'A pesar de todo, la búsqueda de la felicidad'
El filósofo británico Bertrand Russell siempre defendió una tesis sobre la felicidad; si deseamos comprender aquella virtud más noble éticamente a la que podemos aspirar como seres humanos, debemos comprender que la felicidad es una tarea en permanente revisión. La felicidad no es un estado que podamos experimentar durante unos instantes extasiados por cualquier pasión que nos embargue. Esa alegría podrá recompensarnos de los inevitables tropezones existenciales del día a día que nos llenan de tristeza, y aliviar nuestras penas, pero tratar de comprender y buscar la felicidad de esta manera es un error. La felicidad ha de ser percibida como una liberación, como una búsqueda constante de eliminación de todas aquellas trabas que nos impiden alcanzar todo nuestro potencial, removiendo las pasiones dañinas que nos desgarran. Llámense éstas envidia, egoísmo, miedo, o la absurda creencia de cometer pecado por no seguir unos mandamientos religiosos. Si aprendemos a remover de nuestros sentimientos éstas y otras tantas trabas, seremos capaces de madurar. ¿Qué entendemos por madurar? Liberarnos de cadenas que no debieran aprisionarnos y experimentar la belleza de la vida, y encontrar el valor para, de vez en cuando, tratar de ser tentativamente felices, a pesar de todo y de todas las miserias de la vida.
A pesar de todas las desdichas que nos acechan en cada esquina, en cada giro, en cada laberinto de nuestra existencia, es la única búsqueda de sentido que nunca deberíamos abandonar, aunque hoy día renunciamos a ella con sorprendente facilidad, en la familia, en la amistad, en el amor, en el trabajo, en el ocio, en la política
Un “a pesar de todo”, unos obstáculos, sin los cuales nunca comprenderemos el valor de la búsqueda de la felicidad: a pesar de todas las desdichas que nos acechan en cada esquina, en cada giro, en cada laberinto de nuestra existencia, es la única búsqueda de sentido que nunca deberíamos abandonar, aunque hoy día renunciamos a ella con sorprendente facilidad, en la familia, en la amistad, en el amor, en el trabajo, en el ocio, en la política. Y ese “a pesar de todo”, al igual que la capacidad de amar que se sobrepone al odio, marca la diferencia entre ganar un mundo en el que convivir, o apenas sobrevivir en otro, hostil, en el que penamos buscando pequeños instantes placenteros que nos hagan olvidar un sinfín de desdichas.
Russell diferencia dos tipos de felicidad; una más simple, que no por ello menos satisfactoria, la otra más intelectual, que no por ello menos felicidad. Ambas felicidades encuentran el mismo fundamento, y son perfectamente compatibles, sean tus gustos más o menos refinados. La clave de ambos tipos de felicidad es tratar siempre de encomendarse a una tarea que uno disfrute, y aprender hasta perfeccionarla. Y ampliar en lo posible el foco de nuestros intereses. Está al alcance de cualquiera. Tratar de buscar actividades que nos satisfagan y en la que seamos capaces de mejorar con la práctica y la voluntad. Pensemos en alguien que encuentra placer, un descanso de los agobios de su vida, sea un científico, un artista o un albañil, en cuidar plantas, ya sean unas pocas macetas y flores en una pequeña terraza, o un pequeño vergel convertido en jardín. Da igual. Cada pausa que le dedica a esta tarea es un pequeño aprendizaje con pequeños objetivos que le llenan de satisfacción. Y mientras más tareas y cosas despierten nuestro interés de una manera sana, no obsesiva, más probabilidades de encontrar esa paz interior que nos ayude a entender qué es la felicidad.
Ni menospreciarse, ni sobreestimarse, ese es un pequeño secreto lleno de sentido común que nos guía en la búsqueda de la felicidad de las pequeñas cosas, que siempre ha de preceder a la búsqueda de la felicidad de las grandes cosas.
Pequeñas tareas que nos enseñan cómo afrontar nuestra vida: Ni nos subestimemos, en nuestras capacidades, ni exageremos: Al hombre que se subestima le sorprenden siempre sus éxitos, mientras que al hombre que se sobreestima le sorprenden con igual frecuencia sus fracasos. Si aprendemos a realizar tareas a nuestro alcance, mejorando poco a poco, esta felicidad tan simple estará en nuestra mano. Si por el contrario, pretendemos alcanzar la luna en cada giro del destino, probablemente acabemos sufriendo más de lo necesario. Ni menospreciarse, ni sobreestimarse, ese es un pequeño secreto lleno de sentido común que nos guía en la búsqueda de la felicidad de las pequeñas cosas, que siempre ha de preceder a la búsqueda de la felicidad de las grandes cosas. Existe cierta tendencia a saltarse pasos en la consecución de nuestras tareas, por necesidad o por placer, y esa es una de las principales causas de la frustración que nos embarga en nuestro día a día. Aprender a ser felices es la tarea más importante, que nos deberían enseñar desde niños. Y como en toda tarea importante, no hay atajos.
