El fin último de la filosofía
SI hoy día le preguntásemos a cualquier niño, a cualquier adolescente, a cualquier adulto, una cuestión tan básica como la siguiente: para qué sirve la filosofía, la gran mayoría diría que para nada, otros se encogerían de hombros y dirían que no lo saben, y alguno se mostraría condescendiente y diría que no para mucho, pero que algo bueno debe de tener y merece la pena conservarla, como una antigualla que exponer en el museo académico, para aquellos lo suficientemente snobs para ir a verla. Lo triste, como en otras tantas cosas que tienen un valor inconmensurable, pero no se valoran en nuestras sociedades, y en nuestras vidas, es que no somos capaces de apreciarlas porque no entran en el estrecho margen de cosas útiles de la sociedad de consumo, donde importa únicamente el precio que cada cosa tiene, para comprarla o venderla.
Valoramos lo que nos permite acceder a trabajos donde lo que más importa es que no pienses por ti mismo, y hagas exactamente lo que te digan, y como te lo digan, mandados por gente sin escrúpulos, que ha llegado antes que tú a la pirámide, por crueldad, azar o herencia, y que está decidida a que las cosas sigan apreciándose por ese valor mercantilista que les permite disfrutar de sus preciados bienes a los que tanto reverencian
Qué provecho inmediato podemos extraer de ese algo, qué beneficio inmediato posee, a ser posible cuantificable. Beneficio que podamos enumerar en una cuenta de debe y de haber. Esas son las preguntas que importan en la sociedad de consumo en la que vivimos, las demás, o no importan o quedan relegadas a la cola de desperdicios. Valoramos lo que nos permite acceder a trabajos donde lo que más importa es que no pienses por ti mismo, y hagas exactamente lo que te digan, y como te lo digan, mandados por gente sin escrúpulos, que ha llegado antes que tú a la pirámide, por crueldad, azar o herencia, y que está decidida a que las cosas sigan apreciándose por ese valor mercantilista que les permite disfrutar de sus preciados bienes a los que tanto reverencian. Personas que aceptan sin escrúpulo ninguno sacrificar aquello que no es tangible en monedas. Eso que no tiene valor, pero quienes lo poseen te dirán que se sienten más afortunados que si les hubiera tocado todos los gordos de la lotería del mundo.
Si con alguien te identificas como filósofo caben dos posibilidades, que te pregunten si eres profesor, y formas parte de ese museo donde hoy día pretenden enclaustrar en burbujas de cristal la filosofía, se ve, pero no se toca, no se vaya a contaminar uno, o que te miren como si fueras un espécimen en vías de extinción sobre el que sentir una ligera curiosidad, incluso cierto morbo por lo peculiar, pero sobre todo extrañeza. A veces se atreven a hacerte la inquietante pregunta, a veces no, dependiendo del grado de alcohol, de pudor, o de confianza. Siempre hay una especie de ostentoso silencio, previo a preguntarte, ¿de verdad sirve de algo la filosofía?
Si hay suerte, que no suele suceder en países como el nuestro, se aprecia el valor académico que tiene enseñar valores a los niños y niñas, y que sean algo más que depredadores de la sociedad capitalista, y de paso, aprendan a pensar por sí mismos y ser capaces de asumir que la duda y la crítica de todo conocimiento es el paso previo a la sabiduría
Es cierto, que en algunos países algo más civilizados que el nuestro, que el voxero de turno me perdone por la impertinencia de afirmar que pueda existir una sociedad más avanzada que la patria, la filosofía se considera una de las más útiles aportaciones a empresas, ciencias, medicina y otros conocimientos presuntamente más prácticos, debido a la flexibilidad que aporta, la creatividad, al conocimiento crítico y otras tantas de esas cosas difícilmente cuantificables. Si hay suerte, que no suele suceder en países como el nuestro, se aprecia el valor académico que tiene enseñar valores a los niños y niñas, y que sean algo más que depredadores de la sociedad capitalista, y de paso, aprendan a pensar por sí mismos y ser capaces de asumir que la duda y la crítica de todo conocimiento es el paso previo a la sabiduría. Especialmente, si has de querer que nadie te imponga nada por decreto, y no ser una marioneta en manos de otros y sus intereses. Herramientas que la filosofía te proporciona para que uses la libertad que presuntamente posees, para decidir qué quieres hacer con tu vida, y qué papel juegas en la de todos aquellos que te rodean. Sí, la filosofía se ha convertido en una extraña disciplina, que nadie parece saber encajar en algún sitio útil concreto.
