El verdadero mundo es música
'Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: ése fue el comienzo de desastres maravillosos'. E M Cioran, Silogismos de la amargura
'Sin música la vida sería un error'. Friedrich Nietzsche
Vivir sin música es posible, sin duda, como vivir sin amor, sin pasión, sin sentimientos, sin emociones, pero ¿quién querría vivir así? La música nos acompaña desde nuestros orígenes como especie, nuestra compañera más fiel en nuestros alzamientos y en nuestras derrotas. Nadie sabe con certeza de dónde procede o cómo surgió, lo que sí sabemos es que la necesitamos, sin ella, cada sonrisa pierde un poco de su alma, sin ella, cada lágrima es más amarga. Nos acompaña en nuestros momentos más felices, la necesitamos en nuestras tragedias más duras. La música, último refugio para los corazones heridos, que nos hace palpar el tiempo de la dicha que se niega a escapar de nuestros recuerdos.
Su valor es incalculable para quien alguna vez haya sufrido esa enfermedad silenciosa que carcome nuestros corazones, y nos hace palpar el espesor del tiempo, enfermedad que conocemos como insomnio, que destruye nuestros sueños, y nos hace temer esas noches en las que ya no podemos acunarnos en el dulce candor de la inconsciencia. Cegados por la anemia de nuestros miedos, desgastados todos nuestros sentidos, buscando rebasar sus límites, atravesar la soledad de sus desiertos, hasta que descubrimos que solo una medicina puedo hacernos soportable lo insoportable, esa incapacidad para soñar y dormir, la música. Momentos en los que nos preguntamos ¿y si nuestra vida no fuera más que una alucinación sonora? Cioran, filósofo de las lágrimas, aquejado desde su juventud por terribles episodios de insomnio, tan solo encontraba refugio en ella, desolado por el temor de que no pudiera aliviar su padecimiento, sangraba estas palabras; Cuando ni siquiera la música es capaz de salvarnos, un puñal brilla en nuestros ojos; ya nada nos sostiene.
Vivir sin música es posible, sin duda, como vivir sin amor, sin pasión, sin sentimientos, sin emociones, pero ¿quién querría vivir así?
La necesitamos cuando nos sentimos solos, y necesitamos estar a solas para palpar sus sinfonías que nos llevan al verdadero mundo, el mundo de la música, que nos parece un mundo tan vívido, lleno de toda gama de colores, tan diferente de los grises que acompañan el silencio del fin de sus melodías. La necesitamos cuando la tristeza nos desborda, rompe el dique que frena las lágrimas que nos atormentan, y nos ayuda a encauzar nuestro dolor, suavizar los golpes de las tragedias, que nos desbordan. La necesitamos en compañía, en esos pocos espacios de convivencia que aun mantenemos los seres humanos sin enfrentarnos los unos a los otros. Es la sangre universal compartida, que nos une como hermanos, sin importar colores de piel, o convenciones, o cualquier otro estúpido invento del rencor para separarnos. Sin ella, el odio encuentra un vehículo para destruir, con ella, nuestra rabia encuentra un atisbo de salida, y como un animal herido acariciado por una mano amiga, encontramos algo de calma en la zozobra. Sin ella, cuando el amor termina, cuando solo queda decir adiós, encontramos la caricia de ese beso que ya nunca llegará de esos labios que se despidieron. Con ella, el amor nos desborda, la pasión nos ilumina, todo parece posible. La voluntad es música, la música es voluntad; de vivir, de amar, de perdonar, de aceptar, de creer. Himno que vence al silencio, es ese llanto de esos niños que necesitan sentir otra piel que les acaricie, que les acune, otra voz que les haga saber que no están solos, que son queridos.
¿Cómo se puede vivir sin música?, real o imaginada. Incluso cuando no suena sus melodías, siempre están ahí, en el límite de nuestra consciencia, tatareando sus ritmos y sus versos, sus cadencias y sus sinfonías, acompañando y rompiendo nuestra soledad. Todo lo que no se deja aprehender a través de relaciones musicales engendra en mí hastío y náusea. Al volver del concierto de Mannheim sentí en mayor medida el singular miedo nocturno ante la realidad del día, pues ésta ya no me parecía real, sino fantasmagórica. Esas son las palabras que le escribió Friedrich Nietzsche a su amigo Erwin Rohde. Toda su filosofía, todo su pensamiento, procede del miedo a vivir sin música, cómo soportar un mundo sin ella, sin el alivio, sin la exaltación que nos provoca. Jim Morrison en ese extraordinario álbum de los Doors llamado Strange Days, quién sabe si inspirado por la lectura de Nietzsche, o por compartir en su corazón la misma angustia, lo expresaba en una canción, When the music is over. La música es una amiga única, la única que te acompañará hasta el final.
Solo las palabras, solo la filosofía, solo la literatura, solo la poesía descarnada sin música, como pálidos ecos, pueden confortarnos de su ausencia. Su espíritu, el de la música, se ha corrompido, como otras tantas cosas de invaluable valor a las que nuestra sociedad ha puesto precio. Quizá esté más allá de la salvación, pero encontrar un hueco en nuestra sociedad, en nuestras vidas, para que la música no contaminada por la especulación nos acune, nos inspire, es la última muestra de dignidad, la última trinchera, que nuestra voluntad de vivir ha de cavar, ha de resistir. El amor y el sexo, ambos, no se pueden entender sin música, en la química del corazón, o en la física del deseo, uno y otro se mueven al ritmo de melodías encadenadas de piel a piel, o de suspiro a suspiro. La música subyace a todo lo que nos da sentido.
El amor y el sexo, ambos, no se pueden entender sin música, en la química del corazón, o en la física del deseo, uno y otro se mueven al ritmo de melodías encadenadas de piel a piel, o de suspiro a suspiro
La naturaleza es música también, quizás la verdadera música, y la que creamos nosotros, pálidos intentos de imitar su seducción. Quién no se ha maravillado de lo que creíamos silencio, y de repente, con el despertar de nuestros sentidos, descubrir que el ruido y la contaminación de nuestra civilizada sociedad no nos permitía escuchar las melodías de un cielo y de una tierra a la que habíamos dejado de sentir, como a las personas que nos rodean, tan banales nos hemos vuelto, que el único espacio que nos importa es el nuestro propio, bien acotado por límites, bien cerrado a los demás.
La vida sin música es aburrida; el absurdo que contamina nuestra capacidad de crear sentidos nos somete y nos anula con la desgana. El aburrimiento, síntoma de nuestra incapacidad de crear sentido, nos aísla de los demás, es una prisión cuyos barrotes son la desidia y la indiferencia, y tan solo el arte, tan solo la música, en tanto arte, puede romper ese hechizo de la nada que nos corrompe. Quién, destrozado por la soledad, no ha recurrido a la música y su voluntad se ha regocijado dispuesta a romper ese aislamiento de los demás que nos parecía la única solución a nuestro dolor. Compartir con música, nuestras alegrías y nuestras tristezas, es el mejor bálsamo contra la indiferencia y el hastío, que de dejar que nos sometan, nos despojarían de lo mejor que hay en nosotros, nuestra capacidad para salir de nosotros mismos y entender el sí mismo como otro.
La música es la magia que permite que dos miradas ajenas se entiendan, y se trasmitan a la velocidad de la luz más cosas de las que pudieran hacernos sentir las palabras pronunciadas a lo largo de mil vidas. El verdadero mundo es música ¿qué más se puede decir?