Diez motivos, al menos, para que te guste Aristóteles
Uno: Su concepto de la felicidad. Primero y quizá el único que importa; porque toda su filosofía, toda su ciencia, toda su curiosidad, todas sus inquietudes, todas sus enseñanzas morales, le llevan a tratar de responder a la más importante de las preguntas: ¿Cómo deberíamos vivir? Y la respuesta en torno a la cual se ilumina el resto de su sabiduría no es otra que aprender a ser feliz, a encontrar la eudaimonía, ese es el objetivo de nuestra vida. Si algo deberíamos tener claro, es que en los momentos finales, nos llegue cuando nos llegue, será peor mientras más tengamos que lamentarnos por sufrimientos pretéritos, y mejor, si nos sentimos satisfechos con la felicidad de una vida lo más plena posible. Aunque se traduce por felicidad, no significa ni de lejos lo que en occidente solemos entender por felicidad, que no es sino sentir placer; ver ganar a tu equipo favorito, comprarte algún artículo de lujo, o disfrutar de alguna fiesta como un loco. Hacer depender la eudaimonía de cómo nos sentimos es absurdo para Aristóteles, con los vaivenes a los que acostumbramos a someter a nuestras emociones cada día, y la mayoría de cosas banales que nos hacen sentir tristes o alegres. Suena algo tonto, si pensáramos sobre ello. La eudaimonía podemos encontrarla en ser fieles a nuestra naturaleza, que es la de seres racionales. Ejercer la razón, aprender a ser sabios, es lo único que está en nuestra mano. Las emociones, los sentimientos, que nos producen esos breves momentos de gozo que llamamos felicidad, no dejan de ser frágiles instantes en el mar embravecido de la vida. El amor, el trabajo, la salud, o el dinero, son causas de las que hemos de preocuparnos, porque nos dan estabilidad, y nos permiten la tranquilidad de optar a una vida plena en el sentido aristotélico de felicidad, pero la serenidad de una vida plena va mucho más allá de breves momentos de satisfacción.
La clara subdivisión en disciplinas, su rigor, supuso un gran avance para el conocimiento científico. Si su escuela hubiera perdurado más allá, probablemente nuestra historia, la occidental, hubiera progresado en siglos, y no vuelto atrás, como lo hizo en la época medieval
Dos: La clave de todo está en la educación. Lo más importante a lo que debemos dedicarnos es a construir un buen carácter. En la práctica se encuentra la virtud. Eres aquello que prácticas ser. Así se construye el carácter, desde bien pequeño a través de una buena educación, en ciencias, en matemáticas, en filosofía, en valores. Lo que eres depende en gran parte de cómo te han educado. Por lo tanto seas docente, seas padre o madre, seas un adolescente en busca de su camino, seas quien seas, recuerda que en tus manos está el futuro, no solo el tuyo, sino de aquellos a los que puedes ayudar a construir su carácter. Aristóteles fue tutor de Alejandro Magno, y sus enseñanzas algo debieron influir en uno de los personajes históricos más destacados de la época. Precisamente su amistad, y su dinero, permitieron que fundase en Atenas en los jardines de Apolo Licio, su Liceo. Academia que tuvo gran importancia histórica por su ambición de programas de investigación, de trabajos científicos y filosóficos, por su metodología, por sus variados intereses en múltiples disciplinas; biología, física, matemáticas, astronomía, historia, ética, política (llegó a describir con la ayuda de sus discípulos las constituciones de 158 ciudades griegas, solo nos llegaría la de Atenas, que elaboró él mismo). La clara subdivisión en disciplinas, su rigor, supuso un gran avance para el conocimiento científico. Si su escuela hubiera perdurado más allá, probablemente nuestra historia, la occidental, hubiera progresado en siglos, y no vuelto atrás, como lo hizo en la época medieval.
El típico ejemplo que pone nuestro filósofo es el del soldado; si en una situación peligrosa actúas con temeridad, no eres valiente, eres estúpido. Si por el contrario el miedo te paraliza y actúas con cobardía, tampoco llegarás a nada
Tres: Aprende a distinguir valentía de temeridad, o dicho en abstracto; la virtud se encuentra en el término medio de dos extremos. Sin aprender a discriminar nuestro comportamiento, y en cada situación elegir la mejor virtud, y su grado de aplicación adecuado al contexto, no adquiriremos un buen carácter, y sin adquirir un buen carácter, no es posible alcanzar la eudaimonía. El típico ejemplo que pone nuestro filósofo es el del soldado; si en una situación peligrosa actúas con temeridad, no eres valiente, eres estúpido. Si por el contrario el miedo te paraliza y actúas con cobardía, tampoco llegarás a nada. En numerosas ocasiones en la vida nos encontramos en situaciones que nos ofrecen varias salidas, a veces es necesario ser un poco más valiente, a veces es bueno serlo menos. Que la virtud esté en el medio no significa que digas: ni una opción, ni la otra, tiro por el medio. No, dependerá de cada situación, puede que requieras ser más valiente o menos, no la opción justamente equidistante entre las dos posibles. Lo que importa es que no te paralices, elijas sabiamente con la razón como bandera. Si construyes un buen carácter, pensando adecuadamente cómo responder a cada situación, con las virtudes que hayas trabajado, te será más fácil salir de las cada vez más difíciles situaciones en las que la vida te pondrá, al ir creciendo y madurando.
