'Los sueños, sueños son'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 11 de Septiembre de 2022
'La tentación de San Antonio y el sueño causado por una abeja antes de despertar' (1946), de Salvador Dalí.
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'La tentación de San Antonio y el sueño causado por una abeja antes de despertar' (1946), de Salvador Dalí.

'El sueño es una puerta estrecha, oculta en aquello que el alma tiene de más oscuro e íntimo, se abre a esta noche original cósmica que preformaba el alma mucho antes de la existencia de la conciencia del yo'. Jung

'En cuanto a soñar, parece no ser otra cosa que seguir determinados pensamientos por el placer que se encuentra en ello, sin ningún otro objetivo'. Leibniz

'Como todos los soñadores confundí el desencanto con la verdad'. Jean-Paul Sartre

El misterio de los sueños acompaña a la especie humana desde que nos dio por emerger en este universo de locos. Incapaces de encontrar respuestas racionales a las preguntas de la vida, decidimos buscarlas a través de cualquier símbolo que nos indique un camino para salir del laberinto existencial en el que deambulamos, tan perdidos como un niño sin parque donde jugar. Y pocas cosas más poderosas que el onírico mundo de los sueños; los dioses y sus profetas, poetas, artistas y algún que otro filósofo metomentodo han tratado de desvelar el significado oculto de los sueños. O dar una patada al rompecabezas que parece existir tras su existencia, y afirmar como hace el racional Leibniz que nos dejemos de monsergas que los sueños, sueños son.  Para el filósofo británico Hobbes no son sino parte de la imaginación que poseemos, yendo a su libre albur al dormir. La mayor parte de la ciencia actual parece estar de acuerdo en no trascender ni dar especial profundidad a los motivos por lo que soñamos, ni a aquello que soñamos, más allá de ser un imprescindible subproducto del reciclaje y descanso necesario de nuestro consciente cuando deja que el subconsciente tome aparentemente el mando. El subconsciente delimita mucho más de lo que creemos nuestras decisiones conscientes, pero ese es otro debate, y no tiene que ver necesariamente con el significado oculto, místico, sagrado o clínico que se le ha venido atribuyendo a los sueños.

Una especie de detectivesco trabajo para deshacer las trampas que los sueños nos presentan para ocultarnos el 'prohibido' deseo que los ha inducido

El gran gurú de la interpretación de los sueños es el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud: El sueño es de alguna manera la descarga psíquica de un deseo reprimido, puesto que presenta este deseo como realizado, de ahí que para Freud interpretar un sueño consiste en estudiar a fondo las imágenes y narrativa de aquello que soñamos, y reemplazar su aparente sentido por las ideas latentes que subyacen. Una especie de detectivesco trabajo para deshacer las trampas que los sueños nos presentan para ocultarnos el prohibido deseo que los ha inducido. El problema es que el pensador austriaco nos da una guía de axiomas para interpretarlos que poca o ninguna base científica ha demostrado tener, pero de nuevo, ese es otro debate. Más utilidad parecen tener sus enseñanzas y las de los discípulos que continuaron la investigación psicoanalítica para descifrar el malestar que acompaña a nuestra sociedad, instalada en el vértigo desde el siglo XIX, produciendo una revolución tras otra, sin ser capaces de asimilar en qué cambia nuestra naturaleza básica como seres humanos.

La discutible premisa del psicoanálisis es que nuestra infancia, y las represiones que en ella sufrimos, marca ineludiblemente nuestro devenir

La discutible premisa del psicoanálisis es que nuestra infancia, y las represiones que en ella sufrimos, marca ineludiblemente nuestro devenir. El malestar de esas represiones de deseos inconscientes y perturbadores termina por salir a la luz en algunas ocasiones. Y en algunas personas causa problemas de salud mental o provoca perturbadores actos. Por ejemplo, los infantes suelen sentirse atraídos por el progenitor del sexo opuesto y sentir resentimiento a aquél del mismo sexo. El llamado complejo de Edipo, que hoy día nadie en la neurociencia se toma en serio. Otras discutibles afirmaciones, por si alguien siente curiosidad, son que cuando en nuestros sueños aparecen símbolos que relacionamos con una serpiente, una espada o un paraguas, en realidad representamos el pene, mientras que la vagina estaría representada por un monedero o por una cueva.

Por tanto, llamemos a las cosas por su nombre, psicoanálisis, ensueño, pseudoterapias, o como queramos llamarlo, pero no ciencia, diría su compatriota Karl Popper algún siglo que otro después

