LOS MALTRATADOS PROFESORES RURALES A FINALES DEL XIX

Cuando los maestros de escuela (y sus familias) morían de hambre

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 28 de Noviembre de 2021
Este es un sensacional reportaje de Gabriel Pozo sobre el largo y penoso proceso registrado en España hasta la dignificación del docente, con pasajes poco conocidos o que permanecían ocultos, con atención preferente a Granada. Pero también una loa a la maravillosa, pero a veces, ingrata labor de enseñar. Otra lección de un maestro del Periodismo, que te invitamos a leer y compartir.
Caricatura de maestros en El Loro. Barcelona, septiembre de 1880.
Caricatura de maestros en El Loro. Barcelona, septiembre de 1880.
  • La maestra de Beas de Granada murió de hambre cuando pedía limosna en 1888; la madre de la de Jayena falleció por falta de alimento

  • Otros dos maestros murieron hambrientos y sin ayuda en la provincia de Almería durante el año 1892

  • Los ayuntamientos de la provincia de Granada eran los más reticentes y morosos en el pago a sus maestros de primaria

  • Alcaldes del XIX despreciaban a los maestros porque no tenían para pagarles y les revolucionaban a los vecinos con sus enseñanzas

Pasas más hambre que un maestro de escuela. El dicho no era una metáfora ni un símil. En el siglo XIX fue totalmente cierto. Hasta el punto de registrarse varios muertos por hambre. En el entorno de Granada y Almería murieron tres docentes por falta de alimento; el caso más sonado fue el de la profesora de Beas de Granada, fallecida cuando pedía limosna en un pueblo vecino. Los ayuntamientos andaluces, en general, y los de las provincias de Málaga y Granada, en particular, fueron los peores pagadores de toda España. Y es que los alcaldes caciques no querían maestros en sus pueblos, en primer lugar, porque tenían que pagarles del exiguo erario municipal; en segundo, porque formaban a hombres y mujeres que les discutirían su poder y se les soliviantarían en el futuro. Lo que sigue es un repaso al intenso debate que agitó la prensa sobre las duras condiciones del maestro de primaria durante el último tercio del siglo XIX.

Hasta mediados del siglo XIX en España sólo estudiaban los hijos de quienes se lo podían pagar. Muy pocos. La enseñanza y el cambio social no eran conceptos que estaban por llegar todavía. Uno nacía, vivía y moría como lo habían hecho sus ancestros durante siglos. Las clases trabajadoras se formaban en el seno de los oficios gremiales; sólo una ínfima parte de los pudientes y el clero tenían acceso a las letras y a los números.

La ley Moyano de 1857, básicamente, ordenó que el primer estrato, la instrucción primaria, sería obligatoria para todos los españoles comprendidos entre 6 y 9 años. A partir de esa edad se entendía que los pobres iniciaban su vida laboral

Hasta bien entrado el reinado de Isabel II, con los progresivos gobiernos liberales, no se puso en marcha un precario sistema educativo dirigido a toda la población. Fue a partir de Ley Moyano de 1857; básicamente, ordenó que el primer estrato, la instrucción primaria, sería obligatoria para todos los españoles comprendidos entre 6 y 9 años. A partir de esa edad se entendía que los pobres iniciaban su vida laboral. Se intentaría enseñarles a leer, escribir, los números y poco más. Se encomendaba a los ayuntamientos la obligatoriedad de correr con sus gastos, de manera que cargaría sobre los padres el cobro de un impuesto por enseñanza de los hijos. Si se era pobre, la formación sería gratuita.

Las enseñanzas secundarias se encomendaban a las diputaciones y la superior, a las universidades (pagada por el Ministerio de Fomento e Instrucción y la matrícula de alumno). Paralelamente, se crearon escuelas de formación para los maestros; con anterioridad, los profesores “particulares” tenían una cualificación dispar y, en su mayoría, muy básica y centrada en impartir disciplina y urbanidad. Sólo basta con ver los exámenes finales que hay en el Archivo Universitario para percatarse de la elemental formación de los nuevos diplomados.

Dos de los ejercicios, de caligrafía y aritmética, sencillos, que tuvo que hacer Vicenta Lorca Romero, la madre de Federico, para obtener el título de maestra en la Escuela Normal el 25 de junio de 1890. ARCHIVO MAGISTERIO-UGR

El principal error de la Ley Moyano fue precisamente dejar la educación en manos de los alcaldes. Los ayuntamientos estaban en la ruina perpetua, máxime cuando atravesaban un periodo desamortizador que les restó propiedades ancestrales del común. La competencia de la educación les cayó como una losa, no entendían que tuviesen que pagar a unos maestros que les seleccionaba el Ministerio, habilitar unas aulas y pagar los materiales. El escaqueo fue general, especialmente en Andalucía.

La consecuencia era un analfabetismo que rondaba el 80% a mediados del siglo XIX, reducido al 65% al iniciarse el siglo XX

La Dirección General de Instrucción Pública elaboró una carta en 1862 que, a su vez, remitió a las juntas provinciales para que las distribuyeran entre todos los ayuntamientos. En ella se hacía un llamamiento a que los padres llevaran a sus hijos a los colegios y dejaran de pensar en ellos solamente como fuerza de trabajo; no debían privar a los niños de corta edad de los beneficios de la educación. Obviamente, muchas familias hicieron caso omiso y, en cuanto podían valerse por sí mismos, los niños eran empleados como aprendices, ayudantes o pastores. La consecuencia era un analfabetismo que rondaba el 80% a mediados del siglo XIX, reducido al 65% al iniciarse el siglo XX.

