Artículo de opinión

Europa, oh Europa (III)

Política - Javier Terriente Quesada - Lunes, 1 de Junio de 2020
Javier Terriente Quesada cierra la serie dedicada a la Unión Europea con un artículo en el que pone la mirada en la ciudadanía y los derechos.
Bandera de Europa.
J.Caniceus/Pixabay
Bandera de Europa.

Entre los banqueros, como entre los mafiosos, rige la ley del silencio. Pocos reconocen la existencia, y menos aún las funciones reales, de Clearstream, una Banca de Compensación establecida en Luxemburgo (615.000 hbs y más de 250 bancos), que combina sus tradicionales funciones bancarias, con la gestión especializada de captar y transferir entre países centenares de miles de millones de euros diarios de procedencia atípica o libre de impuestos. Sin circulación material de dinero, limpiamente, tan solo pulsando la tecla del ordenador. Al igual que con el antiguo modo de intercambio  árabe del hawala (transferencia), la base del negocio es la confianza entre los clientes. Más de 50 billones de euros anuales, se movilizan mediante este sistema por todo el planeta.

No es exagerado calificar a la empresa de compensación Clearstream como la caja negra de la globalización, una empresa de empresas, que goza de una influencia política discrecional e inconmensurable sobre la Comisión y el Consejo Europeo. Es lógico, conociendo a sus administradores: Banco Internacional de Luxemburgo, UBS (suizo), BNP y Paribas (Francia), Barclays (Inglaterra), Chase Manhattam Bank, Merrill Lynch (EEUU). Y Deutsche Börse (Alemania), que es propietario del 50%. Lo mejor de cada familia.

Por ello, hablar de Europa, al margen de los mecanismos no democráticos que la conforman, corre el riego de silenciar los mil obstáculos que obstruyen el desarrollo equilibrado de sus instituciones y de los procesos participativos.

Para las grandes corporaciones, a veces, la democracia se convierte en un obstáculo para lograr sus objetivos

Para las grandes corporaciones, a veces, la democracia se convierte en un obstáculo para lograr sus objetivos. Son insaciables en sus exigencias: ampliar el poder  del BCE y de los bancos nacionales, bajar impuestos, blindar las ganancias, liberalizar los factores productivos, facilitar las deslocalizaciones de empresas, aumentar la flexibilización y el ajuste de plantillas, congelar y/o bajar salarios, favorecer la precarización laboral y el desempleo...Todo el paquete de medidas extraídas del manual del ultraliberalismo  clásico.

Aún hoy, utilizando groseramente el desarme de los ciudadanos ante la tragedia del Covid-19, los profetas europeos de la austeridad siguen recomendando a los gobiernos reducir déficits, deuda pública y restringir el crédito, como fórmulas asociadas para evitar una depresión económica. Es como pretender apagar fuego a manguerazos de gasolina.

Por ello, en realidad, la misión del BCE de intervenir mediante prestamos baratos y/o subvenciones a fondo perdido para que no aumenten la prima de riesgo de países en situaciones extremas, pretende reforzar las economías del Norte ante la crisis. No es generosidad ni filantropía. ¡Es la economía, estúpido! Un nuevo Keynesianismo de derechas está exigiendo paso.

Es dramático, pero al día de hoy no existe una izquierda europea más allá del puro enunciado

Es dramático, pero al día de hoy no existe una izquierda europea más allá del puro enunciado. En cualquier caso, su influencia sería más lobbystica que política. Pese a todo, es en el espacio europeo, particularmente en el desarrollo de los derechos, donde la izquierda se juega su futuro: o es europea o no será, o encarna la Europa de los derechos o desaparecerá.

Su principal empeño, hoy, debería ser trasladar y nivelar derechos a escala comunitaria, en el tránsito hacia la construcción de una nueva ciudadanía europea. En fin, derechos sí, pero no fragmentados, sino sumados: los derechos de las personas, de los ciudadanos y de los trabajadores, por primera vez reconocidos y asociados, en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, de Niza, en vigor el 1 de diciembre de 2009 junto con el nuevo Tratado de Lisboa.

Y todos, articulados como un derecho único e indivisible, que trasciende cualquier distinción formal. Porque no hay derechos del trabajador si no los hay de los ciudadanos y no hay derechos de los ciudadanos si no se cumplen los de las personas, esto es, si los derechos humanos no están firmemente establecidos y regulados.

De ahí que el ejercicio de estos derechos no puede darse, tampoco, aisladamente de otros valores y principios, sin que se produzca un serio quebranto de, por ejemplo, la solidaridad y la igualdad. Igualdad quiere decir reglas para todos, sean trabajadores del Este o del oeste, nacionales o extranjeros, hombres o mujeres. Reglas quiere decir leyes y protección para todos, comenzando por los más débiles. Es decir que la igualdad y la solidaridad tengan hoy aspectos nuevos que conforman una identidad frágil, difícil de preservar, sobre los que la izquierda debería expresarse con algo más que palabras.

Una última pregunta: ¿Está la Europa de hoy en condiciones de avanzar en esa dirección? La respuesta está en el viento, diría Bob Dylan.

Javier Terriente Quesada es militante de izquierda y activo participante en la lucha por las libertades y la democracia.