Y si por casualidad lector estás pensando en lo absurdo que es llegar a ese tipo de conclusiones, al igual que el que escribe, el ínclito Freud nos acusaría de estar reprimidos y ser incapaces de verbalizar ni reconocer nuestros instintos sexuales. Qué le vamos a hacer, nadie es perfecto. Y siempre tenemos a Popper y su teoría de la ciencia basada en el falsacionismo que viene a recordarnos que si algo es ciencia es porque podemos probar aquello que dice, y si no mostrar su verdad para siempre, que es algo complicado, si al menos demostrar que la premisa es falsa, y que más nos vale seguir buscando. Así avanza la ciencia y así avanza el conocimiento a través de la razón científica. Para Freud, si, por ejemplo, algún asesino mata a un niño, se debería a su incapacidad para haber resuelto el complejo de Edipo. Si alguna otra persona está dispuesta a interponerse en el camino del asesino y salvar al niño al precio que sea, esa persona ha sido capaz de sublimar el malvado deseo que incubaba su subconsciente y convertirlo en algo positivo. En cualquier caso, es imposible falsar las premisas del psicoanálisis, porque hagas lo que hagas hay una explicación en el devenir del subconsciente. Por tanto, llamemos a las cosas por su nombre, psicoanálisis, ensueño, pseudoterapias, o como queramos llamarlo, pero no ciencia, diría su compatriota Karl Popper algún siglo que otro después.

No hay peor incapacidad, ni real ni metafórica, que perder nuestra capacidad para soñar, dormidos o despiertos

Más allá de si, lo que en concreto soñamos, puede interpretarse de una manera u otra, o no deberíamos darle más importancia que la curiosidad que nos despierta la imaginativa narrativa que subyace al mundo onírico, los sueños, sueños son. Los sueños pueden ser inquietantes, pero también poderosos y útiles, especialmente si aprendemos a soñar despiertos. No hay peor incapacidad, ni real ni metafórica, que perder nuestra capacidad para soñar, dormidos o despiertos. Especialmente despiertos, pues solo aquellos que vislumbran un sueño y le dan forma, a pesar de las zancadillas, nos ayudan a cambiar una pizca de la miseria de este mundo. Sin soñadores que hubieran trascendido el gris de sus trabajos comunes o de sus roles en la sociedad, fracasando o teniendo éxito, da igual, el mundo en el que vivimos sería aún más triste de lo que ya es. Friedrich Hebbel, poeta y dramaturgo alemán del XIX, solía atribuir a los poetas el papel de soñadores de la sociedad. El arte suele jugar ese papel en nuestra cultura, o deberíamos permitir que lo hiciera, sin caer en absurdas restricciones a la libertad de los artistas, sueñen paraísos o infiernos, pues por igual las comedias y tragedias que nos trasmite el arte nos ayudan a desvelar los misterios de nuestro mundo y nos dan fuerza y sentido. No puede existir una sociedad sana sin artistas que sueñen por ella y nos enseñen cómo hacerlo.

Los soñadores mueren, sus sueños, si merecen la pena por su verdad o por su belleza, raramente

Sí permitimos que nos atrape únicamente el deber, el trabajo, la cotidianidad o como queramos llamar a las obligaciones que nos atan, como el aburrido Kant afirmaba: Me dormí y soñé que la vida era belleza, me desperté y vi que era deber, dejaremos detrás lo mejor que hay en el ser humano, su capacidad de romper las ataduras de lo cotidiano. Qué nos queda si dejamos la belleza únicamente a nuestros sueños, y nos negamos a buscarla en la realidad. Renunciamos a lo bello por el deber. Y si eso es lo que hacemos ¿merece la pena el sacrificio? Sin belleza es absurda la búsqueda del deber, llamemos cómo llamemos a lo que quiera que entendamos por bello o por deber. No es que nos convirtamos en sonámbulos de la vida, pues como decía Antonio Machado tras el vivir y el soñar, está lo que más importa, el despertar. Pero si hemos de despertar, más nos vale que el aroma de los sueños haya impregnado todo nuestro viaje hasta llegar a la estación término de nuestra existencia. Los soñadores mueren, sus sueños, si merecen la pena por su verdad o por su belleza, raramente.

Los sueños, sueños son, pero en ellos encontramos una belleza que trata de eludirnos constantemente y por la que merece la pena luchar

Es nuestra capacidad para alimentar los sueños la que nos permite vislumbrar posibilidades que de otra manera quedarían ocultas por lo cotidiano, por lo acostumbrado, y tanto cuando dormimos como cuando soñamos despiertos estamos muy cerca de despertar cuando soñamos que soñamos, como decía el poeta romántico alemán Novalis. Y sucede que la sociedad sacude con violencia a los soñadores para despertarles de sus sueños, sin apreciar que al hacerlo daña el corazón de su propio futuro. Soñemos de día a través de las ilusiones, o nos ilusionamos de noche cuando soñamos con las realidades del día que deseamos cambiar, amemos las verdades que nos trascienden y las mentiras que nos confortan a través de lo onírico de la ilusión y del sueño. Los sueños, sueños son, pero en ellos encontramos una belleza que trata de eludirnos constantemente y por la que merece la pena luchar. Amemos los sueños, incluso aquellos que nos dan miedo, riamos y lloremos con ellos, dormidos o despiertos, pues probablemente no descubriremos el “Sentido de la Vida” a través de ellos, pero sí, al menos, un sentido, frágil, falible, elusivo, y con mil carencias más, pero lo suficientemente bello e inspirador para agarrarnos a nuestra enigmática existencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”