'Catalina de Erauso'
Quieren que poco a poco nos vayamos acostumbrando a usar el neolenguaje que deshumaniza a las mujeres, a que las voces feministas no se escuchen, a que las nuevas propuestas de las identidades de género –que de novedad tienen poco porque son bastante retrógradas- entren en los centros educativos para adoctrinar a la infancia y la adolescencia sobre la irrelevancia del sexo, pero el Feminismo no va a claudicar. Tres siglos de lucha no van a silenciarse para dejar todo el protagonismo a un colectivo muy minoritario aunque bien untado de dinero, que pretende arrasar con todas las políticas que tienen como objetivo conseguir la igualdad real entre mujeres y hombres.
Lo que desconcierta, cuanto menos, es que instituciones consideradas como un referente se plieguen también a los delirios del 'brilli brilli' y se sitúen del lado contrario a la seriedad y el sentido común
Lo que desconcierta, cuanto menos, es que instituciones consideradas como un referente se plieguen también a los delirios del brilli brilli y se sitúen del lado contrario a la seriedad y el sentido común. Es lo que ha ocurrido con el Instituto Cervantes, dirigido por Luis García Montero a quien conocemos muy bien en Granada. La persona encargada de las redes sociales –se supone que el director no se ocupa de esas cosas- tuvo la ocurrencia de tildar a la escritora Catalina de Erauso como ‘mujer trans’ en un mensaje publicado en la red social Twitter (ahora X) dedicado a una excelente iniciativa del propio Instituto titulada Tan sabia como valerosa en la que recoge las obras de algunas escritoras de los siglos XVI y XVII.
Una pena que tan loable iniciativa que tiene como objetivo recuperar las figuras de escritoras cuyas trayectorias han pasado desapercibidas para el público, en general, se vea salpicada por el revisionismo histórico de quienes se sienten cerca de eso que llaman identidades de género.
Una pena que tan loable iniciativa que tiene como objetivo recuperar las figuras de escritoras cuyas trayectorias han pasado desapercibidas para el público, en general, se vea salpicada por el revisionismo histórico de quienes se sienten cerca de eso que llaman identidades de género. Flaco favor, estimado señor García Montero, le hacen a una institución cuya finalidad es expandir nuestra cultura por el mundo si van restando mujeres valerosas, como indica el nombre de su propia actividad, para sumar sus trayectorias vitales a un conjunto de estereotipos que el feminismo pretende derribar.
Catalina de Erauso, conocida también como la monja alférez, fue una joven nacida en San Sebastián a finales del siglo XVI que se negó a cumplir los designios del destino que le habría tocado acatar sólo por nacer mujer. A muy temprana edad y a pesar de haber sido recluida en un convento para ser educada como una joven de su época y ligar su vida a un hombre a través del matrimonio, decidió que ese final no estaba hecho para ella. Se cortó el cabello, se vistió de hombre, ocultó su sexo, y se embarcó en peligrosas aventuras no exentas de riesgo en España y el Nuevo Mundo. Utilizó distintos nombres de varón – Pedro de Orive, Francisco de Loyola, Alonso Díaz Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso- para formar parte de distintos ejércitos alcanzando el grado de alférez. Escribió su propia autobiografía que permaneció inédita hasta 1829.
Que las mujeres hayan tenido que vestir como hombres para poder ser libres no es nada nuevo. Lo sabemos. De ahí a considerar que este detalle de vestimenta la convierta en un varón o mujer trans es algo muy distinto
Que las mujeres hayan tenido que vestir como hombres para poder ser libres no es nada nuevo. Lo sabemos. De ahí a considerar que este detalle de vestimenta la convierta en un varón o mujer trans es algo muy distinto. Catalina se adueñó de su destino, se enfrentó a quienes querían decidir por ella y rechazó los moldes donde querían que encajara. Falsear la historia, empeñarse en adaptar los nuevos corsés de las identidades a figuras que vivieron hace cinco siglos es, simplemente, ridículo. Muchas han sido las escritoras que tuvieron que esconderse tras nombres masculinos para hacerse un hueco en el mundo editorial. Las hermanas Brontë (Charlotte, Emily y Anne) decidieron publicar bajo nombres de hombres para ser leídas. No es necesario recordar que novelas como Jane Eyre o Cumbres Borrascosas son dos hitos de la literatura inglesa. Amandine Dupin publicó sus escritos con el nombre de George Sand y no dudaba en utilizar ropas masculinas para moverse con más libertad por París y acceder a lugares donde la presencia femenina estaba vetada. En nuestro país, sabemos que Fernán Caballero era, en realidad, Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea, y que Carmen de Burgos, la periodista almeriense primera corresponsal de guerra también firmó algunos de sus escritos con el pseudónimo Gabriel Luna.
Realmente, es inexplicable ese empeño por llevar al mundo de los unicornios a mujeres que, simplemente, han querido dedicarse a tareas, como la escritura, reservadas durante siglos a los varones en exclusiva
Realmente, es inexplicable ese empeño por llevar al mundo de los unicornios a mujeres que, simplemente, han querido dedicarse a tareas, como la escritura, reservadas durante siglos a los varones en exclusiva. Y es, además, muy curioso, que esta insistencia en desfigurar la realidad para adaptarla a lo que conviene en cada momento se aplique sólo a las mujeres. ¿A alguien se le ha ocurrido pensar que Juan Soto Viñolo, el periodista que escribía las contestaciones a las cartas que recibía el consultorio sentimental radiofónico de Elena Francis era trans por presentar sus recomendaciones a la audiencia como si de una mujer se tratara? Sería un verdadero despropósito hacerlo. Entonces, ¿por qué lo hacen con las mujeres?
No estaría de más que el Instituto Cervantes se disculpara porque las críticas al mensaje en redes sociales han sido demoledoras. No podemos permitirnos que una institución cultural de este prestigio se vea inmersa en los delirios sin seso de quienes quieren hacer del sexo un gran negocio.