LAS TERRIBLES CONDENAS CON INFAMIA AÑADIDA EN LA GRANADA CRISTIANA

El Humilladero y Genil donde se daba garrote y encubaba a l@s parricidas

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 31 de Marzo de 2024
Una historia del pasado más oscuro de Granada la que nos ofrece Gabriel Pozo Felguera en este espléndido reportaje, que te sorprenderá. Por el mejor cronista de Granada.
Templete del Humilladero, entre el Puente Romano y Carrera del Genil, donde se instalaba el poste de ejecución y se encubaba a parricidas. Marcado con el número 34.
Dibujo de Thomás Ferrer, 1751.
Templete del Humilladero, entre el Puente Romano y Carrera del Genil, donde se instalaba el poste de ejecución y se encubaba a parricidas. Marcado con el número 34.
  • Granada tuvo marcado el recorrido obligatorio para exhibir a cabrones y consentidores de adulterio, adornados con cornamenta y sobre un burro

Los Reyes Católicos también trajeron a su conquista granadina nuevas, variadas y sanguinarias formas de hacer justicia y de matar de origen medieval. En la sociedad que se formó en el XVI hasta mediados del XIX las ejecuciones y penas públicas se marcaron en puntos concretos de la ciudad. Y se convirtieron en espectáculos masivos para escarmiento. Más aún si aquellas condenas a muerte llevaban aparejada el añadido de infamia. A finales del XV se establecieron claramente los tipos de ejecución reservada a cada lugar: las horcas en Plaza Nueva y Bibarrambla para los simples homicidas; el quemadero humano en San Lázaro; picota para descuartizados en Los Mártires; poste con argolla en el Humilladero para agarrotar a los parricidas y arrojarlos al Genil metidos en una cuba con animales. Si hoy estuviese vigente la ley inspirada por Alfonso X el Sabio en sus Partidas, los crímenes de pareja o vicarios seguramente acabarían ejecutados en el garrote de esta explanada y sus cadáveres serían tirados al río. Tal como ocurrió entre 1492 hasta 1848. También los cornudos consentidores tuvieron su recorrido en la ciudad para exhibir obligatoriamente sus cornamentas.

Existieron tres en la gran explanada del Campo de la Merced: la Cruz Blanca donde fue entregado el cadáver de la emperatriz Isabel de Portugal (que continúa) y otras dos más cercanas a la Puerta de Elvira

Los humilladeros son construcciones medievales de tierras cristianas. Simples cruces o cristos crucificados protegidos por templetes abiertos que se ubicaban (y ubican donde todavía existen) a las entradas de pueblos y ciudades. Fueron puntos en los que se invitaba al viajero a hincar la rodilla, humillarse, y ofrecer una oración a Cristo por el buen viaje. Esta tradición fue traída a Granada por los cristianos conquistadores. Existieron tres en la gran explanada del Campo de la Merced: la Cruz Blanca donde fue entregado el cadáver de la emperatriz Isabel de Portugal (que continúa) y otras dos más cercanas a la Puerta de Elvira.

En la confluencia de caminos por el Sur y la Vega, la cruz del Humilladero fue instalada en la explanada que se abría nada más cruzar el Puente Romano

En la confluencia de caminos por el Sur y la Vega, la cruz del Humilladero fue instalada en la explanada que se abría nada más cruzar el Puente Romano. Fue colocada en 1540, con un cristo en alabastro en el centro. Más tarde fue cubierto por un templete abierto y un tejadillo. Sin paredes, sólo protegida con una simple verja de los ganados. Acabó llamándose Humilladero de San Sebastián por estar a medio camino cuando se iba al oratorio musulmán del mismo nombre.

Humilladero de Fuentelcésped (Burgos), modelo castellano que se extendió por el Reino de Granada tras la conquista en 1492.

Esta explanada del Humilladero de San Sebastián fue la que acabó convirtiéndose en campo de ejecución de los crímenes cometidos en familia: los parricidios. El Humilladero se especializó en este tipo de ejecuciones porque, en su mayoría, llevaban aparejado el añadido de pena social de infamia. Es decir, quitar el honor y la honra (la fama) a una persona que protagonizaba uno de los mayores crímenes contra el hombre y contra Dios; se le castigaba aun después de haber muerto. A ser posible, también se borraba su recuerdo para la posteridad. Era negarle la posibilidad de acceso al Paraíso.

