¡Muera la Bula, viva la gula!
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Sólo los españoles tuvimos el privilegio divino (previo pago de su importe) de burlar los pecados de la carne mediante la compra de la Santa Bula de Cruzada, durante 483 años
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define el término bula como “documento pontificio relativo a materia de fe o de interés general, concesión de gracias o privilegios o asuntos judiciales o administrativos, expedido por la Cancillería Apostólica…” Más explícitamente, la bula de Santa Cruzada era en la que los romanos pontífices concedían diferentes indulgencias a los que iban a la guerra contra los infieles o contribuía a los gastos con limosnas.
Empezó como una bula temporal de un año ─como lo fueron todas las anteriores─; después fue renovada constantemente y su vigencia se prolongó hasta el año 1965. Fue un privilegio espiritual del que sólo nos beneficiábamos los que formábamos parte del imperio de la Corona española
Aunque el origen de las bulas puntuales de cruzada se remonta al siglo XI, cuando los papas prometían perdones y salvaciones a los primeros guerreros que fueron a Tierra Santa, la que más nos interesa por su larguísima permanencia es la bula de Santa Cruzada. La que concedió el papa Sixto IV a los reyes Isabel y Fernando para iniciar la definitiva conquista del reino musulmán de Granada. Empezó como una bula temporal de un año ─como lo fueron todas las anteriores─; después fue renovada constantemente y su vigencia se prolongó hasta el año 1965. Fue un privilegio espiritual del que sólo nos beneficiábamos los que formábamos parte del imperio de la Corona española. Obviamente, también los únicos cristianos de la tierra que podíamos adquirir esos privilegios mediante el sacrificio de la guerra o la aportación en dinero.
La Bula que pagó la Toma de Granada
La existencia de las bulas papales se remonta al siglo XI, cuando Roma alentaba la construcción de iglesias y monasterios con la promesa de recompensas celestiales. Es decir, ofrecían la salvación del alma tras la muerte a cambio de un esfuerzo en la tierra. El buen cristiano que aceptaba o tomaba la bula ofrecía a cambio su trabajo y su dinero. A principios del XII, con el inicio de las marchas a Jerusalén, apareció la bula de Cruzada; prometían la salvación a quienes muriesen en la guerra o aportasen dinero para financiarla.
Pero no fue hasta el arreón definitivo de 1482 cuando los Reyes Católicos decidieron solicitar al papado una bula duradera hasta que acabasen de conquistar Granada
En el caso del territorio hispano, las primeras bulas de cruzada las emitió el papa Urbano II a los condes de Barcelona (1089) para arrebatar Tarragona a los musulmanes; siguieron las bulas de Gelasio II para que Alfonso el Batallador de Aragón emprendiese la conquista de Zaragoza (1118); la de las Navas de Tolosa (1212). La primera bula general para todos los reinos cristianos de Hispania fue dada por Clemente IV en 1265 para que los reyes de Castilla y Aragón arremetiesen contra los reinos musulmanes de Al-Andalus y Murcia.
Los reyes Isabel y Fernando recurrieron a aquel extraordinario mecanismo de financiación de sus guerras para sus campañas de 1478, 1479 y 1481. Pero no fue hasta el arreón definitivo de 1482 cuando decidieron solicitar al papado una bula duradera hasta que acabasen de conquistar Granada.
Una tercera parte de los ingresos se los reservaba el Papa para pagar su guerra contra los turcos y obras en Roma; y el resto del dinero vendría al frente de guerra de Granada
La decisión de los RR CC de pedir una nueva bula de cruzada la tomaron tras la contraofensiva de Boabdil con la recuperación de Zahara el 26 de diciembre de 1481. La respuesta inmediata cristiana se dirigió en dos sentidos: adentrarse para tomar Alhama y buscar una sólida base económica con que financiar una guerra final que se presumía larga y costosa. La solución fue recurrir, una vez más, al Papa mediante el Acuerdo de Córdoba. Aquel trato consistió en que el papa Sixto IV impondría a todos sus feligreses de los reinos peninsulares un añadido para la guerra; y, además, dictaría una bula especial para la conquista de Granada. Una tercera parte de los ingresos se los reservaba el Papa para pagar su guerra contra los turcos y obras en Roma; y el resto del dinero vendría al frente de guerra de Granada. Nunca hasta entonces el Papado había exigido dinero por conceder una bula. Los reyes españoles callaron el elevado porcentaje que les sacó Roma a cambio de dar su apoyo al sistema recaudatorio.
