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'La anécdota de Epicteto y el problema de la ira'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 6 de Febrero de 2022
 'Las manos de la protesta', de la serie 'La Edad de la Ira', de Oswaldo Guayasamin.
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'Las manos de la protesta', de la serie 'La Edad de la Ira', de Oswaldo Guayasamin.
'La ira es locura pasajera, conque domina tu pasión para que ella no te domine'. Quinto Horacio Flaco

Epicteto, nombre que procede del termino griego epíktētos (adquirido) es uno de los filósofos más importantes del movimiento estoico en la antigüedad, nacido en Frigia fue esclavo de un liberto (un esclavo liberado) llamado Epafrodisio que al ver el talante, y el talento, del joven comprado en el mercado de esclavos le proporcionó un maestro, Musonio Rufo, que le enseñaría filosofía. Con el tiempo el mismo se convertiría en liberto y daría clases en Roma, hasta que el emperador Domiciano temeroso de que las enseñanzas estoicas socavaran el poder imperial le exilió junto a otros filósofos, terminando su vida en Epiro donde alcanzó prestigio y era comúnmente visitado por la aristocracia romana deseosa de aprender de él. Sus enseñanzas marcaron a toda una generación de romanos en los primeros siglos del Imperio, entre otros al emperador Marco Aurelio décadas después. Más allá, la templanza de sus enseñanzas estoicas  traspasó los siglos, y tuvo vigencia en periodos tan diferentes como la Edad Media o el Renacimiento.

Ambos comparten el empuje destructivo de las pasiones cuando controlan tu apetito. Su propia experiencia como esclavo, sin ningún control sobre su vida, le permitió observar de primera mano la crueldad del destino humano

Su influencia alcanzaría hasta al cristianismo primigenio, que trataría de presentarle con posterioridad como un filósofo cristiano, pero sus enseñanzas, si bien tienen connotaciones similares a las del primitivo cristianismo, también divergen considerablemente de sus doctrinas. Sus influencias eran Sócrates y  el cínico Diógenes, que buscaban la imperturbabilidad que proporciona al sabio la búsqueda del conocimiento y la sabiduría. Ambos comparten el empuje destructivo de las pasiones cuando controlan tu apetito. Su propia experiencia como esclavo, sin ningún control sobre su vida, le permitió observar de primera mano la crueldad del destino humano. Crueldad que acontece cuando fuerzas ajenas a tu voluntad te manejan como un pelele. Nacer esclavo y vivir como tal gran parte de su vida le dio una perspectiva única; aprende a controlar tus deseos y pasiones, esa es la clave de tu existencia, pues cuando el que pretendidamente es tu dueño se deja dominar por ellas, él se convierte en esclavo, mientras que tú, que aparentemente le perteneces, te conviertes en amo al dominar las tuyas. La libertad comienza con el control sobre sí mismo, sobre el que nadie puede ponerte cadenas.

Nada bueno puede salir cuando es la ira quien te aconseja al oído

El filosófico principio griego conócete a ti mismo se singulariza en Epicteto en conoce a fondo tus deseos y pasiones, pues es la única forma de controlar  tu destino, dar sosiego a tu espíritu, y alcanzar una dicha ajena a los arrebatos de la ira. La ira es la peor de las pasiones destructivas del ser humano, pues si te dejas encadenar a ella pierdes cualquier potestad sobre tus acciones. Toda acción, toda palabra, todo silencio, cuyo origen se encuentre en la ira está profundamente descaminado. Nada bueno puede salir cuando es la ira quien te aconseja al oído.

Un filósofo chino que precedió a Epicteto unos cuantos siglos, Chang Yu, ya aconseja contra ella: un soberano no puede poner en pie un ejército en un arrebato de ira, ni un general debe luchar sobrecogido por el resentimiento. Lecciones bélicas tan valiosas antaño como en el presente, donde el exceso de testosterona militar, y nostalgia de imperios pasados, nos conducen desfiladero abajo hacía una guerra, sea de baja o mediana intensidad, que tendría nefastas consecuencias. Las enseñanzas estoicas nos advierten de responder con ira a la ira, siendo la templanza, que no está reñida con la firmeza, la mejor consejera a la hora de enfrentarse a aquellos que sin dominio de sí mismo, pretenden que los demás lo pierdan también, para encontrar una infantil justificación a sus acciones.

Un jefe, un político, que pretende ordenar y mandar cegado por la ira o el resentimiento que se encuentra en su origen de sus acciones envenenará cualquier curso de acción tomada

El poder, por muy legítimo que sea, en cualquier ámbito; familiar, profesional, político, ejercido con ira jamás será plenamente comprendido ni aceptado, pues la autoridad se resquebrajará y perderá la legitimidad adquirida. El respeto mutuo es esencial en cualquier relación, si el poder se ejerce de manera descompensada, y nada produce más descompensación que la ira, el despotismo ocupa el lugar de la legitimidad y la autoridad deja de ser reconocida. Un jefe, un político, que pretende ordenar y mandar cegado por la ira o el resentimiento que se encuentra en su origen de sus acciones envenenará cualquier curso de acción tomada.

