'La tristeza de Chamfort y su rebelión ante la estupidez humana'
Chamfort fue un personaje trágico, un moralista de los que se echan de menos en una sociedad como la actual, llena de miseria moral y con preocupantes síntomas de descomposición social y política. Nacido como Sébastien Roch Nicolas, décadas antes de la Revolución Francesa, en 1740, de progenitores inciertos. Poco se sabe de la madre y se sospecha que el padre pudo ser un eclesiástico poco dado a la pudicia moral. Avispado ya en su adolescencia, y con un deje rebelde que le acompañaría hasta su aciago final, se negó a entrar en el sacerdocio, donde le hubiera esperado una plácida vida, debido a que: me gustan demasiado el reposo, la filosofía, las mujeres, el honor y la gloria autentica y demasiado poco las pendencias, la hipocresía, los honores y el dinero. Honestidad y coherencia, aliñadas con una sintomática mala uva social, que guiaron su agitada existencia. Alentado por las buenas críticas literarias de Voltaire se codea con ilustrados como DÁlembert o Diderot. Pronto es frecuentemente requerido en los círculos culturales ilustrados, aun así, siempre recela de las servidumbres del poder y rechaza muchas de las dádivas ofrecidas, prefiriendo para vivir alquilar un modesto apartamento en Auteil. Participe de la toma de la prisión de la Bastilla, poco después de la caída del Antiguo Régimen alcanza un puesto de honor administrando la Biblioteca Nacional, aunque como suele suceder con los revolucionarios más auténticos, terminó devorado por la propia revolución.
Se opuso a los excesos de Marat y Robespierre, aprisionado por calumniar al líder revolucionario Marat tras su asesinato, y liberado provisionalmente tras un penoso encarcelamiento. Acusado de nuevo dimite de su puesto, y ante el temor de terminar sus días en un triste y horrible encarcelamiento trata de suicidarse, tras pegarse un tiro en la frente, e intentar rematarse con una navaja de afeitar, sobrevive a duras penas
Se opuso a los excesos de Marat y Robespierre, aprisionado por calumniar al líder revolucionario Marat tras su asesinato, y liberado provisionalmente tras un penoso encarcelamiento. Acusado de nuevo dimite de su puesto, y ante el temor de terminar sus días en un triste y horrible encarcelamiento trata de suicidarse, tras pegarse un tiro en la frente, e intentar rematarse con una navaja de afeitar, sobrevive a duras penas. Cuando poco a poco se recupera se reafirma ante las autoridades: declaro que si mediante violencia, se me obligase a continuar en esta situación, me resta fuerza suficiente para rematar lo que he comenzado. Finalmente, las heridas autoinfligidas pesaron demasiado en su salud, y tras ser operado para tratar de solucionar el sufrimiento de penosos dolores, muere al poco tiempo.
En su principal obra, editada póstumamente, Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas, manifiesta su pesimismo sobre la naturaleza humana. Pesimismo alentado por la estupidez de imposturas y vanaglorias fugaces que corrompen lo que debiera ser la humilde alegría de vivir en libertad. Reniega del falso amor propio que, desvestido de hipocresía, no es sino la manera más deshonesta de búsqueda de un malsano y egoísta interés. La tristeza que emana de sus Máximas procede de la estupidez, ya que siendo capaz el ser humano, como el sueño lustrado mostraba, de mejorar la existencia de aquellos que sufren, de iluminar la oscuridad de las supersticiones que nos ahogan con falsos ídolos, sin embargo nos vemos incapaces de aprovechar estos dones, en una vida que es muy breve, que se nos escapa con cada suspiro, y a la que llevamos continuamente al sufrimiento, propio y ajeno, sin importar la fecha de caducidad que nos acecha a cada instante. Cómo reaccionar ante esta dicotomía terrible de ver como malgastamos los dones de libertad y felicidad, y nos arrimamos siempre al más triste de los destinos posibles. Es preferible la coherencia en los principios que la erudición meramente intelectual, son preferibles las pasiones que nos permiten brillar e iluminar nuestra vida, que nos hacen sentir plenamente vivos, que no aquellas prestaciones de la sabiduría cuyo único objetivo es que duremos más. ¿Para qué?
