Apología de un verdadero liberal
Comencemos con una premisa de partida controvertida: en nuestro país faltan liberales, a espuertas, si se me permite el vulgarismo; faltan por supuesto políticos liberales, pero en no menor medida escasean ciudadanos liberales. Faltan políticos y ciudadanos cuyo principal principio sea una ética de la convivencia, más allá de cualquier otra creencia, de cualquier ideología. Una ética definida por el respeto y la tolerancia a nuestras diferencias, como única manera de resolver conflictos democráticamente. Faltan políticos, faltan comunicadores, faltan referentes culturales, faltamos gente común, dispuestos a alejarnos de cualquier posición dogmática que impida cualquier tipo de consenso básico sobre cómo vivir unos con otros, dialogar unos con otros, discrepar unos con otros, más allá de nuestras diferencias. No debemos confundir cuando empleamos el término liberal en el sentido de tolerancia democrática, de principio básico, condición necesaria de cualquier ideología, con la defensa de un posicionamiento político. El mismo uso del término, dos significados radicalmente diferentes. En la historia reciente de nuestro país tenemos claros ejemplos de dirigentes políticos, que definiéndose como liberales, han actuado de forma radicalmente contraria a este principio, alineándose con la derecha más extrema e intolerante, con tal de consolidar poder.
Faltan liberales, no por eso que se ha venido a llamar liberalismo, en tanto doctrina económica, que se ha constreñido en lo político tanto, que ha terminado por traicionar profundamente la intención original de aquellos que se consideraban a sí mismo liberales en el nacimiento y auge de los sistemas democráticos
Conviene por tanto, antes que nada, aclarar ambas acepciones del término liberal, tan usado por unos y por otros, ya que la confusión puede resultar máxima, si no acotamos su sentido adecuadamente. Faltan liberales, no por eso que se ha venido a llamar liberalismo, en tanto doctrina económica, que se ha constreñido en lo político tanto, que ha terminado por traicionar profundamente la intención original de aquellos que se consideraban a sí mismo liberales en el nacimiento y auge de los sistemas democráticos. Para los ancestros del liberalismo, ser liberal no entraba en contradicción con diversas ideologías políticas o económicas, pues básicamente hacía referencia a una ética del comportamiento, a una manera de afrontar nuestra relación con los demás en una sociedad libre y democrática, con tolerancia y respeto a las creencias del otro. Ser verdaderamente liberal, en este sentido, no tiene nada que ver con reducir la libertad a que no haya constricciones al mercado o al comercio, ni en reducir la presencia del Estado a la mínima expresión, reducir regulaciones, recaudar menos impuestos, y que cada cual según su valía ocupe el puesto que se merece, por poner ejemplos de los principales mantras políticos y económicos, que aquellos que se dicen liberales hoy día defienden.
Abogan por un principio atractivo, en su abstracta formulación; la meritocracia ha de imponerse como modelo de ascenso social, una medida que acabaría con cualquier abuso de una burocracia institucional corrompida por una política metomentodo
Abogan por un principio atractivo, en su abstracta formulación; la meritocracia ha de imponerse como modelo de ascenso social, una medida que acabaría con cualquier abuso de una burocracia institucional corrompida por una política metomentodo. Si todos partiéramos de la misma situación social y económica, si no hubiera discriminación a la hora de acceder a responsabilidades políticas o empresariales, por el hecho de ser mujer, si no estereotipáramos a la gente por el color de piel o su religión, o falta de ella, si todo el mundo tuviera las mismas oportunidades por haber crecido en ambientes sociales y culturales libres y con bonanza económica, pudiéramos entrar en una competición de méritos, pero no solo no estamos ahí, sino bastante lejos, a pesar de los avances. Negar que estamos lejos de esa realidad es, o hipocresía o ceguera. Muchos nacen con una carrera de obstáculos en su vida social, uno tras otro, hasta que se termina por tropezar, mientras otros lo tienen todo solucionado de nacimiento. Algunos no pueden permitirse cometer un solo error, mientras otros van por la vida con un dopaje social y económico que les salvaguarda de cualquier obstáculo con el que se pudieran encontrar, directos a la cima pase lo que pase.
A cada uno se le juzga por su méritos y esfuerzos, y se premiará a quien se lo merezca, y el que no triunfe, o caiga a las alcantarillas de la sociedad, es debido a su incompetencia y falta de esfuerzo
A cada uno se le juzga por su méritos y esfuerzos, y se premiará a quien se lo merezca, y el que no triunfe, o caiga a las alcantarillas de la sociedad, es debido a su incompetencia y falta de esfuerzo. Un mantra liberal falaz como pocos; entre otras cosas porque sin una fuerte regulación en leyes, una presión fiscal a quién más tiene, un reparto redistributivo de la riqueza, regulaciones sociales, políticas y económicas que actúen positivamente favoreciendo a los discriminados por sexo, posición social o económica, o cualquier otra cuestión, es imposible que prevalezcan únicamente los méritos de cada cual. Sin becas, regulaciones laborales que eviten la explotación de los trabajadores, o leyes que obliguen a que las mujeres tengan el mismo sueldo que los hombres por el mismo trabajo, o que haya un mínimo que garantice su presencia en responsabilidades políticas, o consejos empresariales, por poner algunos ejemplos, mucha gente valida y con méritos seria relegada al olvido. Si la mano de la justicia social, dirigida políticamente no actúa con firmeza, la injusticia que nace de la pobreza, de comportamientos machistas, de actitudes racistas, del egoísmo del mercado capitalista financiero, o de otras tantas injusticias que perviven en nuestro sistema, no se corrige por providencia divina.
