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Ninguna sociedad libre puede edificarse sobre los cimientos del insulto y el desprecio al otro

‘Hija de puta, gilipollas, tonta del culo, so mierda, muy amiguita de…'

Opinión - Juan I. Pérez - Lunes, 13 de Noviembre de 2017
Miguel Rodríguez

El insulto, la vejación, nunca es un argumento.

Ninguna sociedad libre puede edificarse sobre los cimientos del insulto y el desprecio al otro. Nunca. Jamás. El insulto y la vejación no son argumentos. No son razonamientos.

Ninguna sociedad libre puede edificarse sobre los cimientos del insulto y el desprecio al otro. Nunca. Jamás. El insulto y la vejación no son argumentos. No son razonamientos. Aunque le asistiera o le asista la razón a quien los pronuncia

El insulto, la gracieta despectiva o la burla son forma de discriminación y más cuando se dirigen a una mujer por el hecho de serlo para socavarla, menospreciarla. Si lo empleas contra una mujer, el machismo te da la bienvenida.

Hay gente a la que le parece muy divertido ofender gravemente como forma de hacer daño a su supuesta interlocutora o interlocutor, cobijado en la impunidad, al otro lado de las redes sociales, jaleadas y reídas por una multitud, entusiasmada ante el linchamiento público, del que participan activamente, perfectamente organizados. Una cacería humana.

Hartazgo de hombres y mujeres, además, supuestamente progresistas, que pierden la careta cuando una mujer le desagrada.

“Hija de puta”, “incapacitada”, “tonta del culo”, “gilipollas”, "so mierda" , el diminutivo de los nombres propios, o el denigrante y vejatorio “muy amiguita de…” insinuado con una gesticulación y poniendo caritas, son solo algunas de las agresiones verbales certeramente calificadas de “machistas”, y generadoras de “acoso psicológico”, que motivaron a 85 profesionales sanitarios, tan dignos y profesionales como los que más, a denunciar al doctor  Jesús Candel  y al nutricionista Enrique Marín ante la Comisión de Igualdad del Virgen de las Nieves.

Insultos y agresiones verbales continuas, que no se detienen y se extienden, se comparten, diluyendo el mensaje inicial, con sentido, para terminar fagocitándolo. Pero un insulto no es un razonamiento. Nunca. Jamás.

Hay gente a la que parece muy divertido ofender gravemente como forma de hacer daño a su supuesta interlocutora o interlocutor, cobijado en la impunidad, al otro lado de las redes sociales, jaleadas y reídas por una multitud, entusiasmada ante el linchamiento público, del que participan activamente, perfectamente organizados. Una cacería humana

Hay de todos los tipos y formas, como entresacado de un código antiguo y reverenciado que explica que la mayor parte de los que se emplean guardan relación con todas las clases de opresión.

Un insulto no sólo es una manera de descargar el odio, la frustración, la impotencia… el miedo (¿inhabilitación?) de quien lo escupe, también es una forma de ejercer la violencia que persigue controlar, coaccionar, dañar y modificar la conducta de la persona que lo recibe.

Quien usa el insulto muestra una posición de poder, para discriminar o excluir.

Hay un vídeo aterrrador. Una crítica, legítima a un servicio hospitalario -en horario de trabajo-. Carga con tanta saña y crueldad con la responsable, con la complicidad y risitas de su amigo, que no puedo más que pensar en la aludida. Se me olvida el mensaje. Pienso en esa mujer, en si tendrá hijos o no, en esos pequeños en clase, si los tuviera, en su familia... Porque solo puedo ver a una mujer. Una víctima. Y pienso en los que jalean, y esas mujeres que aplauden el escarnio público.

Y siento rabia e impotencia, como la que Candel debió experimentar cuando le atacaron con pintadas ofensivas, amenazándolo de muerte, en la puerta de su casa. Soy capaz de sentirlo. Porque somos humanos, ¿verdad?