No hay destino más triste que el de un hombre de letras que ha renunciado a la libertad en aras a la servidumbre de presuntas glorias de elevados puestos jerárquicos o se somete a la esclavitud que procede de ansiar los excesos materiales que ni necesita para vivir, ni mucho menos para ser feliz
La tristeza que emana de sus aforismos sobre la naturaleza humana deviene, como suele suceder, al igual que siglos después se manifiesta en pensadores como Emile Cioran, en lucidez. Una lucidez dolorosa, pero en cierto sentido relajante ante tanta tragedia. El pensador rumano siglos después, reflexionaría sobre el suicidio, y con ironía lo desaconsejaba a aquellos que se le acercaban para alabarlo, pidiéndoles que fueran a pasear por un cementerio, donde seguramente se les quitarían las ganas, si estas provinieran meramente de arrebatos de amor propio mal encauzados. De los textos de Chamfort emana la duda ante el difícil compromiso que nos exigen las renuncias si queremos insertarnos plenamente en sociedad, y la laxitud moral que se nos exige con nuestros propios principios morales, si hemos de sobrevivir a las sobrepujas y abdicaciones a las que nos vemos sometidos por sus exigencias. Aún más si se trata de sobrevivir en la selva política de la Francia revolucionaria. El intelectual, que se cuestiona siempre a sí mismo tiene un duro trabajo para sobrevivir en un ambiente donde el partidismo deviene en fanatismo. Nietzsche, admirador de las Máximas de Chamfort comparte esta visión, criticando en un preclaro aforismo a aquellos que renuncian a la libertad de crítica por aprisionarse en demasía a una ideología; Escritores de partido: Los golpes de timbal con los que algunos jóvenes escritores se ponen al servicio de un partido se asemejan, para quien no pertenece al mismo, a un ruido de cadenas y más bien despiertan la compasión que la admiración. Hoy día podemos ver reflejado en las líneas editoriales de muchos medios de comunicación la terrible pérdida de independencia y de opiniones críticas, sencillamente porque los asuntos que juzgan atañen a políticos alineados con su ideología editorial. Crítica que en aras a nuestra propia honestidad debemos comenzar por aplicar en primera persona del singular, y del plural si pertenecemos a algún colectivo ideológico. Chamfort denuncia el sometimiento de la más noble de las artes, la escritura, a banales modas que la aprisionan. La cultura si no es liberadora, si no suprime dogmas, termina al servicio del poder. No hay destino más triste que el de un hombre de letras que ha renunciado a la libertad en aras a la servidumbre de presuntas glorias de elevados puestos jerárquicos o se somete a la esclavitud que procede de ansiar los excesos materiales que ni necesita para vivir, ni mucho menos para ser feliz.
Chamfort se ve abrumado por el dominio que los brutos del mundo tienen sobre aquellos que son incapaces de replicar sus métodos
Otro amargado ante la estupidez humana, Cioran, testigo directo de la barbarie del siglo XX, que tan obsesionados estamos por repetir en el XXI, replica los duros golpes de Chamfort ante la obsolescencia de un mundo decadente que pierde sentidos a mansalva. Savater en el prólogo a una obra de Cioran, Breviario de Podredumbre, lo ejemplifica al hablar de la prosa del escritor rumano: Las frases amargas emanan de una sensibilidad ulcerada, de una delicadeza maltrecha. El veneno de un La Rochefoucauld o de un Chamfort fue la revancha que tomaron contra un mundo esculpido por los brutos. Toda amargura esconde una venganza y se traduce en un sistema: el pesimismo, esa crueldad de los vencidos, que no puede perdonar al mundo haber traicionado su espera.
Chamfort se ve abrumado por el dominio que los brutos del mundo tienen sobre aquellos que son incapaces de replicar sus métodos. Da igual a qué lado de la balanza ideológica se encuentren; apostilla: se echa en falta la pereza de un malvado y el silencio de un tonto. La amargura de las expectativas, que rara vez se cumplen en un mundo hostil retumba dolorosamente en nuestras esperanzas. El escritor francés se lamenta de cómo siempre buscamos la felicidad en los tiempos y lugares equivocados: Las pretensiones constituyen una fuente de desdichas. Y el periodo de felicidad en la vida comienza exactamente cuando aquéllas terminan. O lo que es lo mismo, una réplica del refrán popular el que espera desespera. Siempre andamos esperando algo en la vida que nunca termina de llegar, y si alguna vez llega algún sucedáneo parecido a aquello que con tanta ansia esperamos, probablemente habremos perdido el sabor y el olfato de la felicidad que nos hubiera permitido disfrutarlo, pues casi siempre llega a destiempo.
Los buenos moralistas nunca pasan de tiempo, revisitar obras como la de Sébastien Roch Nicolas nos ayuda a confrontar nuestras realidades de hoy día con realidades pasadas, que por muy lejanas que nos parezcan tienen aún muchas lecciones que ofrecernos, y nos espabilan para estar especialmente atentos ante esos parásitos sociales que se las dan de exclusivos y que en palabras de Chamfort: Quemarían vuestra casa para cocerse dos huevos.