Sierra Nevada, Ahora y siempre.

'Filosofía para tiempos crudos'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 8 de Mayo de 2022
Copia romana del busto griego de Epicuro del siglo II d.c.
Copia romana del busto griego de Epicuro del siglo II d.c.
'A quienes no se dejan confundir por expresiones vanas, sino que miran sencillamente hacia los hechos reales'. Epicuro

Vivimos tiempo crudos, crisis de todo tipo, incluidas guerras, pandemias y aberraciones políticas que el sueño de la razón creía haber dejado atrás hace tiempo. Mientras esperamos a ver a cuál de los siete jinetes del apocalipsis le toca el turno ahora, no está mal recordar esa maldición de la antigua china en la que te amenazaban gritándote: ¡ojalá vivas tiempos interesantes! Que vivimos tiempos tan interesantes como estresantes de eso no cabe duda. No es la primera vez, y desgraciadamente para la humanidad, seguro que no será la última. Nada mejor, para tratar de surfear sin ahogarnos en las consecutivas olas de desgracias que se nos han venido encima, que aprender de sabios antiguos cómo sobrevivir a tiempos tan intempestivos como interesantes.

Los poderes públicos no parecen demasiado preocupados por educar a nuestras generaciones futuras con la sabiduría necesaria para sobrevivir a la concatenación de crisis por venir, pero tal y como diría Epicuro, siempre queda la resistencia ante la ceguera de una mayoría atolondrada

Los poderes públicos no parecen demasiado preocupados por educar a nuestras generaciones futuras con la sabiduría necesaria para sobrevivir a la concatenación de crisis por venir, pero tal y como diría Epicuro, siempre queda la resistencia ante la ceguera de una mayoría atolondrada. No hace falta para resistir más que una cosa: vivir de manera diferente a cómo ellos viven, pensar de manera diferente a cómo ellos piensan, sentir de manera diferente a cómo ellos sienten, querer de manera diferente a cómo ellos quieren, sin rencor y sin amargura, con la amistad sin fronteras como el bien más preciado que la naturaleza nos ha concedido.

Y si además de ser honestos somos coherentes, cuestión casi tan complicada como la honestidad, aprenderemos a diferenciar qué dolores hemos de evitar, qué angustias hemos de sortear, y qué placeres nos benefician y cuáles solo nos provocarán más daños que beneficios

Uno de los filósofos más calumniados de la antigüedad, y una de las filosofías más desprestigiadas, el hedonismo epicúreo, nos servirá de guía para sobrevivir de la manera más placida posible, pues de eso se trata, frente a todo aquello que se empeña en amargarnos la existencia en nuestros atolondrados tiempos contemporáneos. Enemigo de la religión, asqueado de la corrupción y degradación que se vivía en la sociedad de su época, de los dogmas que aprisionaban, practicó, pues de eso se trata, una manera de vivir tal y como se filosofa. Una filosofía donde no existían jerarquías, no existían prohibiciones salvo los consejos que dicta la sabiduría, donde todo el mundo era bienvenido, independientemente de sus orígenes, etnias, sexo. Dónde no se culpabiliza a los placeres por el mero hecho de serlos, y se evita el dolor y la angustia. Si somos honestos, todo ser humano busca el placer, y evita el dolor, nos decía el sabio griego. Y si además de ser honestos somos coherentes, cuestión casi tan complicada como la honestidad, aprenderemos a diferenciar qué dolores hemos de evitar, qué angustias hemos de sortear, y qué placeres nos benefician y cuáles solo nos provocarán más daños que beneficios.

La filosofía epicúrea emerge como faro ante un mundo hostil, una propuesta vital que únicamente encuentra la salvación en fundar una comunidad libre basada en la amistad, donde no se culpabiliza el placer, siempre que ni te perjudique a ti mismo, ni perjudique a otros a causa de tus acciones

La filosofía epicúrea emerge como faro ante un mundo hostil, una propuesta vital que únicamente encuentra la salvación en fundar una comunidad libre basada en la amistad, donde no se culpabiliza el placer, siempre que ni te perjudique a ti mismo, ni perjudique a otros a causa de tus acciones. Surge en una época lastrada por la repentina caída de Alejandro Magno; la solidaridad cívica de la polis se viene abajo, aumenta la desproporción entre ricos y pobres y aumenta la confrontación de clases entre los que tienen todo y los que ven como aumenta solo su pobreza; obreros, desposeídos, gente en paro. Los gobernantes de Atenas iniciaron una reforma para reconocer solo como ciudadanos con derechos a los que poseían riquezas en el 322 A.C., un año después de la muerte del joven macedonio que deseaba fundar un sueño cosmopolita más allá de las estrechas fronteras de la Grecia clásica.

No tus iguales en estatus social, ideas políticas o género, sino aquellos con un corazón lo suficientemente generoso para compartir sin poseer, para dar sin esperar una contraprestación, para solidarizarse y actuar si un amigo necesita ayuda

Ante el derrumbe de los marcos de referencia clásicos y la perdida de fe en que los poderes públicos te protejan, solo queda el repliegue ante sí mismo, pero no a la manera cínica escupiendo al mundo que te destruye, o como los estoicos renunciando a cualquier rebeldía y aceptando el sino que te ha sido dado, sino buscando a tus iguales con los que compartir destino, penas y alegrías. No tus iguales en estatus social, ideas políticas o género, sino aquellos con un corazón lo suficientemente generoso para compartir sin poseer, para dar sin esperar una contraprestación, para solidarizarse y actuar si un amigo necesita ayuda. Una comunidad, el Jardín epicúreo, donde el conocimiento no se ciñe a dogmas, donde no se juzga a nadie por sus orígenes o gustos o estatus, donde la jerarquía la da la sabiduría de tus propias acciones.

