'Squid dan otro paso hacia las fronteras del rock'

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 12 de Febrero de 2025
Squid – 'Cowards'.
Portada de 'Cowards', de Squid.
Discos Marcapasos.
Portada de 'Cowards', de Squid.

Tras la disolución de black midi el año pasado y con Black Country, New Road entrando en una fase diferente, en la que tienen otros referentes y exploran otras sonoridades, Squid han quedado como los últimos miembros activos del club de lectura de Slint. Los aficionados al rock más experimental aguardaban la llegada de su tercer LP, Cowards, con expectación: ¿serían capaces de mantener el altísimo nivel de sus anteriores trabajos y seguir siendo los grandes abanderados del art rock en la segunda mitad esta década, tan fecunda para el género? La respuesta, en mi opinión, ha sido un sí rotundo: Cowards es otro discazo que ensancha los horizontes sonoros de la música de guitarras. Los de Brighton ya tenían una identidad perfectamente definida cuando lanzaron su debut, Bright Green Field (2021), pero poco queda ya de las progresiones lineales y los ritmos repetitivos de inspiración kraut de aquel álbum. Incluso los impulsos más prog y la densidad instrumental que caracterizaban a su segundo álbum, O Monolith (2023), aunque persisten, tienen un menor peso en este nuevo disco. Lo que más destaca de las canciones de Cowards es la diversidad de formas que encuentra el grupo para construirlas y adornarlas.

Y qué decir de la final “Well Met (Fingers Through the Fence)”, que a lo largo de sus ocho minutos no deja de evolucionar ni de sorprender ni un solo momento, empleando texturas que van de lo espeluznante a lo exultante, y que acaba con una mezcla de vientos, cuerdas, clavicordio y una potente percusión distorsionada que resulta bella y estremecedora a partes iguales

Así, “Crispy Skin”, el primer single, puede recordar más en su desarrollo a los temas del álbum anterior, acumulando capas y más capas de instrumentos, si bien con una prominencia mucho mayor del bajo, que retumba con una fuerza asombrosa. En cambio, “Showtime!” llama la atención por la capacidad de llenar por completo la mezcla con muchos menos instrumentos (aparte de por el increíble tramo intermedio, lleno de efectos electrónicos), y la extraordinaria “Blood on the Boulders” es aún más minimalista, con ese groove tan peculiar y sutil, un admirable ejercicio de contención. Por su parte, “Cro-Magnon Man” tiene una base muy robusta, arrolladora, que se rodea de enervantes sonidos distorsionados; mientras que “Fieldworks I” es con mucho la canción más luminosa, construida sobre un sencillo riff de clavecín. “Cowards”, a su vez, convierte un agradable riff de guitarra en un paisaje de pesadilla gracias a unas cuerdas inquietantes, antes de que unos vientos gloriosos transformen por completo la canción. Y qué decir de la final “Well Met (Fingers Through the Fence)”, que a lo largo de sus ocho minutos no deja de evolucionar ni de sorprender ni un solo momento, empleando texturas que van de lo espeluznante a lo exultante, y que acaba con una mezcla de vientos, cuerdas, clavicordio y una potente percusión distorsionada que resulta bella y estremecedora a partes iguales.

Dentro de toda esta diversidad, hay un par de elementos recurrentes en la mayoría de los temas del disco que resultan novedosos para Squid. La primera es el uso de las cuerdas, de la mano del Ruisi Quartet

Dentro de toda esta diversidad, hay un par de elementos recurrentes en la mayoría de los temas del disco que resultan novedosos para Squid. La primera es el uso de las cuerdas, de la mano del Ruisi Quartet. Los británicos emplean este recurso de maneras muy diferentes: ya he mencionado el tono vagamente amenazador que adoptan las cuerdas en el inicio de “Cowards”, y algo similar ocurre hacia el final de “Fieldworks I”; en cambio, en “Fieldworks II” tienen un dramatismo casi cinematográfico, como de banda sonora; en “Building 650”, a su vez, tienen una fuerza enorme, imponiéndose incluso a los instrumentos eléctricos con sus ecos del mítico arreglo de “Kashmir”, de Led Zeppelin. Por último, está “Showtime!”, donde destaca especialmente la forma en que las cuerdas complementan los extraños efectos electrónicos del tramo medio, reforzando la sensación de caos. El otro elemento recurrente son los coros, que hasta ahora habían sido anecdóticos en la música del grupo, pero aquí se vuelven esenciales en varios cortes. Es el caso de “Cro-Magnon Man”, donde el agudo tono de las voces en el estribillo refuerza el efecto escalofriante de toda esa distorsión, o de “Well Met”, donde al principio tienen un carácter casi lúdico, mientras que después consiguen elevar la potencia emocional del crescendo final.

