El odio, la estupidez y la falta de (buena) educación
Dos acontecimientos recientes, separados por escasos días, nos han mostrado cómo el odio y la estupidez humana, acompañados por la miseria de carácter de la que únicamente nuestra especie puede presumir, no solo no han disminuido un ápice durante la pandemia, sino que siguen tan presentes, sino más, que nunca. Un crimen, el del joven Samuel, vinculado al odio relacionado con la homofobia, nos han impactado y ha provocado manifestaciones de repulsa durante varios días. Desgraciadamente, el clima de intolerancia que lo ha provocado no tiene tintes de desaparecer, pues sigue incrementándose ante la indiferencia, o el empuje, de algunos actores de la política y la comunicación en nuestro país.
Que en una sociedad que se supone plenamente educada, democrática y libre, a un joven le asesine a golpes despiadados una turba de jóvenes que estaban de fiesta, al grito de maricón, como si estuviéramos de nuevo en la Edad Media, algo nos indica del fracaso colectivo de nuestra sociedad en lo que a proporcionar una (buena) educación en valores, en ética, en libertad, en democracia, en pluralidad, en libertad
Que en una sociedad que se supone plenamente educada, democrática y libre, a un joven le asesine a golpes despiadados una turba de jóvenes que estaban de fiesta, al grito de maricón, como si estuviéramos de nuevo en la Edad Media, algo nos indica del fracaso colectivo de nuestra sociedad en lo que a proporcionar una (buena) educación en valores, en ética, en libertad, en democracia, en pluralidad, en libertad. Que algunos políticos, o tertulianos, pretendan diluir el componente de odio de este crimen, como sucede en los asesinatos machistas, con la argumentación de que es despreciable como crimen, como lo son todos, sean por la causa que sea, sin condenar específicamente el detonante, la homofobia presente y alentada en nuestra sociedad en este caso, o el desprecio a las mujeres por el mero hecho de serlo, en los asesinatos machistas, es de una bajeza moral considerable.
Es evidente que todo crimen es despreciable, cómo no iba a serlo acabar con una vida sea cual sea la causa, la motivación, o las circunstancias, pero sin ese clima de desprecio que algunos promueven al que es diferente, por cuestiones de religión, orientación sexual, sexo, o etnia, obviar que este crimen, o tantas otros, incluidas agresiones y discriminaciones, no se hubieran producido, es no solo deplorable éticamente, sino que aumenta las posibilidades de que este tipo de odio siga creciendo y provocando tragedias similares
Es evidente que todo crimen es despreciable, cómo no iba a serlo acabar con una vida sea cual sea la causa, la motivación, o las circunstancias, pero sin ese clima de desprecio que algunos promueven al que es diferente, por cuestiones de religión, orientación sexual, sexo, o etnia, obviar que este crimen, o tantas otros, incluidas agresiones y discriminaciones, no se hubieran producido, es no solo deplorable éticamente, sino que aumenta las posibilidades de que este tipo de odio siga creciendo y provocando tragedias similares. Lo vemos en nuestro país, y lo vemos en tantos otros países del resto del mundo. Solo aquellos cegados por su soberbia, y su intolerancia, son incapaces de vislumbrarlo. No bastan leyes que protejan a las víctimas de este tipo de crímenes de odio, ni siquiera basta con que la clase política unánimemente hubiera llamado a éste un crimen de odio, y no meramente una trifulca callejera, como algunos han pretendido. No, ni siquiera, aunque moralmente hubiera sido deseable, hubiera bastado. No estamos proporcionando una (buena) educación en tolerancia ni en valores. Y no se trata de que falle la escuela, sino que fallan todos los estamentos sociales en los que debiera recaer la responsabilidad de mantener una sociedad avanzada en valores, libre, democrática y tolerante, comenzando por la política y terminando por las familias que eluden su propia responsabilidad. Nos obsesionamos más por la riqueza material que la riqueza en valores, y eso es lo que enseñamos a los jóvenes, que es más importante aprender a evadir impuestos, como hacen deportistas, famosos y esos influencers a los que adoran, que pagarlos para que la gente no muera por falta de recursos en la sanidad, o que la educación pública no tenga recursos, o que se venda la meritocracia como forma de escalar socialmente, cuando todo el proceso esta trampeado.