Revista La Educanda, dirigida a maestras y madres (1862) que publicaba los beneficios de llevar a los hijos a las escuelas.

Recordemos que la inmensa mayoría de alcaldes procedían de clases sociales afortunadas; no les caía en gracia que alguien de fuera viniese a sus dominios a enseñar a gente que después se le iba a revolver o a convertir en un protestón

Recordemos que la inmensa mayoría de alcaldes procedían de clases sociales afortunadas; no les caía en gracia que alguien de fuera viniese a sus dominios a enseñar a gente que después se le iba a revolver o a convertir en un protestón. Este aspecto lo solía reflejar muy bien la prensa del momento, con artículos sublimes que retrataban la personalidad y la forma de pensar de muchos alcaldes, sobre todo del centro-sur de España. Pongo por ejemplo el artículo publicado por Miguel Prieto y Prieto (Semanario de las Familias, 24 de julio de 1882): “El maestro de escuela, víctima de la política, odiado por el fanatismo, maldecido por la superstición, funcionario civil algunas veces, pobre siempre, con la tristeza por compañera, el libro en vez de báculo, el estudio por amigo, por consejero el amor, marcha apenado y triste por las sendas azarosas de la vida… Y vive pobre, rodeado de privaciones, calumniado por la ignorancia, abatido por la miseria…”

Caricatura publicada por La Carajada, octubre de 1872.

O este otro de El Glogo (22 diciembre 1877): “He aquí un funcionario digno, por muchos conceptos, de las mayores consideraciones. Sobre él, sin embargo, parece que pesa una maldición que le convierte en uno de los seres más desgraciados de la sociedad. Maestro de escuela, en España, es sinónimo de hombre que no tiene dónde caerse muerto. Así lo da a entender el refrán de “tienes más hambre que un maestro de escuela”. Es el primer contribuyente a la cultura social y, sin embargo, el último que participa de sus ventajas…” El autor del artículo, Rogelio G. Lozano, reproducía de la siguiente manera los comentarios recogidos de un alcalde sobre los maestros:

  • ­“El maestro de escuela es el ser que más daño hace en un pueblo. Él y nadie más que él es el responsable de que los vecinos de mi lugar se hayan vuelto ambiciosos, revolucionarios, alborotadores y traten ahora de quitarme la vara”.
  • “Ellos, que a lo sumo podían haber aspirado a ser medianos labradores o regulares artesanos, porque eso y nada más fueron sus antepasados, dicen hoy que tienen no sé yo qué derechos; y porque han aprendido a leer y a escribir, se me suben a las barbas”.
  • “Antiguamente, cuando no había en el pueblo maestro de escuela, mi padre era aquí la única persona instruida. Los demás ni siquiera sabían dónde tenían la mano derecha. Así que ni uno solo trató jamás de disputarle el mando, y todos le obedecían con el mayor respeto. Pero se estableció la escuela, vino a ella un maestro y lo puso todo patas arriba”.
  • “Enseñó a leer y a escribir a los muchachos, que hoy ya son hombres, les entró en la cabeza no sé qué músicas de civilización y de cultura, y no fue menester más para que el pueblo, antes como una balsa de aceite, se convirtiese en un mar alborotado. El maestro, en fin, es el primer trastornador del mundo”.
Ilustración de El Camarada (1888) dentro de un extenso artículo sobre las deplorables condiciones de vida que soportaban y los intentos de los ayuntamientos de suprimir escuelas.

Maestros con otros subempleos

Con opiniones del estilo anterior, no es de extrañar que los alcaldes tratasen a los maestros como a perros vagabundos y sarnosos. Muy pronto, tras implantar a regañadientes la enseñanza primaria, empezaron a maltratar a los enseñantes. Se les pagaba con las famosas tres antivirtudes: tarde, mal y nunca. Aquella miseria municipal caló muy pronto en el acervo popular para hacer realidad el refrán de las desdichas y el hambre que pasaban los maestros que iban a los pueblos. Pronto tuvieron que recurrir a ganarse la vida de manera complementaria, en tanto les llegaban las migajas de sus concejos; los maestros se convertían en agricultores, criaban gallinas, cerdos, cabras… o se dedicaban a hacer cualquier otro trabajo por las tardes, de contables, administradores de señoritos, etc. Hacían de médicos o enfermeros; ayudaban a artesanos en herrerías y carpinterías. Cualquier cosa para ganarse la vida en espera de que el Ayuntamiento tuviera a bien pagarles lo que era suyo.

