¿Todo es según el color del cristal con que se mira?

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 14 de Enero de 2018
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'Evidentemente, es menester que distingamos lo falso y lo ficticio de lo verdadero y de lo fáctico, pero es seguro que no podremos hacerlo apoyándonos sobre la idea de que la ficción se fabrica mientras los hechos se encuentran'. Nelson Goodman, Maneras de hacer mundos.

Verdad es lo que se cree de todo corazón y con toda el alma ¿Y qué es creer algo de todo corazón y con toda el alma? Obrar conforme a ello. Miguel de Unamuno, ¿Qué es verdad?

Y es que en el mundo traidor nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira. Ramón de Campoamor, poema Las dos linternas.

 “Esa es tu opinión, pero para gustos colores”, quién no ha terminado una discusión, más o menos amigable, con esa lapidaria frase. Opiniones encontramos en la prensa, en los políticos, en los sociólogos, filósofos, médicos, científicos, en cualquiera, sobre sus disciplinas o sobre asuntos comunes, todo es debatible, pero, ¿todo es cierto? , acaso ¿todo es cuestión de perspectiva? Y entonces ¿qué es la verdad? Vivimos en un mundo donde cualquier pequeño atisbo de la misma se diluye con la misma facilidad con la que Donald Trump publica un tweet que ofende a cualquiera con una mínima sensibilidad moral, y de paso nos acerca un poco más a una nueva guerra mundial. Probablemente, en un futuro, esperemos que no muy lejano, se categorizará a esta época como la del reinado del absurdo; en pleno auge del conocimiento científico, el más objetivo de los posibles, reina en la sociedad la llamada posverdad, donde cualquier rumor, por increíble que parezca, por falso que sea, en la medida que alimenta nuestros más oscuros deseos de revancha, envidia, o cualquier otra primitiva y destructiva emoción, es considerado verdadero y extendido a través de las veloces alas de la nueva democracia social comunicativa, las redes sociales.

Admitir la pluralidad de gustos y la pluralidad y libertad de opinión, en qué lugar nos deja a la hora de introducir cualesquiera criterios valorativos de verdad o corrección en todos esos asuntos opinables

Y sí, ciertamente hay tantos gustos como personas, y sin ninguna duda, no sólo es necesario que toda persona tenga una opinión, formada a ser posible, sobre cualquier acontecimiento, sino que es imprescindible para la salud de una sociedad democrática el poder expresar sin coacciones esa opinión. Ahora bien, admitir la pluralidad de gustos y la pluralidad y libertad de opinión, en qué lugar nos deja a la hora de introducir cualesquiera criterios valorativos de verdad o corrección en todos esos asuntos opinables. También merecedores de este dilema son los debates en las disciplinas científicas, aquellas que aspiran a ganar legitimidad diciendo que lo son, o en cualquier otra disciplina como el arte, la literatura, o la política, donde aparentemente el margen de lo opinable es mucho más amplio. Cómo podemos avanzar en el conocimiento, en eso que a nivel popular entendemos como verdad (termino ciertamente equivoco), si todo aquello que llamamos realidad depende de la perspectiva.

No entremos en pánico, aún. Los filósofos, incontables científicos, seudocientíficos, gurús, artistas, sacerdotes, iluminados, en fin, cualquiera que se haya parado a pensar un poco, o que ha deseado aparentarlo, han propuesto diferentes soluciones a éste galimatías. El problema de la Verdad, en mayúsculas, se puede afrontar desde varios ámbitos, y no en todos encontraremos la misma solución, que no quiere decir que el relativismo sea la única opción. Si encaramos la búsqueda en el ámbito del lenguaje, el problema se centrará en la concordancia lógica del uso de los términos en las proposiciones y su relación o no, con el mundo más allá del lenguaje, Wittgenstein mediante. Un proceloso bosque que en otro momento cartografiaremos. Si nos centramos en una perspectiva más metafísica la relación de la verdad, entendida como aletheia, como desvelamiento, con el Ser, también con mayúsculas, no es un bosque, sino una selva, de momento baste con una sencilla explicación; en este sentido verdad es todo aquello que acontece abriendo un nuevo mundo de sentidos, con un nuevo marco normativo de comprensión, puede darse en el arte, puede darse en la política, o en otros ámbitos humanos. Pidiendo perdón al ilustre Martin Heidegger, dejaremos esta selva también para otra ocasión.

