas en los paragüeros.
El día abrió, y en la mesa apenas éramos siete. Mujeres periodistas hablaban de sus propias vidas, de su trabajo. De esas empresas en las que trabajaron. De esos jefes que las acosaron. A medida que la comida avanzaba me estaba dando cuenta de que probablemente ese día almorzaba con heroínas. No contaban la vida de otros, narraban su historia con una capacidad comunicativa abrumadora, pero luego resultaba que tenían hijos y mientras entrevistaban a fulanito o escribían sobre lo del momento ocurrían atrocidades. Les acosaban.
Mujeres de paraguas morados que algunas llevaban a sus espaldas cuarenta años de trabajo. Necesitamos de todas las generaciones vivas para entender. Porque ellas han sido el paraguas de todo. Me pregunto qué tipo de pancarta deberíamos llevar, cuál sería su mensaje, su tipografía. Me pregunto por su tejido. Me pregunto si el papel de un periódico no es suficiente pancarta o las hojas de cualquier libreta. Me pregunto si de verdad hay que recordarle a una parte de la humanidad lo que sencillamente en cualquier cole nunca te hubieran enseñado que es bueno. Me pregunto si de verdad tenemos que perder tiempo, ese que desde el momento de nacer nos es absolutamente limitado, en explicar lo que no estamos dispuestas a permitir. Mire usted: que no. Que el paraguas morado lo sujetamos todos, que el tiempo se nos va, que no hay más suma que el amor. Y que ya está bien hombre, que ya está bien.