Ese es el misterio de la vida, y de la filosofía, en tanto que ayuda a proporcionar sentidos a la misma, y aceptar ese misterio irresoluble es lo que nos hace conscientes de ser humanos y sus limitaciones, no más, pero tampoco menos
Si hemos de ser honestos, y no hay posibilidad de filosofar sin honestidad, no es nada nuevo que aquellos que pretenden tenerlo todo, pero ignoran todo, cuestionen para qué sirve la filosofía. Cicerón, muy consciente de esa sempiterna pregunta no dudaba en ir al corazón del asunto y afirmar que toda vida dichosa y feliz es el objeto único de toda filosofía. La ambición no suele llevase muy bien con esos adjetivos, es complicado ser dichoso y feliz si estas obsesionado con el poder, el dinero o quién sabe qué cosas que rara vez te proporcionaran felicidad. Sin duda satisfacción material y placeres sí, pero felicidad en tanto dure más que el gozo artificial que produce el placer, el dinero, o cualquier otra regalía material, no. Henry H. Ellis, avezado escritor inglés del XIX afirmaba que en filosofía no es alcanzar el objetivo lo que importa, sino las cosas que uno halla en el camino. Y es cierto, no porque no se alcancen objetivos en los conocimientos y la sabiduría que nos proporciona la filosofía, sean prácticos o teóricos, sino porque hacer preguntas, que está en la base de todo buen filosofar, siempre lleva a más preguntas, pero en esto, la filosofía no hace más que imitar el sentido de la vida, pues éste nunca se alcanza, siempre que creemos en nuestro viaje tenerlo al alcance de la mano, incluso cuando estamos seguros de haberlo alcanzado, algo cambia, el mismo sentido se abre a otros, y la incógnita que es la vida sigue cuestionándonos sobre el enigma de la existencia. Ese es el misterio de la vida, y de la filosofía, en tanto que ayuda a proporcionar sentidos a la misma, y aceptar ese misterio irresoluble es lo que nos hace conscientes de ser humanos y sus limitaciones, no más, pero tampoco menos.
Una de las grandes aportaciones del epicureísmo es hacernos ver que igualmente importante que respetar el conocimiento científico es verlo al servicio de la vida, no conocer por sí, sino por ese fin último, alcanzar un estado de liberación y calma frente a ese caos que nos rodea y nos zarandea continuamente
Epicuro tenía claro el fin último de la filosofía, y es tan sincero, útil y practico, por aquel entonces, como lo es hoy día, digan lo que digan o cotice donde cotice en la bolsa de valores capitalista el saber filosófico. Para el filósofo griego filosofar no tiene que ver con un saber teórico, ni un saber objetivo, no es un lujo, como parecen pensar aquellos que no saben qué hacer con ella, es una necesidad vital, eminentemente práctica, pues es una actividad que con palabras y razonamientos proporciona una vida feliz. Epicuro vivía en una sociedad sometida a la incertidumbre, al caos, a la angustia de no saber que depararía el mañana, y siempre con miedo a la servidumbre. Hoy día tenemos nuestras propias lacras, tan crudas y duras como antaño, al menos en cierto sentido. Cuidar de la salud de nuestra alma, en pleno sentido físico, ajeno a cualquier dogma religioso, es el fin último de la filosofía. Sócrates hablaba de la filosofía como therapeía tes pshyches, como cuidado del alma. Antifonte entendía igualmente la filosofía como téchne alypías, una técnica para aliviar el dolor, esa angustia vital del mundo que te rodea y te somete a extrañas dinámicas que ni comprendes ni controlas. Epicuro se encoge de hombros ante aquello que le importa a la masa de gente que vive de manera acrítica, cegada por la ambición o por los placeres inmediatos. La labor del filósofo es ayudar a desenmascarar los falsos valores, y para ello conocer la realidad, con la ayuda de la ciencia, es esencial. Conocer cómo funciona realmente el mundo nos permite la serenidad, la ataraxia, no caer en supersticiones o miedos vanos de dioses y mitologías que nos atan y nos controlan. Una de las grandes aportaciones del epicureísmo es hacernos ver que igualmente importante que respetar el conocimiento científico es verlo al servicio de la vida, no conocer por sí, sino por ese fin último, alcanzar un estado de liberación y calma frente a ese caos que nos rodea y nos zarandea continuamente.