La objetividad es un problema moderno, porque hasta Descartes no concebimos que pudiera haber distancia alguna entre el objeto tal y como lo percibimos representado en nuestra mente, y tal y como es la cosa en la realidad externa

Origen del perspectivismo, a su pesar, es el giro subjetivista que en torno al conocer se da en la modernidad; hasta ese momento no se había problematizado que pudiera haber alguna diferencia sustancial entre las representaciones de los objetos con los que nuestra mente trabajaba y elaboraba conceptos, y la realidad. Nuestro entendimiento es pasivo, asimilamos (homóiosis en término aristotélico) y representamos las cosas que vemos tal y como son. La verdad, por tanto, consiste en palabras de Tomás de Aquino, en la adecuación entre el entendimiento y la cosa. Tal concepción es imposible de mantener en su ingenuidad realista hoy día, dados los avances en filosofía, pero también en psicología y ciencia que nos han enseñado de qué manera tanto nuestra experiencia como individuos, como social y cultural determina cómo percibimos las cosas, las construimos en cierto grado. Incluso nuestro cerebro está preparado para engañarnos en los recuerdos, o en aquello que percibimos. Si decimos que ayer nevó, estamos convencidos de la verdad de lo que decimos y sucedió en la realidad, pero más que adecuación, un término más apropiado es correspondencia, que implica algo más valido tanto para los objetos materiales como para los ideales. Adecuación no puede haber con un teorema matemático y tampoco a la hora de definir conceptos abstractos, como la justicia, la libertad, la bondad o la maldad de nuestras acciones.

La objetividad es un problema moderno, porque hasta Descartes no concebimos que pudiera haber distancia alguna entre el objeto tal y como lo percibimos representado en nuestra mente, y tal y como es la cosa en la realidad externa. Hasta el pensador francés, la filosofía, o los seres humanos en general, siempre creyeron que nuestra conciencia era pasiva, que recibíamos información representativa sobre la realidad tal y como ésta es. El objeto-cosa externo no se diferencia del que poseemos en nuestros pensamientos.  Pero la modernidad, centrada en Kant, pone las cosas en su sitio, y nos dice que nuestro sujeto cognoscente lo es todo menos pasivo, contribuye a constituir esa representación del objeto que pretendemos conocer. Los relativistas ya se frotan las manos con aquello de que si depende de la consciencia del sujeto, y no sabemos cómo es realmente lo real ahí fuera, porqué predicamos que es posible conocer objetivamente. Que no se alegren demasiado, porque es cierto que el sujeto es dinámico a la hora de construir la representación del objeto (lo único que podemos realmente conocer en sentido propio, no el objeto-cosa externo), pero no es menos cierto que dependemos para ello de los datos en bruto proporcionados que nos llegan de fuera, que no podemos interpretar como queramos, al mejor estilo de los cocineros de encuestas deseosos de complacer a sus clientes.

A principios del siglo XX algunos pensadores y científicos creyeron haber encontrado el Santo Grial de la verdad; reducir todo nuestro conocimiento a sus bases más firmes: la experiencia sensible inmediata y la lógica formal

A principios del siglo XX algunos pensadores y científicos creyeron haber encontrado el Santo Grial de la verdad; reducir todo nuestro conocimiento a sus bases más firmes: la experiencia sensible inmediata y la lógica formal. Bertrand Russell propuso en “Nuestro conocimiento del mundo exterior”, en 1914, reducir las entidades de la física a lo dado en los sentidos mediante definiciones sucesivas. El reto fue recogido por Rudolf Carnap, uno de los padres del positivismo lógico. En “La Construcción lógica del mundo”, publicado en 1928, intenta reducir tanto lo dado en la experiencia como en la ciencia, a construcciones lógicas. Muy pronto se hace evidente que el intento de reducir todo a sensaciones primarias, colores y sonidos, percibidos por un observador, caería en dificultades de imposible solución. ¿Cómo definimos un electrón a partir de sensaciones?