No solo es indecente y un insulto para los que no pueden permitírselo, sino estúpido, para tu propia felicidad, por innecesario y banal

Se aprende a controlar los apetitos porque una de las principales lecciones epicúreas es que la felicidad consiste en tener cubierto tan solo aquellos deseos que son naturales y necesarios. Comer alimentos sencillos, disponer de agua fresca, tener un techo bajo el que guarecerte y no morirte de frío o desesperarte por el calor. Solo necesitamos los consumibles imprescindibles para poder vivir con un mínimo de dignidad. Luego, puedes dedicarte a pequeños placeres, que eleven el disfrute de lo básico, es mejor una cama cómoda que un jergón, a veces un vaso de vino es mejor que un vaso de agua, o un viaje a algún lugar que permita que tu cabeza descanse y tu corazón desborde. Pero, aunque sea natural desear estas cosas no son necesarias. Si las disfrutas porque puedes conseguirlas sin pagar un precio demasiado elevado de tu bienestar físico y mental, estupendo, sino olvídate de ellas. Lo que es absurdo es desear lo que ni es natural ni es necesario; un resort de lujo con un yacusi con burbujas, un móvil nuevo porque tiene 5 pixeles más de definición que el que ya posees, y alimentar tu ego con esas zapatillas que valen tanto como el dinero que una familia se gasta en alimentar a sus hijos varias semanas. No solo es indecente y un insulto para los que no pueden permitírselo, sino estúpido, para tu propia felicidad, por innecesario y banal.

Tampoco nada de lo que conocemos del cosmos hace suponer que seamos algo más que una anécdota en el devenir de la naturaleza

Epicuro ofrece un manual de resistencia que desconfía de la naturaleza violenta y opresiva en la que se constituyen los poderes públicos. Los ecos de esta desconfianza arraigaran siglos después en los primigenios pensadores anarquistas. Al contrario que para los estoicos o los aristotélicos contemporáneos, o muchos otros filósofos posteriores, no cree que el ser humano deba nada a la colectividad establecida jerárquicamente. No tiene por qué comprometerse a algo que oprime, y no nos libera. Tampoco nada de lo que conocemos del cosmos hace suponer que seamos algo más que una anécdota en el devenir de la naturaleza. No hay propósito predefinido para nosotros, ni en lo social, ni en lo político, ni en la naturaleza. Mirar a dioses en busca de respuesta es el chocolate del loro, ni sirve para nada, ni te va a ahorrar las angustias, ni la soledad, ni te evita las luchas por el poder, ni los vanos anhelos y esperanzas frustradas del continuado conflicto por las migajas del estatus y la gloria social.

La receta epicúrea es sencilla; busca la serenidad en la vida a través de un estricto control de tus deseos espurios, y no permitas que nada ajeno a lo básico que te produce placer y te permite ser feliz te perturbe

La receta epicúrea es sencilla; busca la serenidad en la vida a través de un estricto control de tus deseos espurios, y no permitas que nada ajeno a lo básico que te produce placer y te permite ser feliz te perturbe. Algo de misantropía hay, pero quiénes de aquellos a los que les toca vivir en tiempos crudos, marcados por la intolerancia, la violencia y la estupidez colectiva, no se convierte en misántropo, aunque sea solo un poco: Cuando ya se tiene, en cierta medida, la seguridad frente a la gente, surge, cimentada en esta situación y el desahogo, La seguridad más límpida, que nace de la tranquilidad y del apartamiento de la muchedumbre (Máximas Capitales). 

El sabio llega a la felicidad a través del conocimiento que le permite sostener su visión individualista

El conocimiento del mundo, la ciencia, que te vacuna contra supersticiones vanas, contra misticismos varios o contra dogmas intolerantes, son básicos para ser feliz. El sabio llega a la felicidad a través del conocimiento que le permite sostener su visión individualista. Es la sociedad la que ha de ser útil para que el individuo alcance la felicidad, no al revés. Servir al colectivo por encima de la felicidad individual es absurdo, todo colectivo que te pida que sacrifiques tu propia búsqueda de la felicidad en aras a supuestos intereses colectivos está corrupto. La justicia no era pues algo por sí mismo, dice Epicuro, sino un cierto pacto acerca de no hacer ni sufrir daños, de acuerdo con las convenciones de unos y otros en repetidos encuentros y en ciertos lugares. Un contrato social para proteger la felicidad de cada individuo, frente a la voracidad ajena. Ese es el sentido primigenio del pacto por la justicia a través de la sociedad. Porque las leyes están establecidas para los sabios, no para que no cometan injusticias, sino para que no las sufran, continúa diciendo el filósofo de Samos. La justicia varía según contextos y épocas, pero lo que no varía a lo largo de los siglos es la solidez que para las pequeñas comunidades proporciona una verdadera amistad. Así pues, la justicia, la política, los pactos sociales son necesarios en cuanto redes de seguridad para buscar individualmente la paz y el sosiego de los placeres no destructivos que nos proporcionan felicidad. Todo lo que te cuenten que no sirva a ese fin, tiene, o fines espurios o fines malvados. Al menos, esa es la filosofía que nos recomienda Epicuro para tiempos crudos. Cada cuál que juzgue si le sirve o no.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”