La Desbandá, de Moraleda de Zafayona a Tarragona
Mis abuelos, Francisco, El Moro, y Josefa, eran vecinos de Moraleda de Zafayona donde él ejercía el trabajo de panadero, trabajo que alternaba con la caza; era un gran cazador, sabía manejar las armas y sacaba un dinero extra con las piezas que vendía a los privilegiados del pueblo. De ideas republicanas, y probablemente anarquistas, había participado en manifestaciones en contra de la Monarquía realizando una procesión con algunos camaradas y gente del pueblo vestidos algunos con sotanas y rosarios hechos con pequeñas patatas y llevando en hombros a un 'Gil Robles' hecho de paja al que después de la ceremonia tiraban río abajo.
Uno de los motivos, con este, de su condena fue la acusación de haber participado en los primeros días de la guerra en la quema de los Santos del pueblo, acusación falsa puesto que él ese día, como cuenta mi madre, mientras la gente llegada de Málaga participaba en estos hechos estaba amasando pan, trabajando día y noche para que hubiera más raciones en el pueblo. Con nueve años mi madre presenció estos hechos junto con otros niños del pueblo que quisieron acercarse a ver lo que estaba ocurriendo, mi abuelo, enterado, fue a recogerles y se quedó con ellos en casa.
En plena contienda mi abuela junto a otras mujeres montaba guardia por si los franquistas intentaban tomar el pueblo. Si veían venir coches y ejército mi abuela llamaba corriendo a mi abuelo que se desplazaba inmediatamente al Castellón (la peñosa) un cerro muy alto desde el que divisaban en la carretera y el puente y disparaba para hacer retroceder a las tropas y también a los aviones.
En septiembre de 1937 ante la inminente caída del pueblo se desplazaron hacia Alhama de Granada haciendo parada en el pueblo de Santa Cruz del Comercio donde habitaron una de las casas abandonadas cerca del río en el que los niños jugaban y se bañaban. En esta localidad un hombre de derechas mató a un republicano y emprendió la huida a través del pueblo. En su desesperación se metió en la casa que ocupaba mi abuela que gritaba desesperada: "No disparéis, no disparéis, está mi hija con él", mientras el hombre se escondía debajo de la cama. De esa forma pudo evadirse y desaparecer.
La huida de Santa Cruz hacia Alhama la hicieron mujeres, niños y ancianos, entre ellos los padres de mi abuela. Se ayudaron de una borriquilla en la que llevaban los enseres, andando de noche, con mal tiempo, mal vestidos y casi descalzos.
Cuando llegaron a Alhama iban escondiéndose pues había mucha gente de Moraleda de derechas que podía reconocerlos. Mi abuelo por aquel entonces había tomado fama y nombre y mi abuela les había dicho a sus hijos que no deberían decir quiénes eran y que eran hijos de El Moro, porque los matarían a todos.
"Reanudaron su camino cruzando el río pasando uno a uno a los niños en una noche de viento y lluvias terribles, atravesando barrizales en los que se quedaban las alpargatas y resguardándose de los posibles peligros en las cunetas, en un tortuoso y penoso viaje"
Al salir de esta localidad por la carretera se encontraron frente a las tropas franquistas. Mi abuela avisó a los niños de inmediato para que guardaran silencio, todos estaban atemorizados. Las tropas les preguntaron dónde iban y comentaban: "Estos rojos malditos que nos han hecho salir de nuestras casas". Les aconsejaron no seguir en esa dirección, hacia Zafarraya, y volverse para Alhama, donde decían que estarían más seguros. Tuvieron que volverse y meterse en unos molinos de trigo que había cerca del rio, en esos barrancos profundos de Alhama, con frío, hambre y descalzos los niños. Cuenta mi madre que llegaron a media noche y durmieron en el granero. De pronto un hombre comenzó a aporrear la puerta casi echándola abajo sin que supieran el motivo. Mi abuela gritaba: “iFrasquito, José, Antonio, tocan la puerta salir a ver quién es. ¡Coged las escopeta!", simulando que los hombres estaban allí. Así logró ahuyentar al hombre, pero, preocupada porque hubiera ido a dar el parte a las tropas allí destacadas, decidió ponerse en marcha de nuevo de inmediato y se lo comunicó a los demás. Reanudaron su camino cruzando el río pasando uno a uno a los niños en una noche de viento y lluvia terribles, atravesando barrizales en los que se quedaban las alpargatas y resguardándose de los posibles peligros en las cunetas, en un tortuoso y penoso viaje.
