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'Qué bien viven los maestros'

Blog - El Soniquete - Lucía Torres - Sábado, 30 de Octubre de 2021
Aula vacía.
Indegranada
Aula vacía.

Entre los estragos provocados por este capitalismo deshumanizado y las nuevas corrientes psicopedagógicas que abundan en subir la autoestima y desviar la responsabilidad ante los actos del niño/a, parece que aguantar humillaciones y continuas faltas de respeto va en el sueldo de los docentes.

Al menos los adultos que le rodean deberían estar de acuerdo y transmitirles a nuestros menores la idea de que adquirir unas habilidades, unos conocimientos y unos valores va a resultar beneficioso sobre el tipo de persona en la que te conviertas

Tras una semana en la que he tenido que escuchar a alumnos haciéndome sonidos orgásmicos a la espalda (no soy la única entre mis compañeras); estudiantes diciéndome a voces que no le caliente la cabeza y que está hasta los huevos de que los maestros le digan lo que tiene que hacer; pupilos que se niegan a entregar el móvil “porque es un objeto personal” o señalando  que no quieren hacer tales actividades, sino que preferirían otras y que por qué no pueden elegir, al llegar a casa, me he derrumbado al advertir que son demasiados los días en los que, por la tarde o en fin de semana, me siento alterada o triste. Hemos naturalizado el cuestionamiento continuo, las vejaciones y la desautorización de buena parte del alumnado (y, en ocasiones de los propios padres) como un signo ineludible de los nuevos tiempos. Una cruz con la que hay que cargar porque en algún momento de tu vida (ilusa de ti) creíste en el poder de la educación para hacer una sociedad mejor. Y porque, qué carajo, para eso vivís tan bien los maestros y profesores, con lo que cobráis y la cantidad de vacaciones que tenéis, que es lo que piensa todo aquel que no forma parte del colectivo o que no tiene a nadie cercano en él. Ya que cualquiera que viva esta realidad de cerca sabe la gran carga emocional y de frustración que lleva aparejada esta profesión, maltratada por unas administraciones que no destinan los recursos necesarios, que no escuchan lo que los profesionales tienen que decir para mejorar la educación y que, cada vez más, nos convierten en burócratas. Y por encima de esto, que el motivo primordial de tu trabajo: el alumnado, a menudo ofrezca una acogida desinteresada sobre el aprendizaje. No digo que un adolescente vaya a ser consciente del beneficio de recibir una educación y tenga que estar agradecido por ello (¿por qué tendría que estarlo, si puede que su formación no le proporcione una mejor calidad de vida?), pero al menos los adultos que le rodean deberían estar de acuerdo y transmitirles a nuestros menores la idea de que adquirir unas habilidades, unos conocimientos y unos valores va a resultar beneficioso sobre el tipo de persona en la que te conviertas.

Si algunos pudieran mirar por un agujero lo que dicen o hacen sus hijos en clase o en el patio del recreo, a poco que tuvieran un poco de sensibilidad, acabarían avergonzados y replanteándose qué ha pasado para tales resultados

Cuando se habla de educación, se cargan todas las tintas sobre los gobiernos y se clama por un pacto que libere a este vital servicio público de los vaivenes partidistas. O se responsabiliza directamente al profesorado con la ya pregunta retórica: “¿Qué les enseñan a estos niños en el colegio?”. Sin embargo, como bien sabemos, somos seres culturales y nos educamos desde que nos levantamos a través de todos los ámbitos que nos rodean, sean o no instituciones propiamente educativas: familia y amigos, centros educativos, publicidad, medios de comunicación, centro de trabajo, redes sociales, iglesias, centros culturales, deportivos y de ocio…

Sin duda, el entorno familiar es el referente más influyente, por lo que se hace inevitable apelar a la responsabilidad familiar a la hora de poner límites a sus hijos/as y clarificarles qué conductas y actitudes son intolerables en las relaciones con los demás si no desean que sus hijos se conviertan en unos tiranos incapaces de acatar normas y convenciones sociales o unos narcisistas con ínfulas de semidioses recostados por encima del bien y del mal. Si algunos pudieran mirar por un agujero lo que dicen o hacen sus hijos en clase o en el patio del recreo, a poco que tuvieran un poco de sensibilidad, acabarían avergonzados y replanteándose qué ha pasado para tales resultados.

El establecimiento de límites no les corresponde solo a las familias, también las empresas cuya actividad de negocio tenga una repercusión directa sobre el imaginario colectivo de la juventud, requieren una regulación que proteja a nuestros niños y jóvenes. No todo vale en la carrera por la obtención de beneficios

No obstante, el establecimiento de límites no les corresponde solo a las familias, también las empresas cuya actividad de negocio tenga una repercusión directa sobre el imaginario colectivo de la juventud, requieren una regulación que proteja a nuestros niños y jóvenes. No todo vale en la carrera por la obtención de beneficios. Si lanzamos el mensaje de que el insulto y la humillación es la moneda de cambio en debates y tertulias; de que puedes hacerte rico haciendo o diciendo barbaridades sin necesidad de esfuerzo; que el machismo y el sexismo hace vender productos; que la corrupción no tiene consecuencias; que el racismo y la aporofobia tiene su lugar en los Parlamentos, que se puede comerciar con la intimidad de las personas etc, etc, no puede extrañarnos que el alumnado (sobreprotegido en algunos casos; falto de atención y olvidado por unos padres desbordados y/o explotados, en otros) no considere al profesorado una figura de autoridad.

Eso sí, los planes de estudios demandarán que se diseñen y registren programas y estrategias para la atención al alumnado con falta de atención y de motivación con el objetivo de que supere el curso (con independencia de si ha aprendido o no. Eso no parece importarle a nadie). Pero y a los docentes, ¿quién los motiva? El estrés, la ansiedad, la depresión y la desmotivación del profesorado redunda de manera directa en la calidad de la educación. Y no, las causas que motivan estas enfermedades laborales no deberían ser un “plus de peligrosidad” que va en el sueldo. Porque es un problema que tiene solución, pero que requiere de la concienciación y el compromiso de todos: eduquemos en el respeto y la no tolerancia al abuso, y tendremos futuro como sociedad saludable.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Lucía Torres
Lucía Torres es Licenciada en Periodismo y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Le gustan las Artes Escénicas y la Literatura desde que tiene conciencia (si es que eso existe, tal y como creemos conocerla), inquietudes que la han mantenido relacionada con estos ámbitos en su vida personal y profesional desde diversas facetas.
Ha trabajado como camarera, correctora editorial, cuidadora de discapacitados y periodista. Actualmente es profesora de Lengua Castellana y Literatura en ESO y Bachillerato.