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Yo soy español

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 27 de Octubre de 2017
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En el último mes, los medios de comunicación del país se han volcado hasta tal punto con el tema del independentismo catalán que ya no hablan de desahucios, ni de trabajadores en precario, ya no nos importan los saltos de inmigrantes en la valla de Melilla, ni las subidas continuas del precio de la electricidad, la corrupción política ha pasado a un segundo término, el paro o la violencia contra las mujeres ha dejado de ocupar espacio en los telediarios y todo porque un único asunto está acaparando el interés: Cataluña.

Estoy de acuerdo con que la aplicación o no del artículo 155, del que hace un mes, por cierto, no conocíamos ni su existencia, es importante, y también considero que la posibilidad de que Cataluña se independizara concita el interés general, como antes ocurriera con el radicalismo vasco, pero entiendo que a quienes mejor les está viniendo toda esta tormenta es a los propios políticos, que se juegan menos de lo que parece.

Y es que tal vez la historia acabe juzgando severamente a Rajoy y a Puigdemont por la nefasta gestión de una cuestión tan peliaguda, pero a corto plazo ambos tienen mucho que ganar, porque hablan para los convencidos y tienen su apoyo incondicional.

Hace unos días asistí a una manifestación en el Ayuntamiento de Granada que propugnaba el diálogo entre las partes, sin políticos por el medio, sin banderas, todos vestidos de blanco para pedir el diálogo y el entendimiento. Y lo que me encontré allí fue una contramanifestación de grupos que portaban la bandera española y gritaban vítores, como forma de intimidar al resto

El tema catalán se ha convertido en una hipotética final del mundial en la que España está en juego. Y las banderas no dejan de ondear en balcones y vehículos particulares exacerbando un patriotismo con el que ni yo ni mucha gente se identifica. No es que no me sienta español, es que el motivo por el que lo soy es que he nacido aquí, ni más ni menos. Si hubiera nacido en Senegal, sería senegalés. No me considero especial por ello, amo sobre todo al pueblo en el que nací y al lugar en el que vivo ahora porque me permiten ser feliz, pero hay veces, al salir fuera de España, que he encontrado a personas maravillosas con las que tengo más en común que con muchos españoles. Soy de los que animan a la selección cuando está en juego un partido, o de los que les gusta que Rafa Nadal gane un torneo, pero lo veo como una distracción, no me desespero si no ganan los míos.

Hace unos días asistí a una manifestación en el Ayuntamiento de Granada que propugnaba el diálogo entre las partes, sin políticos por el medio, sin banderas, todos vestidos de blanco para pedir el diálogo y el entendimiento. Y lo que me encontré allí fue una contramanifestación de grupos que portaban la bandera española y gritaban vítores, como forma de intimidar al resto. Entre ellos había abuelas que la sostenían y también vociferaban. Como iba con mi hijo de 5 años, tuve que optar por abandonarla después de la recomendación expresa de un agente de policía. Y al quedarme observando desde afuera, vestido de blanco, recibía miradas intimidatorias de algunas personas, como un reproche por ese apoyo tácito a los manifestantes a favor del diálogo.

Hemos llegado a un punto en el que el más español es quién más grita y defiende la bandera, el que más odia a Cataluña, porque se ha convertido en el enemigo. Y entre aquellos que más alzan la voz hay muchos a los que no pudimos ver en las manifestaciones en contra de los desahucios, la precariedad laboral, la corrupción o ni siquiera en las marchas para que el AVE llegara a Granada soterrado.

Ser español para mí significa amar tu país y sobre todo a su gente, sea nacionalista o no, sin juzgarla, sin posicionarte como el baluarte de la verdad absoluta. Es disfrutar de La Alhambra, las playas de Cádiz, la Puerta de Alcalá, la Concha, la Sagrada Familia, la catedral de Santiago, las cuevas de Altamira… pero también sentarme a hablar con un abuelo que se pasó toda su vida dedicada a recoger aguacates

La Real Academia de la Lengua define nacionalismo como un sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y su historia. En verdad, los nacionalistas de cualquier país tienen más aspectos en común entre ellos que con el resto de la población. En el fondo, ese tufillo de superioridad y menosprecio al de al lado solo conlleva a la confrontación. Tanto Puigdemont como Rajoy han animado a lanzar a la calle a miles de personas con un sentimiento común para enfrentarse entre ellos. Es la manera que tienen de justificar sus acciones posteriores: o bien la declaración de independencia catalana o la aplicación del 155.  Y se deben estar regocijando de ver que ya no hablamos de la caja B del Partido Popular ni del desfalco económico que Pujol hizo a todos los catalanes. Lo único que ha pasado a ser importante es si somos españoles o catalanes.

Señores, crecí en Euskadi en un tiempo en el que el entorno me abocaba a sentirme vasco por encima de todo, donde se mataba a quienes no pensaban de una forma determinada y me tuve que marchar de allí porque era más importante dominar el euskera que la carrera que hubieras hecho. En aras del nacionalismo, ETA acabó con la vida de casi 900 personas, los nazis exterminaron a más de 10 millones de personas y en la actualidad sigue generando conflictos y guerras que únicamente conducen a la destrucción.

Ser español para mí significa amar tu país y sobre todo a su gente, sea nacionalista o no, sin juzgarla, sin posicionarte como el baluarte de la verdad absoluta. Es disfrutar de La Alhambra, las playas de Cádiz, la Puerta de Alcalá, la Concha, la Sagrada Familia, la catedral de Santiago, las cuevas de Altamira… pero también sentarme a hablar con un abuelo que se pasó toda su vida dedicada a recoger aguacates o chirimoyas para escuchar sus vivencias, apoyar a los mineros asturianos cuando lo necesitaban o consolar a las familias de los pescadores que no vuelven a casa. Ser español es amar al andaluz y al catalán y al vasco y al gallego y al valenciano y sus idiomas y sus formas distintas y plurales de ver la vida, respetar las costumbres, interesarnos por ellas, y considerar al de fuera como un amigo al que prepararle la mesa más selecta; es ampliar, extender y no comprimir; es compartir la fortuna de nuestras playas y nuestro clima y arrimar el hombro solidario cuando alguien, sea compatriota o no, nos pida algo en lo que podamos ayudarle. Ser español no es llevar un símbolo, ni gritar que somos mejores por ello, ni expulsar o condenar a quienes no nos sentimos así…Los españoles somos las personas de a pie, los que trabajamos cada día, los que cuidamos de nuestros hijos, los que cocinan, los que cantan, los que ponen al mal tiempo buena cara, el vecino que te ofrece perejil, la mujer harta de fregar suelos, los abogados, los arquitectos, los que tenemos ideología política y los que no… Nadie puede restringir el grupo a aquellos que se acotan tras una bandera, un himno o unas normas arbitrarias porque hacerlo supone dividir a su gente, y un país solo se construye sumando diversidades.

Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).