Un 'federico'
La misma mañana en que el jurado dictaminaba el ganador del premio, en una pequeña tienda situada junto al Centro García Lorca de la Romanilla, descubrí quién es federico. Estaba expuesto como en la iglesias exponen al Santísimo: como remate de una especie de pirámide sagrada y comestible, una especie de tótem elemental que el sacerdote había alzado para que fuera adorado por todas las tribus propias o extrañas. Un letrero, sostenido por un alfiler, lo precisaba para que no cupieran dudas: “Federico”. Era un federico raro: crujiente, dorado, lascivo, tentador, con mucha miga. Al lado del nombre, y con la misma caligrafía impulsiva, aparecía el precio: un euro. Y luego, como si fuera el colofón de un estudio literario, amparado por la vecindad del edificio, la conclusión: “Federico: bocadillo de jamón de Trevélez”.
Entendí, de repente, que esa reducción comestible de Federico no significaba solo el recurso comercial de un tendero para atraer a clientes con el estómago ligeramente lírico y vacío, sino un símbolo polivalente de todos los federicos posibles.
El propio poeta ya meditó sobre el particular cuando escribió: “No solo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro”. El tendero de la Romanilla (que debe ser gastrónomo de pobres y filólogo de ricos) no sólo ha comprendido el mensaje sino que lo ha personificado en un federico que es, a la vez, pan, jamón y poesía.
Esta moneda acuñada por el tendero de la Romanilla debería ser el dinero oficial para todo lo relacionado con García Lorca: un federico, un euro. El Ayuntamiento, sin ir más lejos, en la próxima convocatoria del premio García Lorca debería cambiar los 30.000 euros que salen del erario público por 30.000 federicos que serían entregados al ganador (en un saco) en un acto solemne y tierno.
Todo auténtico poeta versado en Lorca conoce el valor de los medios panes acompañados de media (ración) de jamón de Trevélez y poesía. Granada es una ciudad con tantos poetas que las antologías se parecen a las guías telefónicas.
¿Y por qué no calcular el agujero de la Fundación García Lorca en ocho millones de federicos? Dicho así la ordinariez de los euros desaparecidos quedaría matizada por la suavidad latente del nuevo efectivo.
Y los niños y los poetas podrían pedir sin vergüenza a las puertas del centro de la Romanilla: “Un federico para la santa cruz”.