Sierra Nevada, Ahora y siempre.

'Tú, tu estúpido móvil y vuestra relación toxica'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 24 de Octubre de 2021
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 'El móvil inteligente es el artículo de culto de la dominación digital. Como aparato de subyugación actúa como un rosario y sus cuentas; así es como mantenemos el móvil constantemente en la mano. El “me gusta” es el amén digital. Seguimos confesándonos. Nos desnudamos por decisión propia. Pero no pedimos perdón, sino que se nos preste atención'. Entrevista en El País al filósofo Byung-Chul Han

Hubo un tiempo en el que nuestra máxima preocupación al salir de casa era llevar un reloj, para evitar llegar tarde a una cita, a clase o al trabajo. Cuando llegaban las vacaciones celebrábamos como una liberación poder despojarnos de ese pequeño objeto que nos esclavizaba. Por aquél entonces, no hace tanto, era sinónimo de libertad personal y felicidad olvidarse de regular el tiempo. Hoy día no solo hemos sustituido el reloj por un objeto que nos esclaviza significativamente más, el smartphone o móvil inteligente, sino que ahora llevar un reloj inteligente asociado al móvil se ha convertido en un símbolo más del absurdo del postureo social. Llevamos dos objetos que nos dicen lo mismo, uno en el bolsillo, otro en la muñeca, y los enarbolamos con orgullo. Estos aparatos no son inteligentes de por sí, sí lo son aquellas mega corporaciones que se aprovechan del tráfico de datos y mercadean con nuestra vida. En cualquier caso, es dudoso que su uso indiscriminado nos haya convertido en más inteligentes, probablemente sea más bien lo contrario, en más bobos. El móvil inteligente nos esclaviza de maneras de las que aún no somos plenamente conscientes. No es solo un problema de perdida de privacidad, que ya de por sí es grave, o que manipule constantemente nuestras emociones, opiniones, gustos, deseos, o casi cualquier cosa digna de ser manipulada, sino que hemos pasado de la posibilidad de tener una relación sana con la tecnología, estar más unidos, estar más comunicados, a una relación tóxica de libro de primero de psicología, no con otra persona, sino con un objeto. Triste no, lo siguiente, como diría un adolescente al que prohíben el móvil durante un solo día.

Uno de nuestros más graves problemas, es que no educamos a la generación nativa digital en un uso adecuado de este instrumento, que está cambiando nuestra mentalidad, nuestra manera de relacionarnos, nuestra manera de trabajar, nuestra manera de amar, nuestro ocio y nuestras relaciones personales

Uno de nuestros más graves problemas, es que no educamos a la generación nativa digital en un uso adecuado de este instrumento, que está cambiando nuestra mentalidad, nuestra manera de relacionarnos, nuestra manera de trabajar, nuestra manera de amar, nuestro ocio y nuestras relaciones personales. Crecen con una maquina cuyo abuso puede resultar altamente tóxico, y qué les vamos a enseñar sobre su uso, y no abuso, si crecen observando la malsana dependencia de los adultos del móvil. No se trata de volver a aquellos viejos tiempos donde no existían, en un absurdo ejercicio de nostalgia, sino aprender qué ganamos y qué perdemos con su uso, hasta qué punto nos esclaviza y altera partes importante de aquello que somos, aprender a regular nuestra dependencia, y controlar legalmente a aquellos que se enriquecen esclavizándonos, y vendiendo nuestra vida a trozos. Abusar de nuestra dependencia con esta tecnología es tan peligroso para una vida sana como abusar del alcohol, el tabaco o de cualquier otra droga. En cierto sentido mucho más, porque no solo está plenamente legalizado su abuso, sino que paradójicamente si no formas parte de ese círculo vicioso creado por los smartphones, te conviertes en un paria social, en un rarito que no lleva móvil o no lo usa constantemente.