Ya de día llegaron a un cortijo donde se encontraron con una familia de Moraleda y un grupo que se había resguardado de aquella "noche maldita". La familia de la casa daba cobijo a todos los que llegaban, haciendo una gran lumbre para que se secaran. Mi abuela les pidió por favor algún calzado para mi madre, pero antes de que pudieran darle nada llegaron gritando: "¡Vienen los nacionales!", por lo que emprendieron con rapidez la huida hacia la carretera de Zafarraya dirección La Viñuela. Uno de los primos de mi madre cogió al tío Antonio de dos años y lo subió en una burrita que llevaba a una señora. "Llévelo", le dijo. "¿Hasta dónde?". "Hasta donde vaya usted". Todos corrían en la misma dirección hasta que aparecieron camiones republicanos. "Subiros", les dijeron. "En el camión íbamos como sardinas".
Por la carretera apareció el batallón de mi abuelo que era Sargento de Caballería a cargo de un batallón de Noche, encabezaba un grupo con pañuelo rojo y negro al cuello. Iba desesperado buscando a los suyos, "Frasquitoo, Frasquito!", le decía mi abuela y mi bisabuela, los niños gritaban: "¡Papá, papá, estamos aquí!". "¿Váis todos?", preguntó mi abuelo. "Sí, vamos todos", le contestamos. Sin decirle que faltaban su hijo Antonio de dos años y el abuelo Tito, su padre, que decidió atravesar todos aquellos montes buscando a sus hijos para explicar qué estaba pasando y huyendo de tener el sufrimiento de presenciar que algo le pasara a su familia
Una vez llegaron a la Viñuela, mi familia se cobijó en un cortijo donde dos hermanas de mi abuelo y sus familias trabajaban y estaban de caseros. Allí informaron a mi abuelo de lo que había que ocurrido con su hijo Antonio, pero el niño pronto apareció pues su primo Federico lo reconoció al verlo con la señora que lo recogió y cuidó.
Sufrían por el padre de Francisco sin saber qué podría haber sido de él. "Una mañana temprano -cuenta mi madre- salimos a la puerta del cortijo y vimos venir un hombre y todos se pusieron sobre aviso". Cuando más se acercaba más les parecía alguien conocido hasta que lo reconocieron: "¡Papá, Tito!, ¡papá, Tito!, ¡abuelo, abuelo!", gritaban los niños. Cuando llegó el abuelo lloraba desconsolado, pensaba que todos habían muerto y no sabía como iba a explicar a su hijo que su familia había quedado en manos de los fascistas.
"Cuenta mi madre cómo la aviación, por aire, y los barcos desde la Costa, no paraban de bombarderar, había muchos muertos en las cunetas y cómo desde los cortijos les amenazaban con armas y disparaban para que no entraran"
Después de la Viñuela se unieron, por Vélez Málaga, a la Desbandá, la huida de los republicanos de Málaga al ser tomada por los rebeldes. Cuenta mi madre cómo la aviación, por aire, y los barcos desde la Costa, no paraban de bombardear, había muchos muertos en las cunetas y cómo desde los cortijos les amenazaban con armas y disparaban para que no entraran. Hacían tramos en los veía los camiones en los que iban las tropas internacionales. Mi abuelo le hizo para comer unas migas con agua de mar, "¡qué malo estaba aquello!". Allí estuvo perdido durante unos días uno de los niños, Frasquito que fue reconocido por otra familia de Moraleda y devuelto a la familia.
