Espetos, paella y olor a crema solar
Los telediarios nos asedian con noticias tremendistas sobre la primera ola de calor del verano y eso que este año se ha hecho esperar: «cuidado con el sol», «beba mucha agua», «no salga en las horas centrales del día», que parece que está llegando el fin del mundo más que el verano. Y si hace dos semanas dormíamos fresquitos y nos quejábamos de cuánto tiempo tardaba en llegar el calor ahora es al contrario, nos lamentamos porque nos abrasamos y en unas semanas estaremos escuchando que es uno de los julios o uno de los días o una de las semanas más calurosas de los últimos años. Siempre es igual. Los periodistas en invierno hablamos de que llega la nieve y en verano de que se acerca el calor, aunque la verdadera noticia sería que sucediera lo contrario, y lo más curioso es que los índices de audiencia se disparan al hablar de la meteorología; se ve que nos causan morbo los extremos.
Está claro que ha llegado el verano y con él también el AVE a Granada. ¡Vale!, tres horas de duración en un recorrido de 420 kilómetros cuando se supone que puede alcanzar medias de 230 kilómetros por hora en otras líneas resulta algo excesivo, pero es un avance si tenemos en cuenta que hemos padecido varios años la ausencia de tren hasta la capital de España
Está claro que ha llegado el verano y con él también el AVE a Granada. ¡Vale!, tres horas de duración en un recorrido de 420 kilómetros cuando se supone que puede alcanzar medias de 230 kilómetros por hora en otras líneas resulta algo excesivo, pero es un avance si tenemos en cuenta que hemos padecido varios años la ausencia de tren hasta la capital de España. Y seguramente lo que permitirá el AVE es que nuestras playas y ciudades costeras se llenen aún más de turistas, algo que ayuda a la economía, todo hay que decirlo; de hecho, a partir de ahora, volverá a ser normal ver la ciudad de Granada relativamente despoblada de residentes para dejar espacio a los turistas japoneses, cámara de fotos en mano, y a norteamericanos, entre otros, que no parecen asustarse por temperaturas superiores a los cuarenta grados, a tenor de cómo llenan plaza Nueva, el Paseo de los Tristes, la plaza Bib Rambla o la calle Reyes Católicos en las horas centrales del día.
Y aunque muchos trabajadores de esta provincia eligen para sus vacaciones destinos en el norte de España cada vez más o en otros lugares costeros del país, lo cierto es que una gran mayoría sigue escogiendo el litoral granadino para pasar un día, una semana o todo el tiempo de descanso del que disponga.
Reconozcámoslo: la crisis ha reducido nuestros privilegios y también el dinero que disponemos para gastar en vacaciones, así que los motrileños volverán a mirar de soslayo a sus paisanos capitalinos, que no capitalistas, y tal vez de nuevo recuperen el término con el que, despectivamente, denominaban a aquellos que se desplazaban a las playas a pasar el día, cargados con sus neveras portátiles en las que incluían todo lo necesario para evitar gastar una peseta y marchándose al final de la jornada dejando únicamente sus basuras como recuerdo de la estancia. El nombre con el que se les conocía a esos domingueros era Sanitex y aludía a una bebida refrescante de los años sesenta, procedente de Barcelona, cuyo consumo se extendió por establecimientos de la costa bajo el lema publicitario de «Sanitex, qué rica es».
Y aunque algunos consideren a Granada como la tierra del chavico o la provincia de la malafollá, hay que reconocer que cada vez es más habitual ver a veraneantes de la capital que no llevan sus neveras y prefieren sentarse en un chiringuito frente al mar con una cerveza fresca, al olor de los espetos que se van asando en esas barcazas dispuestas como asaderos que se han puesto tan de moda en toda la costa andaluza
Y aunque algunos consideren a Granada como la tierra del chavico o la provincia de la malafollá, hay que reconocer que cada vez es más habitual ver a veraneantes de la capital que no llevan sus neveras y prefieren sentarse en un chiringuito frente al mar con una cerveza fresca, al olor de los espetos que se van asando en esas barcazas dispuestas como asaderos que se han puesto tan de moda en toda la costa andaluza. No es difícil que, sentado en dicho establecimiento de Motril, Almuñécar, Salobreña, Torrenueva o Calahonda, ese granadino se tope de frente con un grupo de vecinos, sentados alrededor de una paella todavía con el bañador mojado del agua del mar. Y se saludarán como si no se hubieran visto desde hace veinte años e incluso mantendrá la charla más larga de toda su vida con alguno de ellos, con el que en el edificio apenas cruza un saludo mañanero de cortesía en el ascensor.
Y es que el verano, el sol y esas olas de calor que están a punto de invadirnos tienen este lado bueno: destensan el ambiente, alegran y desinhiben por doquier. Probablemente ninguno de los clientes granadinos del chiringuito se queje del olor a la crema solar que invade el restaurante, pero seguramente encontrarán algún pero a la comida: «¡Qué pocos langostinos han puesto!», «¡Demasiado caro para lo que hemos comido!», «¡No nos han puesto tapa!». Y probablemente alguien acabará dejándoselo claro al camarero, que sepa que no nos chupamos el dedo, que somos de aquí y no nos tima, aunque nos siga cobrando lo mismo. Es también parte de nuestra idiosincrasia: podemos olvidar que odiamos al vecino e incluso tomarnos algo con él, (pagando cada uno lo suyo, claro está, ¡hasta ahí podríamos llegar!), pero no podemos dejar pasar que nos cobren cincuenta céntimos más de lo que esperábamos por el pan. Además, después de la acalorada discusión con el que nos ha atendido, seguiremos rememorándola enfadados con nuestra familia o amigos durante toda la sobremesa, e incluso en el camino de regreso a la playa, hasta que el sueño venza la batalla a nuestro enojo.
Es de nuevo verano, época de siestas tan largas como las noches, de frituras, paellas, hamburguesas y pizzas, de cine al aire libre para los nostálgicos de Los Vergeles, de barbacoas en piscinas comunitarias o privadas a las que nos invitan los más afortunados, de veladas en terrazas y de ríos de cervezas con o sin limón, de tintos de verano, de granizados y verbenas populares en la plaza de cualquier pueblo
Es de nuevo verano, época de siestas tan largas como las noches, de frituras, paellas, hamburguesas y pizzas, de cine al aire libre para los nostálgicos de Los Vergeles, de barbacoas en piscinas comunitarias o privadas a las que nos invitan los más afortunados, de veladas en terrazas y de ríos de cervezas con o sin limón, de tintos de verano, de granizados y verbenas populares en la plaza de cualquier pueblo.
Es preferible que no mires ahora al gasto medio de cada veraneante, que todavía no hemos empezado y ya se te puede indigestar la época estival. Disfruta, en lo posible, de unos días de descanso y trata de no culparte, de olvidar los problemas y los errores cometidos, que después llegará la vuelta y empezarán a amargarnos con el síndrome postvacacional. Y a aquellos que tengan que trabajar, siempre les quedará ese encuentro con amigos al acabar la jornada laboral en cualquier terraza que les permitirá desconectar al menos durante unas cuantas horas. El objetivo debería ser divertirse y arrinconar las preocupaciones cotidianas el mayor tiempo posible. ¡Feliz verano!