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'La cultura de la cancelación y la estupidez'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 5 de Marzo de 2023
Fotograma de 'Charlie y la fábrica de chocolate' (2005), película de Tim Burton con Johnny Depp, adaptación de la novela de Roald Dahl.
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Fotograma de 'Charlie y la fábrica de chocolate' (2005), película de Tim Burton con Johnny Depp, adaptación de la novela de Roald Dahl.

'Para hacer cosas dignas de alabanza una de las condiciones necesarias es no temer a la censura'. Arturo Graf  

'La censura perdona a los cuervos y se ensaña con las palomas'. Décimo Junio Juvenal

Ironizaba el ácido filósofo francés Voltaire con una idea más inquietante de lo que pudiera parecer: si hubiera habido censura de prensa en Roma no tendríamos hoy ni a Horacio ni a Juvenal ni los escritos filosóficos de Cicerón. Resulta hiriente que el mundo occidental, que lleva siglos enorgulleciéndose de la libertad de expresión propia de los regímenes democráticos, haya en la última década mostrado una desconcertante pasión por querer ocultar, revisar o cancelar,  o como queramos llamarlo, las obras y autores que a alguna supuesta élite cultural o religiosa le molestan por no encajar con determinados valores. Vivimos tiempos de una hipersensibilidad moral en la que todo lo que no nos encaja, a un lado del espectro ideológico y al otro, nos ofende. Y no es que esos valores utilizados como excusa en sí tengan nada malo, en gran parte de los casos. En abstracto y descontextualizados son edificantes y probablemente modelos de inspiración ética dignos de tener en cuenta. Sea la causa de la igualdad, la libertad, el feminismo, acabar con la intolerancia racista, denunciar la esclavitud o mil motivos más que dignos en cualquier moral democrática que se precie. El problema surge cuando se emplea con una estupidez intelectual sin pies ni cabeza, sin tener en cuenta contextos históricos o culturales, o la misma libertad creativa que se supone inherente a la actividad artística. Parecemos olvidar con sorprendente facilidad que la libertad de expresión no solo defiende aquellos valores con los que estamos conformes, por su relevancia democrática o ética, sino también aquellos con los que no estamos de acuerdo. Y que el arte o es libre o no es arte.

Por ejemplo, en lugar de gordo se emplea el adjetivo enorme, por respeto a las enfermedades mentales se han eliminado palabras como loco o desquiciado, se han eliminado referencias al color de algunas prendas (por si se pudieran interpretar de manera racista), y así podríamos continuar sonrojándonos con los cambios sugeridos

En las últimas semanas nos hemos visto sorprendidos por una polémica en torno al autor de novelas infantiles Roald Dahl, con el que muchos infantes y adultos han disfrutado durante décadas, y uno de los literatos de mayor éxito en este tipo de literatura en el siglo XX, y lo que llevamos de este enloquecido XXI. La editorial que edita las obras en la lengua materna del autor, el inglés, con el apoyo de los herederos de los derechos del fallecido autor (1916-1990) anunció que cuidadosamente revisaría algunas expresiones poco afortunadas relativas al género, peso u otras características de algunos de los personajes que aparecen en las novelas, y algunas otras expresiones poco venturosas (en su opinión), comenzando por la popular novela Charlie y la fábrica de chocolate. Así se evitaría ofender la sensibilidad de los niños y de los lectores adultos. Por ejemplo, en lugar de gordo se emplea el adjetivo enorme, por respeto a las enfermedades mentales se han eliminado palabras como loco o desquiciado, se han eliminado referencias al color de algunas prendas (por si se pudieran interpretar de manera racista), y así podríamos continuar sonrojándonos con los cambios sugeridos.

