Tomo prestada esta expresión de Ramoneda, hoy que se cumplen 38 años de las primeras Elecciones Generales de la nueva democracia española, para reflexionar sobre el nuevo mapa político español surgido del 24 de mayo. Gobernar siempre ha sido un ejercicio responsable y serio. Gobernar cuando no existe la mayoría absoluta, ni siquiera la mayoría suficiente para hacerlo, ha de ser aún más responsable y aún más serio. Es un ejercicio que requiere compromiso y capacidad de asumirlo. Compromiso basado en la afinidad, o al menos la cercanía, en los planteamientos políticos sobre los que se gobierna y para los que se gobierna. Gobernar nunca puede ser fruto de un mercadeo, lo haga quien lo haga. Y, por supuesto, gobernar, no tiene nada que ver con "autoproclamarse"  viejo o nuevo. Nada que ver con "auto situarse" más allá del bien y del mal, de la izquierda y la derecha, del blanco y del negro.

 

No es menos cierto que lo anterior, que la política es una lucha por el poder; para tener el poder que permite gobernar. Pero una lucha limpia, civilizada, democrática y leal. Una lucha, legítima, en la que cada parte ha de asumir sus propios resultados electorales, así como la parte de responsabilidad en la gobernabilidad que le corresponde, a tenor de su representación. Ni una pizca más, pero ni un ápice menos. Y en la que la consecución del poder se pretende o se obtiene para transformar y cambiar la realidad, según los postulados políticos y programáticos, que nunca jamás pueden resultar indiferentes. Cuando la consecución del poder se pretende para darlo o quitarlo a otro, pierde todo su sentido ciudadano, toda su esencia democrática.

 

Gobernar se ha puesto caro, en efecto. Que cada cual asuma, con luz y taquígrafos, su alícuota parte de responsabilidad en dicho encarecimiento. Y que la ciudadanía, siempre sabia, además de soberana, sepa compensar esa asunción o no asunción de responsabilidades.