Se trata de crear ciudadanos libres, críticos y responsables, con valores, y eso parece ser lo último que tenemos en mente en el actual sistema. Los docentes se sacrifican en su día a día, de sobra lo han mostrado con su compromiso estos durísimos meses de pandemia, pero no es suficiente, si falla todo lo demás, y está fallando
Es evidente que algo falla también en la educación a nivel institucional, pero falla más debido a la carencia de recursos, de estrategias globales acordadas ampliamente respecto a su valor como bien público, y de cuál es el verdadero sentido de la educación, más allá de proporcionar mano de obra para el mercado laboral. Se trata de crear ciudadanos libres, críticos y responsables, con valores, y eso parece ser lo último que tenemos en mente en el actual sistema. Los docentes se sacrifican en su día a día, de sobra lo han mostrado con su compromiso estos durísimos meses de pandemia, pero no es suficiente, si falla todo lo demás, y está fallando. Que se olvide en las nuevas generaciones el tumor del odio que alienta la intolerancia de la extrema derecha, o de la derecha llevada al extremo, que no aprendamos de los errores del pasado es tan frustrante, que dan ganas de arrojar la toalla. Tanto se habla de recuperar valores constitucionales, que nos olvidamos que implícitos en ellos se encontraban muchas de estas conquistas sociales en libertades y en igualdad, que ahora, o se menosprecian o se dan por conseguidas, como si no pudiéramos retroceder. Y si algo nos ha enseñado la historia es que ni la democracia, ni la libertad, ni la tolerancia, son conquistas sociales que una vez conseguidas permanezcan sin esfuerzo y compromiso.
Miremos lo que está pasando en Hungría o en Polonia, con derechos en tolerancia que se daban por plenamente garantizados en la Unión Europea, y que se encuentran en entredicho. El mismo argumento que emplean allí los gobernantes es el que emplea aquí la extrema derecha y la derecha extrema, que los padres tienen derecho a decidir; lo que implica que si quieren educar a un hijo que sea homófobo, que odie a alguien por su orientación sexual, que considere que la mujer es un ser humano de segunda clase, supeditada al hombre, que aquellos que tienen otra religión o etnia no tienen derecho a la misma vida digna, y son ciudadanos de segunda, está en su pleno derecho a hacerlo. ¿Quiénes son los gobiernos para impedirlo?
Podemos focalizar el asunto en qué nivel de ignorancia ha alcanzado nuestra desarrollada sociedad para que haya tantos millones de seguidores que sigan a una persona que no ha demostrado nada; ni en arte, ni en literatura, ni en ciencia, ni en ninguna disciplina que usualmente valoremos como ejemplo de riqueza cultural. A no ser que hoy día entendamos por tal, ser capaz de maximizar el número de tonterías ignorantes que se dicen por minuto
La segunda muestra de nuestro fracaso colectivo como sociedad, a la hora de proporcionar una (buena) educación, la encontramos en las manifestaciones de eso que hoy llaman un influencer, Naim Darecchi, tiktoker con 26 millones de seguidores en esa red social , y 7 millones en Instagram, que se enorgullecía de engañar a las chicas con las que se acostaba para poder hacerlo sin condón, diciéndoles que era estéril, ya que a él le producía incomodidad emplearlo. La cantidad de barbaridades que este joven de 19 años ha dicho en sus redes sociales es inmensa. Barbaridades que están llegando, e influenciando, el comportamiento de tantos otros adolescentes y jóvenes, pues nuestra sociedad ha provocado tal dejadez de responsabilidad en su educación, que siguen como si fueran la máxima autoridad en cuestiones de valores a este tipo de personajes. Los mismos que tratan de evadir impuestos o irse a otros países porque