Granada, por ser sede de una de las dos Chancillerías del Reino, fue de las ciudades que hicieron uso en mayor número y refinamiento en la ejecución de sentencias a parricidas encubados

Granada, por ser sede de una de las dos Chancillerías del Reino, fue de las ciudades que hicieron uso en mayor número y refinamiento en la ejecución de sentencias a parricidas encubados. En los dos sexos, aunque con mayor abundancia de mujeres en los siglos XVI y XVII; la justicia solía ser más benévola con el hombre que asesinaba a su mujer aduciendo que la había sorprendido en adulterio. Porque el adulterio femenino y sodomía estaban muy penados, en tanto que el adulterio masculino era mejor visto. Algunos de los muchos ejecutados en el Humilladero procedían de otros lugares de la demarcación judicial.

La cuba era arrojada a la corriente del río, seguida del gentío que no cesaba de apedrearla y gritarle

El motivo por el que fue elegido este Humilladero de San Sebastián para las ejecuciones de parricidas+encubamiento es sencillo: porque está a lado del cauce del río Genil, ya que el agua era elemento indispensable para cumplir con el rito medieval. El condenado a aquella terrible pena era amarrado al poste con la argolla que siempre lució en Bibarrambla; era el precedente del garrote vil. Una vez muerto, se procedía a introducir el cadáver en una cuba en compañía de animales. Solían ser un perro, gato, víbora, mona, etc., en función de las disponibilidades. La cuba era arrojada a la corriente del río, seguida del gentío que no cesaba de apedrearla y gritarle. Después era recogida y el cadáver del reo debía sepultarse en terreno eclesiástico, pero fuera de iglesias, cementerios y camposantos, sin señal alguna de quien yacía allí, para que la ignominia y el olvido fuesen totales.

Lo habitual es que las cubas o cajones fuesen decorados con pinturas de esos animales

La cuba no siembre se tenía a mano. También se utilizaron cajones de madera o incluso cajas parecidas a los ataúdes actuales. Tampoco la introducción de animales se cumplía a rajatabla: lo habitual es que las cubas o cajones fuesen decorados con pinturas de esos animales.

En la Plataforma de Vico (1613) se ve el poste con la argolla de ejecutar a asesinos y parricidas, junto a la horca de los homicidas. Era la que se trasladaba al Humilladero cuando tocaba garrote+encubamiento.

Esta pena de ejecución infamante tuvo su origen en la legislación de las Siete Partidas, compendio legal redactado en tiempos del rey Alfonso X el Sabio, entre los años 1254-65. En la séptima partida, título XXXI, establecía siete tipos de penas, según la gravedad del delito cometido. Todas ellas terribles: arrastrando al reo con caballos, ahorcándolo, quemándolo, “echándolo a bestias bravas” o haciéndolo sangrar o ahogar y enterrarlo sin perdonarlo. Lo de “bestias bravas” fue derivando a darle muerte en compañía de animales en los siglos siguientes.

La infamia fue un concepto del siglo XIII que se mantuvo en la legislación penal española hasta mediado el siglo XIX; el Código Penal de 1822 contemplaba todavía unos setenta supuestos para los parricidas, para algunos casos de homicidio e incluso para adulterios sin muerte

Como se ve, la pena de infamia era un sobreañadido a la pena corporal (la muerte o los azotes). La infamia fue un concepto del siglo XIII que se mantuvo en la legislación penal española hasta mediado el siglo XIX; el Código Penal de 1822 contemplaba todavía unos setenta supuestos para los parricidas, para algunos casos de homicidio e incluso para adulterios sin muerte. Es decir, la propina de infamia estaba muy arraigada en el derecho español. Los legisladores pretendieron con ella adornar la ejecución de sus condenados. Eso sí, sólo se podía imponer a mayores de 17 años y menores de 65. Este resabio de salvajismo medieval fue característico de una sociedad que se regía por un código de honra y honor, en el que la vida importaba poco, lo principal era desfamar o infamar la reputación social del infractor.

Muchos casos en Granada

Conocemos bastantes casos de parricidas encubados en el poste del Humilladero y en las aguas del río Genil. Gracias a la detallada crónica que nos dejó Henríquez de Jorquera referida a las cuatro primeras décadas del siglo XVII. La ausencia de otro tipo de documentación y de periódicos por entonces nos ha privado de más detalles; solamente se conocen algunos casos salteados de parricidas encubados en los siglos XVIII y principios del XIX a través de las sentencias que se conservan.