Dedicó especial atención a ese tipo de animal que es el ser humano, al que analizaría, según se ocupase de los aspectos materiales, con la física, de los aspectos morales con la ética, y de lo teorético a través de la metafísica
Cuatro: Clasificar el mundo para comprender el mundo. Aristóteles fue un filósofo, pero por aquel entonces eso, gracias a pensadores como él, implicaba ser un primigenio prototipo de científico; todo el universo, incluido el ser humano, era su campo de aprendizaje, todo estaba ahí para ser descubierto, pero sin las herramientas adecuadas, tendríamos mito, y no logos. Esas herramientas las proporciona la razón, ayudada por la experiencia, que nos indica dónde mirar; para separar la paja de la aguja, y poner un poco de orden en el caos. No hay mejor solución que clasificar. Por ejemplo, distinguió en el mundo entre cosas no vivientes (minerales), vegetales y animales. Dedicó especial atención a ese tipo de animal que es el ser humano, al que analizaría, según se ocupase de los aspectos materiales, con la física, de los aspectos morales con la ética, y de lo teorético a través de la metafísica. Nada de ello podría haber sido posible sin la importancia que atribuyó al lenguaje y a la lógica de silogismos, que creó, entre otras cosas para ayudarle en su labor de análisis y clasificación.
Un ejemplo de su afán clasificatorio lo vemos en su Moral a Eudemo, que nos ayudará a comprender mejor el punto tres. Solo nos falta autoanalizarnos, y ver de qué pecamos, en el mejor sentido laico del término, si por defecto o por exceso de alguna virtud.
Virtud ética Por exceso Por defecto
La mansedumbre La ira La impasibilidad
El coraje La temeridad La cobardía
La verecundia La desfachatez La timidez
La templanza La intemperancia La insensibilidad
La justicia El provecho La pérdida
La liberalidad La prodigalidad La avaricia
La amabilidad La hostilidad La adulación
La seriedad La complacencia El orgullo
La magnanimidad La vanidad La modestia
La magnificencia La fastuosidad La mezquindad
Cinco: La importancia de divulgar. Comprendía la importancia de divulgar la ciencia y la filosofía y no escribir o educar solo para iniciados. Al gran público estaban destinadas lo que se llaman sus obras exotéricas, mientras que para los más iniciados estaban sus obras esotéricas, que no confundamos con la magia ni nada similar, que irritaría profundamente al maestro estagirita. Son obras acroámaticas, destinadas a ser escuchadas por aquellos que eran sus alumnos o que colaboraban en las diferentes investigaciones. Las exotéricas están en gran parte pérdidas y solo pueden reconstruirse fragmentos a través de citas de terceros. Como podemos ver, a pesar de las grandes obras acroámaticas que nos han llegado, una parte importante de la obra aristotélica se encuentra desgraciadamente perdida.
No inventó la lógica, pero si fue el primero en aplicarla en silogismos, en usarla como método formal para analizar razonamientos. Su lógica tuvo una gran influencia en el desarrollo del pensamiento científico, y uno de los pocos faros lógicos hasta los avances dados en lógica, matemáticas y ciencia a partir de los siglos XVII Y XVIII
Seis: La política. El ser humano es un animal político, o social, según traduzcamos ese zoon politikon que aparece en su Política. Necesitamos una comunidad donde podamos realizarnos, y cumplir nuestra finalidad como seres racionales, y por ello, necesitamos implicarnos activamente, responsabilizarnos de las acciones que atañen a toda vida en común. Para Aristóteles la Política es una proyección práctica de la ética; Todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y libre elección parecen tender a algún bien; por esto se ha afirmado, con razón, que el bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden. La ética se ocupa del ser humano como individuo, la política en tanto forma parte de una comunidad. Sin la una, la otra cojea, sin la otra, la una no tiene sentido.
