Si pagas, puedes contaminar
Hace unos días fui a comprar un regalo a un famoso centro comercial de electrónica y la dependienta me preguntó si quería una bolsa, respondí que sí y me vendió una de papel al precio de diez céntimos la unidad. Me sorprendió porque se suponía que era el plástico lo que se cobraba, pero, por supuesto, la dependienta no supo darme una explicación. Entonces, recordé cuando no las pagábamos, ni siquiera las de plástico, antes de que empezaran a concienciarnos de la contaminación ambiental y de cómo los mares y océanos se estaban llenando de una vergonzante abundancia de residuos de este material que ensucia sin piedad el medio ambiente mundial. Las autoridades y gobiernos tuvieron claro que la manera de aleccionarnos a todos era obligándonos a pagar por cada bolsa de plástico, en vez de repartirlas gratuitamente. Pese a costar unos simbólicos céntimos, se suponía que disuadirían a la población de utilizar únicamente las imprescindibles. Incluso se optó por obligar a todos los establecimientos a cobrar por ellas. Así que, a los pocos meses, nos encontramos pagando por cada recipiente plástico y empezamos a amontonarlas en las casas para volver a reutilizarlas. Probablemente se redujo el consumo, así que para algo habrá servido. El hecho es que de dos céntimos que costaban al principio, pasó a valer cinco céntimos y ya, a estas alturas, tenemos que pagar diez.
Estoy seguro de que alguien con gran poder adquisitivo no se planteará pedir una bolsa menos o llevar la suya a no ser que esté concienciado con esta necesidad de reducción de residuos plásticos, mientras que los pobres, como siempre, se verán obligados a guardar cada una para ahorrar en la economía del hogar
Como consumidor acepto pulpo como animal de compañía, me callo, acato la norma y trato incluso de reciclar todo lo que puedo en casa y en mi vida particular. Digo que acepto pulpo, porque el sistema de cobrar por bolsa a quien más afecta, como siempre, es a la población más vulnerable, esa que tiene dificultades para llegar a fin de mes. Estoy seguro de que alguien con gran poder adquisitivo no se planteará pedir una bolsa menos o llevar la suya a no ser que esté concienciado con esta necesidad de reducción de residuos plásticos, mientras que los pobres, como siempre, se verán obligados a guardar cada una para ahorrar en la economía del hogar.
No digo que no esté de acuerdo, pero sí pienso que se trata de un sistema que no se basa en concienciar del exceso de este material sino en incitar al ahorro a los consumidores al comprar menos bolsas. Lo acepto con tal de que el planeta acabe beneficiado de algún modo. Lo que no me explico es cómo hemos pasado de pagar por las bolsas de plástico a tener que costear incluso las de papel. Lo que tampoco entiendo es por qué a los consumidores se nos obliga a abonar cada plástico y, sin embargo, los supermercados e hipermercados no se esmeran en reducir su volumen en los miles de artículos expuestos en cada centro.
¿No les ha pasado a ustedes que cuando regresan de la compra y colocan y retiran envases llenan una bolsa entera para la basura? Cada tomate aparece perfectamente presentado en una bandejita plastificada e introducida en una bolsita de plástico, un conjunto de seis manzanas se envasan de la misma manera…
¿No les ha pasado a ustedes que cuando regresan de la compra y colocan y retiran envases llenan una bolsa entera para la basura? Cada tomate aparece perfectamente presentado en una bandejita plastificada e introducida en una bolsita de plástico, un conjunto de seis manzanas se envasan de la misma manera… Es cierto que, por fin, empiezan a utilizarse materiales reciclados para fabricar bolsas en algunos establecimientos, pero todavía es exagerada la cantidad que se emplea únicamente con el fin de que seamos nosotros los que nos deshagamos de ellas nada más llegar a casa.
A los consumidores nos tratan de concienciar a través del pago, pero a los hipermercados no veo que les suceda lo mismo. ¿Acaso no podría obligarse a estas superficies a utilizar alternativas para reducir residuos plásticos? Seguro que saldría más caro y que ese sobrecoste acabaríamos asumiéndolo los mismos de siempre, pero al menos habría mayor coherencia en la medida.
Alguien podría llegar a pensar que más que reducir los residuos plásticos se busca aumentar los beneficios netos de los hipermercados cuando la medida de cobrar bolsas no va vinculada a la de eliminar plásticos en los envases de los artículos adquiridos y más al comprobar que después de gastar 500 o 1000 euros en una tienda, te piden diez céntimos más por una bolsa de papel
Alguien podría llegar a pensar que más que reducir los residuos plásticos se busca aumentar los beneficios netos de los hipermercados cuando la medida de cobrar bolsas no va vinculada a la de eliminar plásticos en los envases de los artículos adquiridos y más al comprobar que después de gastar 500 o 1000 euros en una tienda, te piden diez céntimos más por una bolsa de papel.
Es algo parecido a lo que está sucediendo con esta pandemia, cuando se trata de poner en riesgo la economía parece que la salud queda en segundo término.
Seamos coherentes con nuestra forma de pensar y llevémosla hasta el final. ¿No hubiera sido más eficaz, en el tema del virus, encerrarnos a todos igual que hicieron en marzo durante otro mes o mes y medio en octubre o noviembre, que continuar semi aislados durante seis meses? Es evidente que se trata de mantener el equilibrio entre la economía y la salud, pero todos tenemos que ser conscientes de que es así y de que no se está haciendo todo lo posible por esta última porque se coloca en la balanza ambos objetivos, se los intenta equilibrar sin que uno prevalezca sobre el otro. Así que hemos de tener presente que la extensión del virus no es culpa nuestra, aunque haya una responsabilidad desigualmente distribuida entre cada ciudadano, sea político, miembro de los cuerpos policiales, sanitarios, científicos, empresarios o trabajadores. De la misma forma, la propagación de residuos plásticos tampoco es culpa nuestra, aunque igualmente es necesario que cada ser humano consideremos el papel que estamos desempeñando para propagar esta contaminación y tratemos de hacer lo posible para reducir su consumo.
No obstante, en este asunto de los plásticos es lógico pensar que cuanto más dinero haya, más responsabilidad y a más poder, más necesidad de actuar. Por desgracia, entre las altas esferas solo podemos apelar a la buena fe de sus máximos representantes, porque nadie parece pedirles cuentas para sustituir ese material tóxico: a nosotros se nos obliga a pagar más para contaminar menos, a ellos, solamente se les ruega que lo hagan.