Si renunciamos a ejercer cualquier tipo de control o posesión hacia los demás, porque no lo necesitamos, si estamos satisfechos con nosotros mismos, habremos ganado mucho en nuestra búsqueda
Otra clave de nuestra búsqueda se encuentra en encontrar, a través del contacto amistoso con los demás, una fuente de satisfacción. El problema es que siempre nos dejamos contaminar por un interés posesivo hacia el otro. Si renunciamos a ejercer cualquier tipo de control o posesión hacia los demás, porque no lo necesitamos, si estamos satisfechos con nosotros mismos, habremos ganado mucho en nuestra búsqueda. Seremos no solo fuente de felicidad propia, sino ayudaremos en su búsqueda a los demás: la persona con este tipo de actitud hacia los demás será una fuente de felicidad y un recipiente de amabilidad recíproca, destacaba Russell. La clave se encuentra en que sino estas primero satisfecho contigo mismo, con lo que eres, nunca podrás desarrollar una amistad compartida autentica. La amistad, como el amor, nunca debe estar guiada por una falsa sensación del deber. Tú puedes sentir deber en el trabajo, o hacia una causa como la justicia, o la igualdad, o la libertad. Pero si dejas que el deber ocupe el lugar del placer de simplemente disfrutar de una compañía, terminarás por empañar esa amistad, y será probablemente más causa de infelicidad que de felicidad. Al respecto dice Russell: El sentido del deber es útil en el trabajo, pero ofensivo en las relaciones personales. La gente quiere gustar a los demás, no ser soportada con paciente resignación.
Y comprender que el egocentrismo, el interés posesivo y obsesivo, enturbia cualquier relación con otros seres humanos
Dos claves sencillas hemos encontrado ya en nuestra búsqueda de la felicidad, ayudados por Bertrand Russell; encontrar el placer de encomendarse a tareas, sencillas o complejas, e ir ampliando nuestros intereses paso a paso. Tareas con las que crezcamos humana e intelectualmente, y sean fuente de pequeños placeres y alegrías, al ser capaces de completarlas. Sin minusvalorarnos, ni sobreestimarnos. Y comprender que el egocentrismo, el interés posesivo y obsesivo, enturbia cualquier relación con otros seres humanos. Comprender que debemos aprender a ser felices nosotros primero, para no tratar de ser felices a través de los demás. Los demás no son una palanca, palabra ahora de moda por lo futbolístico, para alcanzar nuestra felicidad, son compañeros de viaje con los que compartir felicidad. Aumentando si es posible la propia y la ajena al conjugarlas, pero sin hacerlas depender exclusivamente la una de la otra.
Es imposible ser felices si nos convertimos en prisioneros de nosotros mismos, y nos perdemos las maravillosas experiencias que nos esperan ahí fuera
Otra clave de la que nos habla el filósofo británico, que él cree encontrar en las personas que son felices, es el entusiasmo. Pero, ¿qué hemos de entender por entusiasmo? Ahí nos sorprende Russell con algo inesperado, pero claramente deudor de las tesis anteriores: disfrutar de la vida porque esta ofrece toda una variedad de espectáculos interesantes y experiencias sorprendentes. La actitud estoica, o que únicamente se circunscribe a pocos placeres frugales es un craso error. Ese punto de vista provoca falta de ilusión, y por tanto desencanto, y éste es una enfermedad que, desde luego, puede ser inevitable debido a las circunstancias, pero que, aun así cuando se presenta hay que curarla tan pronto como sea posible. El desencanto no nos da sabiduría, por mucho que unos malhumorados personajes nos lo aconsejen. Russell sigue explicando los motivos para entusiasmarse con facilidad en la vida y disfrutar de diferentes y variadas experiencias: Supongamos que a una persona le gustan las fresas y a otra no; ¿en qué sentido es superior a la segunda? No existe ninguna prueba abstracta e impersonal de que las fresas sean buenas ni de que sean malas. Para el que le gustan son buenas, para el que no le gustan, no lo son. Pero el hombre al que le gustan las fresas tiene un placer que el otro no tiene; en este aspecto, su vida es más agradable y está mejor adaptado al mundo en que ambos deben vivir (…) en ese aspecto, el que disfruta viendo futbol es superior al no aficionado. El que disfruta con la lectura es aún más superior que el que no, porque hay más oportunidades de leer que de ver futbol. Y ahí llega la conclusión esencial para entender que entiende por entusiasmo Russell: Cuantas más cosas nos interesen, más oportunidades de ser felices seremos, y menos expuestos estaremos a los caprichos del destino. Es imposible ser felices si nos convertimos en prisioneros de nosotros mismos, y nos perdemos las maravillosas experiencias que nos esperan ahí fuera. Y no importa si nos frustramos, es una posibilidad, qué más da mientras esa frustración no nos defina, mientras el fracaso nos lo tomemos como una experiencia más.
Tratar de evitar el dolor inherente a la vida no es la solución
Mantenernos como meros espectadores de las cosas que nos suceden es alejarse de la existencia. Tratar de evitar el dolor inherente a la vida no es la solución. Entender que no hay nada totalmente bueno, ni nada totalmente malo y que en ocasiones están entrelazados, es esencial en nuestra búsqueda de la felicidad. Hay otras tantas claves igualmente importantes que nos ayudaran, al albur de las reflexiones del filósofo británico, pero tal y como hemos aprendido, pongamos algo de pausa, pongámonos a reflexionar sobre estas pocas y sencillas cuestiones, y veamos si podemos aplicarlas a nuestra vida. Solo tenemos constancia de esta vida, no la desperdiciemos en anhelos inútiles, en frugalidades que bien poco nos aportan, en apreciar solo aquello que creemos sublime, y no atreverse a paladear otros sabores, quizá más simples o sencillos, y no tan sublimes, pero que nos llenan igual. Y siempre mantener una actitud abierta y amable con los demás, con una mirada sana y compartiendo intereses, sin tratar de poseer ni imponer nada.