El arte, el humor y la incorrección política

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 2 de Septiembre de 2018
Rober Bodegas.
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Rober Bodegas.

Si el arte, si el humor, en tanto nos permiten vislumbrar más allá de las apariencias, y aquello que llamamos realidad, no coinciden, ¿dónde debe recaer la sospecha?

No todo arte tiene sentido del humor, ni todo humor puede considerarse una manifestación artística, no toda manifestación artística tiene unos mínimos estándares de calidad que nos permita considerarla valiosa para la sociedad, ni todo el humor consigue, más allá de poder despertar una sonrisa, ser el martillo critico que denuncie la hipocresía social, pero ambos, en tanto símbolos del subconsciente de una sociedad vigilante ante los abusos del poder, son esenciales para medir el grado de libertad y de madurez democrática de una convivencia colectiva. El poder, en cualquiera de sus manifestaciones; político, religioso, económico, cultural, tiene una natural tendencia absolutista, niega cualquier búsqueda de un contrapoder que equilibre, al igual que busca acallar cualquier manifestación simbólica, artística o humorística, que socave los cimientos de su autoridad.

No todo arte tiene sentido del humor, ni todo humor puede considerarse una manifestación artística, no toda manifestación artística tiene unos mínimos estándares de calidad que nos permita considerarla valiosa para la sociedad, ni todo el humor consigue, más allá de poder despertar una sonrisa, ser el martillo critico que denuncie la hipocresía social, pero ambos, en tanto símbolos del subconsciente de una sociedad vigilante ante los abusos del poder, son esenciales para medir el grado de libertad y de madurez democrática de una convivencia colectiva

En tiempos pretéritos no necesitaba una justificación para golpear aquello que no le gustase, aunque consciente de la necesidad de mantener algún escape, para evitar que la miseria y la injusticia agrietasen la convivencia hasta hacerla explotar, mantenía cierta tolerancia y permitía una ligera irreverencia, siempre que no sobrepasase ciertos límites. Lo bufones, con su capacidad para empujar los límites de la crítica, a través del humor y la ironía, nacieron como un símbolo de la precariedad y de la inseguridad que siente el poder ante su propia autoridad, por muy absoluta que sea. El bufón se erigía como el único autorizado a través del humor y la ironía a burlarse del propio monarca y de todos aquellos aduladores que le rodeaban, siempre y cuando se burlase de sí mismo, con tal de no aparentar una amenaza real al poder que denunciaba. Lo preocupante es que hoy día, en nuestras sociedades, democráticas y libres, donde los poderes dogmáticos existir existen, pero esconden sus deseos hegemónicos y destructivos ante toda crítica, los bufones terminarían en la cárcel, en el peor de los casos, o sometidos a juicio y una fuerte multa, en el mejor.

El arte y el humor son dos manifestaciones que nos separan del resto de los animales, nacidas como del fruto privilegiado de la creatividad humana, para enfrentarse a una realidad que se mueve, entre lo hostil y lo humorístico, en numerosas ocasiones. Termina el verano, o al menos el agostamiento veraniego, y empieza el nuevo curso político, y la gente vuelve de sus vacaciones, las redes sociales saldrán del estupor provocado por la ausencia de grandes noticias y muy pronto nos veremos envueltos en nuevas o viejas polémicas sobre la intolerancia de una sociedad aparentemente libre. Hace un par de años fueron unos titiriteros que por culpa de una obra satírica, de mayor o menor calidad artística, de mayor o menor buen gusto, fueron perseguidos judicialmente y tratados casi como terroristas por un exceso de celo judicial conservador, apoyados por los restos cavernícolas de un ultra conservadurismo que aún perdura en la sociedad española, con el desconcierto de una clase política, nueva y vieja, más preocupada por ver la repercusión de sus acciones en las encuestas, que por liderar un proyecto de sociedad con valores plurales.