En una ocasión el amo del filósofo estoico estaba enfadado con él, y como los amos tenían dominio absoluto sobre el cuerpo del esclavo, se dedico a torcerle la pierna, Epicteto calmado y sonriente le advirtió “la vas a romper”, y claro, tanto fue el cántaro a la fuente, que el amo terminó por retorcer la pierna hasta fracturarla, a lo que nuestro estoico esclavo y filósofo apostilló: “ya te decía yo que la ibas a romper”

El filósofo francés Michel Onfray nos recuerda en Sabiduría (saber vivir al pie de un volcán) una anécdota atribuida a Epicteto. Verdadera o no poco importa, pues como suele suceder con este tipo de historias, de fábulas que viajan a través del tiempo, poco interesa la fidelidad histórica original a la fuente, sino la fidelidad a la enseñanza moral del personaje aludido. Y pocas historias son más relevantes para mostrarnos la fortaleza moral de las enseñanzas de Epicteto que esta anécdota. La anécdota se encuentra narrada por Celso en El discurso verdadero contra los cristianos. Sabemos, porque se refería a sí mismo como un viejo cojo, que Epicteto padecía una fuerte cojera. No sabemos con certeza el origen, pero veamos la anécdota narrada en el escrito; En una ocasión el amo del filósofo estoico estaba enfadado con él, y como los amos tenían dominio absoluto sobre el cuerpo del esclavo, se dedico a torcerle la pierna, Epicteto calmado y sonriente le advirtió “la vas a romper”, y claro, tanto fue el cántaro a la fuente, que el amo terminó por retorcer la pierna hasta fracturarla, a lo que nuestro estoico esclavo y filósofo apostilló: “ya te decía yo que la ibas a romper”.

El amo actuó dominado por la ira, se dejó esclavizar por ella, perdió el dominio de sus emociones, y terminó por dañar a su esclavo, a quien le quedó una cojera permanente. A pesar del daño sufrido, el esclavo mantuvo el control de sus emociones, advirtió de lo que iba a pasar, y las irremediables consecuencias. No tenía ningún control sobre lo que iba a suceder, pues carecía de poder sobre la acción del amo, pero sí que mantuvo el poder y el control sobre su reacción. La dignidad de aquel que sufre injusticia y se niega a dejarse llevar por la ira, que no implica renunciar la justicia, permite adquirir una bonanza moral que de por sí, justifica el sentido de una vida.

Podemos controlar un puñado de acciones de nuestra vida, pero difícilmente podremos controlar la mayoría. Y seguro que carecemos de nulo control sobre algunas de las más dolorosas que tarde o temprano terminan por afectarnos

Más aún, esta fábula nos enseña que no vale de nada teorizar sobre la importancia de la ataraxia (imperturbabilidad) y de los valores morales que han de formar nuestro carácter, si estos no se aplican a la vida real. Y la importancia de la enseñanza estoica, tal y como reseña Onfray, es que nada nos produce más calma en el impredecible devenir de la vida que hacer de la necesidad virtud. Podemos controlar un puñado de acciones de nuestra vida, pero difícilmente podremos controlar la mayoría. Y seguro que carecemos de nulo control sobre algunas de las más dolorosas que tarde o temprano terminan por afectarnos. Sea por la causa que fuera, nuestro filósofo no se amargó por su cojera, la aceptó, su desgracia pasó a formar parte de lo que era, y con esa aceptación lo que aparentemente era una carga, se convirtió en una parte más de su pasaje vital. Amargarse, dar lugar a la ira, por algo que no se puede controlar es multiplicar por mil el daño que ese acontecimiento pudiera provocar. Aceptar que ha sucedido, lo que sea que haya sucedido, es el principio del control de nuestra vida. No sabemos muchos detalles de la vida de Epicteto, pero fácil, siendo esclavo no tuvo que ser, y probablemente vivió múltiples detalles sórdidos y dolorosos, no podía ser menos, dado que nació esclavo, fue perseguido, exiliado, y vivió pobre. Múltiples oprobios experimentados en carne propia, y aun así su brújula nunca perdió el norte moral.

Ni su infortunio como esclavo, ni sus carencias físicas, le impidieron ser una buena persona

En su época en Roma vivía en un modesto habitáculo, nunca cerraba la puerta, pues poco poseía más allá de una lámpara de barro (tenía una de hierro que sustituyó por demasiado ostentosa) y un jergón. Nunca se casó, ni tuvo hijos, pero nunca deseó que su suerte fuera las de los demás, como sucede con otros tan cegados por su infortunio, que su única manera de ser felices es causar infortunios a los demás. Le pidió a su discípulo Demónax que se casara y formara una familia, pero éste demasiado apegado a su maestro le respondió que le encantaría siempre que fuera su suegro, irónica respuesta dado que Epicteto no tenía hijas. Al final de su vida, en el exilio, viviendo de manera más acomodada debido a su prestigio, pero aún modesta, acogió al hijo de un amigo sin recursos, y a una mujer pobre para que cuidara del niño. Ni su infortunio como esclavo, ni sus carencias físicas, le impidieron ser una buena persona.

La conclusión moral que cada cual desee sacar de esta breve reflexión sobre Epicteto es personal e intransferible, lo que no cabe duda es que si aquellos que tan fácilmente se dejan dominar por la ira dejaran que estas enseñanzas les impregnaran un poco, nuestra vida personal, social y política, sería considerablemente más placentera.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”