Llegaron a Almería y allí mi abuelo le entregó a mi abuela una niña perdida muy guapa a su cuidado. Como había opción de irse en tren hasta Tarragona mi abuela decidió alejarse del conflicto con sus cinco hijos y con la niña encontrada. "Josefa, tienes que cuidar a esta niña como si fuera tuya. Cuando encontremos a sus padres debemos entregársela", le dijo mi abuelo.
Mi madre recuerda cómo las gentes de los pueblos por donde pasaba el tren les llevaban comida y enseres y la impresión que le causó el gran río de Tortosa. El grupo fue a parar a un pueblecito llamado Jesús, en la provincia de Tarragona en el que fueron acogidos por los Comités. Una señora le pidió hacerse cargo de la niña que habían acogido: "Déjemela, usted tiene muchos". La niña fue cuidada por esta señora que la lavó, y vistió y la trató como a una 'marquesa'.
Francisco Fraguas -el hombre a la derecha que sostiene a un niño en brazos-, en una foto familiar.
No sabemos el tiempo que vivieron en Tarragona, pero en un momento determinado mi abuelo que se encontraba en Guadix reponiéndose de las heridas recibidas en uno de los combates que tuvieron lugar en el pueblo de Pozoblanco los reclamó a los seis, ya que también habían aparecido los padres de la niña. Allí mientras durante la convalecencia de sus heridas aprendió a escribir gracias a los programas de las Milicias de Cultura.
Según relata mi madre la vuelta de mi abuela fue un "infierno". Mujer valiente donde las haya resistía los avatares de la guerra estando en ese momento a punto de dar a luz. Volvía con un prominente embarazo, equipaje y seis hijos. En Guadix dio a luz asistida por una señora de Moraleda apodada La chula a su sexto hijo y le llamaron "Durruti". Con ese nombre lo asentaron, pero hubieron de cambiárselo después de la Guerra por el nombre de Manolo pues no les admitieron su inscripción anterior.
"Al terminar la guerra estaba en Guadix. La familia volvió a Moraleda donde las mujeres fueron rapadas, humilladas y maltratadas"
Al terminar la guerra estaba en Guadix. La familia volvió a Moraleda donde las mujeres fueron rapadas, humilladas y maltratadas. Mi abuelo creyendo la promesa del “Caudillo” de que todos los que no tenían delitos de sangre no tendría problemas con la justicia volvió a Moraleda. Tal vez por credulidad, por no dejar a su familia sola, o porque no tuvo oportunidad de irse en algún barco o unirse a los maquis, no podremos saberlo nunca, pero fuese como fuese el final sería muy oscuro. Cuando venía hacia Moraleda paró en Chauchina, pueblo de mi abuela, y su cuñado que había combatido con los franquistas decidió acompañarlo hasta el pueblo. Cuando llegó fue a ver al alcalde que le dijo: “Frasquito ¿para qué has venido? Vete a casa con tu mujer". Frasquito fue detenido inmediatamente y ya el primer día uno de los fascistas del pueblo ofreció a la Guardia Civil un cordel mojado para que le pegaran. Allí le torturaron hasta calmar su sed de venganza mientras mi abuela, sus padres y hermanos ardían de dolor, rabia e impotencia.
Mi abuela, ¡pobre abuela!, fue al cuartel a suplicar por su marido que nada malo había hecho solo luchado por una España mejor para sus hijos. Todos la ignoraron, también aquellos a quienes mi abuelo ayudó.
Paso a la cárcel de Alhama de Granada, y de esta a la Provincial de Granada y un cuatro de abril de 1940 fue fusilado en las tapias del Cementerio de Granada.
Este testimonio se encuadra dentro de un trabajo sobre mujeres realizado por la AGRMH.