El hombre que no sabía nada

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 16 de Julio de 2017
La famosa sentencia de Sócrates, que nos hace reflexionar.
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La famosa sentencia de Sócrates, que nos hace reflexionar.

Solo sé que no se nada. Sócrates

No hay conocimiento sin previo reconocimiento de los límites del conocimiento propio, no hay posibilidad de reflexión moral si no somos capaces de poner en duda la validez de las propias convicciones morales. Dos principios tan básicos de enunciar como difíciles de seguir, visto nuestro comportamiento habitual, que no parece haber ido a mejor, desde que hace dos mil quinientos años Sócrates viniera a predicarlos ante todos aquellos que quisieran escucharle. Más bien, tendemos a hacer todo lo contrario, darnos por satisfechos con lo que creemos saber y convertir en dogma nuestra propia sabiduría, de la que tan convencidos estamos. E igualmente, predicar con total indulgencia la ignorancia ajena. Y no hablemos de dudar de nuestros propios valores morales o de nuestro comportamiento, de los que nadie puede dudar de su coherencia y verdad, aunque nosotros sí que podemos poner en duda los comportamientos morales y la hipocresía ajena. De hecho, criticar a los demás, especialmente su comportamiento e ignorancia, se ha convertido en el primer deporte nacional, obviando evidentemente la más mínima reflexión sobre las taras propias.

No hay conocimiento sin previo reconocimiento de los límites del conocimiento propio, no hay posibilidad de reflexión moral si no somos capaces de poner en duda la validez de las propias convicciones morales

Seamos sinceros, a nadie le gusta encontrarse con alguien que desnude su ignorancia y le obligue a ponerse delante del espejo, y que le muestre lo poco que sabe realmente de aquello de lo que con tanta seguridad habla y presume. O que ponga en duda que  en verdad su comportamiento provenga de la comprensión y aceptación de un código moral que entienda y siga.  A ese tipo de personas se les suele llamar listillas, como poco. No nos gusta que nos toquen las narices y desvelen las máscaras que cubren nuestra ignorancia, y solemos matar al mensajero, en el caso de Sócrates literalmente, en lugar de aprovechar para enriquecernos, madurar y entender que la vida es un aprendizaje que nunca termina, y que a veces desaprender lo que creemos ortodoxamente cierto, es la única opción para aprender, y que la educación no es algo que deba quedar confinada exclusivamente a los aprendido en un aula. Es decir, convertirnos en sabios, con la duda por bandera. Confundir erudición con sabiduría es uno de los grandes problemas de nuestras sociedades adocenadas, en las que una mentira tiene mil posibilidades más de ser creída que cualquier acercamiento veraz a aquello de lo que hablamos. No cuestionamos nada, si está en algún sitio como Wikipedia o Facebook, porqué preocuparse por cuestionar e indagar, no sea que vayamos a ir de listillos, y nos confinen al rincón de pensar. Grave castigo en esta época en la que penamos tan duramente la reflexión y el cuestionamiento de todo aquello que con tanta prodigalidad como falsedad, se nos ofrece.

Sócrates era plenamente consciente de lo mucho que irritaba su comportamiento, y lo tenía plenamente asumido, pero le resultaba fascinante esa naturaleza tan compleja y tan estúpida a la vez, que suele ser la conciencia humana. A través del dialogo, honesto e incisivo, con preguntas sencillas, mostraba a sus interlocutores lo poco que realmente sabían sobre aquello que predicaban, ya fuera un exaltado militar que creía que tan solo un soldado podría entender qué es el valor, ya fuera algún dogmático moralista que creyera que los conceptos morales se pueden predicar de manera absoluta sin antes haber aclarado realmente en qué consiste cada uno. Uno de sus mejores diálogos lo tiene con un conciudadano, Eutidemo, que estaba convencido que engañar es inmoral siempre, hasta que le hace ver que la situación y el contexto en el que se plantea una acción moral influye decisivamente en su calificación de correcta o incorrecta, y no es tan fácil decidirlo ¿acaso es inmoral engañar a un amigo que presa de la depresión puede llegar a tomar una decisión de la que se arrepentiría toda su vida si le contamos la verdad?

Su objetivo era sencillo, desnudar la ignorancia como paso imprescindible para avanzar en el conocimiento. Su amigo Querefonte le preguntó al oráculo de Apolo en Delfos si había en Atenas un hombre más sabio que Sócrates, a lo que respondió que no, que nadie era más sabio que Sócrates. Cuando a éste se lo conto su amigo, se sorprendió, y le dijo que no era posible, pues él no sabía realmente nada, hasta que descubrió que esa afirmación podía tener algún valor, pues al menos el mismo sí era consciente de la ignorancia de la que partía y de los límites de su propio conocimiento.

Simplificando, algo que le gustaría a nuestro filósofo como punto de partida, utilizaremos tres conceptos para introducirnos en el pensamiento socrático; la mayéutica, lo universal y el dáimonLa mayéutica, es ese dar a luz,  es el método para alcanzar el conocimiento, que está escondido bajo una maleza de ignorancia y prejuicios y no es fácil llegar al mismo. La ironía es la herramienta elegida para desbrozar esa maleza.  Palabra cuyo significado etimológico tiene que ver con “interrogar disimuladamente” (eiromai que es interrogar, y eironéuomai que es disimular). Platón nos explica detalladamente la conocida metáfora que empleaba su maestro, al equipararse en su labor con su madre que era comadrona. No ofrece su verdad a sus interlocutores, a través del dialogo y la búsqueda interior, les ayuda a dar a luz al conocimiento y la verdad  que esconden en sus propias consciencias.

