Asesino
El sábado, de repente, en el salón de plenos, se sabrá por fin quién es el asesino. La trama tiene todos los elementos de una novela policíaca: un cadáver, la transparencia política; dos armas criminales, el enredo y la incoherencia; un mayordomo, Luis Salvador; un viejo aristócrata a quienes todos disputan la herencia, Torres Hurtado, y una lista inacabable de sospechosos y cómplices que se mueven sigilosamente alrededor del occiso.
A los lectores de novela policial no se nos engaña fácilmente; rápidamente intuimos cuándo un argumento esconde a uno o varios desalmados. En el caso del ayuntamiento, sabemos que algo se está cociendo en la elección del alcalde, que un misterioso invitado del conde ha cambiado el orden de las piezas de convicción, ha bajado la intensidad de las luces y está haciendo lo posible para favorecer con el crimen a ciertos intereses inconfesables.
Uno percibe, tras oír el relato de las reuniones infructuosas de los distintos partidos, las sombras de los secuaces, el olor a perfume barato de los sicarios encubiertos e incluso el estruendoso silencio de los compinches. Hay huellas, es verdad, pero aún inciertas, igual que hay frases que se dejan caer con una falsa naturalidad y que en realidad son indicios de coartadas fraudulentas.
Quién nos iba a decir a los votantes que después de aceptar que por fin iba a llegar el tiempo de la redención de la política, del fin de las malas prácticas, de los juegos de manos taimados y de las marrullerías, nos íbamos a ver envueltos a la primera de cambio en una clásica novela de buenos y malos donde la víctima, una vez más, iba a ser la decencia y la claridad.
Sólo nos quedar por conocer el desenlace, quién es el asesino, cómo maniobró y de qué malas artes se sirvió para engañar a los espectadores inocentes.
Como en las viejas novelas inglesas, el sábado, a una hora fija, en el salón de plenos, el comisario nos desvelará de qué lado está el asesino, cuáles han sido sus argucias y quiénes los beneficiados.
Elemental, queridos amigos.