A los 9 años, a los niños se les entregaba un sombrero o una gorra y se les enviaba a trabajar con sus padres; había finalizado su escolarización. Foto de un grupo en Bubión tomada por el Dr. Olóriz en 1894

Peor lo tenían las maestras que llegaban de ciudad. Además, muchas de ellas, acudían acompañadas de alguno de sus progenitores viudos/as

En el mejor de los casos, los alcaldes les daban vales en tiendas y panaderías para que fuesen a por alimentos. Eso sí, con recargos e intereses del 20%. En muchos otros, ni siquiera eso. La gente de los pueblos conocía de sus necesidades y procuraba ayudarles; pero la pobreza abundaba en los vecindarios y pocos podían dar lo que no tenían. El recurso de algunos maestros era salir a pedir a sus vecinos o desplazarse a los lugares limítrofes si les daba vergüenza en el de su residencia.

Peor lo tenían las maestras que llegaban de ciudad. No sabían cultivar el campo ni de criar animales en sus corrales. Además, muchas de ellas, acudían acompañadas de alguno de sus progenitores viudos/as. La situación se le complicaba bastante. Incluso algunas maestras solían ser viudas con hijos.

Madre de maestra muerta de hambre Jayena

En la prensa de las décadas de 1870-90 aparecieron varios casos de maestras pasando muchísima necesidad. El primero de ellos tuvo lugar en la comarca de Alhama de Granada; un maestro llamado Juan María Solís hacía las veces de corresponsal de la La Idea. Revista de Instrucción Pública. En el número de 5 de junio de 1871 informaba de la muerte de la madre de una compañera por hambre: “Jayena, 24 de mayo de 1871. El día de la Asunción, día memorable, falleció, víctima de la miseria y del hambre, la madre de Doña Nicolasa López, maestra de esta villa, a la que se le adeuda desde primeros de 1870 sin que los corazones empedernidos de este ayuntamiento les hubiese abonado ni un céntimo durante la enfermedad de su desventurada madre… A ella la ha recogido una familia caritativa… También me consta que Doña Carmen de Guzmán, maestra de Arenas del Rey, ha pedido al Ayuntamiento que le abonen las deudas para alimentar a su enferma y decrépita madre…”

Las cartas de quejas de los maestros de la comarca de Alhama al gobernador y a los medios de comunicación eran constantes. No conseguían que nadie les pagara. Solicitaban poder cerrar la escuela y largarse de sus pueblos, hartos ya de padecer y rondar la inanición y la miseria. Pero jamás les fue concedido. Hubo un caso en el que una maestra decidió cerrar mientras no se le pagara; la reacción del ayuntamiento fue contratar a una interina que daba las clases en su casa y cobraba la mitad.

Otra carta del corresponsal de la comarcal jameña recopilando los impagos a sus compañeros.

Infinidad de maestros se quejaban de las deplorables condiciones de las escuelas y viviendas que les habían buscado sus ayuntamientos. No pasaban de ser cuevas o cuchitriles húmedos, parecidos a establos. Las quejas eran continuas. En El Defensor de 7 de enero de 1889, a raíz del caso Beas, se recogieron varias notillas relativas a las malas condiciones de los maestros: En Murtas se quejaba la ex maestra Dolores Rojas de que le querían descontar de sus haberes el coste del alquiler de las escuelas (que un particular no conseguía cobrar del Ayuntamiento); el maestro de Nívar, Antonio González, fue expedientado por abandonar su puesto tras muchos años sin cobrar; los maestros de Granada capital elevaron un escrito a la Junta Provincial de Instrucción Pública exigiendo que se les pagasen “los crecidos atrasos”; la Junta envió el informe a la Dirección General el Ministerio, a ver si había suerte y conseguían cobrar.

Y desde Albuñuelas escribían lo siguiente sobre su escuela en ruina:

Hubo otro caso muy sangrante que apareció tanto en la prensa local como en la nacional. Se trató de la maestra de La Mamola (1.120 habitantes)…

…El remitente, Sebastián García Jiménez era maestro, se dirigía al periódico dando cuenta del hambre que pasaba una maestra compañera de su comarca. Era de La Mamola (anejo costero de Polopos) y compartía colegio con el maestro Francisco Pintor. El autor de la carta contempló el encuentro entre una mujer encorvada, llorosa, y un hombre con bastón de borlas. Era el alcalde. La que aparentaba ser una anciana le suplicó por todos los santos que le diera algo para comer aquel día, estaba para expirar y aún no se habían desayunado sus hijos. El alcalde le contestaba con evasivas, mientras ella lo perseguía suplicándole. Entonces, el alcalde, se revolvió y le respondió: “Como no tengo hijos ni hijas, no tengo la obligación de ingresar fondo alguno para atenciones de instrucción pública.”

El remitente se interesó por la vida de la que llamó A. M. C. para ocultar su identidad (se llamaba Ana María Carmona). La acompañó a su “casa” y comprobó la zahúrda de cueva, de cuatro por dos metros, donde vivía con sus hijos. Sin ventanas, con el suelo de tierra; le servía de vivienda y allí daba las clases

El remitente se interesó por la vida de la que llamó A. M. C. para ocultar su identidad (se llamaba Ana María Carmona). La acompañó a su “casa” y comprobó la zahúrda de cueva, de cuatro por dos metros, donde vivía con sus hijos. Sin ventanas, con el suelo de tierra; le servía de vivienda y allí daba las clases.

