¿Te gusta lo que ves?
"La belleza hace el vacío-lo crea-, tal y como si esa faz que todo adquiere cuando está bañado por ella viniera desde una lejana nada y a ella hubiera de volver, dejando la ceniza de su rostro a la condición terrestre, a ese ser que de la belleza participa. Y que le pide siempre un cuerpo, un trasunto, del que por una especie de misericordia, le deja a veces el rastro: polvo y ceniza. Y en vez de la nada, un vacío cualitativo, sellado y puro a la vez, sombra de la faz de la belleza cuando parte".
María Zambrano, Claros del bosque.
Sobre la Verdad, la Belleza y el Bien. Seguramente sería la respuesta más simplista, clásica y metafísica posible a la ingenua pregunta sobre aquello de lo que trata la filosofía. Probablemente en estos tiempos nos parecería así, ingenua y simplista, cuando vemos que los filósofos son requeridos para introducir sus debates éticos sobre la ambigüedad moral por los ingenieros que fabrican maquinas inteligentes capaces de conducir coches sin ayuda humana, y que necesitan saber cómo programar a éstas para tomar decisiones en situaciones límites. O como veíamos hace unas pocas décadas, físicos teóricos como Schrödinger realizando seminarios sobre la filosofía de los antiguos griegos para ayudar a entender mejor las paradojas de la física cuántica. Pero en el fondo, si miramos con un poco de atención, confirmamos que desde Platón a Umberto Eco seguimos hablando de lo mismo. Por ejemplo; ¿qué es la belleza?, como el ensayo que nos regaló hace pocos años el brillante semiólogo.
En la anterior entrada del blog reflexionamos brevemente sobre la verdad, hoy lo haremos también muy brevemente sobre la belleza, y lo haremos igualmente en el futuro sobre el bien, no será ni la primera ni la última vez que utilicemos estos conceptos como “excusa” para arrojar un poco de luz, o de sombra-de duda-sobre aquello que nos afecta en nuestra cotidianidad.
¿Te gusta lo que ves? Es el título de un relato de un escritor estadounidense, Ted Chiang. En clave de ficción el autor plantea la belleza como posible elemento discriminatorio y que nos hace reflexionar sobre en qué medida en nuestro trato con las demás personas nos dejamos influir por su aspecto físico, especialmente el rostro. Chiang juega con la idea de la invención de una técnica médica no invasiva y reversible, que permitiera a quien lo deseara apreciar todas las cualidades, incluso físicas, de una persona, pero no así la percepción estética del rostro humano, evitando así la discriminación por ese motivo.
Más allá del debate, imprescindible, de en qué medida nuestra percepción estética se encuentra mediada por razones históricas, culturales y sociales, al margen de las meramente genéticas, lo cierto es que en la gran mayoría de los casos se produce de hecho una predisposición favorable hacía aquellas personas que encarnan los ideales de belleza estándares de nuestra sociedad. Algo que podemos ver en nuestro día a día, en nuestro deambular cotidiano, siendo participes pasivos o activos, según el caso, de esa fascinación. La “dictadura” y la presión que hay por lo físico en todos los mensajes que nos bombardean en cualesquiera de los ámbitos en el que nos movamos.
Si hasta algo que debía ser totalmente ajeno, como la política, se ha visto contagiada. Nuestros líderes políticos encuentran más fáciles el trabajo de sus asesores si se encuentran entre los agraciados por esa lotería. Las empresas nos manipulan constantemente y presionan con dichos estándares estéticos. Cuesta mucho más destacar en la música si no eres atractivo, y no digamos si ya eres maduro y tienes algunos quilos de más, sin importar tu talento. Hay una opresión, ejercida por fuerzas ajenas a nuestra voluntad y discernimiento, y con claros intereses comerciales, o de otro tipo, mayor en las mujeres sin duda, que determina cada paso que damos desde que nos levantamos y nos enfrentamos a la percepción del mundo.
Pero también en la medida en que nosotros percibimos, no sólo somos percibidos y víctimas de esta situación, somos cómplices de dicha dictadura. ¿Acaso podemos levantar la mano y decir que nunca nos hemos sentido más predispuestos a valorar más a una persona que nos resulta atractiva físicamente que a otra que no responde igualmente a estos estándares de belleza?
En las notas al relato el autor narra el experimento que llevaron a cabo unos psicólogos; dejaron “olvidados” en un aeropuerto unos impresos de ingreso a una universidad. Las respuestas siempre eran las mismas, pero la foto del solicitante cambiaba. El resultado fue que había muchas más posibilidades de que las personas que encontraran los impresos dedicaran su tiempo y dinero a devolverlos por correo en el caso de que las fotos fueran de personas atractivas.
Claro que las personas que son “atractivas”, también pueden quejarse con razón de ser discriminadas, y de ser más valoradas por esas cualidades que no por otras que pueden igualmente tener. Es decir, en cierto sentido es una “carga”, aunque claro, hay cargas más fáciles de llevar que otras.
Resulta un ejercicio interesante plantearse si una técnica así existiera si nos la aplicaríamos o no. En mi caso probablemente sí. En la lucha entre el instinto y la razón, lo adecuado sería que siempre filtráramos el primero a la luz del segundo, pero rara vez esa lucha no termina contaminada. Saber que mucha de esa contaminación nos viene impuesta por intereses comerciales, o por el devenir cultural, con todas sus “trampas” sociales y la opresión de valores impuestos, puede hacérnoslo más fácil, pero bueno, ¿por qué desdeñar un poco de ayuda?
Y tú ¿qué harías?