Cómo llegar a ser uno mismo
Friedrich Nietzsche, carta a Carl Fuchs, 29 de julio de 1888.
La mentalidad de rebaño ha sido, es y desgraciadamente será, una de las principales rémoras para que el ser humano alcance el grado de madurez que se le presupone, dada las virtudes del raciocinio superior al resto de los animales, del que en teoría nos ha dotado la evolución. Parece ser, que al igual que ésta, la historia de la madurez del ser humano, que debiera convertirlo en un ser libre, autónomo, señor de sí mismo, está escrita con los mismos reglones torcidos, errores y callejones sin salida que elevó a nuestra especie desde los primates a lo que somos hoy día. Tenemos todas las herramientas a nuestro alcance para librarnos de supersticiones, miedos y demás virus que nos inocula nuestra mentalidad de rebaño, que nos incapacita para elevarnos de nuestras miserias y darnos cuenta que aprender a pensar por nosotros mismos, libremente, es lo mejor que podemos hacer para llevar una vida digna, cualesquiera que sean las cartas que el azar nos haya repartido. Nuestra dignidad depende de aprender a ser críticos, a no depender de lo que otros nos digan que es cierto, a superar nuestros miedos, a mirar con nuestros ojos, y no con tergiversadas miradas prestadas. Y nuestra dignidad, si logramos alcanzarla, es la que nos liberará de las cadenas autoimpuestas u obligadas que nos esclavizan. Somos tan esclavos de nuestra pretensión de gustar a los demás, que poco importa lo que nos guste realmente a nosotros, nos adaptamos a todo, hasta al ridículo más espantoso, con tal de formar parte del rebaño. Y nos preguntamos: ¿de dónde viene que sigamos a ciegas las estupideces de los bulos políticos que nos inundan?
Nuestra dignidad depende de aprender a ser críticos, a no depender de lo que otros nos digan que es cierto, a superar nuestros miedos, a mirar con nuestros ojos, y no con tergiversadas miradas prestadas. Y nuestra dignidad, si logramos alcanzarla, es la que nos liberará de las cadenas autoimpuestas u obligadas que nos esclavizan
Si hubo un pensador con todas sus aporías, contradicciones y demás heridas que acompañan el ejercicio de pensar sin miedo al qué dirán, que supo encontrar el camino, su camino, para ejercer la libertad que se nos presupone, fue Friedrich Nietzsche. Como él bien señala en la carta a su amigo Carl Fuchs, no se trata de que sigamos su liderazgo, eso sería no comprender nada. Ni sus conclusiones, ni sus recomendaciones, hemos de aprender de su viaje, de su atrevimiento a la hora de mirar los abismos de los miedos y supersticiones que nos atan a la indignidad y a la esclavitud moral y social. Esa es la moral de esclavos que hay que denunciar, que hay que rechazar, ante la que hay que rebelarse. Desde muy joven el pensador alemán insiste en una metodología para aprender esta dúctil y esencial herramienta, al alcance de todo aquel que se atreva a usarla; Conócete a ti mismo mediante la acción, no mediante la contemplación. Un abismo separa aquello que nos decimos a nosotros mismos, de aquello que realmente hacemos. Una herida que justificamos de mil maneras distintas, pero básicamente se resume en el miedo; a que no les guste nuestra manera de ser a aquellos ante los que imploramos aprobación, jerarquías y tutelajes de todo tipo. Especialmente la pleitesía que rendimos ante aquellos que se encuentran en la cúspide de la pirámide que nos dicen que hemos de ir escalando, si queremos conseguir algo en la vida.
El método del joven Nietzsche, de aprender qué es lo que realmente pensamos en base a la acción, se basa en observar que rara vez nos preguntamos qué es lo que realmente queremos de la vida, por nosotros mismos, nuestras aspiraciones y deseos. Siempre estamos tan dependientes desde niños de la aprobación ajena, siempre vigilados en nuestro viaje al mundo adulto por las invisibles cadenas de una sociedad tan estratificada, donde todo está diseñado para que encajemos donde nos dicen, que apenas tienes espacio para moverte de lo que ya han decidido para ti.
Tu vida te pertenece a ti, a nadie más, ese es el núcleo moral de las enseñanzas del vitalismo nietzscheano. Eso implica esfuerzo, no dejarse llevar por placeres espurios, y mantener la disciplina de aquello que en cada momento vital te permite estar centrado en lo importante
Tu vida te pertenece a ti, a nadie más, ese es el núcleo moral de las enseñanzas del vitalismo nietzscheano. Eso implica esfuerzo, no dejarse llevar por placeres espurios, y mantener la disciplina de aquello que en cada momento vital te permite estar centrado en lo importante. El 5 de noviembre de 1865, con tan solo veintiún años escribe: Hay que decidirse entre vivir tonto y satisfecho, o vivir con sabiduría y renuncias. Añade: o somos esclavos de la vida o somos sus señores. En su tiempo se anunciaba el nihilismo como resultado de la perdida de sentidos tradicionales, y como etapa necesaria sobre la que construir nuevos sentidos, más poderosos, pero a su vez más frágiles, sobre nuevos conceptos morales, sobre nuevas verdades plurales. Hoy día, está claro el fracaso, tan solo basta mirar a nuestro alrededor, y ver todo lo que nos hace esclavos y dependientes de fútiles placeres, que dotan de irrisorios sentidos a nuestra vida, como el desaforado consumismo o la guía de líderes populistas mesiánicos, acompañados de un nulo ejercicio del libre pensamiento.