La banalidad, lo banal de las opiniones sociales que nos controlan es una denuncia constante, el termino kenós es uno de los más utilizados en sus escritos (vacuo, vacío) y define todos esos deseos y palabras que nos alejan de lo que importa, buscar la felicidad con un placer moderado, sereno y evitar el dolor en lo posible. La educación tradicional (en su tiempo, que el lector juzgue si en los nuestros) nos aleja de esta finalidad tan natural del ser humano. Un defecto destaca sobre los demás, educarnos para competir, para ser el mejor, el primero, llegar a la cúspide, y a partir de ahí, sin contar el destrozo que eso nos produce en el camino, qué, para qué. La virtud de la competitividad la considera el mayor engaño, contraria a la naturaleza más auténtica que tenemos, y sin embargo es lo que nos enseñan que es lo correcto, lo bueno: la felicidad y la dicha no la proporcionan ni la multitud de riquezas ni ciertos cargos ni poderes, sino la ausencia de sufrimiento, la mansedumbre de nuestras pasiones y la disposición del alma que ha delimitado lo que es por naturaleza.
El verdadero sabio es el que reparte aquello que no necesita pues una vida libre no puede adquirir grandes riquezas por no ser asunto fácil de conseguir sin servilismo al vulgo y a los poderosos
Nos encontramos ante una elección trascendental: si pierdes el control del mundo que te rodea, y tarde o temprano terminarás por hacerlo, retírate en ti mismo, no en el sentido estoico de control del sufrimiento ante los infortunios, causados por otros o azarosos, sino en evitar esos sufrimientos, si te los causa esa falsa lucha por el dominio que te han inoculado desde pequeño, elimínalos, tu fortaleza está en que una vida satisfactoria necesita de bien poco; la amistad y los placeres serenos que te la proporcionan están al alcance de la mano, si eres capaz de renunciar a todo esos placeres y deseos espurios que solo sacan lo peor de ti, y que nunca terminarás de saciar, porque por naturaleza son insaciables. En la Epístola a Meneceo expresa un consejo al que deberíamos prestar atención: Precisamente consideramos un gran bien a la autosuficiencia, no para que siempre nos sirvamos de poco, sino para que en caso de que no tengamos mucho, nos contentemos con poco, auténticamente convencidos de que más placenteramente gozan de la abundancia quienes menos necesidad de ella tienen y de que todo lo natural es fácilmente procurable y lo vano difícil de obtener. El verdadero sabio es el que reparte aquello que no necesita pues una vida libre no puede adquirir grandes riquezas por no ser asunto fácil de conseguir sin servilismo al vulgo y a los poderosos.
El fin último de la filosofía es hacernos comprender el valor de lo que no tiene valor, porque no tiene precio, la verdadera amistad, el amor sincero y desinteresado, los placeres serenos, y por tanto la felicidad, qué más podemos pedirle a algo que no sirve para nada, porque sirve para todo, al menos todo lo que importa.