Y por si fuera poco, también la editorial responsable de las novelas de James Bond ha anunciado que va a publicar versiones “editadas”; se avisará diciendo que los lectores modernos pueden sentirse ofendidos y en lugar de “negro” se escribirá “persona negra”

Y por si fuera poco, también la editorial responsable de las novelas de James Bond ha anunciado que va a publicar versiones “editadas”; se avisará diciendo que los lectores modernos pueden sentirse ofendidos y en lugar de “negro” se escribirá “persona negra”, o una frase donde pone que los africanos que trabajan en el comercio del oro y los diamantes son unos tipos bastante respetuosos con la ley excepto cuando han bebido demasiado, será sustituida excluyendo cuando han bebido demasiado. O cuando se describe una escena en un club de striptease de Harlem: Bond podía oír al público jadear y gruñir como cerdos en el abrevadero. Sentía sus propias manos agarrando el mantel. Tenía la boca seca, se sustituye por: Bond podía sentir la tensión eléctrica en el aire. Cierto es, que el propio autor antes de morir eliminó en alguno de sus libros alguna desafortunada descripción étnica. El autor ya falleció hace tiempo y no se le puede preguntar por cada cambio. Quizá lo próximo sea alterar películas clásicas donde se pueda entender que se halaga el alcoholismo ( Leaving Las Vegas) o quién sabe dónde podría estar el límite de seguir esta tendencia, en lugar de aceptar que cada obra y cada autor tiene un contexto cultural e histórico, imperfecto, como el nuestro mismo. Y que el arte es libre y por tanto imperfecto moralmente, porque no tiene sentido que lo sea. Y sin duda se puede valorar y comentar estos aspectos si son desafortunados, pero comenzar a retocar obras ¿dónde ponemos los límites?

Si renunciáramos al valor de una obra de arte, desde el cine a la literatura, pasando por la escultura o cualquier otra creación artística que se nos ocurra, por la vida o valores de los artistas, el noventa y nueve por ciento tendríamos que eliminarlas de nuestra vista

Que Road Dahl no era probablemente el mejor tipo del mundo, cierto, que algunas de sus expresiones podrían considerarse en una conversación cara a cara de mal gusto, también. Y no cabe duda, tampoco, que era un cretino en cuanto a lo personal, y siempre podemos confirmarlo con algunas declaraciones antisemitas que pronunció en su momento. Y qué. Podemos criticarle como persona, incluso renunciar a leer su literatura si debido a como era personalmente nos impide disfrutar de la lectura de sus obras. Si renunciáramos al valor de una obra de arte, desde el cine a la literatura, pasando por la escultura o cualquier otra creación artística que se nos ocurra, por la vida o valores de los artistas, el noventa y nueve por ciento tendríamos que eliminarlas de nuestra vista. Por no hablar de qué hacer con la filosofía, desde Platón y Aristóteles a Althusser o Sartre, o tantos otros, por juzgar las obras por la vida de los personajes, o porque en su época hubiera comportamientos que nos parecen hoy día deleznables, o ambas cosas. Imaginemos que hoy día hay valores que podemos tolerar mayoritariamente, como matar animales para comer carne, por no hablar del maltrato en las macrogranjas que se les da. Y si resulta, y no es tan improbable como pareciera, que por distintos motivos en un siglo o dos, matar un animal para comer su carne se considerara una aberración (ya sabemos que hay tecnología disponible para fabricarla en laboratorios). Por no hablar de los toros en nuestro país. Hace décadas era impensable que se criticara algo considerado parte del patrimonio nacional. No es descabellado creer que en algunas décadas los toros sean considerados parte del pasado. Y si, siguiendo con la especulación gratuita, en ese posible futuro se tratara de cancelar a artistas o intelectuales porque comían carne y no se planteaban alternativas vegetarianas, o por gustarles la tauromaquia,  o simplemente no criticarla. Qué diríamos hoy día de nuestros herederos. Personalmente pienso lo mismo que estas futuras generaciones probablemente creerán, en esto y otros temas, como el destrozo del planeta, pero ni se me ocurre juzgar en base a estas creencias el valor artístico o intelectual de aquellos que no piensan como yo. Y menos cancelarles o “editarles”.

