'María Rodés explora la soledad y el desamor en la pandemia'
Una cosa interesante de la música española de los últimos años es que la tendencia más reconocible que la atraviesa, a saber, la de escarbar en nuestras raíces para intentar crear algo nuevo, es común tanto al mainstream como al underground. Quizás no sea del todo comparable lo que hacen Le Parody y Baiuca con la electrónica, o Rodrigo Cuevas y Maria Arnal i Marcel Bagés con el folk-pop, con las megaproducciones de Rosalía y C. Tangana, pero el caso es que los álbumes más escuchados en los últimos años en España (junto con los de Bad Bunny) se basan en tener una mirada puesta en el pasado y otra en el presente, de forma además bastante explícita y autoconsciente. Además, no parece que esta veta se esté agotando: al contrario, cada vez surgen más artistas capaces de hacer interesante este ejercicio de fusión entre lo nuevo y lo viejo, como los murcianos Maestro Espada, que recientemente dieron un espléndido recital en Granada. Por no hablar de que el disco del año en nuestro país es el de Rocío Márquez y Bronquio, cuya fascinante combinación de electrónica y flamenco comparte ese espíritu.
Desde entonces, Rodés, consolidada como una de nuestras grandes cantautoras, ha seguido haciendo una exploración discreta de las posibilidades de distintas tradiciones musicales, tanto de aquí como de distintas latitudes del continente americano, alcanzando una cima destacada, en mi opinión, con Lilith (2020)
Esta tendencia quizá la consolidara el éxito de El Mal Querer (2018), pero tiene sus orígenes hace ya casi una década. Allá por la primavera de 2014 salieron dos discos cruciales en este sentido: el más conocido es Granada, de Sílvia Pérez Cruz y Raül Refree (este último ha tenido un papel crucial como productor en muchos de estos proyectos), mi disco favorito de la década pasada en parte por ese carácter pionero y en parte porque va mucho más allá. Pero ya un mes antes había salido el tercer disco de una cantautora catalana que decidía asomarse a ese españolísimo género que es la copla. María canta copla, de María Rodés, no podría haber sido más explícito en ese intento de actualizar nuestro folklore. Desde entonces, Rodés, consolidada como una de nuestras grandes cantautoras, ha seguido haciendo una exploración discreta de las posibilidades de distintas tradiciones musicales, tanto de aquí como de distintas latitudes del continente americano, alcanzando una cima destacada, en mi opinión, con Lilith (2020), su disco temático sobre las brujas.
Ahora la catalana nos entrega su sexto disco en solitario, Fuimos los dos, el primero con el mítico sello Elefant Records. Como sugiere la portada con el sofá y la manta, se trata de un disco pandémico: la mayoría de sus canciones datan de los tiempos del confinamiento, cuando María compuso a diario para tratar de no perder la razón. Estas coordenadas se traslucen de manera clara en cortes como “Siempre es domingo”, sobre la circularidad del tiempo cuando se está encerrada, “Soltar las armas”, con referencias explícitas al Estado de Alarma, o “Salgamos juntos al jardín”, donde se menciona ese tesoro que era tener un espacio al aire libre dentro de tu vivienda en un momento en que no podíamos salir a la calle. Y aunque no todas las canciones hablen de forma directa de esa situación, en conjunto con el otro hilo conductor del álbum, las rupturas amorosas, encontramos a una María muy preocupada por la soledad, el aislamiento, el aburrimiento y la falta de sentido.
“La verdad”, por su parte, se ocupa de una forma de soledad íntima e insidiosa: la provocada por la incapacidad para saber lo que siente la otra persona e, incluso, lo que siente una misma
“Ay Soledad”, una de las mejores canciones del disco, es de hecho una carta dirigida a la soledad. “La verdad”, por su parte, se ocupa de una forma de soledad íntima e insidiosa: la provocada por la incapacidad para saber lo que siente la otra persona e, incluso, lo que siente una misma. Esta es otra de las canciones destacadas, donde se alinean una preciosa composición, de estructura original, con una producción exquisita y rica. Ese desolado giro final (“No puedo saber/Si te miento o es real/Cuando te digo 'te quiero'”) es tremendamente efectivo, pero también hay canciones más ligeras que funcionan, como “Madame Bovary”, donde Rodés se ríe un poco de su propia tristeza y falta de motivación comparándose con la heroína flaubertiana, pero a la madrileña. Y también hay pequeñas píldoras de escapismo, como “Oasis”, que funcionan bastante bien. Así pues, el disco equilibra lo deprimente de las letras con una buena paleta de tonos en lo instrumental.
El inicio es realmente prometedor: pese a su estribillo más bien plano y algunos detalles algo extraños a nivel sonoro
El mayor defecto del álbum es más bien su inconsistencia. El inicio es realmente prometedor: pese a su estribillo más bien plano y algunos detalles algo extraños a nivel sonoro, “Recordarte” es una muy buena introducción. “Prefiero no decir nada” compensa la pesadumbre de su letra sobre el irremediable final de una relación con un arreglo de lo más alegre, donde destaca un ágil bajo. “Algo que pudo ser” contiene el giro poético más devastador del álbum (“Hoy no soy más que un borrador/Algo que pudo ser”), pero lo acuna en un dulce y detallado arreglo country, y la brevísima “Salgamos juntos al jardín” no podía ser más adorable, una declaración de amor tan sencilla y directa que ablanda el corazón. Es después de este punto donde el nivel del disco baja, con una sucesión de cortes mediocres para los estándares de Rodés. En esta sección se nota que, aunque la producción esté tan cuidada como en sus anteriores trabajos, en Fuimos los dos la catalana no siempre acierta con lo que necesitan las canciones. “Soltar las armas”, por ejemplo, es en general admirable, pero la percusión en su segunda mitad es muy molesta, mientras que en el estribillo de “Fuimos los dos” la superposición de instrumentos es claramente excesiva y agobiante.
También hay algunas canciones algo decepcionantes a nivel compositivo, teniendo en cuenta el nivel que Rodés ha mostrado con anterioridad: “Te voy a querer igual” es algo obvia, tanto en su letra (“hace mucho tiempo que no hacemos nada”) como en su desarrollo. “Se nos fue la luz” se desbarata en su segunda mitad, donde se extiende en un puente insustancial e introduce unos elementos electrónicos bastante poco apropiados. Por último, “Siempre es domingo” une la falta de progresión musical a una producción efectista a la que le falta emoción, dando lugar al punto más bajo del álbum. En conjunto, pues, la sensación que queda es la de que se trata de un álbum menor en el contexto de su notable discografía. Lo cual no significa que sea un mal disco: ya quisieran la mayoría de cantautores tener algo comparable a “Algo que pudo ser” o “La verdad” en su repertorio. Fuimos los dos no será tan memorable como sus predecesores, pero es un trabajo más que disfrutable aun con sus defectos.
Puntuación: 6.8/10