Casualidades de la vida
Si nos detuviéramos a contar el número de casualidades que percibimos a lo largo del día alucinaríamos porque la mitad de nuestra vida está plagada de ellas. El diccionario de la Real Academia Española de la lengua define la palabra casualidad como «la combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar» y lo cierto es que la utilizamos cada vez que no acertamos a explicar algo. Por ejemplo, si salvamos nuestra vida después de un chequeo rutinario en el que se nos detecta algo de fácil solución, pero que de no haber sido localizado a tiempo nos hubiera matado, lo consideramos una bendita casualidad; si le compramos a nuestro hijo un jersey y ese día, al llegar a casa de sus abuelos, vemos que ellos le regalan otro, también; si nos encontramos a nuestro mejor amigo en un viaje de ocio en Roma, si encendemos la televisión justo cuando están hablando de nuestro pueblo, si nos topamos de frente con el coche de lujo que llevamos días viendo en revistas, si hallamos un paraguas en el bolso que no sabíamos que estaba allí en el instante en que empieza a llover, si limpiamos a fondo el suelo el día en que nuestra pareja llega con las botas más sucias del mundo y lo embarra todo… La vida está llena de casualidades que interpretamos como buenas o malas, o al menos eso es para lo que se nos prepara desde que somos muy pequeños.
Hasta los médicos utilizan a menudo la palabra casualidad para algunas cuestiones relacionadas con la salud, como si se tratara de un término mágico que únicamente con pronunciarlo fuera suficiente para evitar que ahondáramos en el motivo. Si las cosas suceden por casualidad, entonces ya no es necesario que busquemos el origen, que lo analicemos en profundidad o siquiera que nos parezca imposible
Hasta los médicos utilizan a menudo la palabra casualidad para algunas cuestiones relacionadas con la salud, como si se tratara de un término mágico que únicamente con pronunciarlo fuera suficiente para evitar que ahondáramos en el motivo. Si las cosas suceden por casualidad, entonces ya no es necesario que busquemos el origen, que lo analicemos en profundidad o siquiera que nos parezca imposible. Da igual que se trate de que a alguien le haya tocado el gordo 8 veces en un año, o de quién decidió no coger un avión determinado el día en que el aparato se estrelló, con denominarla casualidad ya nos parece suficiente explicación.
¿Y si no fuera así? ¿Y si las casualidades, como tantas veces hemos escuchado, no existieran? ¿Y si todo formara parte de un plan preestablecido? Lo cierto es que siempre buscamos la solución desde el punto de vista racional, desde el análisis de nuestra vida y del mundo que nos rodea, en función de las pautas que nos han ido enseñando desde que éramos niños. ¿Y si hubiera otras pautas? ¿Y si nos apareciera delante en nuestra vida, en cada momento, aquello que necesitamos en vez de aquello que queremos?
¿Y si no fuera así? ¿Y si las casualidades, como tantas veces hemos escuchado, no existieran? ¿Y si todo formara parte de un plan preestablecido?
Da miedo pensar que tener un accidente o las desgracias que todos padecemos periódicamente se puedan entender como una necesidad propia, sobre todo porque nos sentimos conocedores de lo qué es bueno y malo y, en función de esos criterios, tenemos muy claro lo que nos viene bien; desde luego, caernos y lesionarnos la pierna, no entra dentro de lo que juzgamos como positivo para nosotros. ¿Y si cuando nos están quitando la escayola coincidimos con alguien que, a partir de ese momento, se convierte en la persona más importante de nuestra vida? Seguiríamos llamándolo casualidad, pero… ¿No cambiaríamos nuestra valoración y dejaríamos de etiquetar ese accidente en la pierna como algo negativo cuando recordáramos, 30 años después, que fue el momento en el que nos unimos con nuestra pareja y daríamos incluso gracias porque hubiera sucedido?
¿Y si realmente fuera eso lo que tuviera que ocurrir? ¿Y si lo importante no fueran las experiencias que vivimos sino las emociones que nos llevan a sentir? Entonces, el criterio sería diferente y también la interpretación que hiciéramos de cada circunstancia. Y en ese caso, tal vez, las casualidades fueran momentos inevitables para ayudarnos en el camino de descubrir que aquello que no sentimos carece de hueco en nuestra vida, es decir que, si no nos enteramos de que han muerto 100 niños en la India, por ejemplo, tampoco vamos a entristecernos por ello.
¿Y si siempre fuera así? ¿Y si, en realidad, las casualidades fueran causalidades, y fuéramos capaces de aceptar que no tenemos ni idea de lo que es mejor para cada uno de nosotros? ¿O acaso alguien piensa que lo sabe? La respuesta llega fácilmente al ponerse ante un espejo y pensar en la cantidad de veces que nos hemos equivocado en nuestra trayectoria pasada al elegir la opción que creíamos más adecuada para cada uno de nosotros
La Real Academia define causalidad como «relación de causa a efecto», es decir, el origen de algo que sucede con el fin de que ocurra; en el caso de la persona que se lesiona la pierna y cuando le quitan la escayola encuentra a la mujer de su vida, ¿podríamos simplemente imaginar que esa lesión se hubiera producido exclusivamente con el fin de que ese hombre pudiera toparse con su futura pareja?
¿Y si siempre fuera así? ¿Y si, en realidad, las casualidades fueran causalidades, y fuéramos capaces de aceptar que no tenemos ni idea de lo que es mejor para cada uno de nosotros? ¿O acaso alguien piensa que lo sabe? La respuesta llega fácilmente al ponerse ante un espejo y pensar en la cantidad de veces que nos hemos equivocado en nuestra trayectoria pasada al elegir la opción que creíamos más adecuada para cada uno de nosotros.
Tal vez un día empecemos a ser conscientes de que no sabemos interpretar, de que hay experiencias de nuestro ayer que hemos marcado como buenas y, sin embargo, al repasarlas mentalmente, podríamos reescribir como malas o al revés, lo que antes era positivo para nosotros ahora es negativo. Y, quizás, cuando empecemos a sincerarnos con nosotros mismos descubramos que no es posible acertar siempre y que las casualidades sirven para tender un puente hacia situaciones que nos ayudan a dar sentido a toda nuestra vida, con lo cual se transforman en causalidades.