'Lecciones epicúreas para una vida plácida'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 11 de Julio de 2021
Epicuro.
Indegranada
Epicuro.
'La felicidad y la dicha no la proporcionan ni la multitud de riquezas ni ciertos cargos ni poderes, sino la ausencia de sufrimiento, la mansedumbre de nuestras pasiones y la disposición del alma que ha delimitado lo que es por naturaleza'. Epicuro

La felicidad concebida como un absoluto, en abstracto, es una quimera. No existe tal cosa como alcanzar un estado de permanente felicidad. Existen momentos, a lo sumo, donde el goce, la despreocupación por el pasado y el futuro, se imponen en un fugaz presente. Tratar de obtener eso que llamamos una vida plácida. Nada más, pero tampoco nada menos. Anhelar la felicidad como principio vital, como si fuera una necesidad para tener una buena vida, una vida buena, es un gravísimo error, acentuado en los tiempos actuales donde se trata de comprar y vender sonrisas, no merecerlas. La felicidad como meta, tal y como nos la venden, es algo artificial, falso. Es un concepto que tiene más inconvenientes que beneficios. La dictadura de las sonrisas blanqueadas, motores de la banalidad, ideadas para convertirnos en esclavos del consumo, se ha impuesto a la naturalidad con la que los antiguos concebían la felicidad, más como ausencia de tristeza, o control de las desdichas, que como una dulcificada búsqueda de sobredosis de estímulos diseñados para entontecer al más común de los mortales. Píldoras de una felicidad banal diseñada para distraerte de la vida que transcurre con todo el caos, todo el azar y todo el vértigo inherente a ella. Mientras la vida al margen de las pantallas sucede, nos encontramos encerrados,  aislados, a veces por elección propia, o nos encierran, a veces obligados, en asépticos espacios virtuales que nos separan de lo real, convirtiendo las relaciones, los sentimientos, los deberes y las faltas, en un teatro de lo irreal.

La mayoría de estos motivos de infelicidad son causados por esas ambiciosas obsesiones, y por no saber apreciar lo que tiene valor, que no precio, que no se puede comprar ni vender. Otra lección esencial es no dejar que las pasiones, ni las que supuestamente te hacen feliz, te dominen, ni te obsesionen. Ni el amor, ni el placer, ni otras pasiones o deseos, deben exigirte un sobreesfuerzo, pues no merecerá la pena

Aprender de la antigua sabiduría epicúrea cómo no ser infeliz, que es la mejor manera de disfrutar de una vida plácida, real, no artificial ni virtual a las que estamos tan acostumbrados, o enganchados, puede servirnos para iniciar una sana desintoxicación vital, que nos permita sonreír, incluso en esos momentos donde las lágrimas están a un latido de romper el dique lleno de basuras contemporáneas con las que las contenemos. Si tuviéramos, por economía gramatical, que elegir una única lección que aprender, toda la sabiduría epicúrea se concentra en los consejos del sabio griego que encabezan el texto; no dejes que la ambición por obtener más poder, notoriedad (ay ese ansia de llamar la atención en las redes sociales) o dinero, controle tu vida, porque lo más probable es que la balanza quede bastante descompensada hacía los sufrimientos que te causa, mucho más que los beneficios. Todos venimos con fecha de caducidad incorporada, nos guste o no, lo aceptemos o no. Y nada material, ni el poder, fama, ambiciones o  deseo de reconocimiento, que has convertido en el epicentro de tus acciones, sobrevivirán a esa fecha de caducidad. Se pudrirán aún más rápido que tus restos. Evitar el sufrimiento es posible si tomamos conciencia de lo motivos tontos que muchas veces son el desencadenante de nuestras ambiciones o preocupaciones. La mayoría de estos motivos de infelicidad son causados por esas ambiciosas obsesiones, y por no saber apreciar lo que tiene valor, que no precio, que no se puede comprar ni vender. Otra lección esencial es no dejar que las pasiones, ni las que supuestamente te hacen feliz, te dominen, ni te obsesionen. Ni el amor, ni el placer, ni otras pasiones o deseos, deben exigirte un sobreesfuerzo, pues no merecerá la pena. Ni debido al precio que has de  a pagar, ni lo efímero de los resultados.

