El conocimiento científico
Lenguajes diferentes imponen al mundo estructuras diferentes. “La estructura de las revoluciones científicas”. Thomas Kuhn
Pocas personas discutirían, hoy día, la autoridad de la ciencia a la hora de dotar de legitimidad al conocimiento, a cualquier tipo de conocimiento. Muchos debates se zanjan con la coletilla “es que es lo que dice la ciencia”. El prestigioso uso del término se ha alejado del mundo académico y ha colonizado numerosos anuncios de productos de consumo, cuya utilización viene aconsejada por supuestas investigaciones científicas que demuestran su valor, desde coches a dentífricos, pasando por casi cualquier alimento que consumimos, o dejamos de hacerlo, debido a las campañas sobre las evidencias científicas de su beneficio o de su perjuicio para nuestra salud. Hasta existe la divertida pretensión de avalar las doctrinas de una religión hablando de ciencia cristiana. Como si religión y ciencia, en el ámbito de la explicación de las causas que hacen funcionar el mundo, no fueran tan antagónicas como un hincha del Barcelona y uno del Real Madrid. Y no hablemos de las pretensiones de las llamadas ciencias sociales o humanas, que también llevan un siglo pugnando por asociarse al prestigio que la ciencia le proporciona. El problema es que la ciencia, su funcionamiento, su metodología, dista mucho de ser algo uniforme y homogéneo, ya que hay muchos elementos contextuales que influyen en su devenir, y aplicar el adjetivo científico a cualquier tipo de conocimiento tiene su enjundia, digámoslo así.
Este es un tema muy delicado, más de lo que parece, porque el conocimiento científico es algo mucho más serio que el uso comercial o interesado que del mismo hacemos. Si lo relativizamos en exceso, puede suceder todo lo contrario de lo que es aconsejable; el desprestigio de la ciencia que permite igualar su conocimiento al de cualquier superchería, sin más validez real o interés que el beneficio económico de aquellos que la avalan. Tenemos el ejemplo de la homeopatía, extendida por todo el mundo, e incluso con ayudas públicas, intentando equipararse a la ciencia médica, usando la ignorancia y la desesperación de los pacientes para aprovecharse de los mismos, como antaño hacían los curanderos. Por esto, es tan importante que aclaremos conceptos esenciales sobre el funcionamiento de la ciencia; dónde reside realmente su relativismo y dónde podemos encontrar su valor objetivo. De ahí, que este artículo, sea el primero de algunos que vendrán en el futuro indagando en esta cuestión, y rezando al panteón de los paradigmas científicos para que la confusión de la que partimos no devenga en una confusión mayor a la hora de la conclusión.
La principal tesis que Thomas Kuhn defendió es lo equivocado que estamos a la hora de creer cómo funcionan los avances en la ciencia. Creemos que de repente a algún científico se le ocurre alguna genialidad y la ciencia da un salto gigantesco con ese avance
Uno de los grandes pensadores del siglo XX que cambió la percepción del progreso científico tal y como se entendía hasta entonces, fue Thomas Kuhn, filósofo de la ciencia, que en 1962 publicó La estructura de las revoluciones científicas. La principal tesis que defiende nuestro pensador es lo equivocado que estamos a la hora de creer cómo funcionan los avances en la ciencia. Creemos que de repente a algún científico se le ocurre alguna genialidad y la ciencia da un salto gigantesco con ese avance. En realidad, si hoy día vemos como se suele informar de ella en los medios de comunicación, como si cada científico fuera un oasis en un desierto, pudiera parecer que es así. Pero lo cierto, nos diría Kuhn, es que aunque algún científico o pequeño grupo se lleve un merecido merito por su avance correspondiente, estos se deben a la acción colectiva que en general llevan a cabo grandes comunidades científicas, durante décadas, y a veces siglos, que comparten creencias, métodos, conceptos, y hasta valores determinados. El conjunto de todo esto es lo que denomina paradigma. Durante partes importantes de nuestra historia vivimos lo que se llama una época de ciencia normal, en el que el paradigma de una determinada disciplina científica; sea física, química, astronomía, o la que sea, suele ser mayoritario y aceptado por gran parte de la comunidad científica. Pero hay épocas en las que esos paradigmas se van debilitando, y cada vez más científicos se ven tentados a acercarse a líneas de investigación con otros valores y otras metodologías radicalmente diferentes. Durante este periodo, que denomina el periodo de revoluciones científicas, dos o más paradigmas rivales compiten hasta que uno termina imponiéndose al otro. Dos científicos de dos paradigmas rivales no verían los mismos hechos de la misma manera, porque estos hechos nunca se podrán contemplar de manera plenamente objetiva, puros. Desde su percepción están contaminados por el lenguaje empleado para describirlos, por los valores y tradiciones que hay detrás, por la metodología empleada, etc. Digamos que el lenguaje empleado por un paradigma y por el contrario, tienen graves problemas de compatibilidad, pues cada uno nos hace ver el mundo de una determinada manera. Esto no quiere decir que el mundo cambie como tal, pero sí, que si comparamos dos teorías rivales que buscan la explicación de un mismo fenómeno, sería muy complicado, o más bien imposible, compararlas punto por punto. Es lo que Kuhn llama el problema de la inconmensurabilidad entre teorías.
