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De qué sirve ser honrado

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 7 de Octubre de 2018
Don Quijote y Sancho Panza.
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Don Quijote y Sancho Panza.

'Es errado motivar lo honroso y bello de una acción aduciendo a su utilidad, y es errada deducción considerar que, si es útil,  todos están obligados a ella y es honrosa para todos'. Michel de Montaigne, Ensayos

No es fácil encontrar personas honradas, no lo es, al parecer, en aquellos ámbitos donde se gestionan los asuntos públicos, tampoco en los espacios privados de nuestra vida. Y cuando creemos encontrar a alguien que prefiere actuar con honra a conseguir beneficio, que es fiel a la palabra dada, fiel al código de conducta moral que considera adecuado, coherente entre lo que piensa, dice y hace, que pone por delante el deber al que se ha comprometido a cualquier acto egoísta, enseguida hurgamos hasta encontrar cualquier incoherencia en su biografía que lo desacredite. No podemos soportar que exista ese tipo de personas, mirarnos en ese espejo desnuda nuestra propia hipocresía, personal o social, nos expone a una mirada que nos avergüenza. No dice nada bueno de una sociedad que para encontrar clarificadores ejemplos de la honra, se haya de recurrir a una especie de arqueología moral. Una virtud, que en tiempos pasados se consideraba esencial como carta de presentación en sociedad, y hoy día,  al escuchar que alguien califica a otra persona como honrada, el escepticismo ante tal calificativo adquiere presencia, o pensamos, con cierta displicencia, que esa persona es tonta, pues qué utilidad podemos encontrar en actuar conforme a tal arcaico adjetivo moral.

No es fácil encontrar personas honradas, no lo es, al parecer, en aquellos ámbitos donde se gestionan los asuntos públicos, tampoco en los espacios privados de nuestra vida. Y cuando creemos encontrar a alguien que prefiere actuar con honra a conseguir beneficio, que es fiel a la palabra dada, fiel al código de conducta moral que considera adecuado, coherente entre lo que piensa, dice y hace, que pone por delante el deber al que se ha comprometido a cualquier acto egoísta, enseguida hurgamos hasta encontrar cualquier incoherencia en su biografía que lo desacredite

Hablar de dinero honrado en las altas finanzas casi parece un oxímoron. Nos gustaría creer en las palabras de Francisco de Quevedo: Aquel hombre que pierde la honra por el negocio, pierde el negocio y la honra, pero en esta despiadada sociedad mercantil, no encontramos a muchos mercaderes de altas empresas dispuestos a actuar bajo el paraguas de la honradez, como carta de presentación en sociedad. En el siglo XVI, casi contemporáneo de nuestro poeta, el filósofo y político ingles Francis Bacon se lamentaba amargamente de que hay muchos medios de hacerse rico, pero muy pocos para hacerlo con honradez, y si no, que se lo pregunten a todos aquellos que ya lo son, pero necesitan serlo un poco más y buscan cualquier resquicio legal, o cualquier vacío en las leyes, que los hay, para pagar menos impuestos, y por tanto, contribuir menos a que nuestra sociedad sea un poco más justa y solidaria. Si alguien sabía de batallas y de dinero fue el emperador Bonaparte, que muy consciente de las advertencias del pensador británico, proclamaba que el mejor medio para permanecer en la pobreza era comportarse con honradez. Hoy día, probablemente hubiera abandonado su brillante carrera militar y política por algún alto puesto directivo en una multinacional, donde seguiría disfrutando de la emoción de la guerra y la humillación de las víctimas, pero sin salpicarse con una gota de sangre.

En política, más allá los sinvergüenzas que la utilizan para enriquecerse, suele haber un equívoco en el uso del adjetivo honrado.Tendemos a pensar que un político honrado es aquel que se atrinchera tras sus propias convicciones, como si la tozudez tuviera algo que ver con la honra. Lincoln, que es uno de esos ejemplos que la arqueología moral nos permite rescatar para unir política y honradez, solía decir en sus discursos que el hombre que no investiga las dos partes de una cuestión, no es honrado. Qué políticos encontramos, en nuestra desencantada sociedad, dispuestos a admitir que no tiene toda la razón y que su adversario pudiera tener alguna. Igualmente sería complicado que encontráramos honra en la actividad política, si siguiéramos la exigencia del poeta y político cubano del siglo XIX José Martí, que decía que un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es honrado. Culpa no solo del político que no se atreve a actuar con la honradez de decirnos la verdad en la que cree, sino básicamente nuestra, que preferimos y optamos por el político que nos dice lo que queremos oír, y castigamos al que nos dice lo que realmente piensa.

La verdadera prueba, con la honradez propia, no con la falta de la ajena, a la que con mucha rapidez denunciamos, se encuentra, no en ser honrados por obligación, al no tener oportunidad de ponernos a prueba; qué haríamos nosotros en todos esos casos que tanta repugnancia publica nos causan. Tanto daño hace a la sociedad esos casos, como el que los denuncia llenándose la boca de improperios, cuando a la menor ocasión haría o hace lo mismo, aunque sea en otra escala, y en lugar de mentir a la ciudadanía, o esquilmar millones de euros o trampear títulos doctorales o evadir impuestos, miente en su trabajo para beneficio propio, o decide que el IVA no se incluya en una factura, miente a su pareja, o cualquier otra forma de burlar la honradez que encuentre. Dice un proverbio judío que el ladrón, sin ocasión de robar, se cree un hombre honrado. Antes de juzgar con tanta rapidez a los demás deberíamos hacer un examen de conciencia propia, no ya de ponernos en la piel del otro que tan deshonestamente ha actuado, sino examinar si nuestras propias actuaciones siguen el mismo código moral que aplicamos tan estrictamente a los demás. Richelieu, el cardenal tan vituperado por Alejandro Dumas en la ficción, advertía, en la realidad histórica, de la dificultad de encontrar personas que pasaran la prueba del algodón de la honradez: Dadme seis líneas escritas por el más honrado de los hombres, y hallaré algo en ellas para colgarles, y sino que se lo digan a los pobres ministros y ministras del actual gobierno de Pedro Sánchez, que en estos momentos estarán probablemente haciendo examen de conciencia, por si alguna vez hubieran hecho trampas jugando al parchís.