En vista de la situación tan penosa, los maestros del partido de Albuñol amagaron con cerrar las escuelas y dedicarse a otras profesiones para poder alimentar a sus hijos. El revuelo en prensa debió dar algún resultado, pues el alcalde en cuestión también fue cesado por el gobernador y nombrado otro en su lugar (llamado Antonio Rodríguez). La maestra Ana María Carmona logró sobrevivir, ya que en la inspección que recibió el pueblo en 1894 aún continuaba en su puesto. No sabemos si también sus hijos hambrientos.

La terrible muerte de la maestra de Beas

El invierno de 1888 comenzó en condiciones climatológicas muy duras en la Sierra de Huétor. A los continuos temporales de agua del otoño le siguieron copiosas nevadas. Para empeorar la situación, una partida de bandoleros malagueños se había refugiado por estos montes, de tal forma que la Guardia Civil había mandado una pareja más a reforzar el destacamento de Huétor Santillán. No se podía salir al campo a buscar yerbajas, bellotas, castañas ni setas…  por si acaso les asaltaban.

El día 16 de diciembre de aquel año las condiciones de salud de Carmen debieron empeorar tanto, por falta de alimento, que decidió desplazarse hasta el pueblo de Huétor Santillán. Anduvo por sus calles pidiendo limosna, sin que sepamos el resultado de sus súplicas

En el pueblo vecino, Beas de Granada (a sólo cinco kilómetros), ocupaban las plazas de maestros Antonio Ruiz Calvache y Carmen Ruiz Soto. Las desempeñaban desde hacía bastantes años. Por entonces contaba Beas con 674 habitantes y era su alcalde Miguel Martín. La paga anual para cada uno de los profesores era de 625 pesetas, nómina correspondiente a una población de pequeño tamaño.

Con la maestra de niñas estuvo su madre viuda viviendo en Beas, Juliana Soto. Una vez fallecida la madre debieron empezar los problemas económicos para la maestra Carmen Ruiz Soto, que contaba 60 años en 1888 y se mantenía soltera. Sin más familia. El día 16 de diciembre de aquel año las condiciones de salud de Carmen debieron empeorar tanto, por falta de alimento, que decidió desplazarse hasta el pueblo de Huétor Santillán. Anduvo por sus calles pidiendo limosna, sin que sepamos el resultado de sus súplicas. Hasta que finalmente y debido a su lamentable estado fue acogida por los vecinos Luis Fernández Rodríguez y su esposa. La cobijaron del frío en su hogar y le dieron algo de comer. Conocemos por las crónicas de prensa que el alimento llegó tarde. El estómago y el organismo no admitían nada. Falleció a las dos de la madrugada del día 18 de diciembre.

Inscripción del fallecimiento de Carmen Ruiz Soto en el libro de la parroquia de Huétor Santillán, el 18 de diciembre de 1888.

Su fallecimiento quedó recogido en el registro civil municipal y en el libro de difuntos de la parroquia. La inscripción parroquial es algo más completa, pues señala que su profesión era la de profesora de niñas de Beas de Granada, donde estaba avecindada. El juez municipal ordenó darle entierro de caridad en el cementerio de Huétor Santillán (no se le cobró la sepultura). No se localizó a ningún pariente cercano, nadie llegó a su entierro.

Noticias publicadas por El Defensor los días 3 y 5 de enero de 1889.

A raíz de aquel vergonzoso fallecimiento, los políticos del momento empezaron a escurrir el bulto. Lo primero que hizo el gobernador civil fue culpar de todo al alcalde. Lo segundo, presionar a El Defensor de Granada para que dejase claro que él conocía aquella situación de precariedad de la maestra Carmen Ruiz, y que había enviado emisarios varias veces al alcalde para que le pagara y acabase con su hambre. Hasta cinco emisarios dijo que había enviado. Echaba las culpas al alcalde de aquella muerte por no haberle pagado a tiempo. Pero ya no había solución para salvar la vida a una inocente, a la que se le debía el sueldo de más de cinco años.

Lo peor vino cuando esta noticia local saltó a la prensa nacional. Toda España conoció el padecimiento final de Carmen Ruiz y empezó el debate periodístico y político

Lo peor vino cuando esta noticia local saltó a la prensa nacional. Toda España conoció el padecimiento final de Carmen Ruiz y empezó el debate periodístico y político. Afloraron decenas de cartas de maestros en los diarios explicando las pésimas condiciones en que vivían en los pueblos: sin cobrar desde hacía años, en malas viviendas, haciendo otros trabajos, mendigando e, incluso, con hijos mal alimentados o fallecidos por la necesidad.

Noticia dada por La Monarquía, periódico liberal, el 6 de enero (arriba). Debajo, nota de La República, el mismo día. Se aprecia los distintos, y estúpidos, tratamientos dados a la misma noticia distribuida por una agencia telegráfica.

Los medios de comunicación opuestos al gobierno de Sagasta utilizaron la muerte de la maestra de Beas para cebarse con su política educativa, o su ausencia. En el semanario Los dominicales del librepensamiento (republicano y anticlerical) se decía claramente que se la había dejado morir como al perro de un esquilador; había sido abandonada criminalmente; eso demostraba el atraso y abandono en que se encontraba toda España; arremetía contra las clases pudientes y tan religiosas, por ser las que más podían hacer y no hacían nada.

