El diluvio universal de 1629 que destrozó el Albayzín y asoló la Medina de Granada
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El cronista Juan Quirós de Montoya y el poeta Francisco Aliende contabilizaron más de un centenar de muertos y daños inmensos por toda la ciudad
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La Cerca del Don Gonzalo, convertida en presa, reventó y sus aguas se llevaron por delante la iglesia de Santa Isabel de los Abades y decenas de casas
De haber existido los medios de comunicación actuales, seguro que aquella tormenta que asoló Granada habría sido noticia mundial de apertura de informativos y primeras páginas
Conocemos con todo detalle lo ocurrido aquel mediodía de San Agustín, 28 de agosto de 1629, porque varios cronistas dejaron regueros de escritos para la posteridad. Incluso tres impresores decidieron escribir sus propios libretos para dar la noticia al mundo a través de cuentos de cuerda o de ciegos, que los trovadores y buhoneros fueron vendiendo durante los años siguientes por los pueblos de España. De haber existido los medios de comunicación actuales, seguro que aquella tormenta que asoló Granada habría sido noticia mundial de apertura de informativos y primeras páginas.
Entre las dos y las tres de la tarde -de lo que debió ser un caluroso día de final del verano- se formó rápidamente una tormenta en las laderas de las sierras de la Alfaguara y Huétor Santillán. Precisamente sobre las cabeceras de los ríos Beiro, Darro y Beas. Se trata de una pequeña cuenca, en forma de circo, cuyas escorrentías conducen directamente a la ciudad de Granada y sus contornos. En tan breve tiempo de aquel negro martes debió caer el diluvio más grande jamás visto por estas latitudes.
La avalancha de barro, troncos y piedras que arrastraba la riada se metió en la Catedral e inundó todo el barrio de la Magdalena hasta encontrar libertad por las huertas del Jaragüí Alto (hoy coincidiría con las calles Pedro Antonio de Alarcón y Camino de Ronda)
Cuenta la crónica escrita por Juan Quirós de Montoya que el corregidor de Granada, Luis Laso de la Vega (1626-30), cogió su caballo y se dirigió a ver los daños que podía causar la tormenta por su principal desagüe, el cauce del Darro. Ya había antecedentes de atranques que inundaron las partes bajas del centro. El alcalde no pudo pasar de la calle de Gomérez porque era tanta el agua que bajaba de la Alhambra que le llegaba hasta la cincha del animal y lo arrastraba. El agua ya estaba desbordada en el embovedado de Plaza Nueva y se encauzaba hacia el Zacatín y Calle Elvira (el Zacatín por entonces acaba en Plaza Nueva). Y desde aquí empezaba a dispersarse por todo el laberinto de callejuelas que se repartían por las parroquias de San Gil, Sagrario y Santiago. La avalancha de barro, troncos y piedras que arrastraba la riada se metió en la Catedral e inundó todo el barrio de la Magdalena hasta encontrar libertad por las huertas del Jaragüí Alto (hoy coincidiría con las calles Pedro Antonio de Alarcón y Camino de Ronda). Sacó a flote cadáveres del cementerio de la antigua Mezquita. Quedaron inundadas todas las tiendas e inservible infinidad de mercancías del centro comercial.
En la parte izquierda del cauce del Darro, los barrios de la Virgen y la Alameda también quedaron inundados. La fuerza de la corriente era tanta que frenó e incluso hizo retroceder la madre (o corriente central) que bajaba el Genil por su cuenca, a la que afectó menos el diluvio.
Destrucción del Albayzín
Todas las noticias eran malas por los daños que empezaban a verse en las partes bajas de la ciudad. Aunque lo peor aún estaba por conocerse: el Albayzín había quedado destrozado, sobre todo los barrios más próximos a la ladera del Cerro del Aceytuno y contiguos a la cerca de Don Gonzalo. La vieja muralla que cierra Granada en forma de arco entre los pagos del Manflor, Aceytuno y Camino del Monte actuó como dique de contención ante la avalancha sobrevenida en sus laderas y bajaba por el camino de El Fargue.
Cuando se rebosó, empezó a deslizarse en tromba por su derecha, en dirección a la Cuesta de San Antonio y al Triunfo. Esta agua inundó el barrio de San Ildefonso hasta llegar al Hospital de San Juan de Dios, que lo anegó por completo
Justo por debajo y a la izquierda de la Ermita de San Miguel Alto solía formarse una pequeña laguna cuando llovía torrencialmente; los constructores de la muralla abrieron en tiempos pasados un albañal con reja para encauzar las aguas por la vaguada que hoy coincide con la Cuesta del Chapiz.