Y esto lo podemos llevar a mil creadores, artistas, filósofos o personajes históricos. Personajes a los que la estupidez humana ha tratado de borrar, cancelar o hablando en llano, simplemente censurar, del pobre filósofo británico David Hume, se cambió el nombre a la torre en la universidad de Edimburgo por considerar que era cómplice del colonialismo, a Woody Allen, entre tantos otros

Le puede pasar a cualquiera. A mí, personalmente, hay algún que otro artista que ni me gusta ni me cae bien en lo personal, de reconocido prestigio y probado valor artístico, sintiéndolo mucho, pongamos que hablo de Joaquín Sabina; nunca se me ocurriría iniciar una campaña para que nadie le escuchara, ni minusvalorar su obra, ni mucho menos pedir que algunas expresiones o versos, porque no coincidieran con mi ética o valores, se eliminaran de sus canciones. Sería tan estúpido como pretencioso de mi parte, por no hablar de éticamente pérfido y carente de sentido. Y esto lo podemos llevar a mil creadores, artistas, filósofos o personajes históricos. Personajes a los que la estupidez humana ha tratado de borrar, cancelar o hablando en llano, simplemente censurar, del pobre filósofo británico David Hume, se cambió el nombre a la torre en la universidad de Edimburgo por considerar que era cómplice del colonialismo, a Woody Allen, entre tantos otros.

Volviendo a Road Dahl, ese carácter malhumorado y esas gruesas descripciones forman parte de su literatura. Nos pueden gustar personalmente o no, pero tratar de revisar su obra es absurdo y una muestra de cómo confundir valores

Volviendo a Road Dahl, ese carácter malhumorado y esas gruesas descripciones forman parte de su literatura. Nos pueden gustar personalmente o no, pero tratar de revisar su obra es absurdo y una muestra de cómo confundir valores. Philip Pullman, autor de La Materia Oscura, y otro relevante autor de este tipo de literatura, manifestaba que si así lo deseamos podemos dejar de comprar sus libros, pero es absurdo revisar su obra. Salman Rushdie, que parece una voz autorizada al respecto, también criticaba abiertamente la decisión; Road Dahl no es un ángel, pero esta es una decisión absurda. Parece que al final, tras la polémica de editar sus obras para adecuarlas a lo que se entiende por políticamente correcto la editorial inglesa continuará con ello, pero también mantendrá ediciones originales. Resulta irónico o hiriente reflexionar sobre cuantos autores hoy día consagrados como clásicos universales podrían ser sometidos a este tipo de ediciones si esta estupidez se propagara como otras tantas propias de nuestra época. Shakespeare seguro, Cervantes probablemente, y de ahí hacia abajo una interminable lista de literatos o filósofos. Platón era tan cretino y pagado de sí mismo como el que más, y sin duda menospreciaba a las mujeres, y ni se le ocurría, como a cualquiera en su época, despreciar la esclavitud. Por no hablar de algo que hoy día nos parece aberrante, y lo es, el sexo con adolescentes consentido, pero que en aquella época, como en la medieval, era algo considerado normal. Si vamos a lo más moderno, una novela como Lolita de Nabokov no tendría nada fácil encontrar editorial hoy día. Y seguramente al poco de publicarse sufriría iracundas peticiones de cancelar al autor y enviar la novela a la hoguera de los justos.

Y la solución es bien sencilla si alguien se siente ofendido por Platón, Aristóteles, Shakespeare, Hume, Road Dahl o los propios Philip Pullman (que critica en sus obras infantiles duramente las religiones organizadas) o Salman Rushdie, si su sensibilidad “moral” se lo impide, que no los lean o no los aprecien. Así de sencillo

Y la solución es bien sencilla si alguien se siente ofendido por Platón, Aristóteles, Shakespeare, Hume, Road Dahl o los propios Philip Pullman (que critica en sus obras infantiles duramente las religiones organizadas) o Salman Rushdie, si su sensibilidad “moral” se lo impide, que no los lean o no los aprecien. Así de sencillo. Es como abortar, divorciarse, o las relaciones con personas del mismo sexo, o cualquier otra cosa que las derechas extremas llevan tanto tiempo tratando de impedir, imponiendo su ideología y moral. Si algo no es de tu agrado o de tu ideología, y te ofende, no lo hagas. A los demás puede ofendernos otras actitudes y no por ello tratamos de prohibirlas. Las podemos debatir con mayor o menor vehemencia, pero no obligar a que nadie siga una moral, ética o sensibilidad, en la que no cree. Eso se llama hipocresía. Denunciar lo que  no coincide con tu ideología, y sin embargo en aras a la libertad proclamar tu derecho a seguir la tuya. El dramaturgo alemán Hebbel decía que no hay censura que no sea útil cuando si no me enseña mis propios defectos me enseña los de mis censores. Cierto ¿no?

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”