El autor del artículo (Jaime Huber, obrero) se preguntaba: “¿Es que en el pueblo de Beas no hay autoridades que representen al Gobierno de la patria? Si las hay ¿cómo dejan morir a un individuo tan necesario a la sociedad? Suponiendo que esas autoridades no se fijaran en el hecho, por estar ocupadas en otras atenciones propias de su cargo, ¿no hay en ese pueblo un padre de almas, representante de Cristo en esta bendita tierra, que vele por la vida de sus hijos, cuyo padre, tal vez confesor de esa cristiana, pues cabe suponer que, siendo maestra, sería buena católica, apostólica, etc., que conociera su desgraciada situación y la socorriera? El gobierno se abandona al no obligar a pagar a quien debe las asignaciones a los maestros de escuela; abandonada por el Ayuntamiento, abandonada esa señora por el clero…”

No dejaba títere con cabeza en ninguno de los colectivos sociales del pueblo que le habían dado la espalda a su maestra y la habían enviado a mendigar y morir al de los vecinos

Por supuesto, no dejaba títere con cabeza en ninguno de los colectivos sociales del pueblo que le habían dado la espalda a su maestra y la habían enviado a mendigar y morir al de los vecinos.

Hasta la prensa satírica del momento arreció y se hizo eco del hambre y la necesidad que pasaban los maestros de primera enseñanza. Uno de los primeros en imprimir historietas en color, El Motín, le dedicó unas viñetas al estilo de los cantares de ciego o libros de cuerda. Adjunto una parte de la ilustración y el enlace de la Hemeroteca Nacional donde se puede ver ampliado: http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0001142137&page=2&search=%22hambres+crueles%22&lang=es

Parte de una caricatura sobre la dura vida del maestro de primaria (El Motín, 1889).

La muerte de Carmen Ruiz Soto agitó la conciencia de los maestros de primaria. Su fallecimiento no fue en vano

La muerte de Carmen Ruiz Soto agitó la conciencia de los maestros de primaria. Su fallecimiento no fue en vano. Para comenzar, el alcalde de Beas fue cesado y puesto en su lugar José García Garrido; el aula de niñas fue cerrada temporalmente y convocada la plaza de maestra el mes de agosto siguiente. El maestro Antonio Ruiz Calvache solicitó plaza en otra localidad. Dos años más tarde, los dos nuevos maestros eran Francisco Ocaña García y Juana Fernández Romero. No conocemos si los nuevos ya cobraron con normalidad.

Al final de todo el revuelo, también fue destituido el gobernador civil y jefe político de la provincia de Granada (Eugenio Sellés y Ángel, marqués de Gerona).

El aldabonazo del “Informe Calleja”

La muerte de la maestra de Beas supuso un aldabonazo en buena parte de la sociedad española, sobre todo la ilustrada y en la comunidad enseñante. Bastante en los medios de comunicación; y prácticamente nada en la clase política. El editor y erudito Saturnio Calleja, publicista de cuentos para niños y libros infantiles (el del refrán “tienes más cuento que Calleja”) decidió remitir una encuesta a los ayuntamientos y maestros de primera enseñanza; precisaba conocer las cantidades adeudadas, el tiempo de las nóminas impagadas y las opiniones de los maestros acerca de las condiciones en que vivían.

Aquel librillo puso números por vez primera a la deuda no pagada o atrasada por los ayuntamientos a sus maestros. Las cifras mostraron un escándalo de magnitudes colosales: nada menos que 3.055.033 pesetas se les debía a los maestros rurales

Con las respuestas recibidas de 44 provincias españolas, más la colonia de Cuba, elaboró una publicación llamada “Datos sobre las deudas de la primera enseñanza”. Aquel librillo puso números por vez primera a la deuda no pagada o atrasada por los ayuntamientos a sus maestros. Las cifras mostraron un escándalo de magnitudes colosales: nada menos que 3.055.033 pesetas se les debía a los maestros rurales. Y Saturnino Calleja advertía que la cantidad podría ser del doble, ya que a la encuesta no había respondido ni la mitad de los pueblos y maestros.

Como provincia más morosa en 1890 figuraba Cuba, con 293.311 pesetas a sus maestros; la segunda en el listado era Málaga (259.588 ptas.) y Granada ostentaba la medalla de bronce (215.588). Algunos maestros, en sus respuestas, aseguraban que sus alcaldes llevaban hasta diecisiete años sin pagarles. Las provincias que solían pagar por entonces mejor a sus enseñantes rurales eran Navarra (con una deuda de sólo 1.367 pesetas) y Lugo (3.405).

