¿El móvil nos convierte en gilipollas?
Seguro que muchos de vosotros estáis hartos de ver los morritos de chicos y chicas, da igual que sean guap@s o fe@s, colgados en las redes sociales; todos con el mismo gesto provocativo y una frase extraída de cualquier autor inspirador reconocido. Probablemente, los más reacios a este tipo de actividades, también os habéis topado con imágenes de personas anónimas que posan cuales modelos publicitarias, con todo tipo de filtros, en bañador, enseñando cuerpo, haciendo las delicias de miles de seguidores que clickan para mostrar su apoyo al protagonista en cuestión. ¿Está mal? Por supuesto que no, todo el mundo tiene derecho a enseñar sus michelines, que para eso son suyos, sus abdominales, sus pechos o sus piernas, pero ¿de verdad es necesario que se publique cada instante de esas vidas en Instagram o Facebook o en cualquier otra red social como si el hecho de que los demás no lo vieran implicara que no ha existido?
Ya llevábamos años asistiendo al triste espectáculo de que muchos adolescentes se burlaran de sus compañeros en los colegios, los grabaran y los subieran a cualquier red social, o incluso casos de bullying o palizas indiscriminadas o jóvenes destrozando el mobiliario urbano. El hecho de que los protagonistas sean chavales les resta algo de responsabilidad por la inconsciencia que muchos todavía ostentan y no han aprendido a superar.
En los últimos días, sin embargo, hemos visto adultos y personas supuestamente cuerdas que alardean de salir a la calle sin motivo para mostrar distintos puntos de la ciudad, para bailar y reírse de las autoridades, para beber o hacer una fiesta y lo peor de todo es que no tienen inconveniente en registrarlo con el teléfono móvil y subirlo a Internet para que todo el mundo vea lo valientes que son o cómo se saltan las normas, sin tener en cuenta que la tontería les puede acarrear una multa no inferior a 600 euros.
Algunos incluso se graban saltándose los límites de velocidad o atracando una tienda y lo cuelgan en Instagram sin ningún pudor, sin miedo a las consecuencias, solo por el puro placer de ver crecer su número de seguidores o convertirse en el foco de la noticia.
Parece que el móvil nos ha llevado a atontarnos con el fin de que todo el mundo sea testigo de ello. De hecho, tener una vida de cara a la galería, con imágenes que muestren lo feliz que eres, lo completo que es tu día, lo mucho que viajas o la cantidad de sitios que visitas, no es malo ni tampoco acarrea mayores problemas que sufrir cuando te miras al espejo para comprobar que estás mintiendo a esos supuestos amigos que ni conoces, a todos ellos pero no a ti, eso es mucho más complicado
Parece que el móvil nos ha llevado a atontarnos con el fin de que todo el mundo sea testigo de ello. De hecho, tener una vida de cara a la galería, con imágenes que muestren lo feliz que eres, lo completo que es tu día, lo mucho que viajas o la cantidad de sitios que visitas, no es malo ni tampoco acarrea mayores problemas que sufrir cuando te miras al espejo para comprobar que estás mintiendo a esos supuestos amigos que ni conoces, a todos ellos pero no a ti, eso es mucho más complicado. No obstante, llegar al extremo de arriesgar tu integridad por una imagen impactante, como le ocurrió a ese pobre hombre en Bombay el año pasado que trató de tomar un selfie en el último piso de un edificio y se mató, cayendo al vacío, sin conseguirlo. Y es que sacarse una foto o grabarse un vídeo se ha convertido en un deporte de riesgo.
Es precisamente ahora, con el confinamiento, cuando el teléfono ha sustituido a los perros y gatos como el principal animal de compañía.
Y yo me pregunto hasta qué punto estamos desarrollando el egocentrismo o, al contrario, todo esto no es más que una prueba de lo poco que nos valoramos. Sí, porque el hecho de mostrar lo que hacemos pese a que nos pueda llegar a perjudicar no es más que un síntoma de que necesitamos visualizarnos, recibir el apoyo de los demás, escuchar halagos externos que nos hagan creer que somos mejores, no porque seamos malos sino porque nos consideramos menos que el resto.
Es evidente que alguien que cuelga constantemente fotos suyas con el fin de recibir comentarios como: «Que bien se te ve», «estás guapísima», «cada día estás más joven», «guapo a reventar»… lo único que pone de manifiesto es que necesita escuchar esas frases porque no se las cree y está convencido de que cuanto más se repitan delante más fácil será que las asuma, las considere reales. El problema es que el reconocimiento interno no puede venir de lo que nos digan los demás, es justo al revés.
Tal vez sea el momento de pararnos a pensar en este tiempo de espera cómo nos vemos a nosotros mismos, cuánto nos exigimos y el motivo, si nos cuidamos, si nos queremos o por el contrario pasamos la vida pensando que lo hacemos y lo único en lo que nos esmeramos es en castigarnos por lo que no somos.
No tiene sentido que una persona agreda a otra y se ría de ella, pero menos aun cuando lo graba impúdicamente para mostrarlo al mundo. ¿Cómo llamar a esta persona?