‘Consumers’
Cuando te suena el teléfono y en la pantalla aparece el número de un móvil desconocido, puedes hacer tres cosas: mirar el reloj para comprobar si pueden ser los de la tarjeta del hormiguero; no contestar o, en última instancia, saciar tu curiosidad y caer en el abismo de una llamada publicitaria. Porque el hombre no tropieza dos veces con la misma piedra, sino unas cuatro o cinco veces por semana.
La capacidad de decisión del cliente en torno a interesarse por un producto o servicio ha sido abolida de manera que las empresas tienen bufé libre para cazar a sus presas con prácticas tan poco ortodoxas como la compra de datos personales o la escucha a través de nuestros dispositivos
En el caso de que hayas cometido tal temeridad, tienes igualmente tres opciones de enfrentar esas pruebas que nos pone la vida: una, desistir amablemente seis o siete veces antes de que tu interlocutor entienda que no tienes ninguna necesidad de emprender el calvario de cambiar de compañía. No será tarea fácil, pues, como sabes, están entrenados en la persistencia y de su tolerancia a la frustración dependen las comisiones con las que poder ganarse el indigno sueldo. Dos, cabrearte y amenazar con denunciarles por acoso porque en anteriores llamadas ya acogiste el rol de cliente civilizado (pero eso no te va a librar de que al día siguiente te vuelvan a mancillar la siesta). O tres: trolear a los troleadores. “Buenas tardes, ¿con qué compañía está usted?”. “Buenas tardes, pues aquí estoy con mi señora, la Merche”. “No, disculpe, me refería a compañía de teléfono”. “Ah, no, no, yo es que no tengo teléfono”. “¿? Pero...”. Hasta que se aburran, y, oh, milagro, cuelguen ellos. Pero en este caso, te sentirás mal porque los pobres bastante tienen ya con la humillación de las condiciones de trabajo a las que son sometidos.
La gran mayoría de los que hemos viajado a Marruecos nos ha gustado tanto que solemos repetir periódicamente, sin embargo, coincidimos en que eliminaríamos la insistencia de los comerciantes en torno a la invitación al consumo. Especialmente hace unos años, cualquier turista que pasease por el zoco coincidiría en que la presión comercial era una situación de acoso. Lo que vivimos en la actualidad esquivando comerciales en la calle, teniendo que aceptar o no cookies cada vez que abrimos una página web, comiéndonos anuncios en mitad de cualquier contenido o evitando que invadan nuestra intimidad en medios personales, también lo es.
¿En qué momento pusimos despachito y alfombra roja a los 'lobbiess' en los pasillos del Parlamento Europeo? ¿Cuándo empezó este desmantelamiento del poder gubernamental a favor del poder empresarial?
La capacidad de decisión del cliente en torno a interesarse por un producto o servicio ha sido abolida de manera que las empresas tienen bufé libre para cazar a sus presas con prácticas tan poco ortodoxas como la compra de datos personales o la escucha a través de nuestros dispositivos. Y ¿qué hacemos nosotros? Ponérselo en bandeja a empresas como Facebook a pesar de que su algoritmo esté repercutiendo decisivamente en la polarización y la crispación de la sociedad.
¿En qué momento pusimos despachito y alfombra roja a los lobbiess en los pasillos del Parlamento Europeo? ¿Cuándo empezó este desmantelamiento del poder gubernamental a favor del poder empresarial? O tal vez es una pregunta demasiado inocente y ambos poderes son la misma cosa y, por lo tanto, se defienden en simbiosis mientras los ciudadanos que no tenemos intereses ni en uno ni en otro sector no podemos más que comparar precios y creernos libres porque podemos elegir qué modelo de Iphone comprar. ¿Ciudadanos he dicho? Yo propongo que los políticos dejen de usar este eufemismo y que se refieran a nosotros directamente como consumidores, o como consumers, para que así entre como con vaselina en la UE.
Una circunstancia que afecta tanto a la vida de las personas como para empezar a exigir que el Ministerio de Consumo no tenga un papel anecdótico, sino ser uno de los pilares de cualquier gobierno
Hace unos días, en 13 TV pedían a sus usuarios que votasen si les parecía que había demasiados ministerios en el Gobierno, ofreciendo la afirmación como primera respuesta y poniendo como ejemplo de ministerios prescindibles el de Igualdad y el de Consumo. Teniendo en cuenta la línea editorial del medio, el direccionamiento no resulta ni sorpresivo ni original, como tampoco lo sería la respuesta de los televidentes. Sin embargo, si hay algo que nos une, no solo a los españoles, sino a todos los especímenes del globo, por encima de cualquier condición cultural, es nuestra condición de consumidores. Una circunstancia que afecta tanto a la vida de las personas como para empezar a exigir que el Ministerio de Consumo no tenga un papel anecdótico, sino ser uno de los pilares de cualquier gobierno. Pero si el Estado no nos procura la protección que debería, tendremos que empezar a pensar que la única revolución posible está en el consumo. Habrá que ser consumidores más conscientes, más consecuentes, más responsables y, si la situación lo requiere, más insumisos. Qué rápido resolverían los récords del kilovatio/hora si todos dejásemos de pagar la factura eléctrica.