“No pasa nada, es sin mal intención”, dirán algunos y algunas; justifican otras y otros… Pero yo me pregunto, y si no hay mala intención, ¿por qué usar semejantes insultos y hacerla pasar por semejantes humillaciones?

¿No sería suficiente con argumentar una queja, una denuncia, un mal funcionamiento de un servicio público esencial como es la sanidad pública, tan amenazada?

Qué necesidad de vejar, humillar, insultar para quien ha logrado expresar el no a la fusión hospitalaria con las mayores movilizaciones de Granada y logró que se revirtiera, aunque el final de todo está por ver.

¿No está la Justicia? Y aunque nada debe escaparse de la crítica razonada, la cuestionamos por supuesto cuando no nos da la razón, pero eso sí, la elogiamos cuando nos avala.

¿Pero qué sociedad estamos construyendo? Una sociedad no puede construirse sobre el insulto, el desprecio al otro, la vejación la humillación.

Algo sobre Periodismo

¿Pero qué sociedad estamos construyendo? Una sociedad no puede construirse sobre el insulto, el desprecio al otro, la vejación la humillación

Ninguna (o casi ninguna, obviamente) esfera social, sindical y política ha quedado fuera de las agresiones verbales. Con nombres y apellidos. Incluido, como en las supuestas democracias y dictaduras, los ataques a algunos medios de comunicación y a periodistas o columnistas concretos.

Obvio las razones de esos ataques furibundos. Cuando alguien se convierte en un personaje público, también un ciudadano que hace política, le gusta, por encima de todo, que la prensa le trate bien. Y detesta, por el contrario, la menor crítica y las informaciones que le aluden pero le desagradan. Conozco a personajes públicos, muy dignos, que también los hay, por supuesto, que aguantan con buena cara el chaparrón. Y otros que reaccionan con furibundas soflamas, que se retratan.

Ser ciudadanos de este mundo y demócrata,-aunque gastada la Democracia y siempre en necesidad de mejora-, obliga, al menos, educación y decoro. Y a un personaje público, más. Ser buena persona, hasta que se demuestre lo contrario, se le presupone siempre a alguien.

No hay periodista, como tampoco ser humano, se dedique a lo que se dedique, en posesión de la verdad absoluta.

Nadie se merece ser atacado, vilipendiado, vejado… tampoco un periodista o una periodista, por firmar una información que disguste. Mecanismos para corregir la información los hay siempre. Pero el insulto, nunca.

En la escalada verbal siento vergüenza de escuchar, ver, en un vídeo llamarle a un compañero ‘maricón’, consciente por sus comentarios del insulto y entrar por la puerta principal a la homofobia.  

Son muchos y muchas las víctimas entre periodistas. Y todos y todas coinciden en su valentía en el ejercicio de su profesión. Qué curioso

Y entre los ataques de la cacería, el más común de ‘vendido’, ‘adicto al régimen’, repetido como como un mantra, que se dispara como un robot posteador o bot.

Son muchos y muchas las víctimas entre periodistas. Y todos y todas coinciden en su valentía en el ejercicio de su profesión. Qué curioso.

Para todos ellos y ellas, nuestra solidaridad y respaldo sin fisuras, frente a la indiferencia de colegios profesionales, asociaciones de la prensa- que en Granada no existe-, que miran hacia otro lado, y el silencio de los medios tradicionales.

Todo nuestro reconocimiento desde El Independiente de Granada, convencidos, de que hay luces que avivan la esperanza del Periodismo. Desde nuestra humildad, aspiramos a encender nuestra vela, como medio independiente, plural y comprometido, que con nuestros errores y aciertos, tratamos de cumplir, desde criterios estrictamente profesionales.

Solo exigimos respeto.  

Para cualquiera que trabaja con dignidad.

Porque ninguna sociedad libre puede edificarse sobre los cimientos del insulto, el desprecio y el odio al otro.  Nunca. Jamás.

Juan I. Pérez, director de El Independiente de Granada