Pero resultó que pocos años atrás habían roto la reja de protección del albañal para utilizar el agujero como entrada y salida de traficantes de seda. Por la oquedad se colaban quienes no querían pagar impuestos en el cercano fielato de Fajalauza. En 1623, tras una denuncia de este contrabando, el gremio de la seda había cegado el desagüe de la Cerca. La tormenta del 28 de agosto de 1629 no encontró salida a tanta agua, de manera que la laguna de la hondonada de San Miguel creció y creció contra el paño de muralla entre dos torres. Cuando se rebosó, empezó a deslizarse en tromba por su derecha, en dirección a la Cuesta de San Antonio y al Triunfo. Esta agua inundó el barrio de San Ildefonso hasta llegar al Hospital de San Juan de Dios, que lo anegó por completo.
Las casuchas de mala construcción empezaron a desmoronarse y a rodar ladera abajo en dirección a las parroquias del Salvador y San Nicolás
Cuando el paño de muralla de Don Gonzalo no podía aguantar más presión, ya recalado por ser de tapial, cedió estrepitosamente en el segmento de los torreones segundo y tercero a partir de San Miguel. Los grandes bloques de su fábrica y las aguas de la inmensa laguna que se había formado hasta entonces sorprendieron a los vecinos de las parroquias de San Gregorio Alto, San Luis y Santa Isabel de los Abades, las que ocupaban la parte superior del Albayzín. Las casuchas de mala construcción empezaron a desmoronarse y a rodar ladera abajo en dirección a las parroquias del Salvador y San Nicolás. El agua se desbordó por la izquierda hacia la Cuesta del Chapiz y de frente penetró por calle Panaderos hacia Plaza Larga, para bajar por la Cuesta Alhacaba.
El lodo llegó tan alto que dejó su marca hasta media puerta de la antigua iglesia de la Magdalena, en la calle Mesones
Decenas de casas, situadas en la línea de la calle San Luis, Plaza de Santa Isabel y Vereda de los Pinchos, desaparecieron. Todo era un barrizal en el que se mezclaban personas muertas o desmembradas, heridos, animales, muebles, maderas, etc. Pronto se echó la noche encima y todos los que se habían librado de la catástrofe acudieron con antorchas y faroles a rescatar a los heridos y a buscar desaparecidos. Es de imaginar el espectáculo dantesco de los barrios altos completamente desmoronados, la ciudad baja embarrada y con las tiendas perdidas. El lodo llegó tan alto que dejó su marca hasta media puerta de la antigua iglesia de la Magdalena, en la calle Mesones.
Los días inmediatos, con tanta gente albayzinera sin casa ni subsistencia, la población afectada fue acogida en la iglesia de San Gregorio, que se había salvado
Los días inmediatos, con tanta gente albayzinera sin casa ni subsistencia, la población afectada fue acogida en la iglesia de San Gregorio, que se había salvado. No así la de San Luis, que resultó inundada y con bastante daño. En cuanto a la de Santa Isabel de los Abades, y su convento anejo, la afección fue tan grande que ya nunca más se pudo reconstruir y con el tiempo desapareció; el único vestigio que quedó de ella es el aljibe de la antigua mezquita Yami Susuna en que tuvo su origen a principios del siglo XV. (A mediados del siglo XIX todavía quedaban restos de los muros de la parroquia, según la Guía de Gómez-Moreno).
Durante días y semanas se estuvieron recuperando cadáveres sepultados o arrastrados por la riada
Durante días y semanas se estuvieron recuperando cadáveres sepultados o arrastrados por la riada. El impresor Francisco Heylan, que tenía su taller en la calle Agua, vivió de cerca el asunto, imprimió un opúsculo y cifró los fallecidos en su entorno en 31 muertos. No contó los que se habían registrado en otras partes de la ciudad, tampoco los desaparecidos. En cambio, la publicación de Juan Quirós de Montoya cifra en más de cien personas las que perdieron la vida aquel fatídico día de San Agustín de 1629. Tan sólo en las calles Real de Cartuja y Cuesta Alhacaba fueron 12 los aplastados por derrumbamientos o arrastramientos calles abajo. Incluso daba detalles de que, en la ladera de Cartuja, su monasterio también había sido afectado, de manera que se ahogaron 200 cabezas de ganado y se echaron a perder 60 tinajas de vino de su inmensa bodega. Los daños a los cartujos sumaron 12.000 ducados.