Ya en su crónica del año 1611 nos da cuenta de cómo una mujer envenenó a su marido con arsénico para casarse con otro. Fue descubierta y condenada a morir a garrote junto al río Genil, encubada con un gato y un perro

Los Anales de Granada de Jorquera referidos al periodo 1611-1644 mencionan un puñado de sentencias a encubamiento, todas ellas asociadas a un parricidio previo, tanto de hombre hacia mujer, como viceversa. No menciona ninguno de infanticidio. Ya en su crónica del año 1611 nos da cuenta de cómo una mujer envenenó a su marido con arsénico para casarse con otro. Fue descubierta y condenada a morir a garrote junto al río Genil, encubada con un gato y un perro y después enterrada en las inmediaciones de la iglesia de las Angustias. Al año siguiente, 1612, una mujer noble de Murcia fue ahorcada en Plaza Nueva y “encubada en el Genil, como de costumbre”.

Grabado medieval que representa el asesinato de una mujer sorprendida encamada con su amante.

Aquel mismo año, una criada de familia pudiente envenenó a varios miembros de la familia; pero cuando iba a ser desnucada en la argolla del Humilladero, fingió un desmayo y fue retirada del poste. En ese momento se la llevaron unos monjes del monasterio de la Victoria y la escondieron en terreno sagrado

En el año 1614 tocó el turno a otra mujer, que fue ahorcada en Bibarrambla y llevada al Genil y encubada. En 1633 el infeliz fue un artesano de Pulianas, que envenenó a su mujer y fue ejecutado a garrote en el Humilladero. Después, arrojado al río dentro de una cuba con animales. En abril de 1642 fue traído un hombre de Comares (Málaga) a juzgar en la Audiencia de Granada; fue condenado a garrote en el Humilladero y arrojado en su cuba al río contiguo. Aquel mismo año, una criada de familia pudiente envenenó a varios miembros de la familia; pero cuando iba a ser desnucada en la argolla del Humilladero, fingió un desmayo y fue retirada del poste. En ese momento se la llevaron unos monjes del monasterio de la Victoria y la escondieron en terreno sagrado.

Es una pena que a partir de esa fecha el religioso y cronista Henríquez de Jorquera se trasladara a Sevilla y apenas continuó escribiendo de Granada. De todas formas, nos da noticias de que en la ciudad hispalense el lugar para ejecutar a parricidas y homosexuales era el campo de Tablada, y que los encubamientos tenían lugar en aguas del Guadalquivir.

El templete del Humilladero continuó existiendo hasta los años finales del siglo XVIII, ya un tanto ruinoso. En sus casi tres siglos debió asistir a no menos de tres decenas de encubamientos de parricidas en sus proximidades

El templete del Humilladero continuó existiendo hasta los años finales del siglo XVIII, ya un tanto ruinoso. En sus casi tres siglos debió asistir a no menos de tres decenas de encubamientos de parricidas en sus proximidades. Fue demolido cuando empezaron a ordenar las alamedas de los paseos del Salón, culminadas por los franceses (1810-12). Todavía tuvo tiempo de ser escenario de la modalidad de encubamientos con reo ausente o ensacados: se trató de arrojar cajas pintadas con animales, pero sin cadáver ajusticiado, ya que el condenado había huido antes al extranjero. En cuanto al ensacado, consistía en arrojar al río sacos con huesos de reos que estuvieron colgados en jaulas en las puertas de Elvira o Real. Tras muchos años exhibiéndose en las partes altas de la muralla, al final se les añadía infamia arrojándolos al río metidos en arpillera. Éste fue el caso del cadáver de Abén Abóo, el líder de la Guerra de las Alpujarras (1569-70) y de los ejecutados por la revuelta del pan de 1748 (Estos infelices, tras 26 años colgados en Puerta Real, sus cadáveres fueron arrojados al Genil).

Encubamientos habituales hasta 1847

A partir del siglo XIX no tenemos referencia al lugar y número de parricidas condenados a garrote y encubamiento en la ciudad de Granada. Aunque sí conocemos las tarifas que cobraban los verdugos (a fecha de 1805) de las Chancillerías de Valladolid y Granada por hacer sus trabajos: por ejecutar a un reo, arrastrarlo y encubarlo eran 116 maravedíes; por cortar la cabeza a mano, 130 maravedíes; por garrote vil simple, 106; por arrastrarlo y descuartizar el cadáver, 247; por cada reo sólo azotado, 20 maravedíes. Estos precios no incluían los costes de cubas, hachas, bayetas, bueyes de arrastre ni ayudantes para esparcir cadáveres.

