'Paisaje después de la batalla (fiscal)'
Advierto que me refiero a una batalla política, que ha sido, es y será eterna, porque así lo son las batallas que confrontan modelos de sociedad y de vida. Y también porque, desafortunadamente, vivimos en la sociedad del impacto rápido, en la que un bulo dicho con "gracia" es capaz de convencer incluso a las personas y sectores más perjudicados por la decisión que pretende esconder el citado bulo. Por eso hablo de batalla, y me detendré en los aspectos más llamativos del "paisaje" que nos ha quedado después de la, llamemos, pequeña batalla fiscal librada en las últimas semanas.
Parece, por tanto, obvio que, en el actual contexto político, si se quieren mantener los niveles de justicia e igualdad (y así se desprende de la opinión mayoritaria ciudadana), proponer bajadas de impuestos es pésima solución, mientras que aumentar los grados de progresividad, es decir, subirlos a quienes más tienen, se configura como una vía de solución, adecuada y civilizada.
Reiteraré las obviedades sobre las que construyo mis argumentos. Pagar impuestos es una obligación para la ciudadanía, pues sin ellos, no sería posible ningún gasto público. Y, además, es una obligación de los poderes públicos, el cobrarlos y el establecer un sistema justo de recaudación que conlleve que quien más tenga, mas pague. Esa progresividad fiscal la exige nuestra Constitución, desde luego, como todas las Constituciones de nuestro entorno, incluso del más lejano. La exige la Unión Europea, el Banco Central europeo, el sentido común, y hasta el Santo Papa de Roma. Sin que, por esta última razón, hayamos visto sonrojarse a muchas y muchos devotos cristianos de misa semanal, sin embargo, partidarios y partidarias de ahogarnos en rebajas fiscales a tuti plen. Lo de ahogarnos es por lo de las "olas de rebajas de impuestos". Parece, por tanto, obvio que, en el actual contexto político, si se quieren mantener los niveles de justicia e igualdad (y así se desprende de la opinión mayoritaria ciudadana), proponer bajadas de impuestos es pésima solución, mientras que aumentar los grados de progresividad, es decir, subirlos a quienes más tienen, se configura como una vía de solución, adecuada y civilizada. Parece que hasta en la Gran Bretaña lo están entendiendo, si bien es verdad, que "a fuerza de tortas", o a golpes de cruda realidad.
La "tercera", la "quinta", la "sexta" bajada de impuestos, yo más que tú, que yo también me apunto al festival del disparate, que en esta cuadrilla todos y todas queremos torear
De modo que hemos asistido en nuestro país a lo que Javier Aroca denominaba "corrida fiscal", una suerte de burda competición de tirios y tirias (y algún troyano) lanzados a la subasta fiscal de a ver quien baja más los impuestos, ante un respetable en principio enardecido por la corrida, pero que parece que poco a poco, está despertando del letargo vespertino de tanto sinsentido y tanta demagogia barata. La "tercera", la "quinta", la "sexta" bajada de impuestos, yo más que tú, que yo también me apunto al festival del disparate, que en esta cuadrilla todos y todas queremos torear. Y el respetable que ya entiende que sin impuestos no hay hospitales, ni centros de salud. Y que, si los hay, no tienen profesionales que nos atiendan. Y si los hay, no son suficientes. Y mientras, los toreros y las toreras, dale que te pego con las rebajas.
Que ya vale de subastas y de cachondeos. Que, como decía mi abuela, en el Banco de España no hay una máquina de hacer billetes a la que se le puede aumentar la frecuencia para que haga más
Y en esto, que desde el poder central se plantea que ya está bien de bromas. Que, si queremos ofrecer servicios públicos de calidad y para todos, hay que pagar impuestos. Que ya vale de subastas y de cachondeos. Que, como decía mi abuela, en el Banco de España no hay una máquina de hacer billetes a la que se le puede aumentar la frecuencia para que haga más. Que los dineros salen de algún sitio o no salen. Y que ese sitio es el bolsillo de las españolas y españoles, en el que debe quedar lo que debe quedar, y lo demás, proporcionalmente a lo que quede, lo debe redistribuir el Estado entre toda la sociedad. Para, entre otras cosas, mantenernos en el estado de civilización,que permite que no vivamos en una selva del "sálvese quien pueda", en este caso, el sálvese quien tenga.
Si algo va quedando claro tras este nuevo episodio de la "batalla fiscal" es que la mayoría de la sociedad "no se chupa el dedo" ni compra el discurso egoísta e insolidario de quien, por ver peligrar algunos de sus privilegios, pretende elevar a mandamiento de la nueva religión que lo suyo son las bajadas de impuestos. Queda claro que eso equivale a carecer de lo más elemental. Y por ahí no hay quien pase. Y queda claro, también, que por muy bien que algo pueda sonar en el oído y muy bonito y saleroso que se adorne al expresarlo, por encima de todo, prima la cabeza, la razón, el ser parte de un colectivo amplio que se reconoce en la justa distribución de las cargas, como mejor manera de organizar su convivencia. ¡Y seguimos dando la batalla¡