También el editor de Barcelona Esteban Libreros se sumó a la publicación de un folleto o gacetilla similar a los granadinos, con una mezcla de datos basados en los de Granada, que también daba la cifra de algo más de cien muertos, decenas de heridos y casi dos centenares de casas desaparecidas o gravemente dañadas.
El Convento de la Concepción y su biblioteca se vieron afectados, muchos documentos se perdieron; la acequia de San Juan de los Reyes y sus industrias en la calle de este nombre fueron destrozadas. Incluso el desastre se alargó hasta la Vega, donde los frutos y cosechas que quedaban por recoger sufrieron grandes perjuicios
En cambio, el cronista granadino por excelencia del momento, el canónigo Henríquez de Jorquera, casi pasó de puntillas sobre el asunto.
El Convento de la Concepción y su biblioteca se vieron afectados, muchos documentos se perdieron; la acequia de San Juan de los Reyes y sus industrias en la calle de este nombre fueron destrozadas. Incluso el desastre se alargó hasta la Vega, donde los frutos y cosechas que quedaban por recoger sufrieron grandes perjuicios. El río Beiro desbocado ahogó a varios muchachos en las cuevas del camino de Maracena. La Compañía de Jesús y el Cardenal Espinosa se volcaron en ayuda sanitaria y económica durante las siguientes semanas para mitigar las epidemias y el hambre que se cernió en las casas de miles de afectados.
Incluso en una zona un tanto alejada del foco de la tormenta como fue la Antequeruela, el párroco de la iglesia de San Cecilio contaba cómo el vecindario tuvo que abrir puertas de casas en sus laderas para que las aguas acumuladas en corrales traseros pudiesen correr buscando el río Genil a través de la Cuesta del Pescado y adyacentes.
Curiosa crónica poética
El poetastro Francisco Aliende, que estaba presente en Granada al servicio de una hija del Marqués de Mondéjar, compuso y dedicó en verso lo ocurrido con esta tormenta. El librito fue impreso y publicado en el taller de Francisco Heylan, en su máquina de la calle agua. Tituló su poema épico “Relación de la tempestuosa desgracia que sucedió en la ciudad de Granada a veinte y ocho del mes de agosto, día del Señor San Agustín Doctor de la iglesia de 1629”.
Sus principales estrofas describen así la catástrofe:
“A veinte y ocho de agosto
Vio la gente granadina
El diluvio en horas cuatro
Que el mundo en cuarenta días.
Poco antes de las dos
Febo, abrasadoras, gira
Luces brillantes, que queman,
Rayos fogosos que aíran.
Los arroyos se ven mares
Cuando breve mapa pisan,
Y con los riscos que abaten
Profundos valles empinan.
Procurando sus venganzas,
Piedras muestran en su prisa,
Tierra hunde en su espacio,
Haciendo en Granada riza.
A la calle los Gomeles
Por puerta Imperial deslizan
Tantos, que triunfos aguarda
Velocidad, que no entibian.
(…)
Presto Zacatín pasea
Que lo apresuran fatigas,
Que el agua da a las riquezas,
Pues no hay puerta que la impida.
Despojarlo de sus joyas
Los murmullos determinan,
Para vestirla de seda,
Porque la estimen vestida.
(…)
Tan fanfarrón va triunfante (el Darro)
Que roba cuanto codicia,
Que rompe cuanto acomete
Que no teme cuanto mira.
Es en murmullo tan sordo,
Y vocinglero en sus riñas,
Que los truenos de su centro
Quiere a los altos repitan.
Multiplícase el corregidor
Acudiendo a todas partes,
Cabalgando en blanco caballo
Que cuando menos trabaja
Le da el agua a la barriga
Voces roncas lo suspenden
Lástimas lo maravillan,
De que el Albayzín se anega
Y el agua a golpes lo humilla.
(…)
Ay en aquella ciudad
Una cerca, que malicia
que Agareno Rey labró
Con la prisión de una mitra.
En su grueso vara y media
Con altura de dos picas,
Que fue asilo de temores,
Y aplausos de tiranías.
Previenen centro a cristales
Dos montañas que se miran
Iguales, pues en sus faldas
Una corriente declinan.
Las turbias aguas que expelen
A sus quietudes se empinan
En hombros de su abundancia
A despeñarse propicias.
