Respetar a los mayores
Varios meses de movilizaciones han tenido que ser necesarios para que nuestros mayores consigan que los políticos se reúnan para renovar el Pacto de Toledo, con la actualización de las pensiones en base al IPC real. Veremos si al final se materializa en una ley con la que los afectados estén de acuerdo, porque entre ellos ya se han alzado algunas voces que aseguran que no es suficiente y que no se van a rendir hasta obtener todo lo que piden. Al margen de cuestiones políticas, en nuestra retina quedará grabada la imagen de tantos abuelos en la calle, alzando la voz en manifestaciones para obtener una pequeña mejora de su calidad de vida, aquellos que lucharon cuando eran jóvenes por la democracia que disfrutamos, los que lograron un estatuto de los trabajadores que ha permitido a esta sociedad evolucionar hasta la llegada de una crisis que ha borrado de un plumazo esos avances a través de una injusta reforma laboral que ha reducido capacidad adquisitiva a la mayor parte de las clases media y obrera en beneficio de los más ricos.
En nuestra retina quedará grabada la imagen de tantos abuelos en la calle, alzando la voz en manifestaciones para obtener una pequeña mejora de su calidad de vida, aquellos que lucharon cuando eran jóvenes por la democracia que disfrutamos, los que lograron un estatuto de los trabajadores que ha permitido a esta sociedad evolucionar hasta la llegada de una crisis que ha borrado de un plumazo esos avances a través de una injusta reforma laboral que ha reducido capacidad adquisitiva a la mayor parte de las clases media y obrera en beneficio de los más ricos
El año pasado una abuela salió en los medios de comunicación, con cerca de 100 años, porque decía que su nieto le había estafado 2 millones de euros y la había dejado prácticamente en la calle. El susodicho llegó desde el extranjero y se cameló a la linda y rica anciana con el fin de que le otorgara poderes para convertirse en administrador único de su importante capital. El juez, finalmente dio la razón al nieto porque consideraba que la abuela entraba en contradicciones, algo que, con casi la centena, tampoco era de extrañar. El hecho es que el acusado se quedó con todos los bienes de la abuela y la mujer entró en la última fase de su vida sin dinero y con la tristeza de haber perdido a su nieto.
Algo parecido, por otro lado, a lo que sucedió con las preferentes. Miles de jubilados confiaron en la palabra del oficinista de su banco para aceptar un acuerdo sin conocer la letra pequeña y se quedaron sin nada. Toda la vida reuniendo un pequeño capital para tener una buena vida durante los últimos años y, sin comerlo ni beberlo, vieron cómo se lo arrebataba el banco sin ningún tipo de escrúpulos.
¿Y qué me dicen de la crisis? Familias enteras teniendo que volver a casa de los abuelos porque se habían quedado sin dinero, sin trabajo, sin vivienda. Manteniendo, con unas pensiones ridículas, a todos sus descendientes.
Hace tiempo que hemos sustituido el valor que dábamos a la experiencia por el del dinero. Ya no importa lo que sepan nuestros mayores a no ser que tengan el capital suficiente como para tenerlos en cuenta.
¿Se nos está yendo la cabeza? ¿Dónde está nuestra solidaridad, la sensibilidad, la empatía? Dicen que lo que nuestros padres hacen por nosotros nunca lo devolvemos, pero lo compensamos dejándolo a nuestros hijos, pero eso no debería significar que les dejáramos semi abandonados
¿Se nos está yendo la cabeza? ¿Dónde está nuestra solidaridad, la sensibilidad, la empatía? Dicen que lo que nuestros padres hacen por nosotros nunca lo devolvemos, pero lo compensamos dejándolo a nuestros hijos, pero eso no debería significar que les dejáramos semi abandonados. Nos hemos olvidado de que somos lo que somos porque recibimos lo que recibimos de ellos. Y siempre encontramos motivos para evitar visitarles, ni siquiera les consideramos válidos para pedirles consejo, como si su experiencia no sirviera de nada en la sociedad de la tecnología.
¿Nos hemos planteado qué hacemos con nuestros mayores en el día a día? Habitualmente nos aprovechamos de ellos mientras podemos: nos cuidan los niños, nos vigilan la casa cuando nos vamos de vacaciones, nos siguen haciendo comidas que nunca seremos capaces de elaborar de la misma forma, nos bajan al perro o aguantan nuestros improperios como forma de desahogo. Un día comienzan a presentar problemas de movilidad o de memoria y entonces nos percatamos de que ya no son demasiado útiles en nuestro día a día. ¿Qué hacemos? Distanciamos las visitas, evitamos que los niños los vean así porque nos convencemos de que es mejor que no les quede un mal recuerdo de ellos, o los aparcamos en una residencia o en un centro de día. ¡Cuidado! Nunca diré una sola palabra contra ninguno de estos lugares, y también entiendo que los trabajos nos mantienen tan atados que no vemos otra alternativa. No obstante, eso no debería implicar que dejáramos de visitarles, de mostrarles nuestro cariño, de recordarles que estamos con ellos, acompañándolos en esa última etapa de sus vidas.
¿Nos hemos planteado qué hacemos con nuestros mayores en el día a día? Habitualmente nos aprovechamos de ellos mientras podemos: nos cuidan los niños, nos vigilan la casa cuando nos vamos de vacaciones, nos siguen haciendo comidas que nunca seremos capaces de elaborar de la misma forma, nos bajan al perro o aguantan nuestros improperios como forma de desahogo
En general, todas las generaciones somos un poco egoístas con nuestros antepasados y les obviamos más de lo que debiéramos, pero es que la nuestra, especialmente, se ha beneficiado de tantísimo que han conseguido ellos sin que nosotros nos hayamos tenido que mover ni un ápice y después de tanto sufrimiento: aguantaron la dictadura y nos regalaron la democracia; soportaron unas condiciones laborales precarias y nos concedieron mejoras salariales y de horarios; axfixiaron un golpe de estado y nos ofrecieron la libertad, y todo con esfuerzo, mucho trabajo y ninguna ayuda nuestra, que vivíamos bajo una cúpula de seguridad y bienestar.
Ahora toca luchar por las pensiones y, pese a que reconocemos que todos acabaremos viéndonos afectados por ellas, les hemos vuelto a dejar solos, mirándolos con ternura, sabiendo que están de vuelta de todo y que no van a parar porque ya no tienen nada que perder. Tal vez sea esa la mayor enseñanza que podríamos recibir de los abuelos: afrontan cada día sin temor, sabiendo que su tiempo puede acabar en cada momento y eligen a qué dedican cada instante de sus últimos años, no se amedrentan frente a un presidente de gobierno ni frente a un ministro porque lo vivieron muchas veces en su trayectoria: la unión hace la fuerza. Y los poderes fácticos son conscientes de ese poder, esa fuerza que les llevará a seguir batallando hasta que consigan todos sus objetivos, nadie les puede engañar. Así que estaría bien que dejáramos de mirar hacia los ricos o poderosos como ejemplo a seguir y nos centráramos más en esos abuelos que tenemos a nuestro lado.