La que se llamó Gran Bula de Cruzada 1482 fue firmada en agosto de ese año. Aunque los reyes hispanos se habían adelantado tomando créditos de genoveses y prestamistas judíos a cuenta. Aquella bula especial para acabar con los restos musulmanes del occidente europeo llevó por nombre latino Ortodascue fidei. Su detallada redacción estuvo influida por el cardenal Mendoza. Es una de las bulas de cruzada más complejas.
Aquellas bulas solían tener un periodo de vigencia máximo de dos años; pero los Reyes Católicos consiguieron continuas renovaciones del siguiente papa (Inocencio VIII, 1484-92) hasta la total desaparición del reino nazarita granadino
Aquellas bulas solían tener un periodo de vigencia máximo de dos años; pero los Reyes Católicos consiguieron continuas renovaciones del siguiente papa (Inocencio VIII, 1484-92) hasta la total desaparición del reino nazarita granadino.
La primera bula para conquistar Granada empieza reconociendo que la guerra ya ha comenzado contra el infiel andalusí. Como los recursos para tan magna campaña no les alcanzaban a Isabel y Fernando, el Papa invita ─presiona es más acertado─ a todos los cristianos de España para que colaboren con sus cuerpos y sus dineros a conseguir la expulsión de moros. A cambio, se concede indulgencia plenaria (la salvación total del alma), tal como la ganaban los peregrinos que por entonces se atrevían a visitar Jerusalén o las basílicas jubilares de Roma.
Ganarían la indulgencia todos los que tomaran parte en la guerra de manera personal; quienes no pudieran hacerlo, podían pagar a otro para que guerreara en su lugar
En la práctica, la Bula de Santa Cruzada de Granada implicaba a todos los reyes de los reinos peninsulares. Ganarían la indulgencia todos los que tomaran parte en la guerra de manera personal; quienes no pudieran hacerlo, podían pagar a otro para que guerreara en su lugar. Los demás deberían aportar su oro: los pueblos y conventos sostendrían a un combatiente por cada diez vecinos o religiosos. Cada poderoso aportaría dinero en función de su potencia: diez florines por cardenal, obispo, hijos de reyes, condes, marqueses, duques, hidalgos, etc. La primera en dar ejemplo fue la reina Isabel, que compró un buleto (o buleta) por 100 florines aragoneses (el equivalente a unos 350 gramos de oro).
También se prometía la indulgencia a aquellos profesionales auxiliares que se ofrecieran a participar en la guerra: médicos, boticarios, sastres, artificieros, mercaderes proveedores, enfermeras, predicadores entre soldados, confesores, zapateros, cocineros, etc. Todos ellos salvarían sus almas; llegado el momento de su muerte, tendrían derecho a sepultura eclesiástica.
Aquella venta masiva de privilegios con el pretexto de la Guerra de Granada consiguió recaudar una cifra fabulosa, por encima de los 400.000 ducados. Fue una cantidad muy alta, pero insuficiente para los diez años de guerra
Aquella venta masiva de privilegios con el pretexto de la Guerra de Granada consiguió recaudar una cifra fabulosa, por encima de los 400.000 ducados. Fue una cantidad muy alta, pero insuficiente para los diez años de guerra (1482-92). Por eso hubo que ir renovando la Bula en años siguientes, con “rendimientos” aún mayores.
La experiencia más importante que surgió de aquella Gran Bula de Granada fue el enorme esfuerzo organizativo y de administración que hubo que poner en marcha. Calcular y recaudar tanto dinero requirió de una estructura administrativa que estuviese extendida por todos los territorios peninsulares. Y medianamente formada. Ahí se echó mano a la Iglesia para que con sus cardenales, arzobispos, obispos, deanes, capellanes, canónicos, sacerdotes y beneficiados se hicieran cargo de recaudar. La Corona puso la Iglesia a su servicio como instrumento recaudatorio.
Fueron habilitadas casas de la bula o habitaciones de la bula en los obispados y ciudades más importantes. Eran las oficinas recaudadoras
Fueron habilitadas casas de la bula o habitaciones de la bula en los obispados y ciudades más importantes. Eran las oficinas recaudadoras. La estructura de administración tuvo a su cabeza a un comisario general de cruzada, cargo que recayó en la figura del cardenal primado de Toledo. De forma piramidal iban descendiendo los escalones hacia los obispados, arciprestazgos y parroquias. Se contó con una formidable plantilla de predicadores, tanto de curas diocesanos como de frailes de monasterios y conventos. Había que reunir al pueblo y convencerles de que era imprescindible su colaboración para recaudar el dinero que se les pedía. Cada uno debería aportar según sus posibilidades. La recaudación por las bulas de cruzada generó una gran tarea de libros de apuntes y contabilidad; absolutamente todas las aportaciones eran anotadas en esos libros bulares.