Más interesantes me parecen los avances que en torno a este problema dio un filósofo, Nelson Goodman, profesor en Harvard, capaz de analizar la construcción de mundos simbólicos, que son los mundos donde aplicamos las concepciones de verdad, certeza, correspondencia u otros criterios para verificar nuestros conocimientos. Ya no nos valen las concepciones ingenuas del realismo, que proclaman que hay un solo mundo hay fuera, una realidad objetivable que podemos conocer tal y como es.  Nos dejó un manual, Maneras de hacer mundos (1978) para orientarnos; o bien hay un mundo complejo y plural donde conviven diferentes versiones de la realidad, traducibles entre sí mediante las herramientas adecuadas, o hay diferentes mundos que conviven de igual manera, aunque cierto es que algunos de estos mundos son versiones intraducibles entre sí. “Lo perceptual no es más que una versión distorsionada de los hechos físicos y lo físico es una versión muy artificial de los hechos perceptuales”.

Admitir la construcción de mundos que conviven, algunos con autopistas que los comunican, otros con carreteras comarcales y otros aislados e incompatibles entre sí, para entendernos, construidos simbólicamente a través de la cultura, la ciencia, el arte, etc., no significa renunciar a criterios de corrección

Admitir la construcción de mundos que conviven, algunos con autopistas que los comunican, otros con carreteras comarcales y otros aislados e incompatibles entre sí, para entendernos, construidos simbólicamente a través de la cultura, la ciencia, el arte, etc., no significa renunciar a criterios de corrección. Y aquí volvemos al inicio del artículo. Todo es cuestión de perspectiva, sí, pero cuestión de la perspectiva del mundo al que nos referimos, sea física, en un caso, sociológica en otro, política, económica, o artística, en otros. Cada uno de esos mundos, tiene a su vez otros mundos simbólicos que incluyen, más  intercambiables o menos, pero todos ellos tienen criterios de corrección.

Por ejemplo, en  el  “mundo” de la política podremos debatir y decidir sobre si es mejor lo público o lo privado como motor de la economía, pero un debate que nos acerque a lo “correcto” habrá de referirse a los pilares que en base a la coherencia-criterio esencial- sostienen la visión del mundo que defendemos. Si uno de dichos pilares es que nadie se quede atrás, podremos dialogar y concluir versiones más verdaderas si las propuestas alcanzan ese fin, y será más fácil dialogar y “traducir” las hipótesis de ese mundo con otros colindantes, que con sus diferencias aboguen en su coherencia interna por el mismo principio. Más complicado será el dialogo, aunque no imposible, con mundos más alejados, como aquellos que valoren el mérito individual por encima de la solidaridad. Finalmente habrá intraducibilidad y choque de mundos con esas visiones que no otorgan ningún valor a nadie más que al que el sistema económico capitalista haya facilitado los medios para destacar, sea por “merito” o sea por haberlo heredado.

En realidad no nos alarmemos tanto porque esto suceda en política, economía, sociología o periodismo. En la más estricta de las ciencias como es la física, aún con valores de verdad más estrictos que los de corrección, conviven mundos intraducibles entre sí. Ahí tenemos a los físicos que hace décadas buscan su teoría unificada, aunque probablemente cuando surja alguna, aparecerán otras preguntas que llevaran a otros mundos, relacionados con la explicación de la física, que entren en conflicto.

Para concluir, no todo vale, insistía Goodman. La noción de corrección parece más adecuada que la de verdad, aunque en ciencia y en el uso del lenguaje aún podría tener cierta utilidad. Se trata pues de saber qué criterios de corrección son los adecuados, los que sostienen esos mundos en los que habitamos, y a partir de ahí, la pluralidad puede encontrar un sostén que nos ancle a la percepción de la realidad, que es construida por la cultura común compartida. Desde luego lo que está descartado es ese realismo ingenuo que nos dice que el mundo está edificado independientemente de nuestras construcciones conceptuales, y que nos limitamos a encontrar los hechos. 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”