El alto muro coronan,
Y en sus furias resistidas,
Entre las propias violencias
Sus libertades confían.
Y su fuerza presurosa
Ayudadas de codicias,
De arrendadores avaros,
Que le estorban la salida.
Violentada en sus rigores,
Arrogante se acredita,
Pues pesada se revuelca,
Y las murallas desliza.
Furiosa ya en sus despeños
Tan cruelmente es nociva,
Que con pedazos que arroja
Ochenta casas derriba.
Esta impensada desgracia,
Por ser crueldad impestiva
A todo descuido prende,
A ningún cuidado libra.
Los pacientes que infiel hiere,
Gimen, vocean y gritan,
Porque expelidos terrenos,
Piernas quiebran, brazos quitan.
Las balas de cal, y arena,
Que arroja recio rechinan,
A doscientos pasos luego
De seis varas se divisan.
Sesenta y dos del contorno
En sus bríos despostilla
Y conforme los padrones
Sepulta ingrata cien vidas.
(…)
Rodo el Albayzín, es yermo
Que parece a quien lo mira
Jamás albergó a vivientes,
Ni tuvo obra de fatiga.
De San Luis la Parroquia
Se ofrece de cierta ermita
Y de sus diezmos vivientes
Ve cadáveres primicias.
De cuajo arrancó una casa,
Supliendo velas, y guías
El agua, pues cual galera
En sus tormentas camina.
Sobre una mula briosa
Encuentra un joven pericia,
Y el animal cerdo ahora,
Y al niño llevan sus iras.
(…)
Puertas abre, muros rompe,
Casas hunde, y entarquina,
Limpiezas de sus actos,
Causando su orgullo grima.
A la Cartuja descerca,
Trastos saca, celdas limpia,
Claustros hermosos destroza
Templo enloda, altar desquicia.
Fuerzas dando a Darro y Beiro
Juntos vega esterilizan,
Y entre huertas que amenazan
Sepultan frondosas viñas.
De todo ganado ahogan,
Los frutos que pueden quitan,
Las tierras desfloran ramblas,
Plantas dejando ofendidas.
(…)
Al Sagrario no respetan
Pues su raudal atrevida
Los muertos deja nadando,
buenas fuentes hundidas.
Los del Hospital de Juan
Es necesario que pidan,
Importunando a piadosos
Para daños que atestiguan.
(…)
A Dios debe dar las gracias
Que sucediera de día,
Perdonando sus ingenios
Desaires de mi poesía”.
A raíz de este desastre, cantado por juglares por toda España, el arzobispo de Granada Diego Escolano (1668-72) decidió edificar una ermita en lo que era hasta entonces la torre del Aceytuno, de carácter exclusivamente militar
A raíz de este desastre, cantado por juglares por toda España, el arzobispo de Granada Diego Escolano (1668-72) decidió edificar una ermita en lo que era hasta entonces la torre del Aceytuno, de carácter exclusivamente militar. Las obras continuaron a su muerte a expensas del licenciado Luis de Luque, que era el párroco titular de San Luis y San Gregorio. Colocaron una imagen de San Miguel Arcángel, obra de Bernardo de Mora; rellenaron los terrenos de los daños de la riada y plantaron viña y arboleda para fundar allí dos capellanías. En 1672 se constituyó la hermandad del Nazareno y las Angustias que subía en procesión al cerro cada Semana Santa; también quedó instituida la festividad de San Miguel, subida en romería cada 29 de septiembre. La ermita fue destruida por los franceses en 1812 y reedificada posteriormente por el vecindario, entre 1815 y 1828 con traza del maestro Diego Sánchez. En 1883, por iniciativa del arzobispo Bienvenido Monzón, se le añadió un camarín.
Otras grandes riadas
La inmensa tragedia de 1629 no fue la primera ni la última causada por una gran tormenta veraniega en las laderas que rodean Granada por el Este y Norte. La disposición del terreno ha propiciado que periódicamente se sucedan este tipo de inundaciones, aunque cada vez de menor envergadura porque suele llover menos. También las construcciones son más resistentes.