Aclaro este punto, vayamos a qué queremos decir con la necesidad de tolerar, de llegar a acuerdos, o de respetar las posiciones del otro cuando no coinciden con las nuestras, como principio de una ética liberal. Para ello nada mejor que recurrir a un ejemplo patrio, también reciente, que dada nuestra tendencia histórica a arrojarnos los trastos a la cabeza para resolver nuestras diferencias, puede resultar esclarecedor. Recientemente ha habido cierta polémica porque el presidente de nuestro país, Pedro Sánchez, declaró en una entrevista que nunca fue partidario de un gobierno de coalición con el PP. Inmediatamente los pocos liberales medios de comunicación de la derecha tergiversaron la declaración, a lo que muy pronto se unió el propio responsable del PP Pablo Casado, acusando a Sánchez de no querer llegar a acuerdos. La falsedad de confundir lo dicho por Pedro Sánchez con la acusación que se le hace, es tan evidente, que da hasta vergüenza tener que entrar a aclararlo. No ya porque el propio Pablo Casado descartó desde un principio esa coalición, en clara contradicción con lo que ha declarado recientemente, sino por tergiversar tan burdamente el sentido de lo expresado.
El PSOE llegó a un acuerdo para una coalición con un partido político, Unidas Podemos, con el que cree tener mayor afinidad ideológica y eso no obvia, ni tiene nada que ver, con pretender llegar a acuerdos transversales, especialmente en circunstancias dramáticas, que superan cualquier ideología, con partidos en la oposición política
Es precisamente esa falta de liberalismo en nuestra sociedad la causante de que se produzca esta confusión. El liberalismo tan claramente explicitado por Bertrand Russell como indicador de salud democrática: Un verdadero liberal se distingue no tanto por lo que defiende sino por el talante con que lo defiende: la tolerancia antidogmática, la búsqueda del consenso, el diálogo como esencia democrática, no tiene absolutamente nada que ver con estar en el gobierno o ser oposición. El PSOE llegó a un acuerdo para una coalición con un partido político, Unidas Podemos, con el que cree tener mayor afinidad ideológica y eso no obvia, ni tiene nada que ver, con pretender llegar a acuerdos transversales, especialmente en circunstancias dramáticas, que superan cualquier ideología, con partidos en la oposición política. Claro que para ello ha de darse la premisa defendida por Russell, que los políticos de uno y de otro lado, se encuentren unidos por esa ética liberal de tolerancia, que se encuentra en la esencia del nacimiento de las democracias que tanto bienestar y libertad han dado a numerosos países en los últimos siglos.
Las urnas colocan a cada cual en su papel, gobierno y oposición, el parlamento legítimamente y democráticamente ha elegido un gobierno, y ha situado a otros partidos en la oposición, criticando, vigilando e igualmente acordando, o eso debería dedicarse a hacer. Sin estar en el gobierno se pueden acordar políticas concretas para situaciones concretas, como puede ser esta pandemia, o si ese espíritu liberal vence tu dogmatismo, de izquierdas, de centro, o de derechas, acordando políticas y leyes tan trascendentes para nuestro futuro como sociedad, como aumentar la inversión en ciencia, el tránsito a energías renovables, cambiar modelos productivos, blindar y aumentar la financiación que necesita una sanidad pública, y otras tantas, que trascienden en muchos casos posicionamientos a corto plazo políticos, y que con las naturales diferencias ideológicas, sin duda se pueden encontrar puntos en común, entre quien gobierna y quien ejerce la oposición.
Cierto es, que la falta de verdaderos liberales, en el sentido ético aludido, no es problema patrio únicamente, bastantes problemas tenemos acotados a nuestro país. En todo el mundo se está produciendo esta epidemia de dogmatismo y radicalidad a la hora de juzgar, prohibir, aislar, destruir, aquello que no consideramos acorde con lo correcto. A la ola de intolerancia de los populismos de extrema derecha, no se puede responder con posiciones dogmáticas o intolerancia. Un manifiesto firmado por ciento cincuenta intelectuales y personas relevantes del mundo de la cultura de todo el mundo ha alertado del crecimiento de fanatismos dogmáticos en uno y otro extremo. Faltan liberales en ambos espectros ideológicos, en la izquierda y en la derecha, pero especialmente en aquellos que defienden posiciones progresistas, se ha de andar con especial cuidado para mantener ese espíritu original liberal que trasciende ideologías y defiende la tolerancia y el respeto al otro como marco regulador de nuestras libertades.