El método es relativamente sencillo; la ironía nos desbroza el camino eliminando esas creencias que hemos adquirido de forma acrítica

Otro de los principales temas de los diálogos es la búsqueda de lo universal en las definiciones de valores morales. Por ejemplo, la conclusión que hace que sus interlocutores extraigan sobre  todas las buenas acciones; a pesar de su diversidad, tienen algo en común, una esencia, que sería la bondad. Hay cierta controversia sobre hasta qué punto realmente aquí habla Platón y utiliza el prestigio de su maestro para vender sus propias ideas filosóficas y no el verdadero Sócrates, que estaría más interesado en sacar a la luz las contradicciones morales que escondía el comportamiento de aquellos que decían tener tan claros los conceptos morales que seguían, que no buscar una definición universal de valores morales. Lo más aceptado es que fue el primero que se planteó esta búsqueda, aunque probablemente muchas de las conclusiones las pusiera Platón de motu propio en su boca.

El método es relativamente sencillo; la ironía nos desbroza el camino eliminando esas creencias que hemos adquirido de forma acrítica. Una vez que hemos eliminado morralla de nuestra mente buscamos que puede haber en común en cada caso particular en el que aplicamos un concepto moral para juzgarlo (si algo es justo, bueno, etc.), es decir, lo universal, que vamos delimitando a través del diálogo, de la dialéctica, poniendo sobre la mesa contradicciones y prejuicios. Veamos un ejemplo que se podía plantear en un diálogo socrático, que poco tiene que ver con lo escuchado en tertulias hoy día, o sí, quién sabe;  ¿qué es que lo define a un buen político? Algún tertuliano de pro diría que el carisma. Algún otro con más sentido común le respondería que Trump tiene carisma para muchos de sus seguidores. Un tercer tertuliano intervendría añadiendo que aparte de carisma ese político debería respetar y preocuparse por sus conciudadanos. El o la conductora de la tertulia corregiría diciendo que el presidente Zapatero, sin duda, tenía carisma y se preocupaba por sus conciudadanos y los respetaba, y tenía muy buenas intenciones, pero su gestión final de la crisis financiera fue sustancialmente mejorable, especialmente para aquellos que la sufrieron. Los tertulianos se quedan pensando y se ven obligados a afinar más su definición hasta que uno cree dar con la tecla y afirma; vale, pues un buen político es aquel con carisma, respeto y preocupación por la gente y que además su política les beneficie ostensiblemente. Y aquí aparece otro tertuliano imbuido con el espíritu socrático y con ganas de incordiar y responde; ya, eso mismo nos dicen Rajoy y Montoro, que sus políticas han obtenido buenos resultados y que hemos salido de la crisis, y que se preocupan por todos los españoles, pero ahí están las familias sufriendo igual que antes, y con contratos que parecen del siglo XIX, antes de que los trabajadores iniciaran la lucha por sus derechos. Ya por último, al borde de que llegue la publicidad, uno salta diciendo, busquemos a uno que tenga carisma, se preocupe por sus conciudadanos, los respete, se preocupe por sus intereses y problemas, y sus políticas beneficien ostensiblemente a la mayoría de la sociedad y no solo a unos pocos ya sean ricos, pudientes o bancos. Algo más sabemos ahora  sobre lo que tendría en común un buen político con otro, ahora solo nos queda encontrarles y darles una oportunidad.

El dáimon es una muestra del sentido del humor de nuestro filósofo, que aparte de especialista en tocar las narices como método previo para llegar al conocimiento, algo socarrón también era; Plutarco tiene un escrito que se llama El dáimon de Sócrates en que narra una anécdota que supuestamente sucedió: Tras uno de esos banquetes en los que habían comido con prodigalidad y bebido con mayor prodigalidad aun, ligeramente, o no tan ligeramente achispados, iban de regreso al agorà Sócrates, algunos discípulos suyos, y otros personajes, entre ellos un adivino del que se burlaba constantemente, cuando al llegar a una encrucijada, sin dar explicación ninguna, nuestro filósofo tomo el camino más largo, sus discípulos le siguieron, mientras el resto siguió por el camino habitual, más corto, con el resultado que se encontraron con una piara de cerdos ( se cuenta que las calles de Atenas, salvo en las zonas públicas y los templos, eran tan estrechas que había que avisar de que una puerta se iba a abrir para evitar darle un portazo a un pobre viandante) que les hizo llegar con mucho retraso, y manchados de barro. Cuándo le preguntaron a Sócrates como había sabido que eso iba a suceder, les respondió que se lo había comunicado su dáimon. De hecho en su defensa en el proceso que le sentenciaría a muerte explicaba que desde niño oía una especie de voz interior que le aconsejaba, más para disuadirle de hacer algo, que para llevarle a actuar, especialmente le desaconsejaba entrar en política. ¿Qué era ese dáimon (una especie de ente sobrenatural en la mitología griega)? Podría ser que Sócrates se refiriera a la importancia de tener una conciencia crítica que analizara y pensara cada uno de los actos que realizamos, aunque igualmente, y no es contradictorio, conociendo al personaje, pudiera ser una forma de burlarse de aquellos que continuamente le interrogaban por el motivo por el cuál tomaba una decisión u otra. Para Sócrates la vida no tiene sentido sin pararse a analizar, pensar, dudar, que es el camino que lleva a la sabiduría, quizá sea el momento que nosotros también intentemos darle algo de sentido a la vida de la misma manera. Total, con probar ¿qué perdemos?

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”