El arte y el humor son dos manifestaciones que nos separan del resto de los animales, nacidas como del fruto privilegiado de la creatividad humana, para enfrentarse a una realidad que se mueve, entre lo hostil y lo humorístico, en numerosas ocasiones

Vivimos con estupor, más o menos por la misma época, el caso de lo sucedido en los premios Ciudad de Barcelona, donde una poetisa recreó metafóricamente los versos del Padre Nuestro para reivindicar el papel de la mujer a lo largo de la historia, tan perseguido, esclavizado y ocultado. Enseguida, medios de comunicación conservadores y políticos, dijeron que era una ofensa a la religión católica. Curiosamente, los mismos medios y los mismos políticos que se erigieron en acérrimos defensores de los valores de la democracia occidental, cuando en Francia terroristas islámicos asesinaron a los creadores que utilizaron la sátira para denunciar el fanatismo religioso en el Islam. No hay peor daño a la libertad de expresión, que utilizar diferentes varas de medir, según la ideología o religión dominantes en esa sociedad. Tenemos el caso de raperos, cantantes, revistas humorísticas y tuiteros, entre otros, para elegir.

Hace pocos días, medios de comunicación y redes sociales, volvieron a ser protagonistas de la polémica al hacerse eco de la disculpa que tuvo que realizar Rober Bodegas, del dúo cómico pantomima full, debido a un monólogo que llevaba tiempo en la red, donde practicaba el humor con chistes sobre los gitanos. Todo humor practicado es criticable, como todo arte, pero el tema se nos ha ido de las manos, el humorista denunciaba haber recibido más de cuatrocientas amenazas de muerte. El problema no es que fuera más o menos afortunado, que probablemente no lo fueran algunas de las referencias, sino que el contexto, cómico, donde el propio humorista como el bufón, es él mismo, en muchos de sus gags, su propia víctima, no tiene nada que ver con el racismo dirigido a un colectivo. Todos nos podemos sentir ofendidos por alguna manifestación que juegue artística o humorísticamente con alguna etnia a la que pertenecemos, con algún problema que padecemos, físico, social o de cualquier otro tipo, sobre afinidades políticas o religiosas, pero si no aprendemos a entender que el contexto es humorístico, como cuando en WhatsApp acompañas una frase irónica con emoticonos, porque si no es así no se entiende que hablas en broma, perdemos una parte esencial de lo que significa la libertad y la pluralidad en una sociedad. Es pretender imponer un dogma de cualquier tipo; ejercer y practicar racismo o machismo, o hacer apología del odio a otras creencias, es digno de ser perseguido, pero no podemos denunciar todo aquello que creamos que hiera nuestra sensibilidad, o pasaríamos del tecnicolor al gris como sociedad rápidamente. El dúo cómico al que pertenece Bodegas se ha reído de casi todo el mundo en sus videos y actuaciones; hípsters, aquellos que se dan de entendidos en vinos, amantes frikis de las series, y muchos otros, y no parece que nadie se haya dado por aludido. Imaginemos, por un instante, que se hubiera reído de la Guardia Civil, o los militares, que haber chistes sobre estos colectivos los hay, los que ahora le critican, ¿qué hubieran dicho?  Si yo soy del Madrid y me siento ofendido porque los del Atlético o los del Barcelona hacen chistes sobre la derrota en la Supercopa, apañados vamos. Si soy Católico, o Budista, o creo en el Islam, y alguien crítica, con humor, con una manifestación artística, o con un argumento racional, las premisas de mis creencias, y en base a que a mí me ofende, pido que se le castigue o que se le prohíba hacerlas ¿en qué sociedad nos hemos convertido?

No hay peor daño a la libertad de expresión, que utilizar diferentes varas de medir, según la ideología o religión dominantes en esa sociedad. Tenemos el caso de raperos, cantantes, revistas humorísticas y tuiteros, entre otros, para elegir