El Código Penal de 1822, el de la década ominosa del Rey Felón, volvió a reverdecer las penas de infamia, especialmente para sus enemigos políticos

El Código Penal de 1822, el de la década ominosa del Rey Felón, volvió a reverdecer las penas de infamia, especialmente para sus enemigos políticos. En este caso, las aplicó mediante el método de descuartizamiento de los cadáveres y su colocación en la Picota de los Mártires o dispersos por los caminos. El lugar preferido para las ejecuciones en tiempos del Fernando VII fue el Triunfo, entre la Puerta de Elvira y la columna de la Inmaculada.

Es una pena que la práctica ausencia de prensa en Granada durante la primera mitad del XIX no nos haya permitido conocer detalles de los últimos encubamientos locales. Solamente existe una al encubamiento de una mujer alpujarreña que, junto a sus hijos, cortó el cuello a su marido mientras dormía. Por el contrario, sí podemos comprobar la abundancia de encubamientos en el XIX a través de la prensa madrileña y de otras capitales de provincia. Los incipientes diarios recogían los casos de encubamiento más sobresalientes. Imaginamos que Granada contó con varios ya que tenía fama de ser de las primeras ciudades en cuanto a muertes violentas.

El ciego había dado muerte a su mujer Lorenza Xareno, también ciega, estrangulándola en su casa

Recordaré que la Edad Media, a efectos de infamia y encubamientos de parricidas, continuó presente hasta el Código Penal de 1848. Por eso, en la primera mitad del XIX hubo muchos tribunales que fallaron este tipo de penas. En 1820, la Audiencia de Castilla la Nueva condenó a un invidente de Navalcarnero, llamado José Rodrigo, de 32 años, a morir por garrote, ser arrastrado por las calles, encubado y arrojado al río Guadarrama, “según costumbre”. El ciego había dado muerte a su mujer Lorenza Xareno, también ciega, estrangulándola en su casa.

En 1821 fue la Audiencia de Córdoba la que condenó a encubamiento a una vecina de El Carpio. Paula Rodríguez del Valle dio muerte violenta a su marido, Tomás Martín Escalonilla, la noche del 22 de octubre de 1819. Primero fue condenada a diez años de reclusión, pero tras revisar su caso se endureció la pena a muerte con encubamiento.

También existía la modalidad de añadir infamia a un condenado amputándole una mano y metiéndolo en un saco de cuero

En Toledo fue encubado Francisco Albear (a) Mariba en el verano de 1834; había dado muerte violenta a su mujer Gala Pintado. Fue arrojado al río Tajo en julio de ese año.

También existía la modalidad de añadir infamia a un condenado amputándole una mano y metiéndolo en un saco de cuero. Esta variante también la mencionan las Partidas medievales, tomadas de la cultura romana: “… e que lo encierren en un saco de cuero con un can e un gallo e una culebra e un ginio e que cosan la boca y láncelo al mar o río que tengan más cerca”. Exactamente eso aplicó un tribunal de Madrid a Francisco Reinado en diciembre de 1837 por haber degollado a su madre y a su hermana.

Las mujeres organizaron un ritual satánico que acabó con la vida de Francisco Cavaldá

En Cataluña fue muy publicado el caso Cavaldá, en 1846. Las hermanas Rosalía y Francisca Sedó, residentes en el pueblo de Capsanes (Tarragona), estaban casadas con Francisco Pallejá y Francisco Cavaldá, respectivamente. Las mujeres organizaron un ritual satánico que acabó con la vida de Francisco Cavaldá. Las dos hermanas y el otro marido fueron condenados a muerte; pero la viuda del muerto, además, fue condenada a ser encubada en el río próximo a Falset, capital del Priorato.

En Málaga el lugar elegido para los encubamientos era el Espigón próximo al puerto

En Málaga el lugar elegido para los encubamientos era el Espigón próximo al puerto. En 1846 un tal José Clavero. Había dado muerte de manera muy cruel a su mujer y causado graves heridas al suegro, que intentó impedir el asesinato. Se negó a que el verdugo le colocase capucha sobre la cabeza. Incluso quedó para la historia macabra de Málaga el ánimo que daba a su matador diciéndole “aprieta, cobarde, aprieta”.

Noticias de este cariz se repitieron en la prensa de la primera mitad del siglo XIX alentadas por el Código Penal de 1822.

El año 1846, cuando ya los juristas cuestionaban la pena añadida de infamia en la legislación penal, fue muy pródigo en encubamientos de parricidas

El año 1846, cuando ya los juristas cuestionaban la pena añadida de infamia en la legislación penal, fue muy pródigo en encubamientos de parricidas. Segundo Gómez, pordiosero de Susinos (Burgos) estaba separado de su mujer, con la que tenía cuatro hijos. Se encontró con ella limosneando en la localidad de Villaruela. Le quitó los tres mayores (de 2 a 12 años) en tanto ella huyó con el que llevaba al pecho. Segundo degolló a dos de ellos, mientras el tercero consiguió escapar. Su fin era hacerle daño a la mujer porque lo había abandonado. Fue condenado a garrote y encubamiento en Villadiego los primeros días de 1847.

