'No soy un buen padre'
Hace unos días, mientras jugaba en un parque con mi hija escuché de soslayo la conversación de dos mamás. Una de ellas, muy compungida, trataba de explicar a la otra lo cansada que estaba y lo difícil que era hacer que obedeciera su pequeño de dos años y la otra desviaba la conversación con frases hechas: «Todos son iguales», «ya cambiará», «es lo que nos toca». A mí me daban ganas de acercarme a la primera mujer y animarle a seguir contándome sus problemas porque era evidente que necesitaba desahogarse, pero también lo era que su interlocutora no estaba por la labor.
Un informe reciente de la Universidad de Ohio pone de manifiesto que el 66% de los progenitores trabajadores cumple con los criterios de lo que se conoce como el agotamiento parental
Un informe reciente de la Universidad de Ohio pone de manifiesto que el 66% de los progenitores trabajadores cumple con los criterios de lo que se conoce como el agotamiento parental, un síndrome que conjuga la presión por el trabajo con el agotamiento por el cuidado de los hijos y que, como no, son más propensas a sufrir las mujeres: un 68% de ellas lo padecen, mientras el porcentaje entre hombres es de un 42%.
Conozco casos de trabajador@s que piden a sus jefes conciliar la vida familiar y laboral y como respuesta reciben un ascenso, algo que podría parecer una mejora pero que, en definitiva, muchas veces, se traduce en mayor sueldo, pero a costa de mucho más trabajo. En este país seguimos considerando la labor familiar como un suplemento elegido y no está bien visto quejarse en exceso, tanto es así que hablar de lo duro que es criar a un hijo se ha convertido en un tabú.
Excepto aquellos que han tenido a un santo como descendiente, los demás vivimos circunstancias familiares semejantes y no por eso somos lo peor, por más que nos lo repitamos en cada momento de estrés
Seamos sinceros: todos los padres hemos perdido los nervios alguna vez con nuestros pequeños, nos hemos sentido estresados, impotentes, hartos de la vida… todos hemos llegado a odiarles por un instante en alguna ocasión, hemos imaginado que los estampábamos contra la pared o nos hemos encerrado en el servicio para liberar nuestros nervios a través de las lágrimas. Nadie cuenta esa parte, pero existe. Hay madres, especialmente, que duermen apenas unas horas en toda la noche porque el niño tiene pesadillas, le están saliendo los dientes o simplemente no quiere dormir, que después de una intensa jornada laboral, le dedican tanto tiempo que no se acuerdan de la última vez que se detuvieron a mirarse al espejo o a hacer algo específico para ellas. Durante varios años, esos padres relegan su vida, se olvidan de ella con el fin de atender las necesidades del menor. Y no es que lo hagan como un sacrificio inevitable, al contrario, saben que es lo que han elegido, que adoran a su pequeño, pero ese amor no es suficiente como para evitar que surjan momentos de desesperación inseparables de la crianza. Y lo peor de todo es que est@s supermadres y superpadres se ven abocados al silencio, a compartir con los demás solo la parte positiva de la historia. Por eso, parece que tus hijos son los peores cuando oyes a los demás hablar de las lindezas de los suyos con una sonrisa en la cara, mientras tú lidias con caprichos, enfados injustificados, gritos infantiles y negativas continuadas a obedecer que igualmente prefieres callar por miedo al qué dirán, y no es cierto que sean mucho más problemáticos que los demás. Excepto aquellos que han tenido a un santo como descendiente, los demás vivimos circunstancias familiares semejantes y no por eso somos lo peor, por más que nos lo repitamos en cada momento de estrés.
Ya no se trata únicamente de amarles sino que, además, eres responsable de dotarle con todas las características precisas para convertirles en aquello que te exige la sociedad con el fin de que no entorpezca el desarrollo de la misma
Hace unas décadas, se consideraba malos padres a aquellos que no querían a sus hijos, pero hoy es mucho más complejo: se nos exige ser comprensivos, buscar el diálogo y no la confrontación, una guía para las tareas scolares, conservar la paciencia, suplir con las necesidades materiales (la bicicleta, la videoconsola, el patín eléctrico, etc.), y finalmente, cuando no se cumplen las expectativas que hemos puesto en ellos desde que nacieron, por supuesto, la responsabilidad siempre acabará recayendo en nosotros. Ya no se trata únicamente de amarles sino que, además, eres responsable de dotarle con todas las características precisas para convertirles en aquello que te exige la sociedad con el fin de que no entorpezca el desarrollo de la misma. Si le gritas en la calle a tu hijo puede ser que un desconocido te lo afee y si le das un cachete en el trasero es posible que incluso te amenace con denunciarte; la mayoría de las veces, lo hará quien tuvo hijos hace tiempo o quién nunca los piensa tener, porque siempre es más fácil juzgar aquello que te molesta de los demás que lo que ves en ti mismo.
No era tan frecuente en los años cincuenta del siglo pasado, pero el hecho es que hoy en día la vida familiar muy habitualmente tiene que complementarse con jornadas laborales agotadoras sin que se note; es decir, que tienes que ser madre o padre como si no trabajaras y has de trabajar como si no fueras padre o madre
No era tan frecuente en los años cincuenta del siglo pasado, pero el hecho es que hoy en día la vida familiar muy habitualmente tiene que complementarse con jornadas laborales agotadoras sin que se note; es decir, que tienes que ser madre o padre como si no trabajaras y has de trabajar como si no fueras padre o madre. Esa presión acaba explotando por algún lado, sobre todo en una sociedad en la que la baja natalidad hace que no sea tan fácil encontrar referentes externos como antes. En épocas pasadas, nuestros progenitores aprendían por imitación o consulta, siempre había a mano alguien cercano con hijos pequeños a quien preguntar; ahora, sin embargo, los padres con niños son solo una pequeña parte de la población y aquellos que los tuvieron hace unos años tardaron dos segundos en olvidar los traumas.
No es culpa de los progenitores, ni de los niños, por supuesto, es una forma de estratificación social que prefiere no apuntar hacia la conciliación familiar porque es más cómodo ignorarla aunque eso esté incidiendo directamente en el crecimiento del índice de natalidad.
Hemos creado una sociedad frenética y materialista que nos aboca a conformamos con poner nombre a todo y ahora esta investigación de Ohio ha servido para identificar este síndrome de agotamiento parental
Hemos creado una sociedad frenética y materialista que nos aboca a conformamos con poner nombre a todo y ahora esta investigación de Ohio ha servido para identificar este síndrome de agotamiento parental. El siguiente paso debería ser atajarlo, afrontarlo, ofrecer herramientas para trascenderlo, pero eso ya requiere de una actuación de los gobiernos y un cambio en el modo de vida de los humanos que priorizamos el dinero y el trabajo o que valoramos a las personas en función de lo que generan económicamente, así que es muy posible que nos conformemos con haber puesto nombre a esta situación de vida que incide directamente en la infelicidad de quienes la padecen y que sigamos dándole la espalda o esperando a que pase lo más rápido posible sin que nadie se entere para poder ingresar en el grupo de críticos y juzgadores y dejar así de ser las víctimas.