Un verdadero educador no es el que moldea a alguien a su imagen y semejanza, o según el molde de aquellas enseñanzas que ha aprendido y se limita repetir como un loro. El verdadero educador es el que deja que la forma que se esconde en el material de cada alumno alcance su propio esplendor, su propio destino
En su juventud Nietzsche, consciente de las dificultades de librarnos por nosotros mismos, en tan temprana edad, de todas estas cadenas que nublan la libertad de nuestro pensamiento, alaba el papel de los educadores, de aquellos, en su caso Schopenhauer, que nos enseñan no a seguir las doctrinas de otros ciegamente, sino a reflexionar sobre cómo librarnos de nuestros condicionantes. Un verdadero educador no es el que moldea a alguien a su imagen y semejanza, o según el molde de aquellas enseñanzas que ha aprendido y se limita repetir como un loro. El verdadero educador es el que deja que la forma que se esconde en el material de cada alumno alcance su propio esplendor, su propio destino, limando sus asperezas, sin duda, pero dejando que brille con luz propia, y no prestada. La primavera vital de nuestro pensador encuentra referencias valiosas en tres educadores, tres pensadores; Schopenhauer, Rousseau y Goethe; En éste último encuentra referencias para ayudarnos a convertirnos en un ser humano dominador de las circunstancias trágicas que nos envuelven. La contemplación de las tormentas de la vida nos obliga a ser selectivos, a aprender a escoger lo valioso de la vida, y saber cuándo resignarse y ante qué, al igual que cuándo rebelarnos. Dominar y no ser dominado por las circunstancias, tengas el control de ellas o no.
Es en la intensidad de los sabores de la vida donde encontraremos confort, fuerza y desafío para la inanidad de la existencia. Porque un genio, no es más que aquel capaz de dotar a la existencia de su propio valor, no del que otros le fijan. Y por muy difícil que sea, al alcance de cualquier ser humano se encuentra esta posibilidad
Más allá del poeta y dramaturgo alemán, en el pensador francés, encuentra lo valioso que nos resulta volver la mirada a la majestuosidad de la naturaleza; hemos de naturalizar al ser humano, comprendiendo lo que hemos perdido y hemos de recuperar, y naturalizando los artificios y excesiva mecanización de nuestra cultura. En Schopenhauer, encuentra inspiración para superar el absurdo de la vida, que la gris cotidianeidad nos esconde, de la que entre otras cosas, el arte nos puede liberar. Nietzsche en su madurez iría mucho más allá de las enseñanzas de su inspirador educador, y nos animaría con su idea del eterno retorno a saborear cada instante, incluso los absurdos, como si siempre hubiéramos de vivirlos. Es en la intensidad de los sabores de la vida donde encontraremos confort, fuerza y desafío para la inanidad de la existencia. Porque un genio, no es más que aquel capaz de dotar a la existencia de su propio valor, no del que otros le fijan. Y por muy difícil que sea, al alcance de cualquier ser humano se encuentra esta posibilidad.
Dos naturalezas han de converger en el ser humano para ayudarle a conseguir ser libre; la primera naturaleza es aquella que depende de nuestra herencia genética, de las semillas de nuestro carácter, de nuestro entorno familiar y social. Lo que nos viene impuesto. La segunda naturaleza es lo que hacemos con esa herencia. Y eso depende enteramente de nosotros mismos, de nuestra actitud. El lenguaje que empleamos, cómo lo empleamos, su ductilidad para profundizar en el conocimiento de uno mismo para comprender y recrear realidades del mundo, es un instrumento que nos ayudará en esta esencial labor. Cuidar el lenguaje es cuidar el desarrollo de esa segunda naturaleza, pues es una llave que nos permite desbloquear los límites de aquella primera naturaleza heredada. Mala señal para una sociedad, para un tiempo, es cuando el cuidado del lenguaje pasa de ser una prioridad a una molestia.
El lenguaje que empleamos, cómo lo empleamos, su ductilidad para profundizar en el conocimiento de uno mismo para comprender y recrear realidades del mundo, es un instrumento que nos ayudará en esta esencial labor
Unido al lenguaje, es el pensamiento libre, la otra llave esencial para desbloquear esa primera naturaleza y abrir paso a la segunda. El pensamiento no puede desligarse de la vida. El pensamiento ha de encarnarse, pues el pensamiento ha de brotar de la vida y a su vez repercutir en ella. Hemos vuelto a la idea inicial, el valor de un pensamiento se encuentra en su capacidad para influir en los actos de nuestra vida. Hemos de preguntarnos, tal y como el pensador alemán nos anima a hacer: Cómo hago yo mis pensamientos, y qué hacen de mí mis pensamientos. Qué nos lleva a pensar de una manera, Llevo a cabo lo que pienso y predico, o no. La vida está ahí para que prenda el fuego que dé lugar a un pensamiento libre de cadenas, y a su vez estos pensamientos han de cambiar lo que es la vida para nosotros. La diferencia es esencial, vivir el drama de la existencia siendo meros actores que leen un guion escrito por otros, en una obra dirigida por otros, o nos convertimos en los guionistas, productores y directores de nuestro propio drama, en nuestros propios dramaturgos. La elección es nuestra, estos son los beneficios de aprender a pensar en libertad; ser dueños de nuestra vida, ser nosotros mismos, interpretando los papeles que soñamos, o deambular perdidos como figurantes en las vidas soñadas por otros.