Después de la Toma de Granada ¿Qué?
La última vez que fue renovada la bula para conquistar Granada fue el 1 de octubre de 1491. A los dos meses se entregó Boabdil. Durante una década los Reyes Católicos habían descubierto una veta de oro para financiarse con la venta de bulas de Santa Cruzada. Durante la guerra de 1482-92 había sido prácticamente imprescindible recurrir a este método de recaudación, por el problema puntual por el que fue dictada. Pero a partir de 1492 ya no existía el pretexto de la guerra santa.
A pesar de eso, los monarcas le tomaron el gustillo a esta manera tan fácil de conseguir dinero de sus súbditos. A base de vender miedo
A pesar de eso, los monarcas le tomaron el gustillo a esta manera tan fácil de conseguir dinero de sus súbditos. A base de vender miedo. Aunque la fórmula era totalmente voluntaria a partir de entonces; pero las recompensas espirituales y morales que ofrecía a los cristianos eran muy atractivas. Se dibujaba como estigmatizado o precondenado al infierno a aquel que no la comprase. Tanto en su estancia terrenal como tras la muerte.
Por eso, los monarcas volvieron a solicitar nuevas bulas a los papas correspondientes, en los años 1503 y 1505 (Pío II y Julio II); los pretextos fueron financiar las conquistas de África y nuevas guerras abiertas en las posesiones de Italia y Sicilia que mantenía el Reino de Aragón.
El papado de inicios del XVI no era ya tan reticente a conceder bulas a cada momento que le eran solicitadas. También entendió el beneficio que les reportaba, pues una parte iba a parar a las obras que se iniciaban con la construcción de la Basílica de San Pedro y ciudad del Vaticano. Todos los monarcas españoles que gobernaron el siglo XVI estuvieron prestos a seguir el ejemplo de sus mayores. Hasta que llegamos a 1573 en que el papa Gregorio XIII emitió una bula de cruzada para los españoles; ésta fue la que continuó renovándose de manera ininterrumpida, en términos muy similares, hasta su desaparición con el Concilio Vaticano II (1965).
Paradójicamente, no se comprende cómo a esa bula se la continuó llamando Bula de la Santa Cruzada en España, cuando su recaudación no iba encaminada a financiar ninguna cruzada
Paradójicamente, no se comprende cómo a esa bula se la continuó llamando Bula de la Santa Cruzada en España, cuando su recaudación no iba encaminada a financiar ninguna cruzada. Al menos de tipo guerrero. Los predicadores buscaron nuevos argumentos para venderla a los católicos como una cruzada contra el pecado y los infieles.
A finales del siglo XVI la bula de cruzada y toda su parafernalia quedó institucionalizada como uno de los eventos o tradiciones más importantes del calendario eclesiástico español. Y por español hay que entender también el resto de los territorios europeos, americanos, filipinos y africanos que formaron parte del imperio. Los católicos españoles fuimos los únicos que gozábamos de los privilegios especiales de la santa bula de cruzada.
No sólo existió la bula de vivos, la explicada hasta ahora para financiar las guerras. Inventaron varios modelos más, según sus fines
No sólo existió la bula de vivos, la explicada hasta ahora para financiar las guerras. Inventaron varios modelos más, según sus fines. Seguía la bula de lacticinios (surgida en 1625), que era sólo destinada a ser adquirida por miembros de la Iglesia para que pudiesen comer huevos, leche y derivados durante días de prohibición. La bula de difuntos era una dispensa que compraban los parientes de un difunto para sacarlo del purgatorio y pasar en un santiamén al estado de bienestar en el cielo. La bula de composición era una autorización papal y real para legalizar posesiones o sisas (tierras o casas) cuya tenencia era de dudoso origen; mediante el pago de 12 reales quedaba legalizada la propiedad de los bienes.
Saqueo de fieles e infinidad de abusos en el XVI
Aunque la maquinaria recaudadora correspondía a la Iglesia, la titularidad de la bula era del rey. El monarca la convirtió muy pronto en un mecanismo extraordinariamente ágil y fácil para financiarse. Ya en el año 1513 el rey empezó a vender por anticipado su recaudación a asentadores y banqueros. Los fiadores anticipaban toda la recaudación prevista y se quedaban con un interés importante de lo que recaudaba la estructura de la iglesia, normalmente el 8% del precio de cada buleto.
Sabemos que tan sólo el año de la Toma de Málaga (1487) fueron recaudados 800.000 ducados (el equivalente a 2.880 kilos de oro)
La bula de cruzada emitida durante los diez años que se prolongó la guerra contra el Reino de Granada recaudó grandes cantidades, sobre todo por la novedad y el convencimiento que mostraba la población ante el buen empleo de su dinero. Sabemos que tan sólo el año de la Toma de Málaga (1487) fueron recaudados 800.000 ducados (el equivalente a 2.880 kilos de oro). Los años siguiente fueron descendiendo las cantidades recaudadas.