Finalmente, el último ajusticiado y premiado con encubamiento antes del código penal de 1848 tuvo lugar en Cuenca, el 26 de noviembre de 1847. En Priego de Cuenca, el joven Felipe Canales de 25 años mató a su suegro. Tras ser ejecutado, su cadáver fue arrojado al río Escabas.

Paseo y destierro a cabrones y consentidores

La infamia también se aplicó en Granada a actitudes consideradas delitos casi sociales: el adulterio consentido. En este caso eran los vecinos los obligados a denunciar cuando una mujer casada mantenía relaciones con otro que no fuese su marido. (Los adúlteros, en cambio, no solían ser denunciados). No bastaba la simple sospecha, se tenía que contar con el testimonio de varias personas reputadas o pillar in fraganti a la esposa. Las condenas para el cabrón que consentía y para la mujer que era sujeto activo no llegaban a la muerte y encubamiento en el Humilladero, pero se hacía caer sobre ellos todo el peso de la infamia. De manera que quedaban prácticamente expulsados de la sociedad a la que pertenecían.

Una adúltera y su marido consentidor son paseados en burros por una calle, en medio del jolgorio del populacho. ENCICLOPEDIA ESPASA

La ciudad de Granada tuvo marcado un recorrido por el que los consentidores y sus mujeres debían purgar sus durísimas penas de escarnio. A veces casi tenían  mayor repercusión que la muerte

La ciudad de Granada tuvo marcado un recorrido por el que los consentidores y sus mujeres debían purgar sus durísimas penas de escarnio. A veces casi tenían mayor repercusión que la muerte. A la pareja de condenados se les disfrazaba con ropas de colores alegres, casi como los sambenitos. Al marido se le colocaban cuernos en la cabeza y a ella le eran colgadas ristras de ajos. Se les montaba en burros y se organizaba una procesión con ellos que comenzaba en la puerta del tribunal sentenciador, Plaza Nueva, para recorrer la calle Elvira, placeta del Pozo de Santiago, Tribunal de la Inquisición, San Agustín, Cárcel Baja, Pescadería y acabar dando unas vueltas en Bibarrambla. Todo ello en medio de un ambiente de músicas, lanzamiento de frutas podridas, algún huevo, orinales vaciados desde los balcones y golpes con vejigas de cerdo hinchadas.

Itinerario obligado que debían recorrer condenados por cabrones y consentidores en la ciudad de Granada, sobre el plano de Dalmáu de 1797.

No sólo se les humillaba públicamente, sino que también se les expulsaba prácticamente de la sociedad, no podían afincarse en ningún lugar conocido por arrastrar un estigma considerado gravísimo

Jorquera también narra algunos casos sonados ocurridos en la ciudad de Granada los primeros años del siglo XVII: el 10 de junio de 1624 “hicieron justicia en esta ciudad de Granada de un hombre y una mujer vecinos de esta ciudad, por habérsele averiguado ser consentidor de adulterio de su mujer, por lo cual el licenciado don Pedro de Meneses, alcalde mayor de la justicia de esta ciudad le sentenció a que le paseasen con los cuernos y a su mujer detrás con una ristra de ajos y desterrados de Granada…”. No sólo se les humillaba públicamente, sino que también se les expulsaba prácticamente de la sociedad, no podían afincarse en ningún lugar conocido por arrastrar un estigma considerado gravísimo.

En 1635 narra Jorquera otro caso de condena social por adulterio: “en mayo pasearon en esta ciudad de Granada a un hombre por consentidor, con unos cuernos de toro muy galanos, llenos de banderillas de oropel, y campanillas y juntamente a su muer detrás en otro jumento con una ristra de ajos en las manos y los desterraron por ello. Salió mucha gente a verlos por las calles causando griterío en el buhacho (populacho) novelero”.

La historia se repitió en agosto de 1638. Esta vez tocó la suerte a una pareja cuyos vecinos descubrieron que él consentía los cuernos. El protagonista era pescadero y cuñado del verdugo de la ciudad. Los pasearon por el recorrido habitual, aunque en este caso no menciona que fuesen expulsados para siempre de la ciudad.

También te recordamos algunos otros reportajes de Gabriel Pozo Felguera: