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Kanye muestra que sigue perdido en el caótico Donda

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 8 de Septiembre de 2021
Kanye West – 'Donda'
Portada de 'Donda', de Kanye West.
Indegranada
Portada de 'Donda', de Kanye West.

¿Qué decir de Kanye West que no se haya dicho ya? Creador original y polifacético, personaje público polémico y ciclotímico, empresario astuto y exitoso, West es la figura más singular de la música popular de este siglo y ha presidido la transición que ha hecho del hip hop el nuevo pop. Aunque el trono de ventas lo tenga Drake (con quien por cierto está en medio de una nueva escaramuza), aunque el título del mejor rapero de siempre pertenezca a su amigo Jay-Z, aunque Kendrick Lamar sea más respetado por la crítica “seria”, Ye es el único artista masculino desde Michael Jackson con la capacidad de paralizar el mundo cada vez que amenaza con lanzar un disco. Su conversión en enemigo público en los últimos años, ganada a pulso con declaraciones absurdas, campañas presidenciales disparatadas y su continuado apoyo a Donald Trump, no hace sino confirmar por otros medios el peso desmedido del de Chicago en la cultura popular estadounidense y, por extensión, mundial.

Todo parecía ir de mal en peor para Kanye, pero por supuesto, quedaban por delante sorpresas y giros de guion. 'Donda', su décimo disco de estudio, titulado en honor a su difunta madre, ha llegado más de un año después de que se anunciase su título y tras más de un mes de retrasos y presentaciones en público multitudinarias y extrañas (aparente reconciliación con Kim incluida)

Desde que empezó este cambio en la percepción pública de Ye (la segunda vez que esto sucedía, recordemos el fiasco de los VMAs con Taylor Swift), la crítica ha sido cada vez más dura con su música. El, en mi opinión, estupendo y crudo ye (2018), en el que hablaba sobre sus conflictos personales y sus problemas de salud mental, fue recibido con tibieza. Después Kanye intentó reeditar su redención ante el público con un disco inspirado en el gospel, Jesus Is King (2019), que resultó ser un desastre, desprovisto de todo atractivo tanto por el lado de la música religiosa como por el lado pop. La visión del cristianismo de ese disco no podía sonar más hueca, egocéntrica y ventajista. Después vino el fiasco de la campaña presidencial y, a principios de este año, la noticia de que Kim Kardashian, su esposa y celebrity profesional, había pedido el divorcio. Todo parecía ir de mal en peor para Kanye, pero por supuesto, quedaban por delante sorpresas y giros de guion. Donda, su décimo disco de estudio, titulado en honor a su difunta madre, ha llegado más de un año después de que se anunciase su título y tras más de un mes de retrasos y presentaciones en público multitudinarias y extrañas (aparente reconciliación con Kim incluida). Esos dos adjetivos también sirven para describir el álbum final, con sus 27 canciones, casi dos horas de duración y más de treinta invitados.

Esos datos, junto con todo el drama precedente, hacen que sea difícil tomarse del todo en serio el álbum. Pero creo que, para hacer un análisis de la música, es necesario ir más allá de la pura reacción negativa ante cualquier cosa que haga Kanye ahora que hemos decidido odiarle. Donda es un caos, no hay duda, pero es más que eso. Hay aquí canciones que merecen ser consideradas cuando se hable de las mejores canciones de la carrera de West, como “Jail”, “Jesus Lord” o “Come to Life”. La primera introduce el disco (después de esa tontada que es “Donda Chant”: Syleena Johnson repitiendo el nombre de la madre de Ye sesenta veces) con fuerza y épica, sentando las bases temáticas y sónicas del LP. El pecado, la culpa y la redención se expresan con metáforas policiales sobre una base desprovista de percusión, pero aun así enérgica y vital. El reencuentro artístico y personal con Jay-Z redondea el tema, aunque Jay no suene especialmente bien. “Jesus Lord” muestra a West en su mejor versión como rapero, sincero y claro, hablando de sí mismo con menos grandilocuencia e hilando un relato ficticio sobre los ciclos de la violencia que es realmente apasionante. “Come to Life” es la mejor de las composiciones de cariz espiritual del disco, y se acerca a la trascendencia en ese precioso final con piano, guitarra y cuerdas.