Las cifras de recaudación siguieron muy elevadas durante todo el siglo XVI. Los libros de contabilidad de la bula de cruzada cifran en 300.000 ducados la recaudación del año 1513; durante el reinado de Juana I y su padre Fernando se recaudaba una media de 166.600 ducados/año. Ya en el reinado de Carlos V, vendía su recaudación a asentadores de Burgos y Valladolid por 420.000 ducados el trienio. La cantidad fue subiendo de manera que cuando empezó a reinar Felipe II la recaudación de la bula ya iba por 755.000 ducados (en el trienio 1555-57).
Valoraba el embajador veneciano Gaspar Contarini que los Reyes Católicos difícilmente hubiesen conseguido acabar con el Reino Nazarita de Granada de no haber sido por la venta de bulas basadas en el temor de los españoles a arder eternamente en el infierno
Como se ve por las cifras, la bula de cruzada fue una ayuda muy grande y presta para salvar las cuentas de la monarquía española a partir de los Reyes Católicos. Valoraba el embajador veneciano Gaspar Contarini que los Reyes Católicos difícilmente hubiesen conseguido acabar con el Reino Nazarita de Granada de no haber sido por la venta de bulas basadas en el temor de los españoles a arder eternamente en el infierno. Y añadía el italiano que la mayoría de españoles las tomaba forzados por el miedo.
En buen número de Cortes convocadas en el siglo XVI se recogieron quejas y denuncias de ciudadanos por la presión que recibían de curas y frailes. Los predicadores obligaban a escuchar sus arengas y predicaciones a los parroquianos de las iglesias; algunos preferían comprarlas a regañadientes antes que seguir perdiendo días de trabajo por sermones obligatorios. Amenazaban a la gente con la excomunión y arder eternamente en el infierno; recurrían a milagros fingidos; falsificaban las traducciones al castellano prometiendo premios espirituales que no eran ciertos; fijaban fechas exactas para sacar a difuntos del purgatorio y llevarlos al paraíso; vendían bulas desfasadas que hacían pasar por modernas, pues casi nadie sabía leer; a los pobres le sacaban ropas o animales a cambio de un papel; llegaron a vender incluso bulas orales. Se desató la codicia por el dinero y si un cura prometía 1.000 años de indulgencia, el predicador de al lado elevaba la cifra escandalosamente hasta 30.000.
Los vendedores de bulas llevaban un porcentaje del 2% de las ventas legales y controladas por la Iglesia. De ahí tanto ahínco por vender cuantas más, mejor
Los vendedores de bulas llevaban un porcentaje del 2% de las ventas legales y controladas por la Iglesia. De ahí tanto ahínco por vender cuantas más, mejor. El pueblo, ante tanta presión y angustia, inventó el término “echacuervos” (algo así como sembrador de miedos).
Obispos, papas y reyes estuvieron perfectamente informados de tanto abuso. Algunos pontífices llegaron a suspender bulas para frenar escándalos; el primer papa en intentar la supresión de la bula de cruzada española fue Pío IV (1559.65); no lo consiguió. Al menos San Pío V puso pie en pared a tanto desenfreno con su profunda reforma del clero. Pero, por lo general, los monarcas no combatían aquella corrupción porque anteponían sus ingresos.
Se generalizó que comerciantes y tenderos sisaran por norma a sus clientes, también sabedores que con la compra de un buleto se iban a librar de arder eternamente en el infierno
El Concilio de Trento constató que tanto abuso abocó a relajación de los fieles y corrupción de las costumbres cristianas. Se hizo práctica habitual de los españoles cometer hurtos con la confianza de que serían reparados si se compraba una bula de composición; era mucho más barata que pagar derechos reales o multas. Se generalizó que comerciantes y tenderos sisaran por norma a sus clientes, también sabedores que con la compra de un buleto se iban a librar de arder eternamente en el infierno.
Era tanto el temor y el odio que el pueblo había tomado a los abusadores de la venta de bulas que el peor insulto que se podía proferir contra alguien en la segunda mitad del XVI era “bulero” (era un sinónimo de echacuervos). Y de bulero derivó en fulero tan andaluz.
Ampulosidad de la predicación en Granada
El siglo XVII empezó en Granada con gran ampulosidad, boato y parafernalia en todo lo referido al recibimiento y predicación de la Santa Bula de Cruzada. El mecanismo empezaba cada mes de enero con la renovación de la bula por el Papa. El privilegio original era un documento vistoso que se entregaba al Comisario general de la Bula; éste era el cardenal primado de Toledo. Seguía con la remisión de copias a cada uno de los obispos del imperio español.