Aparecen también varios comentarios de maestros de la provincia de Granada, donde destaco el del maestro de Villanueva Mesía: “La imperiosa necesidad nos ha obligado a implorar la caridad públicamente”

Los comentarios aportados por los maestros acerca de las condiciones de vida en sus pueblos eran desalentadores. “Vivimos de pedir limosna desde hace cuatro años” (maestro de Egea de los Caballeros); “Me da vergüenza decirle que ando pidiendo limosna por el amor de Dios”, “me deben 5.625 pesetas y no tengo para dar de comer a mis hijos” (Alcaucín). Aparecen también varios comentarios de maestros de la provincia de Granada, donde destaco el del maestro de Villanueva Mesía: “La imperiosa necesidad nos ha obligado a implorar la caridad públicamente”. Y algunos comentarios mucho más fuertes que los que he puesto de ejemplo. Los maestros de Castril llevaban también casi diez años sin cobrar entero su sueldo; por eso la prensa madrileña destacaba su caso (La Justicia, 10 de agosto de 1890):

Los maestros encuestados contrastaban su situación de impago con la del resto de empleados o funcionarios municipales, todos ellos cobraban. Así es que, además de la penuria de las arcas municipales, sospechaban que había algún motivo de calado para no pagarles. Bien sabían que su presencia no gustaba a las clases pudientes caciquiles locales.

Campaña de El Defensor de Granada

El revuelo nacional que se organizó con la muerte de la maestra de Beas y el Informe Calleja pusieron a Granada en el disparadero de la mala gestión con sus maestros y las deudas desorbitadas que mantenían sus ayuntamientos. Toda una vergüenza a nivel nacional. Quizás estos hechos influyesen en que los gobernadores civiles duraban menos que un caramelo en la puerta de un colegio. El cuarto gobernador que llegaba tras la muerte de Carmen Ruiz Soto, García Velasco (posesionado el 21.03.1891) fue saludado muy pronto con una campaña de El Defensor de Granada que recogía la deplorable situación a que los ayuntamientos habían llevado a los profesores de primaria. Culpaba directamente a representante de la Nación (el gobernador civil y jefe político provincial) y a la Diputación.

Recordaba el contraste que suponía, en diciembre de 1888, la muerte de una maestra por hambre con la brillantez con que se había celebrado en Granada el primer Congreso Nacional de Pedagogía, al que asistieron 1.415 maestros de toda España

La campaña de agitación la inició El Defensor con un duro editorial en primera página el 31 de julio de 1891, justo cuando los maestros iniciaban sus vacaciones. Empezó a remover números, casos y conciencias. Empezaba recordando que ya por entonces la provincia de Granada figuraba al frente de las deudas con sus maestros, rondando las 800.000 pesetas. La situación de desprestigio no podía seguir así. Durante más de un año estuvo alentando el periódico desde sus páginas todo tipo de escritos en favor de los enseñantes. Recordaba el contraste que suponía, en diciembre de 1888, la muerte de una maestra por hambre con la brillantez con que se había celebrado en Granada el primer Congreso Nacional de Pedagogía, al que asistieron 1.415 maestros de toda España (mayo de 1882). ¿Tanto había empeorado la situación en tan pocos años? ¿O es que se ocultó la realidad de los maestros de la provincia?

Primer editorial sobre el magisterio granadino titulado “Una gran vergüenza” (31 de julio de 1891).

Dos maestros muertos en Almería

El Ministerio de Fomento, del que dependía por entonces la educación, no debió inmutarse ni por la muerte de la maestra de Beas ni por los continuos artículos y quejas que aparecían en prensa. Tampoco por las cartas de denuncia de maestros en la prensa liberal y en los periódicos de la enseñanza. No se adoptó ninguna decisión de importancia.

Del primero sólo quedó una vaga referencia en prensa. No así del segundo, que trabajaba para la escuela de huérfanos de la Diputación Provincial de Almería

La consecuencia inmediata fue que en la primavera y otoño de 1892 se registraron los fallecimientos de otros dos maestros en la provincia de Almería. Del primero sólo quedó una vaga referencia en prensa. No así del segundo, que trabajaba para la escuela de huérfanos de la Diputación Provincial de Almería. Se llamaba Francisco Company y Dios se lo llevó a su lado el 14 de octubre. Dejó una viuda y varios hijos que tuvieron que ser socorridos por los vecinos de la capital almeriense.

No eran poco dos maestros muertos para una población total de la provincia almeriense de 346.000 habitantes (algo más de 36.000 en la capital). La deuda que mantenían sus ayuntamientos con los maestros era de 333.000 pesetas, proporcionalmente menos que las de Granada y Málaga.

La noticia de esta nueva muerte armó el habitual revuelo en la provincia y en los medios de Madrid. Todo el mundo culpaba a los políticos del momento, que poco hacían por evitarlo. El más beligerante fue la Crónica Meridional, que en sus ediciones de 18 y 20 de octubre publicó noticias consideradas amplias para entonces. También dio cabida a otras quejas sobre impagos. Pero poco más. Parecía que morir de hambre por entonces era cosa habitual en España.

Noticia de Crónica Meridional de Almería (18 de octubre), donde comentaba el fallecimiento, por hambre, de dos maestros de escuela en su provincia. 
Noticia del maestro almeriense reproducido en la prensa de Madrid. (Gaceta de Instrucción Pública, 25 de octubre).