sus millonarios beneficios no son suficientes y creen que el Estado no tiene derecho a exigirles impuestos con los que pagar la sanidad o la educación, o las carreteras, por ejemplo. Ya no hablemos de los servicios sociales que si fuera por ellos desaparecerían. Podemos poner el foco del asunto en la ignorancia de este joven, en que no sepa que el condón no solo protege de un embarazo no deseado, sino de las enfermedades de transmisión sexual, a las que no es inmune. Y que pueden causar un daño permanente que nos afecte toda la vida. Podemos focalizar el tema en que trata a las mujeres como meros objetos de sus deseos, que merecen ser burladas y engañadas, ya que su única meta es proporcionar placer, a ser posible sin causarle incomodidad. Y resulta que los preservativos son incomodos para el niñato, qué le vamos a hacer. Podemos focalizar el asunto en qué nivel de ignorancia ha alcanzado nuestra desarrollada sociedad para que haya tantos millones de seguidores que sigan a una persona que no ha demostrado nada; ni en arte, ni en literatura, ni en ciencia, ni en ninguna disciplina que usualmente valoremos como ejemplo de riqueza cultural. A no ser que hoy día entendamos por tal, ser capaz de maximizar el número de tonterías ignorantes que se dicen por minuto.
Les hemos fallado en enseñarles a pensar críticamente, a apreciar aquello que en verdad tiene valor. Les hemos fallado en tantos sentidos, que no podemos olvidar que parte de la culpa que estas cosas sucedan es nuestra
Pero erramos si focalizamos este problema en alguno, o en todos, estos aspectos de esta polémica. Lo que importa es que si esto sucede, si esto tiene tanta repercusión, es porque como en el caso de la tragedia de Samuel, hemos fallado. Nosotros, como sociedad, como educadores, al propio Naim Darecchi, y a sus seguidores. Hemos fallado en proporcionales una buena educación que no sea solo enseñarles que lo que importa es lo material, ser lo más rico posible. Que lo único que importa es la ambición de conseguir todo lo que uno desea, incluyendo otras personas, al precio que sea, a través del engaño, la manipulación o el poder. Hemos fracasado en enseñarles empatía, a ponerse en lugar del otro, de las víctimas, en el lugar de aquellas chicas a las que utilizan para satisfacer sus deseos a cualquier precio. En enseñarles el drama de todos aquellos que no han tenido sus oportunidades, o el ciego azar las ha destrozado. En enseñarles que podría haberles pasado a ellos, que si no aprendemos a comprender nuestro propio ser, nuestro propio dolor, a través del ajeno, nunca seremos dignos. Les hemos fallado en enseñarles a pensar críticamente, a apreciar aquello que en verdad tiene valor. Les hemos fallado en tantos sentidos, que no podemos olvidar que parte de la culpa que estas cosas sucedan es nuestra.
El filósofo Michel Onfray, para el que la clave de nuestro futuro se encuentra en ser capaces de enseñar a los jóvenes a pensar el mundo de una manera diferente, alternativa, crítica,nos hace un llamamiento, para que colectivamente seamos capaces de permitir una educación que les proporcione herramientas; que a partir de una comprensión más clara de lo que os rodea podáis encontrar un sentido para vuestra existencia, y un proyecto para vuestra vida, libre de las obsesiones modernas; el dinero, la fama, las apariencias y la superficialidad. Hasta ahora hemos fracaso en todos estos objetivos, pero no podemos permitirnos esta indulgencia un segundo más, y menos cuando el odio y la estupidez impide que podamos dotar a nuestros jóvenes de una (buena) educación, que les haga libres, críticos, más responsables y con más valores, y que nos enorgullezca a todos los que hemos aportado algo, aunque sea un grano de arena, para que esto sea así.