La bula anual hacía su entrada en Granada a través de la parroquia de San Gil, situada al final de la calle Elvira. Era así porque allí se hallaba ubicada la Congregación de las Ánimas del Purgatorio
La bula anual hacía su entrada en Granada a través de la parroquia de San Gil, situada al final de la calle Elvira. Era así porque allí se hallaba ubicada la Congregación de las Ánimas del Purgatorio. Unos días antes de que empezara la cuaresma, hacia el domingo de septuagésima, era trasladada en solemne procesión hasta la Catedral. Solía portar el documento el arzobispo, enmarcado o extendido para que lo vieran los fieles; casi siempre se hacía cubriéndola bajo palio, como si se tratada de la Custodia o el Santo Sacramento. Después quedaba expuesta en lugar preferente del altar.
Había comenzado un proceso de reparto por capilaridad hacia las parroquias y conventos de la diócesis. Se imprimían copias de la matriz para exponerlas en las iglesias y se hacían miles de pequeños recibos llamados buletos. Los párrocos habían recibido instrucciones precisas de la forma de proceder a venderlas. Había que predicar los beneficios que reportarían para los compradores de aquellos privilegios. Incluso grandes frailes oradores de conventos se desplazaban hasta los pueblos y aldeas a dar explicaciones.
Y como donde se mueve dinero también se atrae a falsificadores y engaños, no fueron pocos los casos que se dieron de pillos que imprimían falsos buletos y recorrían pueblos y aldeas intentando venderlos
Para la administración de lo recaudado por el sistema de bula se montó una oficina administrativa que lo controlaba todo. Desde la impresión y contabilidad de los buletos hasta las anotaciones de los ingresos. Había una especie de oficina recaudatoria.
Y como donde se mueve dinero también se atrae a falsificadores y engaños, no fueron pocos los casos que se dieron de pillos que imprimían falsos buletos y recorrían pueblos y aldeas intentando venderlos. Se hacían pasar por párrocos y frailes predicadores. Hubo alguno pillado in fraganti y relajado en auto de fe.
Comprar la bula anual llevaba acarreado el permiso para poder comer alimentos prohibidos por la Iglesia en determinados días
La compra de una bula por un fiel tenía un precio. Oscilaba en función de la capacidad económica que tuviese cada uno. A los más pobres se les eximía de adquirirlas, pero también se les negaban la mayoría de los privilegios. Comprar la bula anual llevaba acarreado el permiso para poder comer alimentos prohibidos por la Iglesia en determinados días. El canon 1.252 establece, a nivel general, que se debe guardar ayuno y abstinencia de comer carne el miércoles de ceniza, los viernes y sábados de cuaresma; los miércoles, viernes y sábados de las cuatro témporas, las vigilias de pentecostés, la Inmaculada, día de los Santos y Navidad. También había que guardar ayuno todos los días de cuaresma y abstinencia todos los viernes del año.
Aquellos que compraran la bula de cruzada y el indulto de ayuno y abstinencia podían saltarse el anterior precepto de comidas, excepto el viernes santo, la vigilia de la Asunción y la vigilia de Navidad
Aquellos que compraran la bula de cruzada y el indulto de ayuno y abstinencia podían saltarse el anterior precepto de comidas, excepto el viernes santo, la vigilia de la Asunción y la vigilia de Navidad.
Fue tal el arraigo que tuvo la Santa Bula de Cruzada en Granada que las crónicas anuales de los Anales del Henríquez de Jorquera empiezan con la recepción del privilegio y su procesión por la ciudad. Menciona esta importante festividad local nada menos que cuarenta y cuatro ocasiones.
Decaimiento a partir de 1810
La fiesta de la bula quedó institucionalizada y generalizada en Granada hasta el año 1810. Era una fiesta religiosa más. Aceptada y asumida por la generalidad de la población; hasta el punto de que gente muy pobre pedía prestado o compraba la bula a plazos para poder gozar de ese privilegio divino. Solamente empezaron a aparecer pequeñas críticas en pensadores de la Ilustración, inspirados por escritores y filósofos centroeuropeos. El primer problema serio que hubo con la Santa Bula de Cruzada ocurrió en el año 1810, durante la ocupación francesa. El obispo Moscoso y Peralta procedió a publicarla (28 de febrero de 1810, desde su retiro en el campo) y repartirla como siempre. Pero los franceses esperaron a que empezaran a llegar las monedas y se las apropiaron. Aquel robo echó para atrás a los granadinos y los años 1811 y 1812 hubo muchísima menor compra de bulas. El periodo de adquisición de buletos se abría en febrero y se cerraba a finales de septiembre de cada año.