El arte y el humor por su propia naturaleza poseen, en tanto símbolos de un malestar  que las sociedades tienden a ocultar, un punto de irreverencia ante lo establecido, que no solo no debería despertar preocupación alguna, salvo en las cloacas del poder, sino que debería ser un síntoma de salud democrática, de pluralidad y de tolerancia, y más que ser perseguido, debería ser protegido. Hemos llegado a un punto, más allá de ideologías, en que necesitamos eso que se ha venido en llamar lo políticamente incorrecto, que no  es sino una manifestación a través del humor, del arte o de la simple expresión literaria, de términos, sentidos o metáforas, que provocan la ira de grupos, ya sean mayoritarios o minoritarios, al creerse vilipendiados o despreciados. Sucede con grupos conservadores, liberales, progresistas, políticos, sociales o religiosos, de todo tipo, hay para elegir. Y ahí está el problema, dónde se encuentran los límites que permitan juzgar algo como simple mal gusto, o no, y de ahí, que pasemos a juzgarlo como delito. Y hasta qué punto, el derecho y la política deberían tratar de meter sus manos en algo que debería ser un asunto cultural, de valores plurales y de educación de la sociedad. Debemos tratar el tema con amplitud de miras, con conocimiento de nuestro pasado, y con mucho cuidado de a dónde queremos ir como sociedad. Decía Albert Camus: Que la libertad se haya tornado peligrosa indica que está en camino de no dejarse prostituir.

Confundimos el mal gusto de un chiste mal avenido con el castigo del código civil, o de un chiste crítico con las estructuras convencionales del poder, con el castigo judicial ante tal insolencia. O letras musicales, que ni son humorísticas ni son artísticas, con la ofensa a nuestras creencias, y esperaremos que un justo castigo caiga sobre los pecadores. Es un camino muy peligroso, lleno de trampas que ponen en peligro la libertad y madurez democrática de una sociedad, perseguir todo aquella manifestación, que con mayor o menor justicia, con mayor o menor  acierto, critique, denuncie, o ponga de manifiesto creencias o expresiones que ofendan a algún grupo.

Es un camino muy peligroso, lleno de trampas que ponen en peligro la libertad y madurez democrática de una sociedad, perseguir todo aquella manifestación, que con mayor o menor justicia, con mayor o menor  acierto, critique, denuncie, o ponga de manifiesto creencias o expresiones que ofendan a algún grupo

Sí, es cierto que en algunos casos, más que poner de manifiesto alguna crítica o denuncia a través del arte o del humor, se busca despertar directamente el odio, pero deberíamos ser muy cuidadosos a la hora de utilizar cualquier capacidad punitiva de los poderes judiciales en casos que deberían darnos más pena, y buscar más su aislamiento, que no el castigo. A lo largo de la historia ha habido una natural tensión entre el arte y el humor crítico con la política, con las Instituciones, y con todo tipo de grupos o creencias sociales y religiosas. Una tensión que lleva mucho tiempo, quizá desde que la humanidad aprendió a interpretar la realidad de forma metafórica. Nada de esto quiere decir que no haya que perseguir los discursos del odio al otro, ya sean políticos, religiosos o sociales, siempre que seamos conscientes que éstos tienen una enorme, y lógica, dificultad a la hora de definirse claramente, pues hay una línea muy fina entre lo que unos consideran una crítica humorística, o artística, o argumentativa, a símbolos o culturas o creencias de nuestras sociedades, y otros consideran un insulto a su religión o su ideología. Todo lo que nos critica nos ofende, pero la ofensa no está en la discrepancia, independientemente de las formas, está en pretender que nadie pueda discrepar.

Lo que debería estar presente en cualquier sociedad, libre, democrática y tolerante, es que la libertad de expresión supone pagar un inevitable precio, y asumir que, a veces, no siempre, es mejor la denuncia social o política de esos discursos de odio, su aislamiento o el desprecio a los mismos, y no la judicialización, y que la mejor solución sigue siendo el despertar los valores éticos acordes a esa libertad y democracia que defendemos educando en valores, en el respeto a su pluralidad, desde la infancia hasta la madurez y el ocaso de nuestras vidas. Y ante todo, no comportarnos como talibanes, y entender que en el arte, o en el humor, el contexto donde se desarrolla lo es todo, así como quién lo realiza y sus intenciones, no es lo mismo un político que un humorista o un artista, por ejemplo. Sentido común sí, fanatismo por lo políticamente correcto, no.

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”