A cambio, es también su disco más equilibrado: no hay ninguna canción que destaque para mal, apenas hay pasajes realmente flojos

En relación con ello, hay que decir que el uso de la voz supone uno de los mayores puntos de contraste entre los primeros Squid y los actuales: mientras que antaño Ollie Judge tendía a cantar a gritos, en consonancia con el mayor vigor post-punk de su música por entonces, en la actualidad explora muchos más registros y consigue transmitir emociones más sutiles y complejas. Esto a veces tiene una contrapartida: la riqueza e ingenio de sus arreglos no se traduce necesariamente en canciones pegadizas, y está claro que Cowards es su disco con menos hits. A cambio, es también su disco más equilibrado: no hay ninguna canción que destaque para mal, apenas hay pasajes realmente flojos (el puente de “Cro-Magnon Man”, que al principio deja bastante frío, mejora conforme avanza hasta convertirse en un outro fascinante), y el tracklist fluye de maravilla. Incluso la canción más cuestionable, “Fieldworks”, gana bastante al quedar dividida en dos partes diferenciadas, sobre todo porque la primera, con sus arreglos más luminosos, supone un necesario respiro en un álbum, por lo demás, tendente a lo angustiante y hasta a lo opresivo.

No en vano, desde el momento en que se anunció el lanzamiento se insistió en un aspecto: Cowards es un disco conceptual sobre el mal. Inmediatamente me llamó la atención que siguieran los pasos de black midi y dedicaran su tercer álbum a esta temática

No en vano, desde el momento en que se anunció el lanzamiento se insistió en un aspecto: Cowards es un disco conceptual sobre el mal. Inmediatamente me llamó la atención que siguieran los pasos de black midi y dedicaran su tercer álbum a esta temática. Y aquí hay que destacar otro aspecto en el que el grupo no deja de mejorar: sus letras. En general, cuentan una historia, pero frente a la verborrea hiperdetallada de los versos de Geordie Greep, estos tienen el punto justo de ambigüedad para no resultar obvios, algo que sería fatal al tratar temas tan oscuros: se me ocurren pocas cosas más perezosas que hacer un disco sobre el mal y quedarse en el morbo. Es mucho más interesante estudiar el morbo, como parecen hacer en “Blood on the Boulders”. En cualquier caso, casi siempre dejan alguna frase capaz de erizarte la piel: “The blood drips, drips faster than you can think” (“Crispy Skin”), “A flame could melt almost anything” (“Building 650”), “You don't need a plan/Beauty is the devil's shade and I'm a god-fearing man” (“Fieldworks I”), “It's always raining in the castle, but never outside” (“Cowards”)...

No en vano, desde el momento en que se anunció el lanzamiento se insistió en un aspecto: Cowards es un disco conceptual sobre el mal. Inmediatamente me llamó la atención que siguieran los pasos de black midi y dedicaran su tercer álbum a esta temática

No obstante, si he dejado esta cuestión para el final es porque, en mi opinión, lo que hace grande a Cowards no es tanto su ambición conceptual, sino su forma de ampliar el universo sonoro de Squid. Antes he mencionado que en algunas canciones las cuerdas recuerdan a una banda sonora; no he podido evitar acordarme del trabajo reciente de Jonny Greenwood, y eso me ha hecho pensar en Radiohead. Diría que, en lo referente al sonido, Cowards se parece menos que O Monolith a la música del grupo de Oxford. Sin embargo, sí que siento que estamos ante la confirmación de que Squid son herederos suyos en ese afán por desafiarse a sí mismos, yendo siempre un paso más allá con cada nuevo álbum a la hora de deconstruir su propio proceso compositivo, ignorando las convenciones del rock si es necesario. Quién sabe hasta dónde nos llevarán en próximas entregas; lo importante es que el viaje está siendo alucinante.

Puntuación: 8.5/10

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com