'Gestos que cambian el mundo'
Era una risueña niña de nueve años. Su madre regentaba el mejor restaurante de la ciudad y su familia disponía de tierra suficiente como para que la pequeña no sufriera carencias; incluso disfrutaba de ir al colegio. Hasta el 8 de junio de 1972. Todo cambió la mañana de ese día. En mitad de la guerra, un avión sobrevoló la aldea Trang Bang, en Vietnam del Sur, y el mundo se tornó en oscuridad, según Kin Phuc Phan Thi recuerda para The New York Times: «Solo tengo memorias intermitentes de ese día terrible. Estaba jugando con mis primos en el atrio del templo. Momentos después, un avión voló muy bajo y a toda velocidad, el ruido a su paso fue ensordecedor. Luego, hubo explosiones y humo y un dolor insoportable».
Seamos sinceros: la sociedad se ha vuelto tan mojigata y políticamente correcta que se ha extendido a un sector como el periodismo, antes caracterizado por retratar la cruda realidad, y que ahora prefiere edulcorarla con el fin de no infringir un dolor excesivo al espectador
En plena invasión de Vietnam, el aparato había soltado napalm, un combustible que se adhiere a la piel quemándola y dejando a quien le toca secuelas imborrables para el resto de su vida.
Fue justo en esa huida cuando el joven fotógrafo de veintiún años survietnamita Nick Ut, que trabajaba para The Associated Press, tomó la instantánea de la niña desnuda junto a otros cuatro niños, precediendo a un grupo de soldados y cuyo gesto de desesperación y de profundo dolor quedó grabado en el subconsciente colectivo de la sociedad occidental del momento e incluso se convirtió en un símbolo contra las guerras. Se cumplen ahora cincuenta años de aquella imagen que es imposible que deje indiferente a nadie porque se incrusta en lo más profundo de nuestra humanidad: la vulnerabilidad de los niños frente a la guerra, su inocencia, el sufrimiento gratuito e innecesario de una población que ni pide nunca guerras ni las apoya, simplemente las padece y paga el coste de los actos inconscientes que las provocan.
Seamos sinceros: la sociedad se ha vuelto tan mojigata y políticamente correcta que se ha extendido a un sector como el periodismo, antes caracterizado por retratar la cruda realidad, y que ahora prefiere edulcorarla con el fin de no infringir un dolor excesivo al espectador. Posiblemente, hoy en día no sería fácil que una instantánea como esa se publicara, habría voces que clamarían por evitarlo.
Unos minutos antes de comenzar el programa nos informaron de que la emisión del reportaje se retrasaba hasta que en un instante determinado nos explicaron que se había caído de la escaleta, que los directivos del canal habían estudiado las imágenes y las consideraban demasiado crudas para emitirlas, así que las habían eliminado
Cuando empecé en esta profesión, nos esforzábamos en captar la mejor imagen, en conseguir el testimonio más duro y sincero, hasta que, por algún motivo, empezamos a reblandecernos aconsejados por nuestros jefes. Recuerdo perfectamente el día en el que grabamos la sábana que tupía el cuerpo de la última víctima de violencia de género del momento, tumbada sobre la camilla que se introducía en un coche fúnebre, y la enviamos con la certeza de que hacíamos nuestro trabajo tal y como siempre lo habíamos hecho. Los jefes consideraron que era impactante porque éramos los únicos que la teníamos y decidieron preparar infinidad de conexiones en directo desde el lugar de los hechos. Curiosamente, unos minutos antes de comenzar el programa nos informaron de que la emisión del reportaje se retrasaba hasta que en un instante determinado nos explicaron que se había caído de la escaleta, que los directivos del canal habían estudiado las imágenes y las consideraban demasiado crudas para emitirlas, así que las habían eliminado. De este modo, lo que hasta aquel día fue habitual, por algún motivo, dejó de serlo. Para entonces, tanto reporteros como operadores de cámara teníamos claro que no se podían emitir fotogramas de cadáveres o cuerpos dañados, pero lo que no acabábamos de entender era que ni siquiera se pudiera mostrar una sábana blanca que ponía imagen al terrible drama de la violencia machista.
"Agradezco el poder de esa fotografía a los 9 años, tanto como agradezco la travesía de mi vida desde entonces"
El joven Nick Ut tomó la fotografía y después acudió a cubrir a la niña con una manta antes de llevarla a un hospital y salvarle la vida, eso es lo que recuerda la protagonista, que además sigue poniendo en valor tanto al reportero gráfico como su trabajo: «Llevo las consecuencias de la guerra en el cuerpo. Esas cicatrices, físicas o mentales, no se olvidan nunca. Agradezco el poder de esa fotografía a los 9 años, tanto como agradezco la travesía de mi vida desde entonces. Mi horror —que apenas recuerdo— se volvió universal. Con el tiempo he llegado a sentirme orgullosa de haberme convertido en un símbolo de la paz. Me tomó mucho tiempo aceptarme como persona. Puedo decir, 50 años después, que me alegro de que Nick haya capturado ese momento, a pesar de todas las dificultades que me ha traído esa imagen».
Más allá del hecho de que el fotógrafo ganara con ella el Premio Pulitzer, lo fundamental fue que se convirtió en un símbolo de paz para el mundo, que la guerra del Vietnam empezó a verse con otros ojos distintos a los que se reflejaban hasta ese instante
Más allá del hecho de que el fotógrafo ganara con ella el Premio Pulitzer, lo fundamental fue que se convirtió en un símbolo de paz para el mundo, que la guerra del Vietnam empezó a verse con otros ojos distintos a los que se reflejaban hasta ese instante y que la imagen fue el primer paso hacia la paz en aquel conflicto armado. Hasta ese punto fue importante su difusión.
Creemos que por girar la cabeza o evitar ver la fealdad del mundo dejará de existir, como cuando una niña pequeña se tapa los ojos y, con una sonrisa pícara, le dice a su padre que no la puede ver. Uno de los objetivos del periodismo fue siempre mostrar el mundo y sus injusticias, aunque parece que eso está cambiando y ahora nos conformamos con enseñar únicamente aquello que nos permite un diminuto lobby de poder, sin tener en cuenta aspectos fundamentales como la objetividad, la credibilidad, la veracidad y la verdad de las noticias que difundimos.