En política, más allá los sinvergüenzas que la utilizan para enriquecerse, suele haber un equívoco en el uso del adjetivo honrado.Tendemos a pensar que un político honrado es aquel que se atrinchera tras sus propias convicciones, como si la tozudez tuviera algo que ver con la honra. Lincoln, que es uno de esos ejemplos que la arqueología moral nos permite rescatar para unir política y honradez, solía decir en sus discursos que el hombre que no investiga las dos partes de una cuestión, no es honrado

Hay una especie de justificación histórica de la falta de honradez en política, cuando están en juego intereses mayores, esos que suelen llamar patrióticos; mentir, abusar, actuar injustamente a sabiendas, actuar de forma deshonrosa, u otras miserias parecidas, siempre conjugadas por ese ente abstracto llamado nación, olvidando que no existe más patria real que las necesidades de personas de carne y hueso que tienen derecho a una vida con un mínimo de dignidad.  Montaigne recuerda en sus ensayos la hipócrita vara con la que medimos a los políticos; fijándonos más en la retórica y la elocuencia, que en su honestidad. Hipérides les reprochaba a los atenienses que le acusaban de rudeza en sus palabras: Señores, no miréis si me expreso con libertad, sino si lo hago sin obtener nada a cambio, ni favorecer con ello mis intereses. Cuánta falta nos haría que juzgáramos a nuestros políticos en la actualidad por esa misma vara de medir con la que el orador ateniense pedía que le midiesen sus compatriotas.

Hay ocasiones en las que la vida te atrapa entre dos situaciones deshonrosas, y te ves obligado a elegir el mal menor. Lo que suele suceder, es que en la mayoría de las ocasiones esto no ocurre, y utilizamos esa posibilidad para actuar con deshonor, faltar a nuestra palabra y a nuestros compromisos y deberes. Si alguna vez en verdad te has visto atrapado en una situación así, y eres una persona que se considera fiel a su honra, actuar obligado a faltar a ella, te habrá provocado un terrible malestar en tu conciencia, una amarga desazón. En la conciencia de cada cual está juzgar si ha sido así, porque el problema con la deshonra es el mismo que con la mentira interesada, una vez que la practicas por primera vez y ves que te beneficia, que no tiene consecuencias perjudiciales para ti, cada vez es más fácil. Cómo si no explicar esos casos de políticos, que una vez fueron ejemplos de honradez, y el paso del tiempo y las cloacas que inundan la cercanía  al poder causó estragos en su honra.

Mantenerse fiel a la palabra dada, a los compromisos adquiridos, actuar como una persona honrada, probablemente sea inútil en cuanto a beneficios económicos o personales, entendiendo como tales, el estatus social o económico, pero la belleza de la honradez se encuentra precisamente en que, como la mayoría de cosas que merecen la pena en la vida, no tiene precio, es inútil por naturaleza, salvo para una cosa; dar valor a nuestras vidas, en lo personal y en lo social

Mantenerse fiel a la palabra dada, a los compromisos adquiridos, actuar como una persona honrada, probablemente sea inútil en cuanto a beneficios económicos o personales, entendiendo como tales, el estatus social o económico, pero la belleza de la honradez se encuentra precisamente en que, como la mayoría de cosas que merecen la pena en la vida, no tiene precio, es inútil por naturaleza, salvo para una cosa; dar valor a nuestras vidas, en lo personal y en lo social. Ser honrado probablemente sea una cualidad en vías de extinción, y aquellos que practiquen la honra terminen extinguiéndose como los dinosaurios, destrozados por el meteorito de la avaricia que condena nuestras vidas ¿de qué sirve ser honrado?

La honradez es una virtud de la que todo el mundo habla bien, pero que casi nadie parece enorgullecerse de practicarla. No sirve de mucho si la valoramos por su utilidad, por su beneficio para conseguir mejores trabajos, o para que nos vaya bien en las relaciones personales, o en general, conseguir algún beneficio tangible en la vida. Ahora, si hablamos de lo intangible, de lo que no tiene precio, porque su valor es incalculable para una vida digna, no hay mejor virtud a la que mantenerse fiel, no diría que a cualquier precio, porque bien sabe la vida las situaciones imposibles en las que nos sitúa, pero si merece la pena defenderla con uñas y dientes, por mucho que sirva, más allá del elogio, para bien poco, salvo para sentirse bien con uno mismo. Pocos bienes, entre los que nos ofrece la vida, encontraremos mejores que rodearnos de personas que nos deslumbran con su fidelidad entre lo que piensan, dicen y hacen, que se esfuerzan por ser honradas, por poco que les valga. No sirve de nada, no es útil, y no se valora en nuestra sociedad, pero; qué bien nos haría votar a los políticos honrados, qué bien nos haría apoyar a las empresas grandes, medianas o pequeñas que actuaran con honradez, qué bien nos haría ser honrados con amigos, amantes, parejas y familiares, qué bien nos haría aderezar la vida con un poquito de esa inútil virtud de la honradez.

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”