'A los Derby se les cala la Motoreta'
En su breve historia, el Premio Ruido, equivalente español del Mercury Prize británico, con el que la crítica pretende coronar al mejor álbum pop del año, ha resultado en general bastante predecible. En las ediciones de 2016 y 2020 ganó Triángulo de Amor Bizarro, el grupo favorito de la prensa musical española en lo que va de siglo. En 2017 y 2018 ganó Rosalía, posiblemente el fenómeno más arrollador de la historia de nuestro pop. En 2015, su primera edición, el galardonado fue Niño de Elche por Voces del Extremo, exactamente el tipo de elección que cabe esperar de un premio de estas características: ese fue el año en que Francisco Contreras pasó de cantaor semidesconocido a iconoclasta oficial del Reino gracias a ese LP y a una legendaria actuación en el festival Sónar, y el premio vino a ratificar ese ascenso. Pero en 2019, nos encontramos con una sorpresa. El premio no fue a parar a las manos de Niño de Elche y Los Planetas, cuyo proyecto Fuerza Nueva parecía diseñado para este tipo de galardones; tampoco a las de Novedades Carminha, cuyo Ultraligero había sido un hito del pop bailable en nuestro país y conectaba a la perfección con el Zeitgeist; ni optó tampoco el jurado por premiar a bandas nuevas y frescas (Carolina Durante, Cupido) o a artistas veteranos (La Bien Querida, Los Punsetes). No, el premio de ese año fue para unos sevillanos de nombre endemoniado: Derby Motoreta's Burrito Kachimba.
No es que estuvieran reinventando la rueda: se enmarcaban claramente en el reciente revival del psych rock con tintes de hard rock y heavy metal que encabezan los australianos King Gizzard & the Lizard Wizard
Aunque quizás habría preferido que el premio se lo llevaran Cala Vento, cuyo Balanceo es para mí uno de los discos más redondos del rock español reciente, fue una gran alegría. Sin apenas conocer su música, había escuchado a los Derby en directo en el Primavera Sound de ese año y había alucinado con su energía y sentido del humor (no paraban de hablar en inglés, en referencia a la cantidad de guiris que asisten al festival barcelonés). Posteriormente escuché ese primer disco homónimo y lo disfruté mucho. No es que estuvieran reinventando la rueda: se enmarcaban claramente en el reciente revival del psych rock con tintes de hard rock y heavy metal que encabezan los australianos King Gizzard & the Lizard Wizard (a cuyo nombre hacen referencia los sevillanos con el suyo propio); lo peculiar que le añaden tiene que ver con la característica voz de Miguel “Dandy Piranha” García, cuyas inflexiones aflamencadas recuerdan claramente a Jesús de la Rosa, de Triana. Pero el caso es que el cóctel funcionaba: en temas como “Aliento de Dragón”, “The New Gizz” o “Samrkanda”, la épica grandilocuente de las letras y la energía de la música conectaban a la perfección, creando un sonido vibrante (lo que ellos denominaron “kinkidelia”) que despertaba las mismas emociones que el mejor rock clásico.
Evidentemente, las expectativas ante este segundo LP eran altas. Tras la marcha de Victor Von Máscara, el enigmático teclista sin rostro, el año pasado nos llegaba el primer single, “El Valle”, y la emoción no hizo sino aumentar. Al desaparecer esos sintes algo carnavalescos, la canción sonaba más heavy y rotunda, pero al mismo tiempo era dinámica y tenía mucho gancho. La voz del Dandy Piranha resultaba incluso más poderosa al tener más protagonismo. Todo apuntaba a que la nueva dirección de la banda sería igual de atractiva que ese primer trabajo, aumentando la calidad de las grabaciones y endureciendo su sonido pero manteniendo la frescura. Me temo que, escuchado el disco completo, esta esperanza no podía haber estado más errada. Hilo Negro, que es como se llama el nuevo álbum, es el sonido de un grupo prometedor estancándose de forma estrepitosa en todos los frentes.