El siguiente contratiempo surgió en noviembre de 1820, con el inicio del Trienio Liberal. Los gobernantes anticlericales enviaron una circular a los ayuntamientos ordenándoles que la recaudación de la bula se hiciera como siempre, pero el dinero recaudado no debían darlo a las parroquias y predicadores, sino que serían ingresados obligatoriamente en la contaduría pública (la hacienda de entonces).
La Iglesia se quedó sin buena parte de sus ingresos y dejó de ser el principal instrumento recaudador de la Corona: hasta entonces lo hacía con la recaudación del diezmo eclesiástico y con la Santa Bula de Cruzada
La historia de la Santa Bula de Cruzada dio un cambio radical a partir del inicio de las desamortizaciones en 1835. La separación casi total de la Iglesia y el Estado llevó al primero a incautarse de buena parte de los bienes, rentas y censos con que financiaba la segunda. Además, ya empezaba a existir una administración pública capaz de recaudar para el Estado. Y, por si fuera poco, estaba creciendo el anticlericalismo en buena parte de la sociedad española. La Iglesia se quedó sin buena parte de sus ingresos y dejó de ser el principal instrumento recaudador de la Corona: hasta entonces lo hacía con la recaudación del diezmo eclesiástico y con la Santa Bula de Cruzada.
La secularización de la vida y la pérdida del miedo a arder eternamente en el infierno contribuyeron a la merma de recaudación
A partir de Concordato de 1851, la bula dejó de ser una renta para el Estado. Cedió todos los ingresos de la Bula para la Iglesia. Pero ya eran entradas en caja que cada vez mermaban más. La Iglesia dejaba de ser poderosa económicamente al despojarla de tantos bienes acumulados durante siglos. En los procesos revolucionarios de 1848 ya empezaron a oírse los primeros gritos de “Muera la Bula”. La secularización de la vida y la pérdida del miedo a arder eternamente en el infierno contribuyeron a la merma de recaudación. Fue el momento en que el papa Pío IX se planteó si suprimirla o seguir con ella para financiar a la Iglesia española; al final la mantuvo sólo con la finalidad de usar su dinero con fines píos y sostenimiento del culto eclesiástico.
Las presiones contra la bula se incrementaron en la revolución Gloriosa de 1868 y I República. Aunque se volvió a recuperar su recaudación en 1878, con la llegada de la Restauración monárquica. A partir de finales del XIX, la Iglesia se convirtió en objeto de derribo de corrientes liberales, anarquistas, socialistas y marxistas; predicaban la completa desaparición de la venta de privilegios de tipo espiritual mediante lo que se consideraba engaños con buletos.
Al grito de “Muera la Bula” se sumaron versiones como “Muera la Bula, viva la gula” y “Vivan la gula y la lujuria”. Se estaba cocinando una sociedad nueva que deseaba romper con toda la tradición española de siglos
Al grito de “Muera la Bula” se sumaron versiones como “Muera la Bula, viva la gula” y “Vivan la gula y la lujuria”. Se estaba cocinando una sociedad nueva que deseaba romper con toda la tradición española de siglos. Desprenderse de condicionantes ideológicos ya considerados trasnochados a principios del siglo XX. Incluso el escritor Pío Baroja ─reconocido anticlerical─ se sumó a esos gritos en su novela La Busca (1904); pone en boca de su personaje Manuel Alcázar el grito “Viva la lujuria”. La guinda a la campaña para acabar con la existencia de la Santa Bula de Cruzada le llegó en la II República.
La bula de Cruzada en el franquismo
Tras diez años de merma y ausencia de promulgación de la bula de siempre, provocados por la II República y guerra civil, en 1940 volvió con toda su fuerza a ponerse en marcha el sistema de venta de bulas. Es la versión que conocieron nuestros abuelos y nuestros padres. España estaba devastada tras la guerra, las economías familiares rozaban la miseria en la mayoría de casos. Las esperanzas de regresar a tiempos de abundantes cosechas bulares no eran muchas. De ahí que el Comisario general de la Bula de Cruzada instara en sus decretos anuales a que los párrocos se afanaran en cuidar la venta de estos privilegios.