Motivos por los que tienes una relación tóxica con el móvil:

Amamos nuestros móviles inteligentes de tal manera que nos obsesiona no pasar horas y horas al día sin usarlos. No mirarlos nos produce angustia, y la psicología de la adición ha encontrado una disciplina, el enganche al móvil, que provoca una adición igualmente destructiva que las drogas más clásicas. El amor no siempre nos hace libres, en ocasiones nos esclaviza, nos convierte en títeres de una relación tóxica.  Y amamos nuestro móvil inteligente por encima de todas las cosas. Hay muchas señales que la psicología establece a la hora de analizar si una relación es sana o tóxica, pero centrémonos en ver hasta qué punto cumplimos diez de ellas en nuestra relación con los móviles:

1) Limita nuestra vida social, descuidamos a los amigos o amantes y los sustituimos por panaceas digitales, o lo que es peor, no les miramos a los ojos porque los tenemos pegados al móvil y al canto de sirena de su pantalla.

 2) Necesidad de aprobación de amor y 3) dependencia emocional; necesitamos que continuamente nos digan qué guapos estamos, qué bien nos lo pasamos, qué buenos gustos tenemos, y nuestras emociones sufren un permanente tiovivo al ritmo de los me gusta o de veces que nos miran o comparten nuestras publicaciones.

Estamos 4) obsesionados con la relación, hasta tal punto que no podemos estar separados ni temporal ni espacialmente del móvil, y si nos vemos obligados a ello nos causa desazón y angustia. No importa que estemos rodeados de personas con las que comunicarnos, nos sentimos incomunicados, si eso no es el sumun del absurdo contemporáneo, qué lo será.

5) Es irracional y poco realista la relación que tenemos con el smartphone, nos hace vivir en una realidad paralela donde ni nosotros somos quienes aparentamos, ni lo que hay tras la pantalla, personas, objetos o emociones, lo son. Si no es total o parcialmente inventada su realidad, como la nuestra, poco le falta.

6) Preocupación con el cambio; a aquellos que controlan los contenidos de los móviles inteligentes no les preocupa nuestra felicidad, les preocupa su cuenta corriente, si nos olvidamos de una aplicación o de algún contenido un breve tiempo están continuamente machacándonos con notificaciones que nos recuerdan lo felices que éramos cuando estábamos juntos, y lo infelices que somos ahora que nos las utilizamos.

El móvil inteligente es 7) posesivo y es manipulador; quiere hasta la parte más estúpida que hay en nosotros, hasta la pieza más despreciable, para poder analizarla y utilizarla en su beneficio (el de aquellos que se enriquecen con ellas), no nos permite ninguna autonomía, nos impide pensar por nosotros mismos, lo digital no complementa lo analógico, lo sustituye, que es algo aborrecible. Y consigue dominarnos y poseernos a través de la manipulación; nos dice qué vestir, qué comer, a dónde viajar, qué partidos o políticos votar, qué creer, con quién debemos estar. Nada sucede sin que de alguna manera, burda o sutil, nos controle, nos manipule.

8) Intenta cambiarnos, no le gusta que pensemos por nosotros mismos, ni que tengamos autonomía, porque eso le hace más prescindible. Cumple al cien por cien en ese aspecto el perfil de pareja tóxica incapaz de aceptarte tal y cómo eres plenamente, porque no eres un buen consumidor si no te adaptas a los productos que te vende constantemente.

9) Nos hace sentir culpables si no le prestamos la atención debida, utiliza a personas reales o bots (esos algoritmos que se hacen pasar por tales) para reclamar nuestra atención, y nos angustia no responder a sus llamadas de auxilio. Los lectores más veteranos recordaran aquella epidemia popular con un juguete llamado tamagotchi, donde teníamos que cuidar y alimentar constantemente a una mascota digital, porque nos hacía sentir culpables si no lo hacíamos. Hoy día, todos estamos enganchados a un tamagotchi mayúsculo que nos controla al máximo. Necesitamos alimentar las necesidades de nuestro amo virtual o nos sentiremos desgraciados. Y por último, por si no había quedado claro.