La situación de miseria afectaba a la mayor parte de provincias españolas, aunque se repetían las noticias de las mismas provincias. No muy lejos de Almería, en Murcia habían decidido sus maestros salir a manifestarse a las calles pidiendo el pago de salarios para no morir de hambre. Secundaban a los de Málaga. La prensa recogía sus exigencias y sus reivindicaciones en verano de 1892 (El Día, 31 de agosto):

A partir del recrudecimiento de manifestaciones por varias provincias, los ministerios de Fomento y de Hacienda quisieron conocer la realidad de las cifras adeudadas a los maestros españoles. Durante todo el año 1893 estuvieron enviando cuestionarios a ayuntamientos y diputaciones provinciales. Querían conocer si Calleja, el de los cuentos, decía la verdad o todo era achacable a la fama de exagerada que tenía su editorial.

Granada ya no se colgaba la medalla de bronce en el ránking de morosos, había pasado al segundo puesto (con 776.952 pesetas de deuda). Málaga (1.044.247 ptas.) continuaba siendo la campeona en deuda a sus maestros rurales, seguida de Lérida (684.768 ptas.) 

El resultado de aquella encuesta fue tabulado y publicado, por vez primera en la historia de España, en la Gaceta Oficial del Reino. A fecha 31 de diciembre de 1893 España debía a sus maestros la escalofriante cifra de 9.285.195 pesetas. Granada ya no se colgaba la medalla de bronce en el ránking de morosos, había pasado al segundo puesto (con 776.952 pesetas de deuda). Málaga (1.044.247 ptas.) continuaba siendo la campeona en deuda a sus maestros rurales, seguida de Lérida (684.768 ptas.) y Cuenca (611.229 ptas).

El montante medio de las nóminas que los ayuntamientos de la provincia de Granada debían pagar ascendía a 205.541 pesetas/año. Los maestros que enseñaban en pueblos menores a mil habitantes percibían 625 pesetas/año; los municipios superiores a 1.500 habitantes tenían sueldos de 825 ptas./año; luego había otros maestros, más algunos de barrios de la capital, que con muchos años de servicio llegaban a cobrar 2.000 pesetas anuales. La media del salario de un maestro de primaria era, no obstante, muy baja pues la mayoría de núcleos de la provincia tenía una población inferior a mil habitantes. Estimo que la nómina media provincial de un maestro en 1893 estaba en torno a las 800 ptas./año.

Teniendo en cuenta que la población del país era de 17.757.000 habitantes y la de Granada 482.787, el cálculo aproximado nos indica que había en torno a 916 maestros en Granada. La tasa bruta de escolarización era del 48,9% (el resto de niños, entre 6 y 14 años, no iban a la escuela). La media de alumnos por aula era de 62,9

La provincia de Granada tenía por entonces 482.787 habitantes; el porcentaje de niños entre 6-9 años de obligada escolarización era muy elevado, en torno al 30%. No conocemos con exactitud el número de maestros que había por entonces repartidos por los municipios de la provincia. Aunque la cifra total en España era de 33.816 (en porcentajes ligeramente los hombres sobre las mujeres). Teniendo en cuenta que la población del país era de 17.757.000 habitantes y la de Granada 482.787, el cálculo aproximado nos indica que había en torno a 916 maestros en Granada. La tasa bruta de escolarización era del 48,9% (el resto de niños, entre 6 y 14 años, no iban a la escuela). La media de alumnos por aula era de 62,9.

La cantidad media que debían los ayuntamientos granadinos a cada maestro era de 848 pesetas (916 maestros X 848 pesetas = 777.952 de deuda, contando material). Es decir, un año entero a cada uno. Las cifras apuntan a que el retraso medio acumulado por los ayuntamientos en sus pagos era de 3,7 años; obviamente, habría ayuntamientos que casi estaban al día y otros muchos que acumulaban deudas de más de una década.

Menciona el informe de Hacienda unas cuantas provincias de comportamiento ejemplar con sus maestros rurales, pagaban prácticamente todos los trimestres; debió ser placentero ser maestro rural en esos territorios. No tenían ninguna deuda Barcelona, Burgos, Canarias, Guipúzcoa, León, Lugo, Navarra, Oviedo, Pontevedra, Salamanca, Santander y Vizcaya.

Las deudas de los municipios granadinos aparecen en la última línea. LA GACETA.

Estos datos provinciales de lo pagado y lo adeudado fueron publicados en la Gaceta Oficial el 23 de febrero de 1894. Se pueden ver con detenimiento en el siguiente enlace: https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1894/054/A00732-00733.pdf

O sea, que Calleja no tenía tanto cuento ni publicaba exageraciones cuando dio a conocer su famoso informe sobre lo que se les debía a los maestros en los últimos lustros

O sea, que Calleja no tenía tanto cuento ni publicaba exageraciones cuando dio a conocer su famoso informe sobre lo que se les debía a los maestros en los últimos lustros.

No obstante, el revuelo organizado, los gobiernos turnistas de la regencia de María Cristina (1885-1902), repartidos entre los liberales de Mateo Sagasta y los conservadores de Cánovas del Castillo, hicieron pocos movimientos por acabar de una vez con la práctica y dignificar la figura de los enseñantes.

Para el año siguiente, 1895, volvieron a recrudecerse las manifestaciones de maestros pidiendo el pago de sus salarios. Y lo que era peor, organizaron marchas hacia las capitales a mendigar en sus calles. El caso más llamativo fue el de Málaga, pues allí nadie les pagaba desde hacía muchos años. La inmensa mayoría marcharon sobre la capital; las autoridades, encima les represaliaron por pedir en sus calles y exigir sus derechos. La prensa se puso de su parte y contó su situación con crónicas similares a la que sigue (El Liberal, 2 noviembre 1895).