Pero es verdad que estos momentos excelsos se pierden entre canciones que van de lo desconcertante (¿por qué se alarga tanto el final de “God Breathed” sin aportar nada nuevo? De hecho la canción recuerda mucho a “New Slaves”) a lo aburrido (Travis Scott y Baby Keem hacen que me duerma en “Praise God”, mientras que Lil Yachty parece haber estado dormido él mismo al grabar su parte de “Ok Ok”) 

Pero es verdad que estos momentos excelsos se pierden entre canciones que van de lo desconcertante (¿por qué se alarga tanto el final de “God Breathed” sin aportar nada nuevo? De hecho la canción recuerda mucho a “New Slaves”) a lo aburrido (Travis Scott y Baby Keem hacen que me duerma en “Praise God”, mientras que Lil Yachty parece haber estado dormido él mismo al grabar su parte de “Ok Ok”) y llegan a ser irritantes (la producción y la mezcla de “New Again” son ensordecedoras, mientras que “Tell The Vision” hace un uso blasfemo de la voz del difunto Pop Smoke para no llevar a nada de nada). El sonido del álbum es coherente, minimalista y basado en su mayor parte en el sonido del órgano, pero las composiciones varían demasiado en su calidad, con algunos cortes que suenan incompletos. Por cada “Pure Souls”, tan bonita e infecciosa a la vez, hay una “No Child Left Behind”, amorfa y claramente necesitada de más trabajo antes de ser lanzada al mundo.

Esa naturaleza inconclusa que en The Life of Pablo (2016) tuvo su gracia resulta ahora cansina. Más aún cuando encontramos para cerrar el álbum hasta cuatro versiones alternativas de canciones que han aparecido antes en el tracklist, las cuales aportan poco en algunos casos, mientras que en otros directamente son molestas. Meter a Marilyn Manson y DaBaby en “Jail Pt. 2” justo en este momento es de pésimo gusto, lo cual Kanye sabe perfectamente; pero sobre todo vacía de contenido ese hilo temático de la redención al ofrecérsela a dos personas que claramente no se arrepienten de sus acciones. Igualmente cuestionable es la decisión de omitir las palabras malsonantes como forma de respeto al carácter religioso de la música: tendría más sentido si se eliminasen por completo de las letras, pero en vez de eso lo que hace West es censurarlas, con lo cual aunque no suena la palabra sabemos perfectamente lo que se quería decir. El efecto final es un poco ridículo.

Lo malo es que sospecho que este disco no hubiese mejorado con más tiempo y trabajo, como muchos han sugerido

Lo malo es que sospecho que este disco no hubiese mejorado con más tiempo y trabajo, como muchos han sugerido. Da la impresión de que West ha perdido buena parte de su criterio, al menos en cuanto a la imagen de conjunto que transmiten sus obras. Cada vez más incapaz de dar con la tecla adecuada de forma sistemática y de ver las cosas con perspectiva, su solución en este caso ha sido no eliminar nada y agregar elementos y canciones sin parar, hasta diluir sus propios mensajes (apenas hay referencias expresas a su madre, por ejemplo). Muchas canciones de la segunda mitad del álbum podrían habrían sido un buen cierre, pero West deja pasar todas esas oportunidades, engrosando innecesariamente el tracklist. Si lo que ha dicho en sus redes es cierto y el disco salió sin su permiso, esto para mí muestra, más que nada, que Kanye necesitaba que alguien le dijera “basta”. Pero es absurdo pretender que Donda no tiene mérito artístico. “Believe What I Say” es, en mi opinión, una muestra de que aún tiene capacidad de inventiva: en ella usa un sample de “Doo Wop (That Thing)”, de Lauryn Hill, para crear un hit con ecos de deep house que no termina de sonar como nada que haya hecho antes. También hay momentos en que las letras muestran verdadera introspección, como en “Hurricane”, donde sus duras y serias reflexiones sobre su comportamiento se complementan perfectamente con el angelical estribillo de The Weeknd. Los mejores datos de ventas de 2021 no son producto del mero seguidismo del público: hay aquí chicha que cortar.

En último término, la cuestión es que tanto el público como la crítica nos hemos dado cuenta ya de que la música de Kanye West no es simplemente la música de Kanye West: es una parte más del reality show que es su vida. Una vez que se toma conciencia de esto, todos los trucos que antes salían bien empiezan a resultar obvios. En el fondo Kanye no ha cambiado tanto, pero lo que antes nos parecía brillante ahora nos parece falso. Si hay algo claro es que esa falsedad ha sido parte de la propuesta de West desde el principio. Que se haya acabado por tragar toda autenticidad es producto de la dialéctica entre sus tácticas de provocación/promoción y nuestra voluntad de seguirle por ese camino. Escandalizarse es absurdo: es alimentar el ciclo que hemos creado nosotros y él conjuntamente. Y puede impedirnos ver que, pese a todo, sigue habiendo resquicios de brillantez, de honestidad, de vulnerabilidad, de arte genuino en este disco. Quizás vayan por ahí los siguientes pasos de la fascinante y triste historia de Kanye West, nuestro ídolo a nuestro pesar: por no endiosar ni demonizar, sino humanizar a su protagonista.

Puntuación: 6.3/10

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com