Los precios oscilaban desde una peseta para los que ingresaran menos de 5.000 pesetas al año, hasta 25 pesetas para los considerados ricos
Se establecieron unas tablas de venta de los buletos en 1940 en los que se fijaban los tramos de precios en función de los ingresos de cada uno. (Esta tabla estuvo vigente, sin alzas, hasta su desaparición en 1965). Como novedad, se extendió su venta también en colegios religiosos y otras instituciones de la Iglesia católica. Los precios oscilaban desde una peseta para los que ingresaran menos de 5.000 pesetas al año, hasta 25 pesetas para los considerados ricos. Esta tabla se publicaba en todos los boletines eclesiásticos de los obispados en los meses de enero o febrero. Eran las normas para general conocimiento; en correo aparte iban los tacos de buletos para su venta en parroquias. El buleto era un título con la descripción, normativa y dos espacios en blanco: uno para poner el nombre o familia compradora, otro para la cantidad que se aportaba.
En el franquismo se continuó dando por renovada la bula Providentia Opportuna, de Pío XII (1928). Como novedad se incluyó la salvedad de que no se obligaba a tomarla a los pobres
La aceptación teórica de las bulas en tiempos de nuestros padres fue grande. No obstante, quedaba claro que había mucha resistencia a causa de la deplorable economía. En el franquismo se continuó dando por renovada la bula Providentia Opportuna, de Pío XII (1928). Como novedad se incluyó la salvedad de que no se obligaba a tomarla a los pobres; se premiaba con una gratificación del 1% de lo recaudado a quienes colaboraban en la venta de buletos. Los obispados utilizaban aquel dinero para obras de fábrica en iglesias y reparto entre los curas para atender los cultos y obras de caridad, que eran muchas por entonces. Una muestra de que la situación económica y la respuesta de la sociedad no iba bien nos la daba un edicto del obispo Balbino Santos cuando regía la diócesis de Málaga (1946): se quejaba a sus sacerdotes de que el año anterior fueron más de un tercio de parroquias de su demarcación las que no consiguieron vender ni una sola bula.
Los católicos del franquismo que compraban una bula entendían que tenían abiertas las puertas para adentrarse libremente y sin temor de ir al infierno en el campo de la gula y la lujuria
En suma, los católicos del franquismo que compraban una bula entendían que tenían abiertas las puertas para adentrarse libremente y sin temor de ir al infierno en el campo de la gula y la lujuria. Porque por el término abstinencia también solía predicarse como prohibición de lo que se entendían otros pecados de la carne: el sexo, el alcohol, el juego, el tabaco, etc.
Aquella mentalidad propició que muchas personas cumpliesen a rajatabla esos preceptos religiosos, con bula comprada o sin ella, sólo por creencia. Se daban infinidad de casos de matrimonios que decidían “retirarse” al desierto durante cuarenta días para no caer en la tentación de la coyunda. Dormían separados. Pero también había muchos otros que se retiraban a pasar la cuaresma a cortijos o viviendas separadas; no era nada más que un pretexto para holgar a gusto con amantes o comerse unos corderos con los amigos.
Pero en la España que se había abierto al turismo en los años sesenta y a los nuevos medios de comunicación resultaba insostenible aquel anacronismo
La disciplina penitencial que pretendía inspirar la Iglesia con su Bula de Santa Cruzada hacía que los más fieles la adquiriesen convencidos y la practicaran a rajatabla. Pero en la España que se había abierto al turismo en los años sesenta y a los nuevos medios de comunicación resultaba insostenible aquel anacronismo. La venta de los buletos provocaba comentarios acerca de la gran suerte que tenían nuestros vecinos ricos para comer a boca llena y holgar a calzón quitado, gracias a sus dineros. No a su catolicidad. En cambio, los desfavorecidos se quedaban mirando con la boca abierta y sin poder llenarla. Decía mi bisabuela materna que ella no necesitaba comprar la bula para poder comer carne los viernes, pues no la comía casi ningún día de la semana y le era indiferente. Así es que “el sentido profundo de la penitencia se escapaba para muchos y afloraban en el pueblo el chiste fácil y el desconcierto” ─como valoraba el abad del Sacromonte, Juan Sánchez Ocaña─.
La procesión de la bula de los primeros años sesenta salía en Granada por la puerta del Perdón de la Catedral, daba una vuelta por los alrededores y entraba por el Sagrario. Ya con poco boato y apenas participación de fieles. Ese día previo a la cuaresma ya no era fiesta. La última fue en el año 1965, sólo dentro de la Catedral. Los periódicos locales recogieron solamente una breve notilla del acto. Aunque todavía en 1966 fueron vendidos algunos buletos en parroquias.
La última recaudación, a pesar del escaso apoyo popular, ascendió a unos 100 millones de pesetas en toda España
Pablo VI puso punto y final a 483 años de existencia de la Santa Bula de Cruzada; lo hizo con su constitución Penitemini (febrero de 1966). La última recaudación, a pesar del escaso apoyo popular, ascendió a unos 100 millones de pesetas en toda España. Acabó con el negocio redondo y exclusivo de reyes y obispos españoles, vigente como sistema recaudatorio muy engrasado desde que empezó la guerra final contra el Reino musulmán de Granada hasta prácticamente anteayer.