10) Nos hace sufrir. Si alguien nos causa más sufrimiento que bienestar, esa persona es tóxica para nosotros, si un objeto, su uso, nos trastorna más que nos beneficia, si no podemos estar sin ese objeto durante un tiempo porque eso nos angustia, nuestra relación es tóxica. Y por supuesto, un motivo más de propina, esa persona, en este caso objeto, no respeta nuestra privacidad, está continuamente espiando lo que hacemos. Al igual que para saber si alguna de nuestras relaciones personales es perversa nos basta con analizar ecuánimemente si sufrimos la mayoría de esos síntomas, analicémonos qué  relación tenemos con ese objeto inteligente del que no somos capaces de separarnos.

Más que con las personas estamos educándonos para sentir afecto por no-cosas, por datos, por información intangible. Ejemplifica el mundo infantilizado al que nos dirigimos, donde todo se nos vende como un juego, con el éxito de la serie de Netflix de 'El juego del calamar': el capitalismo nos empobrece al convertirnos en ludópatas de todas las maneras posibles

Byun-Chul Han filósofo surcoreano se muestra desesperanzado con la dominación capitalista que el abuso del móvil está provocando en las sociedades contemporáneas; es una herramienta de subyugación digital que crea adictos. Lo señala en su último libro No cosas. Quiebras en el mundo de hoy; vivimos exhaustos debido a las exigencias que entre otras cosas nos provoca la dependencia del móvil inteligente, y la permanente necesidad de narcisismo y exhibicionismo. Byun-Chul Han cree que nos hemos convertido en infómanos: ha nacido una nueva patología, la de aquellos datasexuales, personas que recopilan y comparten obsesivamente toda información, por superflua que sea, sobre su vida personal. Existen para venderse a través de las pantallas, sin ellas no son nada. Más que con las personas estamos educándonos para sentir afecto por no-cosas, por datos, por información intangible. Ejemplifica el mundo infantilizado al que nos dirigimos, donde todo se nos vende como un juego, con el éxito de la serie de Netflix de El juego del calamar: el capitalismo nos empobrece al convertirnos en ludópatas de todas las maneras posibles. Nos engancha continuamente a juegos con los que entretenernos, y alejarnos de la vida más allá de las pantallas, porque allí, en la vida real, no controlan en qué gastamos el dinero, cómo sentimos, cómo pensamos. Nos obligan a competir, por migajas la mayoría de las veces, aunque prometan premios millonarios, en dinero o en emociones. Todo tiene un precio para los algoritmos que nos controlan, todo es mesurable, medible, y por tanto controlable. Lo peor es que no nos damos cuenta de nuestra perdida de libertad, porque no nos la presentan como una prisión, sino como una seducción, nos piden que renunciemos a ella, por las regalías virtuales, pequeños dulces digitales que nos ofrecen para calmar la sed de emociones que ellos mismos han contribuido a crear. Nos enganchan a  necesidades superfluas para controlarnos, y a su vez, nos ofrecen pequeños caramelos con los que satisfacer mínimamente esas necesidades, y mantenernos controlados. La misma táctica de los traficantes de droga para promocionar su producto.

Hemos perdido la vivencia presencial de los acontecimientos, del mundo, del otro, sin darnos cuenta que la pantalla es una pobre representación del mundo. No nos damos cuenta, pero nuestra relación tóxica con los móviles inteligentes contribuye a la epidemia de depresión que asola, sin explicación aparente, a las sociedades más tecnificadas, más dependientes de una tecnología que nació para liberarnos, y que por el contrario nos encadena y absorbe nuestras emociones más auténticas, drenando lo que nos hace humanos. Yo, tú, y el resto, deberíamos reflexionar sobre el abuso del uso del móvil inteligente y hasta qué punto tenemos una relación tóxica con este objeto. A quién está detrás, las corporaciones que se aprovechan, les beneficiará, pero a ti y a mí, desde luego que no.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”