Sus recuerdos son un valioso testimonio para la memoria

Magdalena Ordóñez, la maestra que enseñó el mar

Ciudadanía - María Andrade - Domingo, 18 de Febrero de 2024
Un homenaje a Magdalena Ordóñez y, con él, al compromiso de todas y todos los docentes que, como ella, han abierto y abren "ventanas al mundo" para su alumnado.

Cuando, en los años 50, Magdalena Ordóñez se convirtió en maestra, su primer destino, ya con oposiciones, fue San Isidro de Guadalete, uno de los 'pueblos de colonización' levantados por el franquismo. Cerca de Jerez de la Frontera, ella estrenó escuela y casa en Revilla, como llamaban los oriundos a todo aquel territorio.

Con una treintena de alumnas en la escuela de San Isidro de Guadalete comenzó una aventura de seda que finalizó entre olas en Rota

En esos años, como en tantos otros pueblos como San Isidro de Guadalete, "el único foco de algo era la escuela". Era punto de encuentro y, cualquier actividad al terminar el horario lectivo, una diversión. 

En esa primera etapa como docente, la profesión a la que se ha dedicado hasta su jubilación, Magdalena, hija del ferroviario José Ordóñez, jefe de la estación de Gor, que fue asesinado por el franquismo, finalizada la guerra, por su militancia socialista -fue secretario general del partido en Guadix- y en UGT, enseñó en colegios de esos pueblos construidos por la dictadura. 

De San Isidro de Guadelete pidió traslado a Fuensanta, en la provincia de Granada, su tierra; tambén fue la primera maestra en El Chaparral... Después una larga carrera en la que años después también fue maestra en el Colegio Eugenia de Montijo de La Chana. Lo recuerda en una animada conversación con El Independiente de Granada en la que cuenta que sus últimos años en el sistema educativo fueron en Málaga, convertida en inspectora, con la Axarquía como su zona de referencia, en municipios como Benamocarra o La Viñuela. Y despacho en la planta doce del 'edificio negro', sede de la Delegación de Educación -pintada por cierto en los últimos años de blanco-. Y, como señala, cada fin de semana cogía su coche -condujo hasta los 83 años- para regresar a Granada y visitar a una hermana y un hermano ingresados en residencias por distintas circunstancias relacionadas con la salud. 

Una intensa vida marcada por la pérdida de su padre, sin duda, y por la docencia, para la que se preparó en el edificio de La Normal, referencia para el Magisterio. 

Magdalena Ordóñez, en una fotografía de niña junto a su padre, que la mira embelesado. La guarda en la memoria de su teléfono móvil y la muestra con orgullo. Recuerda, explica, el día en el que se tomó, en un establecimiento de fotografías cerca de la calle de la Colcha, en Granada. El fotógrafo utilizó un trípode y, aunque parece en brazos de su padre, en realidad cuenta que está en el mostrador. 

Magdalena tiene ahora 92 años y una memoria y lucidez envidiables. En esa memoria, los recuerdos de su padre son imborrables. Los que atesoró hasta sus siete años, cuando lo perdió. "Me llevaba en tren a Baza, al médico... Un día, para ir al médico, mi madre me colgó del brazo un bolsito. Lo olvidé en la consulta", relata evocando aquellos momentos. Como una caída en el andén de la estación, tras tropezar con la cuerda de un corderillo que estaba atado, y que le provocó la fractura de la clavícula. 

Ella contó esta historia en una carta dirigida a su padre publicada por El Independiente de Granada bajo el título: Magdalena Ordóñez, una voz de la memoria.

Cuando este diario publicó esa carta, en agosto de 2020, la propia Magdalena resaltó las contradicciones que habían rodeado esos primeros años de su vida en los que ella, hija de asesinado por el franquismo, fue "educada" en la "dura doctrina" de la dictadura. Esa en la que "ser hija de rojo era lo peor del mundo".

Magdalena Ordóñez es presidenta de honor de la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica. Los restos de su padre reposan en una fosa común, dignificada por el PSOE, en el cementerio de Guadix.

Magdalena Ordóñez durante la charla con El Independiente de Granada. indegranada

Una larga trayectoria profesional dedicada a la docencia como la de Magdalena Ordóñez da para muchos recuerdos pero, si hay uno que cautiva al escucharlo ahora, a sus 92 años, es el que vivió con las alumnas de la escuela unitaria a las que enseñaba en Revilla: una treintena de niñas. Allí, desde la fábrica textil de Hytasa -Hiladuras y Tejidos Andaluces-, llegó un señor que ofreció a la escuela una onza de gusanos de seda, para cuidarlos hasta completar todo el proceso. Cuántos niños y niñas no lo han hecho en cajas de zapatos agujereadas.

Y ahí comenzó la aventura de la seda que finalizó entre olas en Rota. 

La onza de gusanos que llevó al colegio un representante de Hytasa se convirtió "en un bosque de hilos de seda"

Al finalizar las clases, con las alumnas, daba largos paseos para reunir hojas de morera. La onza de gusanos fue creciendo y lo que inicialmente ocupaba una mesa, fue necesitando más y más superficie. "Construimos un andamiaje con cañizo y jaramagos para la ascensión de los gusanos. Me asusté. Aquello se convirtió en un bosque de hilos de seda", rememora. 

Tanto, que necesitaban sacos de hojas de morera para alimentarlos. "El conductor del coche de línea los recogía a veces para llevarlos al pueblo y que no tuviéramos que cargarlos por la carretera". 

Un día se trasladó a la escuela un inspector de Educación. Lo primero que pensó Magdalena fue en la reprimenda que se llevaría por el tenderete de los gusanos. Tardaron mucho en acudir a la clase, según explica la maestra para añadir: "felicitó a las escolares".

Lo que ella no había tenido en cuenta que aquello eran escuelas "de orientación agrícola" y la actividad fue aclamada. No quedó ahí la aventura, que estaba por llegar. Por el cultivo de la seda, la escuela recibió 600 pesetas ¿Qué hacer con aquel dinero en una época franquista en la que también estaba funcionando el llamado Instituto de Previsión que fomentaba el ahorro?

"Surgió el deseo de ver el mar, que no lo conocían. Fue una ventana al mundo"

"Surgió el deseo de ver el mar, que no lo conocían". Hoy, por carretera, la distancia entre San Isidro de Guadalete y Rota se completa en menos de una hora. Entonces el mar quedaba muy lejos para aquellas niñas y muchachas que acudían a la escuela de adultos. 

"Organicé el viaje y se apuntaron también las alumnas de la escuela de adultos. El billete lo pagamos con el dinero de los gusanos de seda", expone Magdalena Ordóñez, que recuerda perfectamente aquel feliz día. "Fue muy divertido. Las recuerdo jugando con las olas. Era la primera vez que veían el mar y se divirtieron con el rompeolas". Fue algo "único", resalta con satisfacción, la misma con la que recuerda otro viaje organizado como actividad extraescolar con otro grupo a Madrid. "Jamás habían visitado un museo y de repente se encuentran con el Prado, la Biblioteca Nacional o el Palacio de Aranjuez".

La playa de Rota o los museos y palacios de Madrid fueron, exclama, "una ventana al mundo". Abierta por una gran maestra que prometió y enseñó el mar. 

Nuestro agradecimiento a Magdalena Ordóñez, por compartir sus recuerdos y su amor por la docencia con El Independiente de Granada. Y también a Iluminada Jiménez, por facilitarnos este encuentro. 

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