Y por último, aceptar únicamente lo que es natural, que no se refiere a que te conviertas en un fanático de los productos ecológicos, sino convertir esta vida, y esta realidad, en lo único que debe importarte, sin dioses, ni paraísos o infiernos, que te distraigan

Todo deseo, todo anhelo, encuentra más satisfacción marcando sus límites, que si permitimos que nos desborden. Y por último, aceptar únicamente lo que es natural, que no se refiere a que te conviertas en un fanático de los productos ecológicos, sino convertir esta vida, y esta realidad, en lo único que debe importarte, sin dioses, ni paraísos o infiernos, que te distraigan. Epicuro no conoció la artificialidad impuesta por la dictadura de las pantallas, pero hubiera aborrecido cada instante que cualquiera de ellas nos roban de la realidad. En su jardín epicúreo, probablemente, móviles, tabletas, ordenadores y demás artilugios deberían quedarse en la entrada. Que alguien con quien compartes sustento, o charla, y con quien pretendes disfrutar de su compañía, del paisaje que os rodea, de la conversación, estuviera más centrado en las notificaciones que le envenenan desde la pantalla, que en ti, sería más sacrílego que cualquier herejía de la más absoluta de las religiones.Tengas la relación que tengas con esa persona, sea amante, amigo, compañero, o familia.

Una de las más bellas proclamas epicúreas, en la sencillez suprema en la que esta expresada, es la que nos ejemplifica en el temor a la muerte el aprendizaje para no andar angustiado con las posibles desventuras que tarde o temprano nos acecharán: La muerte no es nada para nosotros, porque mientras existimos no existe, y cuando está presente, nosotros ya no existimos. Más allá de la natural angustia por la fecha de caducidad que nos esconden al nacer, debemos aprender a no sufrir debido a que cuando nos afecta ya no existimos, y por tanto no sufrimos. Se  trata de una reflexión que trasciende el miedo a nuestra mortalidad. Cada instante de nuestra vida se encuentra amenazado por una espada de Damocles, por tanto, estar obsesionado por si caera o no, te produce una infelicidad suprema, incluso en tus instantes más felices. Si algo te va a suceder en el futuro, no es a ti, será a tu yo futuro, que no es el yo que existe y está en el ahora. Todo puede salir mal, todo puede desvanecerse, todo termina por consumirse, pero mientras no lo haga, disfrútalo.

El pensamiento epicúreo se asemeja mucho más de lo que lo que nos han hecho creer a sus supuestos antagonistas, los estoicos; en ambos, el principio al que aspirar es una 'ataraxia', imperturbabilidad ante los males que te asolaran, o te asolan

El pensamiento epicúreo se asemeja mucho más de lo que lo que nos han hecho creer a sus supuestos antagonistas, los estoicos; en ambos, el principio al que aspirar es una ataraxia, imperturbabilidad ante los males que te asolaran, o te asolan. Control de las pasiones, positivas o negativas que estos despiertan en ti. En la mayoría de ocasiones ahí se encuentra la clave para no ser infeliz, pues no puedes ser feliz jamás si pretendes controlar lo que no puedes controlar. Limítate a tratar de controlar cómo reaccionas a los infortunios, y como administras los momentos que tengas de dicha, sin sobreactuaciones. Acción que siempre estará en tu mano. Si dos filosofías diferentes, tan valiosas para mostrarnos cómo vivir, coinciden en este consejo vital, debemos, al menos, tenerlo más en cuenta, que no  la paranoia del vértigo moderno, que tan a menudo toma el control de nuestras pasiones, y siempre las desborda, pues lo que vende hoy día es una exacerbación de los sentimientos, antagonizando unos a otros.