Siete: Nos enseñó a no contradecirnos. No inventó la lógica, pero si fue el primero en aplicarla en silogismos, en usarla como método formal para analizar razonamientos. Su lógica tuvo una gran influencia en el desarrollo del pensamiento científico, y uno de los pocos faros lógicos hasta los avances dados en lógica, matemáticas y ciencia a partir de los siglos XVII Y XVIII. Puede que su lógica formal haya quedado algo obsoleta, pero algunos de sus principios siguen siendo relevantes para que nos los apliquemos a la vida diaria; Su principio de no contradicción: Es imposible que lo mismo se dé y no se dé en lo mismo a la vez y en el mismo sentido. Otros que deberíamos aplicar en todo lo que nos dicen, y probablemente seríamos algo menos estúpidos tragándonos bulos: el principio del tercero excluso: una disyunción formada por una proposición y su negación siempre es verdadero; llueve o no llueve. Cuántas veces oímos a algún político afirmar una posibilidad y su contraria. Así no se equivocan desde luego. Y mi favorita: el principio de identidad. Toda identidad es idéntica a sí misma, o sea que a=a. Por mucho que nos empeñemos en lo contrario. Más claro el agua, le faltó decir.
Ocho: Sus aportaciones en física, cosmología… que por muy obsoletas que hoy día nos parezcan, no solo fueron enormemente influyentes durante siglos, sino que resultan esclarecedoras del ímpetu del espíritu humano a la hora de ir siempre más allá, por muchas limitaciones que tengamos, de estar dispuestos a explorar el universo, conocerlo, y disciplinadamente ir rindiéndonos a las maravillas que la lectura del libro de la naturaleza está dispuesto a revelarnos. Siempre que decidamos abrirlo.
Nueve: O cómo podría haber sido el Cocteau de la antigüedad. Sus aportaciones en un campo como la biología, que al igual que su física o cosmología, pueden parecernos poca cosa hoy día, pero en su momento fueron monumentales. Aristóteles llegó a describir más de quinientas especies de animales, hacía vivisecciones, dibujaba los órganos, y junto a sus discípulos fue capaz de producir significativos avances. También grandes errores, como en todo avance científico. El error es parte del aprendizaje. Algunos de los fragmentos que han sobrevivido de su libro sobre Las partes de los animales, son maravillosos. Aquí un fragmento en el que nos anima a descubrir las maravillas de la biología: Por lo tanto, ¡no escapemos como niños del estudio de las criaturas más humildes! En cada sujeto natural hay algo que puede excitar nuestra admiración.
En otra ocasión, le preguntaron que ganan aquellos que se pasan la vida mintiendo, su respuesta fue tan genial, como certera: que no los crean cuando digan la verdad
Diez: Suma todos los anteriores y añádele una anécdota: En Filosofía para bufones, un delicioso libro donde se narran anécdotas de filósofos, de manera muy amena, se nos cuentan un par de ellas de Aristóteles, que ciertas o no, y tendemos a creerlas dado su carácter, merece la pena que tengan un punto solo para ellas: Un charlatán, similar a esos que hoy día gritan tanto en las redes sociales, no hacía más que pinchar a nuestro filósofo con cháchara y malevolencias, viendo que no le hacía caso, ni le respondía, le inquirió ¿no te estarán molestando mis palabras? No, no, ni mucho menos, hace ya un buen rato que dejé de escucharte. Algo parecido a lo que la sabiduría popular refleja con aquello de a palabras necias oídos sordos. Quién sabe si nuestro filósofo fue precursor de este sabio refrán. En otra ocasión, le preguntaron que ganan aquellos que se pasan la vida mintiendo, su respuesta fue tan genial, como certera: que no los crean cuando digan la verdad. Mentir ocasionalmente, si hubiera un motivo justificado, evitar un mal mayor, podría entenderse, mentir por costumbre, tiene un precio mucho más elevado, principalmente que pierdas tanto tú como los demás la capacidad de distinguir cuando mientes o cuando dices la verdad.
Aclaración final: Hemos puesto diez motivos, como podríamos poner cinco o quince. La elección numérica es tan anecdótica como lógico sería que aprendiéramos la sabiduría de aquellos que han formado parte de la historia que nos ha hecho ser lo que somos. No porque haya que leerlos como la biblia, y creernos a pies juntillas todo lo que nos dicen, sino porque las preguntas que se hacen, las tentativas respuestas que dan, son igualmente relevantes para seguir impulsándonos a hacernos esas mismas preguntas u otras, y seguir tanteando respuestas, las mismas o diferentes. Es lo que nos hace seres racionales, es lo que nos dota de sentido, es lo que nos hace humanos, es lo que nos permite ser felices a través de la razón, y alcanzar esa esquiva serenidad, esa plenitud vital, esa eudaimonía.