El rey ordenó marcar en una pared (donde hoy está el convento de Zafra) la altura que había alcanzado el agua; no queda resto de esa marca, pero debió ser mucha por los daños que cuentan las crónicas
Las referencias más importantes a grandes tormentas dan cuenta de otra muy similar que ocurrió al final del periodo nazarí, el 24 de abril de 1478. En junio de aquel año organizó el emir Muley Hacén un alarde con la concentración de todas las tropas de su reino en la capital. La tormenta que se cernió sobre la ciudad fue muy grande, con inundación de las partes bajas y desbordamiento del Darro. El rey ordenó marcar en una pared (donde hoy está el convento de Zafra) la altura que había alcanzado el agua; no queda resto de esa marca, pero debió ser mucha por los daños que cuentan las crónicas. Otra tormenta similar ocurrió el 11 de abril de 1482 en la misma zona.
El 20 de septiembre de 1810, tras una granizada del tamaño de albóndigas, el agua saltó las defensas de la Carrera del Darro, salvó todos los puentes; el agua se desparramó por Puerta Real, saltando el Puente de Castañeda hasta llegar el agua al segundo piso de una vivienda cercana
La siguiente avenida de importancia ocurrió el 5 de marzo de 1600. En esta ocasión, dos desprendimientos en la ladera del cerro de la Alhambra atoraron el cauce del Darro y crearon una represa que inundó la iglesia de San Pedro y su barrio próximo. El Tajo de San Pedro avanzó otro poco más. El 21 de septiembre, la tormenta se llevó por delante todas las presas de los molinos de la cuenca del Darro y el puente de los cinco ojos. En enero de 1642 cuenta Jorquera que hubo inundaciones generalizadas en todas las cuencas del Noreste de Granada que causaron varias muertes y arruinaron las cosechas. El otoño-invierno de 1683-84 fueron muy lluviosos, con anegación de la Vega por crecidas de todos los ríos. El 16 de abril de 1701 otra crecida del Darro rompió parte del Puente de la Gallinería, por debajo de Plaza Nueva. En 1803 y 1805, el Darro se llevó puentes en la finca de Jesús del Valle y llenó de broza Plaza Nueva.
El 20 de septiembre de 1810, tras una granizada del tamaño de albóndigas, el agua saltó las defensas de la Carrera del Darro, salvó todos los puentes; el agua se desparramó por Puerta Real, saltando el Puente de Castañeda hasta llegar el agua al segundo piso de una vivienda cercana.
El 27 de junio de 1835, la riada del Darro se llevó por delante el Puente de las Ninfas, que separaba las plazas de Santa Ana y Nueva. También se llevó unas casas y molinos que había entre la Carrera del Darro y la iglesia de Santa Ana
El 27 de junio de 1835, la riada del Darro se llevó por delante el Puente de las Ninfas, que separaba las plazas de Santa Ana y Nueva. También se llevó unas casas y molinos que había entre la Carrera del Darro y la iglesia de Santa Ana. (Ver: Las tres plazas que una DANA reconvirtió en la actual Plaza Nueva y Y ahora resulta que la Fuente de las Ninfas está sepultada en Plaza Nueva).
Todavía el siglo XIX se iba a despedir con el reventón de la bóveda en la parte cubierta del Puerta Real (el 23 de mayo); el Puente de Castañeda se atoró y creó una represa que repartió el agua por la zona adyacente de la Carrera de la Virgen. Una tormenta en 1880 destrozó el Puente de las Chirimías, que hubo de ser reconstruido para dejarlo tal como está ahora. El 14 de mayo de 1887 cayó otra de gran consideración.
Las más cercanas, las del siglo XX, han hecho reventar la bóveda del Darro en su travesía por el centro de Granada
Las más cercanas, las del siglo XX, han hecho reventar la bóveda del Darro en su travesía por el centro de Granada. Las principales ocurrieron el 27 enero de 1948, 7 enero de 1949, 13 de septiembre de 1951 y 15 de octubre de ese mismo año. También durante los meses de enero de 1963 se registraron grandes avenidas e inundaciones en las laderas del Sacromonte, pero fueron lluvias continuadas que no llegaron a causar daños tan aparatosos en la capital como las tormentas históricas puntuales.
Todos ellos mediante túneles bajo el Cerro del Sol. Ninguno ha fructificado en dos siglos de intentos
Todos estos peligros y problemas han tratado de ser prevenidos y corregidos con el desvío del Darro antes de entrar en la ciudad, con varias alternativas hacia el cauce del Genil. Todos ellos mediante túneles bajo el Cerro del Sol. Ninguno ha fructificado en dos siglos de intentos. En lo que va del tercer milenio ninguna tormenta han sido de envergadura como para causar grandes daños materiales o personales. (Ver: Un siglo desviando el peligroso Darro).