Todo sentimiento que se desborda para llamar la atención, no por una necesidad que te ahogue, sino por mero aparentar, queda desnaturalizado, y por tanto es irreal. Hacer de tu vida un drama continuado por esto o aquello, terminará convirtiendo lo que es de natural una tragicomedia de suspiros placenteros, mezclados con desdichados infortunios, en un drama continuo. En nuestra mano se encuentra decidir en qué tipo de obra convertimos nuestra vida.

El amor epicúreo es un amor sereno, alejado de los sueños románticos que convierten toda relación en un juego de pasiones, más destructivas que constructivas

El amor epicúreo es un amor sereno, alejado de los sueños románticos que convierten toda relación en un juego de pasiones, más destructivas que constructivas. Todo amor que juega a desbordarse no es amor, llámalo de cualquier otra manera, posesión de tu objeto de deseo, desprecio del amor propio, o mil estupideces más que te hacen creer que es amor verdadero. Lucrecio, inspirado por el pensamiento epicúreo, pero romano, y por tanto más pragmático, nos anima a desconfiar en general de las pasiones cuando estas toman el control de nuestra voluntad. Más allá del amor desbordado se encuentra el amor sereno, y para todo lo demás, si estás dispuesto a convivir con otro ser, donde es tan importante el respeto a los espacios ajenos como cierta renuncia a los propios: el hábito engendra el amor. O sino, al menos debería engendrar un respeto mutuo.

La religión, encarnada en la creencia en dioses que controlan nuestro destino, es motivo de desprecio para los epicúreos, en la medida en que te impiden tomar el control de tu vida, y  te impiden alejarte de temores absurdos. Ni temor a los dioses, ni pretender que de existir alguno tiene algún interés en nosotros, ni desde luego perder el tiempo adorando a ninguno.  Un rechazo absoluto a toda esa parafernalia de milagros, supersticiones, ritos, que tratan de envolver en misterio lo que no es sino un mero juego donde tramoyistas escondidos detrás del escenario de tus miedos y supersticiones tratan de aprovecharse de ti.

El sufrimiento es causa principal de infelicidad. Sufrimiento que nos aleja de la serenidad, que es lo más cercano a la vida plácida a la que podemos optar, sin estar sobreexpuestos a estímulos, naturales o artificiales, que terminaran por causarnos más infelicidad que felicidad

El sufrimiento es causa principal de infelicidad. Sufrimiento que nos aleja de la serenidad, que es lo más cercano a la vida plácida a la que podemos optar, sin estar sobreexpuestos a estímulos, naturales o artificiales, que terminaran por causarnos más infelicidad que felicidad. Ese sufrimiento, como destaca en su Carta a Menelao, o es breve en el tiempo o ligero en intensidad, y por tanto o acaba pronto, o es soportable si no nos obsesionamos. O por el contrario  es un sufrimiento tan intenso, que terminará por acabar con nosotros, y terminará más pronto que tarde, con lo que todo quedará resuelto igualmente. Trágico y duro, pero es la realidad de la que debemos tomar conciencia para ayudarnos a no perder el tiempo mientras este tipo de sufrimiento no nos llegue.

No hay mejor conclusión para terminar este brevísimo manual para tratar de evitar, al menos en lo posible, la infelicidad,  y buscar la placidez en la vida, que es lo más parecido a una felicidad que podemos conseguir, que recordar las tres categorías en las que los epicúreos dividen los deseos; naturales y necesarios: los únicos que exigen ser satisfechos (alimentos y cobijo, o llevado al mundo actual, lo mínimo para garantizar una vida digna), deseos naturales, pero no necesarios ( esos lujos que añaden picante a la vida, como una buena comida o un buen vino, siempre que no se conviertan en necesidad ni obsesión) y los deseos que no son ni naturales ni necesarios (ese ansía de notoriedad, dinero para caprichos innecesarios, obsesiones en las pasiones y demás deseos que tan abstrusos nos vuelven en los tiempos modernos).

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”