La base metafísica de esta afirmación se encuentra en que cada lenguaje, en tanto arraigado en una tradición cultural, contiene puntos de referencia propios, que son, o muy difíciles de traducir a otra cultura, o imposible hacerlo, porque el lenguaje que empleamos se encuentra impregnado de unos determinados valores, y de una determinada visión del mundo que nos determina enormemente en lo que percibimos y en cómo lo interpretamos. Esto sucede en lenguajes cuya raíz es completamente diferente, digamos que el español y el chino, que al ser traducidos uno al otro siempre hay algo que se pierde, o que queda anclado en la ambivalencia. Cada paradigma científico, aunque se encuentre escrito en la misma lengua natural, el inglés o el castellano, por ejemplo, no deja de haber construido su propio lenguaje artificial, con su propia terminología, con su propio uso de autorreferencias, metodologías, y otros elementos que constituyen su entramado significativo, su propia cultura científica. Influenciado por la tesis de otro pensador que se centró en este problema, Quine, Kuhn sentencia; Afirmar que dos teorías son inconmensurables significa afirmar que no hay ningún lenguaje, neutral, o de cualquier otro tipo, al que ambas teorías, concebidas como conjuntos de enunciados puedan traducirse sin resto de perdida.
La clave para entender este tesis es que comprendamos que para estos pensadores cada lengua tiene un holismo local, es decir, que las palabras rara vez tienen significado por sí mismas, sino que se definen por oposición, o por relación, con otras del mismo lenguaje. Lo que nuestro autor llama la estructura léxica propia de cada lengua. Y como venimos comentando más arriba, cada cosmovisión científica de un paradigma no deja de haber construido un lenguaje artificial con su propia estructura léxica autorreferencial. Quine es más radical en su relativismo y en el problema de traducibilidad entre teorías, Kuhn no es tan radical; las lenguas de nuestro mundo, al igual que los paradigmas científicos, son traducibles, a pesar de su inconmensurabilidad. Afirma nuestro pensador que aun cuando una traducción pura sea imposible, siempre queda acudir a la interpretación y al arduo aprendizaje de ese lenguaje ajeno, que siempre nos ayudará a ampliar nuestra visión del mundo y entender otras culturas, incluso en el complicado mundo de la ciencia. Algo siempre se perderá en el camino, pero la comunicación es posible. Debería serlo incluso entre los políticos que viven paradigmas diferentes, aunque quizá eso sea pedir demasiado.
¿Supone esto relativizar del conocimiento científico? No, supone entender que la ciencia en tanto método de conocimiento de la realidad, y de transformación de la misma, está impregnada de muchos elementos que no son puros, objetivos, pero que, sin duda, son el mejor método para ayudarnos a comprender mejor el mundo en el que vivimos. La duda, el error, y el permanente avance a través del mismo, son el mejor método para avanzar en la búsqueda del conocimiento. Los dogmas no son buenos para nada, tampoco para la ciencia.