Todo suena romo y falto de vida, y en lugar de capturar la energía primitiva del rock setentero que claramente intentan emular el resultado es cansino y hasta triste
Empezando por la producción, es cierto que Hilo Negro tiene un sonido más profesional y limpio que su debut, pero precisamente esto le roba al grupo esa frescura que era su principal baza. Todo suena romo y falto de vida, y en lugar de capturar la energía primitiva del rock setentero que claramente intentan emular el resultado es cansino y hasta triste. Intentar sonar a Led Zeppelin es, como bien saben Greta Van Fleet, un arma de doble filo a estas alturas de la película. Pero lo más decepcionante, lo que hace que el disco resulte vacío y plano en lugar de robusto y vigoroso, es la escasa calidad de las canciones. Después de haber escuchado ese debut tan pegadizo, sorprende sobremanera la falta de gancho que tienen estas composiciones. En particular, es increíble que la banda no dé con otra manera de llevar las estrofas de la inmensa mayoría de las canciones que no sea dejar solos al bajo y la batería, sonando a un ritmo trotón que, a base de repetirse, aburre hasta a las piedras.
Es verdad que hay momentos buenos. Sin duda el mejor es la ya mencionada “El Valle”, que abre el LP. Inmediatamente después, “Porselana Teeth” tiene pasajes con mucho mordiente, algo más de riqueza instrumental y una de las pocas melodías vocales que se graban en la memoria. “Caño Cojo” usa los mismos elementos que el resto del álbum, pero sí que consigue sacudir, demostrando que el problema de fondo es que no todas las canciones están tan cuidadas. Por último, el final de “Gitana” suena monstruoso, atronador, y cabe preguntarse si no habría sido mejor optar por más pasajes así, sacando más inspiración de Black Sabbath. Detalles más pequeños, como la percusión árabe de “Turbocamello”, al menos muestran un esfuerzo por innovar (aunque sea usando elementos algo estereotipados) que en general está ausente de este proyecto.
Sin ir más lejos, la resolución que le dan a un pequeño misterio que había dejado el primer LP, es decir, cuál sería esa segunda parte de “Somnium Igni (Pt. 1)”, no podía ser menos interesante
Sin ir más lejos, la resolución que le dan a un pequeño misterio que había dejado el primer LP, es decir, cuál sería esa segunda parte de “Somnium Igni (Pt. 1)”, no podía ser menos interesante. Aquella canción era la única balada de su debut, con una guitarra acústica acompañando la voz del Piranha, y aunque quizás resultaba la menos sólida de las canciones de ese disco ese carácter inacabado que denotaba el título hacía pensar en una segunda parte épica. En Hilo Negro, “Somnium Igni – Pt. 2” retoma los misteriosos tonos con los que acababa su antecesora, y aunque empieza creando una tensión que promete cumplir la promesa de la primera parte, lo cierto es que enseguida vuelve a instalarse en la complacencia del resto del álbum. El retorno del estribillo de la primera parte rompe esa dinámica y vuelve a insuflar ilusiones; pero en vez de despegar, el final vuelve a ser increíblemente plano y aburrido, destacando para mal unos sintes mucho más horteras que los de su primer disco (que lo eran a propósito). Y encima la canción dura ¡seis minutos! Aunque peor aún es “DÁMELA”, que a unos sintes sencillamente feos suma el peor estribillo de la carrera del grupo.
Los cortes restantes no aportan nada mejor. Siento tener que decirlo, pero este es uno de esos discos que espero no volver a tener que escuchar una vez acabada esta crítica. Ojalá la banda sea capaz de salir de este callejón en el que se han metido, porque por aquí no van a ningún sitio. Al menos a ningún sitio interesante: siempre está la posibilidad de que se conviertan, como diría aquel, en un grupo de versiones de Medina Azahara pero sin las versiones. Creo que tienen suficiente talento para intentar hacer algo mejor, pero tienen que buscar algo más original que decir.
Puntuación: 5.2/10
- Si quieres escucharlo, pincha en el siguiente enlace: Derby Motoreta's Burrito Kachimba – Hilo Negro