La política de bulas papales ya provocó la escisión del protestantismo en Centroeuropa. El daño de la Santa Bula de Cruzada a los verdaderos cristianos españoles todavía está por cuantificar.
ALGUNOS NÚMEROS DE LA SANTA BULA DE CRUZADA
(Sólo territorio peninsular)
AÑOS |
CANTIDAD RECAUDADA |
Nº DE BULAS VENDIDAS |
POBLACIÓN ESPAÑOLA/OBSERVACIONES |
1722 |
14.000.000 |
- |
7.500.000 |
1754 |
14.402.761 |
5.930.833 |
9.528.000 |
1763 |
15.947.270 |
6.587.912 |
- |
1775 |
17.349.722 |
- |
- |
1797 |
21.338.067 |
- |
- |
1802 |
22.072.812 |
- |
11.200.000 |
1809-11 |
691.904 |
- |
(Ocupación francesa) |
1816 |
16.000.000 |
- |
- |
1824-33 |
23.000.000 |
- |
(Década Ominosa) |
1834-51 |
13.000.000 (media anual) |
- |
(Inicio reinado Isabel II-guerras carlistas y desamortizaciones) |
1859 |
11.000.000 |
4.347.342 |
(El Estado había renunciado, toda la recaudación va a la Iglesia) |
BULAS VENDIDAS POR MODALIDADES (año 1859)
Bulas de vivos |
4.059.055 |
93.36% |
Bulas de difuntos |
277.422 |
6,38% |
Bulas de composición |
10.837 |
0,49% |
Bulas de lacticinios |
28 |
0,0006% |
TOTALES |
4.347.342 |
100% |
Los libros de contabilidad general de la Bula de Santa Cruzada muestran cifras prácticamente imposibles de comparar durante los siglos XVI y XVII, ya que eran monedas de difícil equivalencia a tiempos posteriores. A partir del primer tercio del XVIII es más más fácil hacerlo; se empezaron a contabilidad en reales. De esta forma ─salvando la inflación─ se pueden llegar a algunas conclusiones. La primera, se percibe un crecimiento sostenido en la recaudación durante todo el siglo XVIII, hubo cierta estabilidad, paralela seguramente al incremento paulatino de la población.
Fue recuperada con el absolutismo de Fernando VII a partir de 1814 y, sobre todo, en su férreo gobierno de la Década Ominosa (1824-33)
La segunda, se ve que un elevadísimo porcentaje de personas adquirían la bula (en el año 1754, por ejemplo, dos terceras parte de los españoles compraron su bula). La invasión francesa quebró la tendencia en la recaudación. Fue recuperada con el absolutismo de Fernando VII a partir de 1814 y, sobre todo, en su férreo gobierno de la Década Ominosa (1824-33).
A partir del reinado de Isabel II, por la entrada de gobiernos liberales, las guerras carlistas y las desamortizaciones de bienes en manos muertas, se registró una drástica disminución en la compra de bulas. Para el año 1859, cuando ya la Iglesia se había quedado sola en esta recaudación de fondos, se verifica una mayor bajada en número de buletos vendidos y en recaudación, que cae a menos de la mitad.
Es de imaginar que esa distribución porcentual de motivos perseguidos fue muy similar en los 483 años en que estuvo vigente
En el otro cuadro se concluye que la mayoría de las bulas que se vendían era de la modalidad de vivos, las que permitían saltarse el precepto de comer carne y grasas la mayoría de los días de ayuno y abstinencia. Les seguían quienes compraban bula para sacar del purgatorio a sus muertos. Y, en tercer lugar, había uno de cada doscientos compradores que buscaban el perdón por haberse apropiado de algo que no era suyo. Es de imaginar que esa distribución porcentual de motivos perseguidos fue muy similar en los 483 años en que estuvo vigente.
Las más populares eran las de cuarta categoría, que prácticamente la adquiría el 92% de los españoles, seguida de la tercera categoría, como poco más del 5%
De los cuatro tipos de bulas existentes en cuanto a cantidades aportadas en el año 1859, la primera era la de “ricos”, y no la llegaban a comprar ni siquiera el 0,1% de los españoles. Las más populares eran las de cuarta categoría, que prácticamente la adquiría el 92% de los españoles, seguida de la tercera categoría, como poco más del 5%.
El precio medio pagado por las bulas vendidas en el año 1859 fue de 2,53 reales por buleto.