La respuesta del Ayuntamiento de Vélez-Málaga a esta noticia que les señalaba fue enviar una carta (fechada el 26 de noviembre) al ministro de Fomento solicitándole la reducción del número de escuelas y de maestros que tenía en los distintos núcleos de población. Así se mataba al perro y se acababa con la rabia al mismo tiempo.

Largo proceso dignificador del maestro

En el siglo XIX el curso escolar duraba todo el año en la enseñanza primaria. No fue hasta el año 1887 cuando se estableció el periodo de vacaciones caniculares. E inmediatamente después se pensó en completar la formación de maestros mediante conferencias pedagógicas provinciales. No sólo bastaba con obtener el título en las escuelas normales del profesorado, había que procurar una formación continua.

El proceso para dignificar la denostada profesión de maestro de primaria dio un importante empujón en 1901, mediante un decreto del Conde de Romanones

El proceso para dignificar la denostada profesión de maestro de primaria dio un importante empujón en 1901, mediante un decreto del Conde de Romanones. Por fin el Estado central asumió en sus presupuestos generales el pago a los maestros. La deuda acumulada por los ayuntamientos era de escándalo; a la enseñanza primaria se dedicaba quien no tenía otra mejor perspectiva laboral, aunque fue una oportunidad muy importante para las mujeres en su lucha por la igualdad (las féminas entraron la Escuela Normal de Granada a partir de 1858).

Si la época revolucionaria iniciada con La Gloriosa en 1868 fue un desastre para la escuela primaria, no lo fue mucho mejor la I República y la Restauración borbónica. Ya para la primera década del siglo XX comenzaron a verse mejorías en cuanto a formación de maestros y consideración social de la profesión. España empezaba a desterrar el analfabetismo.

La Escuela Normal de Granada tiene un origen anterior a la Ley Moyano, concretamente de 1846. Empezó siendo una pequeña academia para hombres que cambiaba de sede, una simple casa, cada dos por tres

Buena parte del mérito hay que atribuirlo a las escuelas provinciales del profesorado, que ya se podían considerar consolidadas. La Escuela Normal de Granada tiene un origen anterior a la Ley Moyano, concretamente de 1846. Empezó siendo una pequeña academia para hombres que cambiaba de sede, una simple casa, cada dos por tres. Empezó en la calle de la Cárcel; después pasó al desamortizado Hospital de la Encarnación (Campo del Príncipe); entre 1868 y 1878 compartió el Monasterio de Santa Cruz la Real con los museos y la Sociedad Económica. Se llamó de cinco maneras diferentes. Iban cumpliendo tímidamente con la formación de maestros de primaria, pero apenas se le tenía en consideración desde las administraciones, pues nuevamente fue desplazada a un edificio de la Carrera del Darro. Hasta que ya en 1914 se unificaron los estudios de maestros de primaria y se creó la titulación de Magisterio. Fue el momento de buscar un edificio digno; se adquirió un solar en la Gran Vía, todavía en construcción, y se levantó la Escuela Normal de Maestros de Primera Enseñanza. Las obras se prolongaron entre 1924 y 1933. En este lugar se formaron las generaciones de maestros hasta el año 1990; en las últimas dos décadas se llamó Escuela Universitaria de Formación del Profesorado de EGB.

Aula de Huétor Tájar en 1933. La profesora era Sofía Píriz de Diego.

El más potente impulso a la profesión de maestro rural tuvo lugar durante la II República. La consideración del maestro se equiparó con las más dignas profesiones

El más potente impulso a la profesión de maestro rural tuvo lugar durante la II República. La consideración del maestro se equiparó con las más dignas profesiones. ¡Quién lo iba a decir a los alcaldes del siglo anterior! La guerra civil 1936-39 supuso un enorme retroceso, sobre todo porque la mayoría de maestros habían asumido posturas republicanas y fueron depurados tras la guerra. Durante la dictadura franquista hubo que empezar casi de cero; se retrocedió en aspectos económicos; los maestros tuvieron que volver a buscarse artimañas y multiempleos para poder alimentar a sus familias. Pero la consideración social de la educación primaria había calado entre los españoles. Era imposible que un pueblo dejase ya morir de hambre a su maestro/a. Muy al contrario, se les llenaban las casas de productos agrícolas o de matanza para contribuir a su bienestar. De todas formas, los maestros del franquismo continuaron durante bastante tiempo residiendo en viviendas deficientes, pasando frío en las aulas y con pocos medios. Era habitual verlos enfundados en pellizas y capotes; igual que los niños, portando latillas con ascuas o braseros para arremolinarse en su entorno. Y en verano, dando clases en patios o a la sombra de árboles. ¡Igual que ahora!

De lo que ha venido después, de las trescientas mil leyes educativas que se suceden (a cuál peor), mejor no hablar.

En el curso escolar 2020-21 hay 7.034 profesores para infantil, primaria y educación especial, que atienden a algo más de 80.000 alumnos en 357 centros.

Reportaje de Gabriel Pozo Feguera relacionado: